LA TRIPLE A DE SARKOZY

19 de enero de 2012

La pérdida francesa de la Triple A de la agencia Standard & Poors ha sido el último revés del presidente Sarkozy. Así debe considerarse esta medida: tanto un diagnóstico pesimista sobre la salud financiera del país cuanto una degradación política del Presidente.
Más allá de la seriedad de este tipo de calificaciones -muy cuestionable en su rigor y en su honestidad, como se ha visto en numerosos ejemplos recientes-, el mantenimiento de Francia en el pelotón de países más solventes había significado casi un 'totem' en la estrategia política del presidente. Como era de esperar, la prensa más crítica ha tirado de archivos para recordar las numerosas declaraciones en la que Sarkozy o sus colaboradores gubernamentales más cercanos fijaban en la calificación una especie de línea roja de la credibilidad del país... y de sus aspiraciones de continuar en el Eliseo. Al conocerse la degradación, esa misma maquinaria se ha empleado en minimizar la noticia, en relativizarla, en suavizarla.
En octubre, Sarkozy se declaraba "muerto" si Francia perdía la triple A, según una confidencia sus próximos, desvelada por el satírico semanario Le Canard Enchainé. Esa admisión de vulnerabilidad lo dejaba bien expuesto y privaba de fuerza al necesario cambio de discurso, si se confirmaba la degradación.
CONFIANZA EVAPORADA
La verdadera pérdida para Sarkozy ha sido la confianza en su capacidad para sobreponerse a los embates de la crisis. La reactivación del eje franco-alemán (que había pasado por momentos poco entusiastas en los últimos años) constituía un factor clave de la estrategia presidencial. Sarkozy se ha anclado en la 'firmeza alemana' durante la gestión de la crisis. El propósito: actuar de igual a igual, en la cúspide de la quebradiza pirámide europea.
Era una elección arriesgada, porque la ortodoxia germana no era de su gusto. El empeño obsesivo por la austeridad obligaba al Presidente a defender unas políticas en las que no creía del todo. La derecha gaullista nunca ha gustado de recetas tan radicales como las propagadas por el gran vecino. Al unir su suerte al liderazgo de Merkel, Sarkozy creía blindarse cuando en realidad ha terminado por debilitarse. La retirada de la Triple A -por limitada y cuestionable que sea esa calificación por sí misma- desacopla a Francia de Alemania en la percepción de los llamados mercados: introduce una cuña psicológica en el eje franco-alemán.
REFORMISMO FALLIDO
Hace dos años, después de los cambios fiscales, la abolición de las 35 horas o la reforma de las pensiones, Sarkozy creyó conveniente no agobiar a la sociedad francesa, darse un respiro. Pero la persistencia de la crisis, la falta de resultados patentes y el desempleo en el umbral del 10 por ciento parecieron obligarlo a recuperar sus esencias. Es decir, emprender el impulso reformador, intensificar un activismo político y legislativo muy de su estilo, ya desde sus tiempos de Ministro del Interior. Ahora, el impacto de la Triple A parece empujarlo a 'poner la quinta velocidad'.
En esta estrategia de reactivación no se trataría sólo de restablecer su solvencia como "capitán en la tormenta", sino de poner en evidencia las supuestas contradicciones e indefiniciones de su principal rival, el socialista François Hollande. Las reformas seleccionadas, calificadas de "estructurales" por el aparato político-mediático del Elíseo, son el incremento del IVA para financiar la protección social y descargar las cuotas empresariales y laborales (el llamado 'IVA social'), la introducción de la 'tasa Tobin' sobre las transacciones financieras y una remodelación del modelo educativo. No puede ser casualidad que todas ellas originen cierta incomodidad a los socialistas.
El problema es que, en esta reconstrucción acelerada del 'discurso reformista', a Sarkozy le sobra precipitación y le falta tiempo. A tres meses de las elecciones presidenciales, se ve sometido a una carrera contra el reloj. Necesita recuperar la confianza perdida y sólo puede hacerlo con éxitos a corto plazo. O con la percepción de que los éxitos no están lejos. Necesita, pues, algún síntoma de recuperación, un cambio de tendencia. Los expertos en la detección y análisis del ánimo electoral consideran que Sarkozy sigue anclado en la impopularidad y que en tan poco tiempo no podrá restablecer su crédito. Las reformas, algunas abortadas, otras poco comprendidas y ahora visiblemente precipitadas no parecen antídoto suficiente. Decía Hollande hace unos meses que "Sarkozy no podrá escapar al fracaso de su balance".
LIDERAZGO CUESTIONADO
Y si la confianza se resiste a recuperarse y las reformas no tienen el vigor ni la capacidad de arrastre suficiente, una tercera inquietud se proyecta sobre las aspiraciones de Sarkozy: el debilitamiento del liderazgo.
Las últimas encuestas indicarían que también debe ponerse en duda algo que durante mucho tiempo parecía seguro: el convencimiento de que Sarkozy no tenía rival a la vista en el centro-derecha francés. En su mandato no han crecido figuras políticas de talla. El primer ministro, François Fillon, pudo ser algún tiempo un proyecto de alternativa, pero su figura parece haberse desvanecido, unida a la deriva sarkozyana. El tiempo de los líderes alternativos en el gaullismo parece haberse cerrado definitivamente. En realidad, es el propio gaullismo, como doctrina política vigente, lo que parece haberse extinguido en el quinquenato de 'Sarko'. El 'hiperliderazgo' del Presidente sirvió durante un tiempo para ahondar la crisis socialista, pero ha terminado perjudicando las opciones de recambio en la derecha francesa.
En este sentido, a muchos ha sorprendido la 'resurrección' del centrista François Bayrou, que ha ganado siete puntos en el último sondeo, esta misma semana. Claro que sólo un 23% de los que le apoyan reconocen que su opción es definitivamente; más de las tres cuartas partes declaran poder cambiar de opinión. Para Sarkozy, lo más grave no es que Bayrou le haga encajar un resultado endeble en primera vuelta, sino que los votantes del centrista elijan a Hollande en la votación final. El sondeo mencionado indica que el 46% de los votantes iniciales de Bayrou se decantarían luego por Hollande, mientras que por Sarkozy sólo lo haría ahora un 32%.

¿El Presidente puede contar con los votos del Frente Nacional? No será fácil. Ni barato. Marine Le Pen se ha mostrado extremadamente dura con Sarkozy en las últimas semanas. Su respaldo electoral es alarmantemente firme. Y en alza. A los estrategas de la UMP les preocupa este vigor de la nueva líder ultraderechista, que cabalga a lomos de la crisis con la eficacia acostumbrada que suelen exhibir las opciones populistas radicales en momentos convulsos.
En esta fortaleza del Frente Nacional anida un escenario pesadilla para Sarkozy. Que parte de su electorado, el más conservador, se refugie en la protesta ultraderechista, y que el más moderado, opte por Bayrou, de forma que éste obtenga finalmente más votos que el Presidente y gane el 'ballotage' para enfrentarse a Hollande. Algunos analistas creen que la puntilla puede ser que, en los primeros días de abril, el centro-derecha perciba a Bayrou como mejor opción que el propio Presidente para batir al líder socialista. Entonces sí que Sarkozy habrá perdido su 'triple A' particular.

IRÁN, ¿UN CONFLICTO MILITAR INEVITABLE?

12 de enero de 2012

Con la campaña electoral norteamericana y la crisis económica de fondo, el debate sobre la escalada del conflicto en torno a la supuesta intencionalidad de Irán de dotarse de armas nucleares se acrecienta.
Como suele ocurrir en estos casos, la oportuna coincidencia o acumulación de 'acontecimientos' empuja el asunto hacia el primer plano de la actualidad: los movimientos militares norteamericanos; la advertencia militar iraní de cierre o bloqueo del estrecho de Ormuz; el anuncio iraní y la confirmación internacional posterior de la puesta en marcha de una nueva instalación nuclear cerca de Qom; la adopción de nuevas y más severas sanciones económicas occidentales... y, finalmente, para añadir dramatismo a la proliferación de noticias, el asesinato de otro científico iraní (el quinto desde 2007), relacionado con el programa nuclear (bajo sospecha de autoría israelí o norteamericana, según Teherán).
EL DILEMA DE LA INTERVENCIÓN MILITAR
Con este 'menú', no es extraño que muchos analistas se lancen a especular sobre la conveniencia, oportunidad y condiciones de una confrontación militar. El contexto es terrible: una guerra en pleno corazón de la fuente de aprovisionamiento petrolero de más de medio mundo puede provocar un caos sin precedentes y elevar a límites insoportables la crisis económica mundial.
Pero, por un ejercicio elemental de responsabilidad intelectual, lo primero que habría que plantear es si el origen de ese hipotético conflicto responde a la realidad. O, en otras palabras, si no estamos asistiendo a una manipulación sensacional como la que tuvo lugar con la guerra de Irak, en 2003. En este sentido, habría que responder a dos cuestiones fundamentales:
- ¿hay pruebas fidedignas de que, efectivamente, Irán pretende dotarse de armas nucleares?
- en caso afirmativo, ¿es lícito, ético o inteligente tratar de impedirlo por la fuerza?
A la primera pregunta no tenemos una respuesta concluyente, por mucho que los halcones pretendan lo contrario. Irán insiste en que sólo pretende dotarse de una fuente de energía adicional para garantizar su desarrollo económico. Desde luego, es comprensible que se dude de los informes de inteligencia, después de lo visto en crisis anteriores (singularmente la iraquí). Pero aún confiando en ellos, resulta que sus resultados no son concluyentes.
Micak Zenko, uno de los expertos de la llamada Comunidad de Inteligencia (IQ), acaba de recordar, en claro análisis para FOREING AFFAIRS, que no existen pruebas inequívocas de las supuestas intenciones armamentísticas de Irán. "Los proponentes de un ataque preventivo contra el sospechado programa nuclear iraní -escribe- raramente plantean la seguridad que tienen en que Irán construirá la bomba". Zenko añade que la Agencia Internacional de la Energía Atómica tiene controladas las quince instalaciones nucleares iraníes. Sería extremadamente arriesgado para las autoridades iraníes proceder a la producción de "material fisible" en esos lugares. Por tanto, no es factible que el organismo internacional dispusiera alguna vez de la 'smoking gun' (la prueba concluyente) que avalaría una operación militar.
La otra cuestión previa es si resulta lícito, ético o (por plantearlo con cierto cinismo) inteligente una escalada militar. Desde una perspectiva occidental o árabe (los estados temerosos de la potencia persa), puede entenderse la preocupación por vivir con un Irán dotado de armas nucleares. Pero el estatus nuclear de Israel, aceptado por Occidente sin el menor problema, plantea una cuestión sin resolver.
Dejando aparte estas dos cuestiones, la opción militar se maneja de momento en un plano académico, estratégico, casi como una respuesta no deseada aunque nada descartable, en caso de 'provocación' (léase, por el estrangulamiento iraní del suministro petrolero).
Israel presiona en favor de resolver este asunto cuanto antes, y no permitir que se haga demasiado tarde. A falta de una acción militar directa, la campaña de sabotaje (asesinato, destrucción parcial de instalaciones, tecnología y recursos, compra de científicos, etc.) parece una alternativa atractiva. EL NEW YORK TIMES, en un artículo en el que repasa estas operaciones encubiertas, no descarta, efectivamente la autoría israelí y, al menos, la connivencia de Washington, pese a los rotundos desmentidos oficiales norteamericanos.
Los exégetas de la intervención sostienen que no es viable la convivencia con un Irán capaz de amenazar con armas nucleares. Matthew Kroening, un asesor del Pentagono en asuntos nucleares e iraníes, asegura que los riesgos de un fracaso (resultaría muy difícil eliminar completamente las instalaciones iraníes) no constituyen razón suficiente para descartar una acción militar, porque está en juego la preservación de vitales intereses de seguridad de Estados Unidos. Un Irán nuclear condicionaría gravemente la política mediooriental de Washington y podría provocar la proliferación atómica en la región.
El asunto no ocupa un lugar preeminente en la campaña electoral norteamericana, pero no está ausente. El belicoso Gingrich es el único candidato republicano que ha planteado directamente colaborar con Israel en una hipotética operación militar. El resto muestra mayor cautela o no precisa sus posiciones.

EL ALCANCE DE LAS SANCIONES ECONÓMICAS
A los halcones la opción más templada de presión económica adoptada por la administración Obama, con el respaldo de los aliados europeos y asiáticos, les parece claramente insuficiente.
Sin entrar en la conveniencia o no de la acción militar, otros analistas cuestionan la eficacia de las sanciones, recientemente incrementadas. Resulta de particular interés el análisis de Suzanne Maloney, de la BROOKING INSTITUION. Esta investigadora considera que la decisión de Obama es "contraproducente" y supone la anulación de la estrategia llevada a cabo por Estados Unidos hacia Irán desde 1979: una combinación de presión y persuasión.
Argumenta Maloney que no se puede esperar que un país (o un régimen) al que se quiere destruir económicamente se avenga a buenos comportamientos. Más bien lo contrario: se le empujará a radicalizar su posición; es decir, a refugiarse en la última opción disuasiva: el arma nuclear. Justo lo contrario de lo que se pretende.
Pero, además, Maloney emplea otros razonamientos. El régimen islámico lleva décadas soportando presiones y sanciones -éstas no son las primeras, por supuesto- y hasta ahora, su estrategia de seguridad no ha sido debilitada, ni sus planes disuasivos alterados. De nuevo, todo lo contrario: se ha reforzado la línea dura, los sectores moderados o dialogantes han perdido fuerza o han resultado barridos, incluso con indudable pedigrí revolucionario (como Rafsanjani o Mussavi).
Considera Maloney que solo cabe explicarse la decisión de Washington como una apuesta por el cambio de régimen, por una rebelión interna, como consecuencia del caos que las sanciones podrían provocar. En esta impresión coincide Daniel Drezner en su análisis para FOREIGN POLICY. En Irak, esa pretensión resultó claramente fallida.
Por lo tanto, partiendo del principio de que a ninguna de las partes interesa la guerra (en todo caso, sólo a un sector de Israel), lo inteligente sería que la administración Obama regresara a su estrategia inicial: insistir en la vía negociadora, limitar los riesgos de una escalada y manejar los instrumentos de presión con cautela, dejando siempre una salida a los dirigentes iraníes.
Académicamente impecable. Política y diplomáticamente, un ejercicio endiablado.

DE IOWA A HUNGRÍA

5 de enero de 2012

Se preguntarán los lectores que razones puede haber para relacionar, en el título de este comentario, ese pequeño estado norteamericano y el viejo país centroeuropeo. Pocas, naturalmente. Pero estos días se ha vivido en ambas unidades políticas, tan lejanas y distantes, la confirmación de un fenómeno creciente en la realidad política occidental, como reacción primaria a los apuros económicos, a las inquietudes sociales y a las crisis de valores. Se trata de un neoconservadurismo muy militante, activo y destructivo de todo aquello que incomoda su visión social y política.
IOWA, SÍNTOMAS Y PARADOJAS
No sería muy útil extraer demasiadas conclusiones de las primarias republicanas de Iowa. Como se ha dicho con pertinencia, la carrera acaba de comenzar, el Estado es pequeño y poco significativo o representativo, si nos atenemos a la reciente historia electoral. Baste recordar que quien luego sería el presidente republicano con mayor apoyo político en más de medio siglo, Ronald Reagan, fue derrotado en las primarias de Iowa en 1976, por un ya por entonces cuasi cadáver político, aunque en ese momento presidente en ejercicio (incumbent), Gerald Ford.
No importa por tanto que la victoria de Romney hay sido tan exigua, tan pírrica que, con razón, en su entorno no se haya podido disimular el sabor a derrota. Tampoco convendría exagerar la trascendencia del auge del 'ultra' Rick Santorum (curioso apellido para sus inclinaciones ideológicas). Lo más interesante, a nuestro juicio, es que el ex-gobernador republicano de Massachussets puede verse impelido a un juego de imposturas para ganar la nominación. Los resultados de Iowa pueden hacerle calcular que necesita parecer más conservador de lo que es, con el propósito de ganarse a las bases más movilizadas de su partido y sus simpatizantes.
Pero, al hacerlo, Romney corre el riesgo de dejarle completamente libre el centro al candidato demócrata, Barack Obama. Y no sólo eso: también puede perder el foco de las necesidades del país, exponerse a acusaciones de oportunismo en el proceso de primarias y sufrir un desgaste de legitimación. La retirada de Michelle Bachman, una versión más sofisticada de Sarah Pallin (ma non troppo) y la debilidad extrema de Perry más que fortalecer la moderación de Romney puede ensanchar las opciones de Rick Santorum y del 'anarquista' de derechas Ron Paul. El primero lo acosará con sus mensajes morales de catecismo; el segundo, le pondrá difícil formular posiciones de responsabilidad del Gobierno, en el tratamiento de la crisis.
El otro candidato conservador, bien que debilitado en Iowa, intentará no resultar laminado en New Hampshire, estado muy inclinado por Romney, y llegar vivo a Carolina del Sur para mantener sus opciones, al menos hasta el supermartes de primeros de marzo. Curiosamente, la ayuda podría venirle a Romney del ausente en Iowa, John Hutsman. También conservador, pero más templado, colaborador ocasional de Obama como titular de la embajada en Pekín, si su estrella se eleva, podría ayudar al front runner republicano a centrar el debate, a despojarlo del fundamentalismo conservador. Habrá que esperar, no a la próxima cita, sino a la siguiente.
LA SOMBRA DE HORTHY
Y si en los Estados Unidos el conservadurismo militante empuja hacia opciones políticas extremas, en Europa, más lenta en sus actuaciones y menos simple en sus manifestaciones, se dibujan panoramas no menos inquietantes.
El caso húngaro quizás haya pasado demasiado desapercibido. Pero es de una gravedad nada desdeñable. Un gobierno derechista y populista, amparado en una amplísima mayoría parlamentaria, en la debilidad política opositora y en una cierta paralización social, ha sacado adelante una reforma constitucional y un rearme legal que recorta las libertades cívicas, refuerza el poder del ejecutivo e instaura un autoritarismo en casi todos los ámbitos sociales, políticos e ideológicos.
Conviene recordar cómo se ha llegado a esta situación. Hungría fue el primero de los países bajo control soviético que inició la liberalización a finales de los ochenta. Fiel a su tradición de abrir brechas, como hizo en 1956, el sector reformista del comunismo húngaro comprendió la necesidad de modificar el sistema. Desde Hungría, y merced a la tolerancia oficial, se produjo la huida de ciudadanos turistas de otros países del Este durante el verano de 1989, desencadenando la crisis de las embajadas. Meses antes, el gobierno húngaro ya se había declarado en sintonía con la apertura de Gorbachov, cuando el resto de los aliados del Pacto de Varsovia permanecía atrincherado en la ortodoxia.
Sin embargo, la marea derechista (no confundir con liberal, al menos en lo político), barrió a los comunistas convertidos en socialistas. La derecha, moderada primero, más radical enseguida, se hizo con el poder a comienzos de los noventa. El fracaso de la introducción brutal de la economía de mercado propició el regreso de los socialistas al gobierno, pero distintos escándalos de corrupción y algunos episodios de incomprensible infantilismo generaron un escepticismo social que, al irrumpir la crisis financiera y económica, propició la arrolladora victoria electoral del los ultranacionalistas populistas del FIDESZ.
En un año al frente del gobierno, Víctor Orban ha convertido a Hungría en un laboratorio de ensayos revisionistas de las más elementales reglas del juego democrático europeo. Se ha pervertido la independencia judicial. Se ha amordazado a los medios. Se han acomodado los reglamentos electorales a las conveniencias del partido en el poder. Se han convertido en doctrina de Estado visiones, creencias y normas religiosas, al tiempo que se restringían y obstruían otros credos y se restringía el ejercicio de derechos de otras minorías. Y, en materia económica, se ha desafiado la ortodoxia del pensamiento único europeo, al cuestionar la independencia del Banco Central. La UE ha sancionado a Orban privándole de auxilio. Irónicamente, los húngaros no recibirán la misma medicina que los griegos.
Como resumen de esta transformación autoritaria, se elimina el término 'república' de la denominación oficial del país, que pasa a llamarse simplemente 'Hungría'. En una excelente entrevista con LE MONDE, el politólogo húngaro Gradvohl avanza el simbolismo de esta decisión. "El país no se define ya como un régimen político. Es el pueblo, más allá de sus fronteras, lo que construye su esencia".
En efecto, lo que Orban y sus seguidores recuperan es el viejo sentimiento de la patria desmembrada, diseminada, tras la derrota de la vieja Monarquia Dual (Austro-Hungría) en la Primera Guerra Mundial. Por el Tratado de Trianon, los vencedores impusieron un duro castigo a la patria magyar: la amputación de un tercio de su territorio. Orban reclama simbólicamente, con la modificación del nombre del país, que Hungría no está completa, que le falta esos territorios históricos en Eslovaquia, en Rumanía, en Ucrania, en Serbia (la Voïvodina). De ahi que Gradvohl y otros historiadores han visto en Orban una especie de evocación de Miklos Horthy, el almirante que asumió la regencia tras el derrumbamiento austrohúngaro y, durante todo el periodo de entreguerras, ya convertido en dictador, intentó reconstruir la integridad territorial lesionada. No dudó en aliarse a Hitler, en ser integrante del Eje, aunque al final lo traicionara y buscara un acuerdo secreto con las democracias. Terminó exiliado en Portugal, donde murió.
¿Se inspira Orban en el designio de Horthy? No en los medios, por supuesto, porque el contexto histórico es distinto y el origen de las frustraciones nacionalistas es diferente. Pero el sustrato es equivalente: una crisis económica devastadora y una ausencia clara de respuestas solvente por parte del sistema democrático liberal. La tentación autoritaria se presenta, por momentos, irresistible.
En los noventa, con la desaparición de los regímenes comunistas, se produjo un esperable auge de las reivindicaciones nacionalistas. Las nuevas élites políticas, huérfanas de referencias y oportunistas por las prisas en dotarse de discursos movilizadores, desempolvaron banderas e invocaron fantasmas. El impulso por lograr la prosperidad económica y social arrinconó momentáneamente el nacionalismo, pero no lo desterró. Y, ahora, la crisis y la decepción por el amparo de regresar a una Europa democrática, abre un periodo de incertidumbre . Como señalaba hace unos días THE GUARDIAN, la preocupación excede los limites de Hungría o el alcance de Orban. La pesadilla -concluía el diario- sería que esta forma de nacionalismo xenófobo y derechistas se convirtiera en la norma de la periferia europea".
¿Sólo en la periferia? Conviene recordar otros movimientos con predicamento político sólido como la Liga Norte en Italia, los nacionalistas-populistas ya mayoritarios en la Bélgica flamenca (con capacidad para desestabilizar el frágil gobierno 'unitario'), la tendencia xenófoba en Holanda y los países nórdicos (con el Estado de bienestar como principal objetivo a debilitar). Por no hablar de la incógnita del Frente Nacional en Francia, con el vigor que pueda infundirle el nuevo liderazgo de Marine Le Pen, quien podría aprovecharse del debilitamiento de la derecha gaullista o moderada.
Por tanto, a los dos lados del Atlántico, la fiebre ultraconservadora amenaza con secuestrar y abrasar el debate político, seducir con recetas salvadoras trascendentes, con apelar a la mano divina para ignorar o desdeñar las respuestas simplemente humanas. Se echa en falta una posición progresista sólida, auténtica y diferencia. En Norteamérica y en Europa. Es urgente y el tiempo se acaba.