24 de Julio de 2014
Es
un tópico demasiado asumido por dirigentes, informadores y público en general
que los muertos en conflictos 'no valen lo mismo' (en términos
propagandísticos y emocionales; y, por tanto, políticos), por mucho que todos
esos agentes concilien este axioma con el latiguillo ético de que cada vida es
única e irrepetible y, por tanto, todas tienen el mismo valor.
En
este verano sangriento (evocador de otro aún más desgarrador, hace exactamente
un siglo), los muertos en conflictos internacionales arrojan un peso muy
diferente (en minutos, en contactos, en esfuerzos diplomáticos, humanitarios,
en dedicación social). Recapitulemos, sólo para poner a punto las conciencias.
UCRANIA:
LA BALANZA DE LAS RESPONSABILIDADES
El
conflicto de Ucrania había quedado fuera de las portadas, a pesar de que en las
últimas semanas se habían registrado más muertes, destrucción y sufrimiento que
en otros momentos de la crisis (ocupación de Crimea y extensión del dominio de
las milicias pro-rusas en el Este del país). La llamada 'fatiga del conflicto'
no lo explica todo.
El
'interés informativo' da un vuelco cuando un avión malayo de pasajeros, la
mayoría europeos, es destruido en vuelo por un misil tierra-aire. El
acontecimiento, como es lógico, devuelve la guerra de Ucrania al centro de
interés. Este comportamiento, que es
mediático pero también político, responde a mecanismos subterráneos pero
ciertos.
La
razón no estriba simplemente en que esas víctimas últimas fueran 'civiles'
(también lo eran los ucranianos muertos en las últimas semanas) sino en que
eran 'nuestras', es decir, occidentales y europeas en su mayoría; y, sobre todo,
ajenas al conflicto: cabe decir, inocentes. Como si no fueran inocentes la
mayoría de los muertos ucranianos de las semanas anteriores (de cualquier
bando), ya que nadie había contado con ellos sobre la conveniencia de acudir a
las armas.
A
medida que parece confirmarse la autoría de los 'pro-rusos', los prejuicios
alimentados por la propaganda aconsejan resaltar la terrible realidad: que esas
milicias no respetan nada y a nadie para lograr sus objetivos. Curiosamente,
nadie reparó en lo que al final la inteligencia norteamericana ha resaltado:
que la destrucción del avión malayo obedeció muy probablemente a un trágico e
irreparable error, por la sencilla razón que esas muertes pesaran políticamente
sobre las milicias pro-rusas. Las guerras yugoslavas nos habían ofrecido
ejemplos similares de la manipulación de las víctimas en los años noventa.
Obviamente, la barbaridad cometida no tiene disculpa ni
justificación. Pero la reacción de los líderes de uno y otro 'bando' reflejan
esa concepción oscura pero real del distinto valor de los muertos. Occidente
anuncia más sanciones a Rusia. ¿Hubiera sancionado a Ucrania, si la acción
hubiera partido del gobierno de Kiev? Putin responsabiliza a Ucrania por haber
prolongado la guerra; es decir, por intentar recuperar el control de ese sector
del país en disputa, lo que en absoluto obligaba a derribar un avión sin antes
verificar su identidad. La propaganda se superpone y emborrona la naturaleza
misma del conflicto.
GAZA:
CULTURA Y PROPAGANDA
Tomemos
ahora el ejemplo de Gaza. Los dirigentes de las potencias asisten con cierta
pasividad al inicio de esta fase de la conflagración (bombardeo masivo israelí
de la franja, en respuesta al lanzamiento de cohetes palestinos contra el sur
de Israel, la casi totalidad de los cuales resultan interceptados por la
defensa antiaérea). En los medios, se
asume esta última guerra de Gaza como un 'déjà vu'. Lo es, sin duda,
aunque el momento, las circunstancias, los motivos de los actores principales y
el comportamiento de los secundarios hayan modificado sustancialmente este
guión y la 'película' se convierta en algo distinto de un 'remake'.
Los
días pasan. El contador de los muertos palestinos se asemeja al de un surtidor
de gasolina y el de los israelíes al gota a gota de su autóctono sistema de
riego. Los líderes de Hamas enseñan sus muertos, las organizaciones
humanitarias los replican, los medios elaboran cuadros atractivos para sus
audiencias y la opinión pública se pregunta cuántos serán necesarios para parar
la guerra. Es el comportamiento habitual en este conflicto desigual y tramposo,
en el que la hipocresía es la regla general.
El
primer muerto debería importar tanto como el setecientos, pero no es así,
obviamente. Como si hubiera un umbral a partir del cual fuera exigible intentar
'hacer algo'. Lo que sea, mientras quede claro que se ha intentado. El 'turning
point' (momento del giro) es el comienzo de la operación terrestre israelí.
¿Es un factor que puede elevar la cifra de víctimas? Sólo en el caso israelí,
ya que sus víctimas, hasta entonces, eran cifradas con un sólo digito.
Se
confirma la expectativa. La ofensiva israelí para acabar con la 'guerra de
los topos'; es decir, cegar los túneles que las milicias palestinas emplean
para sembrar muerte en los hogares
israelíes fronterizos. Los muertos israelíes superan la barrera del doble
dígito en un solo día (el pasado domingo).
Se activa la distinta percepción de los muertos. En todos los bandos,
incluido los supuestamente 'neutrales'.
La
comunidad internacional intensifica unas gestiones hasta entonces al ralentí,
es decir, limitadas a una propuesta de alto el fuego egipcia condenada al
fracaso por la falta de credibilidad del proponente (el nuevo 'hombre fuerte'
de El Cairo, hostilmente posicionado frente a Hamas). Las escenas de dolor de familiares, amigos y
compañeros de los soldados israelíes caídos comparten cabecera con la
destrucción de Gaza y una condición más anónima o menos personalizada de los
muertos palestinos. Salvo los niños, claro está, cuyo valor (en el sentido
antes señalado) es siempre mayor.
Pero
hay otro elemento que puede tener un impacto decisivo. Ya circulan
declaraciones que conceden a Hamas una victoria psicológica por haber sido
capaz de matar israelíes y no sólo 'aterrorizarlos' con cohetes. Que hayan
muerto más de treinta israelíes (casi todos soldados) parece pesar más estos
días para los líderes de Hamas que 'sus' setecientas victimas. Esto abona un
conocido argumento propagandístico israelí: que ellos valoran más la vida que
los palestinos (o los árabes, en general). Un muerto para los israelíes es ya
una tragedia, dicen. El argumento israelí sigue así: a los dirigentes
palestinos no les importa tanto su gente; en caso contrario, no dispararían sus
cohetes desde colegios, hospitales, mezquitas o densos núcleos de población,
sabiendo que exponen a la población a la inevitable y contundente réplica
enemiga.
Es
más, no ya muertos: un prisionero adquiere grado de conmoción nacional. Que
tiene continuidad a la hora de gestionar la cautividad: en los intercambios, un
prisionero israelí suele canjearse por decenas de palestinos. Una vez más, el
distinto valor de los número (1) .
En
esta lógica, algo hay de cierto y mucho de falso. Cada familia palestina siente
sus muertos como la mayor tragedia imaginable. Los dirigentes, ciertamente, han
elevado el umbral de lo insoportable, pero no por falta de solidez de sus
convicciones morales, sino por la disponibilidad y capacidad de sus recursos
militares. En todo caso, caer en la tentación de presentar como un 'éxito' esta
guerra por el número de víctimas infligido al 'enemigo sionista' es
inaceptable.
A
la postre, se impone una cierta levedad de los muertos. No serán ellos, por
valiosos que resulten para la narrativa inmediata de unos y otros, los que
decidirán la duración de conflicto y sus consecuencias. Dentro de poco, se
olvidarán los muertos, todos ellos, y se impondrán la relación de fuerzas y la
calibración de intereses.
(1) Para comprender algo mejor la narrativa del conflicto
israelí, resulta muy estimula la lectura del libro "La lluvia amarilla",
del novelista israelí, DAVID GROSSMAN, una inteligente voz crítica en su país,
cada vez más capturado por una propaganda de Estado que justifica todas las
perversiones de la ocupación.