17 de octubre de 2012
El
referéndum para decidir sobre la independencia de Escocia se celebrará
finalmente en otoño de 2014, de forma pactada y sin aparentes tensiones, en un
clima de acuerdo político y de normalidad constitucional.
Para
quienes desean una fórmula equivalente en España (el caso expreso de Cataluña,
objeto de debate en las últimas semanas), el antecedente escocés tiene un valor
incalculable, por las siguientes razones: desdramatiza el debate, acentúa la
viabilidad y despeja dudas sobre el encaje europeo. Lo cual no implica que una
hipotética separación (de Escocia o de Cataluña) ... o la partición de Bélgica
en dos entidades confederadas (Flandes y Valonia), fuera el resultado más
conveniente para la mayoría de la población.
Para
este comentario nos centraremos en explicar las claves del proceso escocés y
dejaremos que el lector establezca las comparaciones oportunas.
UNA
ASPIRACION DE TRES SIGLOS
La
independencia es un viejo anhelo del nacionalismo escocés. Siempre hubo una fracción importante de los
ciudadanos de esa tierra que consideró el Tratado de la Unión de 1704 (por
cierto, fecha muy cercana a la 'derrota' histórica catalana) como un hecho
político lamentable. Pero hasta 1934 no se agrupó en un Partido unido ese sentimiento nacionalista. Desde entonces y hasta 1999, con la
denominada 'devolución', es decir, una suerte de régimen autonómico, las
aspiraciones escocesas de autogobierno no habían encontrado cauce favorable,
por falta de impulso popular y por una débil expresión política.
Tony
Blair avistó el 'peligro nacionalista' y muñó un sistema electoral autonómico
distinto del estatal, más proporcional, para evitar una hipotética hegemonía
nacionalista. Los laboristas gobernaron
dos legislaturas en coalición con los liberal-demócratas hasta que el auge
nacionalista los desalojó del poder en Edimburgo. Pero los nacionalistas
tuvieron que conformarse con una gestión en minoría. Hasta el año pasado, que
la mayoría del Partido Nacionalista Escocés se reforzó. Se aceleró entonces la
campaña pro-referéndum.
Una
de las grandes preguntas en estos procesos de separación gira en torno al
'momento'. Una vieja aspiración cobra nuevo
impulso por la oportunidad coyuntural. Los efectos de la crisis, las
fracturas de la coalición conservadora-liberal y el atascamiento laborista
hacen pensar en una prolongada permanencia de la opción nacionalista en Escocia.
Las drásticas medidas de austeridad impuestas por Londres son percibidas en
Edimburgo como especialmente perjudiciales para los escoceses.
La
otra cuestión recurrente es la viabilidad de estas viejas naciones como nuevos
estados. Escocia no es, ni histórica ni actualmente, la parte más rica de Gran
Bretaña (contrariamente a lo que ocurre con Cataluña). Pero dispone del
importante recurso petrolero (el actual y el que apuntan algunas
exploraciones), y eso parece dotar de cierto plus a sus aspiraciones
independentistas. Por ubicación, dimensión y población, se ha comparado, un
poco forzadamente, a Escocia con Noruega.
UNA
DURA NEGOCIACIÓN
Aunque
finalmente el acuerdo político ha sido total y se aborda el proceso de consulta
en un clima de aparente cordialidad, las negociaciones no han sido
fáciles. Los partidos estatales (y no
sólo los del gobierno: los laboristas manifiestan una hostilidad semejante a la
independencia) han conseguido que la pregunta del referéndum sea única y clara.
Resulta lógico, porque todos los estudios de opinión pública coinciden en no
atribuir a los partidarios de la independencia más de un tercio de los votos en
el mejor de los casos. En otras palabras, no parece probable la victoria del
independentismo; de ahí que los 'unionistas' no quieran comprometer su victoria
con interpretaciones abiertas y equívocas.
El
objetivo sería neutralizar la operación política consistente en utilizar el
referéndum para conseguir más poderes autonómicos (la llamada 'devolución
max', o más poderes para la autonomía),
en compensación por el rechazo al independentismo. En un artículo para
THE GUARDIAN, el profesor James Mitchell, se muestra crítico con el criterio de
consulta acordado, ya que, en su opinión, esta opción de 'sí o no' impide la
opción que, a su juicio, "la
mayoría de los escoceses prefieren": más competencias para los escoceses,
sin llegar a la independencia. Mitchell cree muchos de los que votaran
afirmativamente preferirían la fórmula 'devolution max', y muchos de inclinarán
por la opción negativa no quieren simplemente el 'status quo'.
A
cambio de ceder en la claridad de la pregunta, los nacionalistas del primer
ministro escocés, Álex Salmond, han logrado que en el referéndum puedan votar
los mayores de 16 años. Supuestamente, los más jóvenes serían más
entusiastas de la independencia y su
voto contribuiría a obtener mejores resultados en favor de su causa. Algunos analistas,
sin embargo, se permiten dudar de esta interpretación. Por ejemplo, el
semanario liberal THE ECONOMIST considera que los jóvenes son más
nacionalistas, en efecto, pero no los comprendidos entre los 16 y los 18, sino
los que tenían esa edad en los noventa, la llamada por algunos sociólogos 'generación Braveheart'. Ciertos sondeos
apoyarían la tesis de que no más de un cuarto de los votantes más jóvenes en
otoño de 2014 apoyarían la independencia. Los que tienen entre 18 y 24 serían
aún más renuentes a la separación.
¿'NEVERENDUM'?
Si
esto es así, si los jóvenes no son el
'motor de la independencia', ¿a qué tanto interés nacionalistas por
incorporarlos al censo de la consulta? Quizás porque Salmond tiene un proyecto
a largo plazo ('long game'), que consistiría en forjar una conciencia
nacional con paciencia y por etapas. El referéndum sería la siguiente, pero no
la última.
Esto
última evoca otra cuestión. ¿Cerrará el referéndum el debate? ¿Cuánto tiempo
tardarán los independentistas en demandar otra consulta? Se tiene en mente el
caso de Quebec, donde los partidarios de la separación de Canadá han conseguido
celebrar varias consultas, sin conseguir su propósito. En este caso, el
referéndum se convertiría no en una consulta sino en un puro instrumento de
agitación política: un 'neverendum'. En todo caso, los nacionalistas han
querido reforzar su credibilidad y se han comprometido indirectamente a aceptar
las consecuencias duraderas de un eventual rechazo a la separación. Salmond ha
dicho expresamente que "un referéndum es un acontecimiento único en una
generación". Nada que descarte un Quebec.