8 de Septiembre de 2016
Europa
se apresta a vivir un año plagado de incertidumbres. La gestión del Brexit y unas citas electorales cargadas con
pólvora venenosa constituyen factores poco favorables. Y a todo ello se suman
las inevitables repercusiones negativas de la guerra de Siria y, sobre todo, de
un posible endurecimiento del conflicto ruso-ucraniano. Y qué hablar del tsunami
que representaría la -afortunadamente muy improbable- victoria de Trump en
EE.UU.
Los peligros que encierran las urnas en
Francia, Alemania, Italia y quizás España son asimétricos, pero comparten un
denominador común: la amenaza de quiebra de modelo de estabilidad garantizada
por la alternancia con pivote en el centro.
BREXIT:
LA DILACIÓN COMO DUDOSA ESTRATEGIA
A
la premier británica se le está agotando el tiempo muerto
aceptado por el eje franco-alemán (con la extensión italiana) para congelar la
invocación del artículo 50, clarificar posturas negociadoras y diseñar un
calendario. El estilo cauteloso de Theresa May empieza a dejar de parecer
virtud para sonar a indecisión, inseguridad, camuflaje y carencia de estrategia
clara para afrontar un problema que consumir demasiadas energías y recursos. Se
sabe ya que gestionar el Brexit costará mucho y necesitará de un
personal que no abunda en Westminster.
El otro día, en el Parlamento, David Davis, el
ministro nombrado al efecto para pilotar la separación (con muchos copilotos, y
no del todo bien avenidos) no se apartó un
ápice del catalogo de ambigüedades de las últimas semanas. Conservar las
ventajas del mercado único y zafarse de las obligaciones relacionadas con la
libertad de movimientos de personas o con el presupuesto comunitario suena a
cuadratura del círculo.
Es
difícil que Merkel ceda, por mucho que intente una senda conciliadora. Sería
otra brecha con los socialdemócratas alemanes, secundados en esto por sus
correligionarios franceses y por el primer ministro Renzi (imposible vislumbrar
en que escala de exigencia se posicionará el siempre oscuro y esquivo
Rajoy). Ni siquiera el triunfo de los llamados "Republicanos" en
Francia puede satisfacer la versión británica de la ley del embudo. Sólo una
victoria del Frente Nacional podría crear un escenario caótico, en el que
cualquier cosa podría ser posible. Pero tanto Francia como Alemania viven
momentos políticos convulsos.
FRANCIA:
AUGURIOS SOMBRÍOS
En
Francia, los atentados de Niza y Normandía han fortalecido el miedo, alentado
la xenofobia y contaminado la discusión pública. El episodio del burkini
ha sido muy indicativo de la torpeza y el oportunismo políticos e ideológicos
imperantes.
Los
sondeos sobre las elecciones presidenciales anticipan la eliminación pronta de
los socialistas y sus aliados habituales (radicales de izquierda y ecologistas),
y eso sin saberse siquiera el candidato. Las dos versiones de la derecha
neonacionalista, una abiertamente xenófoba (Frente Nacional) y otra más
sibilina, pero en el mismo registro (Republicanos) podrían concurrir en el
pulso de la segunda vuelta.
Está
por ver si Sarkozy se evade de las imputaciones de financiación fraudulenta y
otros escándalos de larga data, o si se impone en la derecha ex-neogaullista la
opción más moderada y aseada que representa Juppé (no menos acosado por
historiales de corrupción). En todo caso, el electorado de izquierdas podría
verse abocado de nuevo a la humillación de elegir entre lo peor y lo
insufrible.
El
desgaste del PSF y sus propias contradicciones e inconsecuencias constituye un
capítulo reiterado del devenir político francés. Por lo que se ve, no tiene
remedio. Lo peor es que, en cada oportunidad, se amplía y refuerza la sensación
de fracaso. No se trata sólo de las tradicionales disputas de egos. La línea
que Hollande representa nunca ha parecido vinculada a planteamientos
ideológicos o de modelo, sino aferrada a tacticismos burocráticos. Hoy no solo
parece un "pato cojo", sino un candidato imposible para nueve de cada
diez franceses.
El
partido se desgarra por las presiones opuestas a derecha e izquierda y por el
desafecto de los satélites que más brillan, como el ex-ministro Macron,
devenido en un Marco Bruto anunciado. La popularidad de este nuevo enfant
terrible de la política francesa hace correr sudor frío por la espalda del
PSF.
En
otro lado del espectro socialista, los diputados frondeurs, en abierta
rebeldía contra la austeridad, bautizada como rigor por el primer
ministro Valls (al que le ha sobrado confianza en sí mismo), carecen de fuerza
suficiente para conseguir un cambio de rumbo. Han agitado el debate, se han
atrevido a desafiar el pensamiento único de la triada europea (Frankfurt-Bruselas-Berlín), pero
difícilmente se impondrán a un aparato poco audaz. Además, los críticos
arrastran también divisiones internas y padecen del mal de las ambiciones
personales poco disimuladas. En fin, las primarias en la izquierda se antojan
duras y no precisamente amables.
ALEMANIA:
TENSIONES EN LA GRAN COALICIÓN
Las
elecciones generales en Alemania (de aquí en un año) pueden confirmar lo ya
iniciado en cinco länder: la consolidación de una derecha xenófoba (pero
no neonazi, como algunos se apresuran a decir).
Algunos
analistas creen que ha empezado el declive de Ángela Merkel. La canciller ha
admitido su responsabilidad en el reciente batacazo de su partido en
Mecklemburgo-Pomerania. Pero no está claro que haya extraído todas las
consecuencias que le exigen partidarios y electores. En la CDU, sin embargo, el
cambio de discurso es palpable. La mayoría de sus correligionarios cree que Merkel
se equivocó al defender una política de acogida generosa de desplazados (no
debe llamárseles refugiados, porque justo es lo que se les niega: refugio), y
luego no resultó muy convincente cuando quiso amortiguar el rechazo de
importantes sectores sociales. Al final, entre el acuerdo con Turquía, la
pérdida de energía y los cálculos electorales (tardíos), el destino de cientos
de miles de personas se ha quedado en el aire y el liderazgo humanitario de la
canciller se ha diluido en la inconsistencia (los más críticos dicen que en la
hipocresía).
Pero
lo más trascendente de las previsiones electorales no es la consolidación de
ese partido nacionalista xenófobo, sino la fractura cada vez más visible de la
gran coalición entre democristianos y socialdemócratas.
El
SPD parece decidido a poner el acento en las discrepancias y no en las
coincidencias. El ministro de exteriores y número dos del partido, Frank-Walter
Steinmeier, ha agitado el debate político más de lo que ya estaba al proponer
que Europa revise las sanciones a Rusia y la OTAN rebaje sus gestos de guerra
fría. Esta posición, que evoca los tiempos de la Ostpolitik de Willy
Brandt, contrasta con la línea dura mantenida por la ministra de Defensa, Von
der Leyen, una de las posibles sucesoras de Merkel al frente de la CDU.
El
otro peso pesado del SPD en el gobierno, Sigmund Gabriel, líder del partido,
vicecanciller y ministro de Economía, ha criticado abiertamente los errores de
cálculo de Merkel en el asunto de los refugiados y ha abierto una línea de
fractura con ella al descolgarse del Tratado transatlántico de Libre Comercio.
De forma más suave, Gabriel ha dejado
traslucir discrepancias sobre la severidad de las políticas de control del
déficit en Europa.
Las
tensiones en la coalición alemana parecen impugnar la estrategia de Rajoy, que
ha vendido esta fórmula como la panacea para superar el bloqueo político en
España.
OTROS
PELIGROS
Este
panorama tan poco halagüeño se podría complicar aún más si no se evitan las
terceras elecciones en un año en España. O peor, que tampoco ofrezcan una
fórmula de solución.
Inquieta
también otro potencial frente de inestabilidad en el sur, si el italiano Renzi
fracasa en su referéndum de reforma institucional, que se celebrará en octubre.
Otra
amenaza presente es la abierta situación de rebeldía del gobierno
conservador-autoritario polaco frente a las normas europeas de convivencia,
observancia y respeto de los valores democráticos, la independencia del poder
judicial y la libertad de información.
Los
llamados tres tenores de la política europea (Merkel, Hollande y Renzi) se
conjuraron este verano en la isla de Ventotene, cuna del histórico europeísta
Spinelli, para ofrecer una de esas ceremonias de unidad y control de la
situación que tanto se celebran en el sanedrín europeo. En estas
circunstancias, ¿qué cabe esperar de la próxima cumbre europea en Bratislava?
Seguramente, nada relevante. Profusión de palabras tranquilizadoras que no
tranquilizan. Aire caliente.