FRAUDES, PORRAZOS Y VENENOS

26 de agosto de 2020

La crisis política en Bielorrusia se prolonga, sin que se aviste una solución. El supuesto fraude electoral con el que el presidente Lukashenko querría perpetuarse en el poder ha provocado una oleada de protestas, inicialmente originadas en los núcleos sociales de la oposición, pero extendida luego a los sectores más afines al régimen.

El Kremlin, aliado incómodo y últimamente reñido con el déspota, medita su próxima jugada. En los últimos días había crecido la presión europea contra Rusia, ante el riesgo de una intervención de rescate.


VIOLENCIA EN LAS CALLES, DILEMA EN LOS DESPACHOS


En realidad, Putin tiene poco apetito para una operación de ese tipo. No aceptaría que Bielorrusia siguiera el camino de Ucrania, desde luego, pero tal eventualidad es remota. La principal candidata de la oposición, Svetlana Tijanovskaya, predica un cambio liberal y la apertura del país al capital extranjero, entre otras medidas (1). Pero no son esas las preferencias de buena parte de la población (2).  La mayoría de los ciudadanos que se manifiestan desde el pasado 9 de agosto buscan un cambio de gobierno, pero no un giro radical de la orientación geopolítica del país (3). No hay un rechazo frontal a Rusia ni un entusiasmo ciego por la vía prooccidental (4). Lo cual resulta lógico si nos atenemos a lo ocurrido en Ucrania. Los obreros de las industrias estatales que han dado la espalda a Lukashenko no quieren la venta del país y la incertidumbre que supondría para sus medios de vida (5).

Una periodista polaca que conoce Bielorrusia ha ofrecido una visión interesante. Contempla la crisis no como una recreación del Maidán ucraniano, sino como un eco de la revuelta de Solidarnosc en Gdansk, hace ahora cuarenta años (6). La interpretación es discutible. Pero también el relato dominante en los medios occidentales. Por supuesto, es sospechoso ese 80,1% que los resultados oficiales atribuyen al actual presidente en las elecciones, pero no parece razonable que se conceda sin más la victoria a Tijanovskaya. La propuesta del presidente ucraniano de repetir las elecciones parece más lógica, pero ya se sabe que el neófito político cotiza a la baja desde el enorme barrizal en que Trump lo metió el año pasado.

Putin no olvida que Lukashenko lo acusó de presionarlo hace unos meses, tras un progresivo enfriamiento de las relaciones. Una intervención de rescate ahora es más que improbable, porque tendría consecuencias negativas para el Kremlin en la escena exterior y tampoco las ventajas resultan evidentes. Lo más probable es que el presidente ruso aliente una tercera vía que ancle a Bielorrusia a los intereses rusos, con otro protagonista al frente (7). Tampoco será fácil porque el rudo Lukashenko parece dispuesto a morir matando, con su kalashnikov al hombro y su nutrida escolta de siloviki (fuerzas de seguridad) (8).


UN ENVENENAMIENTO INOPORTUNO


Cuando aún no se avistaba una solución a la crisis política en Bielorrusia irrumpía el escándalo del presunto envenenamiento de Aleksei Navalny, el líder más mediático de la oposición rusa. El político cayó enfermo en un vuelo desde Siberia a Moscú. En su entorno proclamaron desde un principio que había sido envenenado. Como no ingirió nada en el avión, las sospechas se centraron en el aeropuerto de Omsk, ciudad de origen del viaje, donde tomó un té. Los médicos rusos afirmaron luego que no habían encontrado restos de elementos tóxicos en su organismo. Las autoridades rusas permitieron el traslado de Navalny a Berlín, reclamado por Alemania. Los médicos del Hospital de la Caridad discreparon de sus colegas rusos y mencionaron la existencia de una sustancia que afecta al sistema nervioso. No se teme por su vida, pero se anuncian secuelas importantes y, en todo caso, un obligado reposo que puede prolongarse semanas o meses.

Las relaciones de Alemania con Rusia se han degradado notablemente en los últimos años. Berlín bloqueó a primeros de año la iniciativa francesa de una revisión de la política europea de sanciones y enfriamiento. Merkel arrastra un historial de frías relaciones con Putin, incluso en lo personal. Las sospechas de ciberataques rusos contra instituciones alemanas complicaron cualquier acercamiento.

Sin embargo, resulta extravagante este episodio. Navalny ha sido hostigado en repetidas ocasiones, pero, en general, su actividad ha sido tolerada por el sistema, ya que no representa un serio desafío al poder omnímodo de Putin. Además, el momento no podía ser más inoportuno. En este contexto enrarecido y confuso, lo menos que le interesa a Putin es al mediático Navalny en coma inducido en una cama de Berlín. El envenenamiento de “traidores” (espías) o de disidentes (opositores) fue una práctica habitual en las tácticas de guerras del KGB que el oficial Putin conoció de sobra. Los servicios de seguridad rusos que heredaron ese know-how lo aplicaron en los casos de Litvinenko y Skripal, que se conozca. Navalny tiene consideración de agente político prooccidental pero no de agente que ha vendido información al enemigo extranjero.  Veremos en qué queda esta serpiente venenosa del verano.


TRUMP, TÓXICO


Desde la Casa Blanca se observa un clamoroso silencio ante el caso Navalny y una burocrática respuesta a la crisis de Bielorrusia. Y no sólo porque el patrón se encuentra apurado por sus pobres expectativas electorales y sus cambalaches para dificultar la victoria de su rival demócrata. Trump se encuentra atrapado entre su oscura relación con Putin y su inconsistente retórica nacionalista. El secretario Pompeo, que le lleva la carpeta exterior cada vez con mayor confianza, oficia de muñidor de iniciativas históricas, junto al yernísimo Kushner, como se ha puesto de relieve con el acuerdo entre Israel y los Emiratos. Una iniciativa diplomática de relativa elegancia con la que salir del atolladero de un fantasmal “plan de paz” que avalaba la anexión israelí de la ribera occidental del Jordán, algo que nadie en la escena internacional decía aceptar.

Poco interesado por el veneno misterioso y menos aún por los porrazos con los que el autócrata de Minsk quiere acabar con la revuelta, Trump destila otras sustancias tóxicas, que son más que mentiras o manipulaciones, contra su rival demócrata. Su intervención en la Convención republicana no se ha apartado un centímetro de su discurso agresivo y falaz. Patético papel el de los teloneros del GOP (Great Old Party), con discursos complacientes hacia un líder que, en el fondo, desprecian. El Partido Republicano ya se ha convertido en el Partido de Trump y costará rehacerlo sobre bases más decentes.

En plena ceremonia de la impostura, estallaba un nuevo episodio de brutalidad policial contra un afroamericano, Jacob Blake, en una localidad de Wisconsin. El ciudadano sobrevivirá, pero quedará inválido, según los médicos que lo han atendido. Esta es la deprimente realidad norteamericana y no el socialismo de Biden que predican los trumpianos. Nadie está seguro de que elecciones habrá en noviembre, si el presidente hotelero aceptará una eventual derrota o se agarrará a todo tipo de excusas para obstaculizar el relevo. El otro escenario, una segunda sorpresa pesadilla (la reelección), es relegada a la condición de una indeseable distopia.


NOTAS

(1) “The women who started a revolution in Minsk”. GARETH BROWNE. FOREIGN POLICY, 17 de agosto.

(2) “The end of Lukashenkismo? On the knife edge in Belarus”. CHRISTIAN ESCH. DER SPIEGEL, 21 de agosto.

(3) “Belarus goes on its own way”. MARYIA SADOUSKAYA-KOMLACH. FOREIGN AFFAIRS, 18 de agosto.

(4) “Belarus’s protests aren’t particularly anti-Putin”. RAJAN MENON. FOREIGN POLICY, 19 de agosto.

(5) “Minsk, capital d’une Biélorrusie divisée”. MOSKOVSKY KOMSOMOLETS, 26 de agosto (reproducido en COURRIER INTERNATIONAL).

(6) “Un scénario a la ‘Solidarnosc” est en course en la Biélorrussie”. ALLA DOUBROVIK-RUKHOVA. DEN (Kiev), 13 de agosto (reproducido en COURRIER INTERNATIONAL).

(7) “Game over for Lukashenko: the Kremlin’s next move”. DIMITRI TRENIN; “Turmoil in Belarus: looking beyond the horizon”. EUGENE RUMER. CARNEGIE ENDOWMENT, 17 de agosto.

(8) “Biélorrussie: derrièrre le maintien d’ Alexandre Loukachenko, la loyauté de ses forces de sécurité”. BENOÎT VITKINE. LE MONDE, 22 de agosto.

KAMALA HARRIS: DEL BUS ESCOLAR CONTRA LA SEGREGACIÓN AL DESAFÍO DE FUTURO

 18 de agosto de 2020   

Los demócratas abren una fría y distante Convención en medio de trauma nacional por el fracaso en contener el virus más globalizado de la historia, pero con el convencimiento de que están llamados a pilotar la mayor rectificación política desde el periodo de entreguerras. 

Han elegido al candidato presidencial menos carismático y movilizador de las dos últimas generaciones. Lo que se compensa con su condición de mínimo denominador común, o, mejor dicho, de comodín para cualquier rumbo que se adopte. A sus 77 años, con toda una vida en el legislativo y/o en el Ejecutivo, Joe Biden es un hombre-puente. Por primera vez se admite sin sonrojo que se puede elegir a alguien para un solo mandato. Un presidente de transición, un facilitador del cambio generacional.

Con eso en mente, la elección de nº 2 era esencial. Pero hay que decir enseguida que no se trataba de una decisión abierta o amplia. Las cartas venían marcadas por la demografía electoral y por el contexto político de los últimos años (1). Había que elegir una mujer y, preferentemente, afroamericana. Tras aplicar esa criba, más o menos aceptada por la mayoría, las opciones de reducían notablemente.  A última hora, se trataba de una decisión binaria: Kamala Harris (senadora por California y malograda precandidata presidencial) o Susan Rice, consejera de seguridad con Obama. Una tercera candidata, Karen Bass, congresista por California, tenía un historial de opiniones radicales, incluso en estos tiempos de claro viraje a la izquierda del Partido Demócrata, amén de ser una desconocida para el propio Biden.

Rice quedó eliminada por su falta de experiencia electoral (demasiado teórica, perfil tecnócrata, producto de la élite de las relaciones exteriores). Harris triunfó por decantación, pero también por sus propios méritos. Hace un año era una de las principales favoritas en la carrera por la nominación, pero su ambigüedad ideológica, su trayectoria polémica como fiscal y su pobre campaña electoral le privaron del reconocimiento partidario demasiado pronto. Se ha recordado estos días hasta la saciedad la agresividad con que Harris asaltó la idoneidad de Biden mediante un ataque directo, a la yugular, en el primer debate de precandidatos. En efecto, el exvicepresidente quedó en evidencia, no tanto por su presunta falta de sensibilidad de hace décadas sobre la desigualdad racial, que Harris le imputó, sino por su ausencia de reflejos y su resignación ante la agresividad de un rival, algo que no se perdona en la política norteamericana.

La candidatura de Kamala, hija de padre jamaicano y madre india, vino impulsada por la poderosa corriente de las minorías raciales, que son cada vez más decisivas en el alma del Partido Demócrata. Pero no basta con esgrimir orígenes; al menos no en Estados Unidos: hay que acreditar actuaciones. De aquella niña Kamala, hija de inmigrantes a la que un autobús contra la segregación recogía cada mañana para asegurar su escolarización sin discriminación, a esta candidata del siglo XXI hay un abismo en forma de hoja de servicios muy tradicional como fiscal en San Francisco y California. Demasiado establishment para presentarse como un apóstol de la renovación.

Tras su prematuro fracaso como candidata, Kamala viró a la izquierda para sintonizar con los sectores más dinámicos del partido, defensores de una oposición sin cataplasmas institucionales al presidente más peligroso en la historia de América. Harris no ha hecho un viaje ideológico a la izquierda: se ha dejado impulsar por la dirección que lleva el viento. Con la inteligencia política y una pugnacidad discursiva que nadie le discute. Un vigor indiscutible (2).

Después de haber cargado de plomo las alas de Biden, y una vez que éste obtuviera la nominación del miedo a perder de nuevo, o del mínimo denominador común, Kamala se ofreció discretamente para formar parte del empeño por sacar a Trump de la historia. Y el candidato no se dejó cegar por el resentimiento: fiel a sus décadas de política pragmática, hizo virtud de la necesidad, pelillos a la mar y descalificaciones a la papelera. Kamala reunía lo que el libreto recomendaba como mejor opción, y ella debía ser, por tanto, la elegida. Ni siquiera hizo falta que la senadora se disculpara por aquel ataque lejano. Más honor para Biden, que ni siquiera se lo pidió. Pragmatismo disfrazado de generosidad. Por las dos partes (3).

Pero, si ha sido el pragmatismo y no la ideología o la vocación de cambio lo que ha impregnado la decisión sobre la número 2, ¿por qué la izquierda demócrata la ha aceptado con tan aparente docilidad? Muchos de sus portavoces coinciden en que la “maleabilidad” de Kamala no es un inconveniente, sino una oportunidad (4). Si la ocasión social lo propicia, la segunda de un Presidente Biden no se opondrá a un impulso progresista. Puede que trate de atemperarlo o canalizarlo, pero no lo combatirá. Sobre todo, si quiere preservar sus opciones como candidata en 2024, en caso de que la salud jubile a Biden. Y aún más, si Trump renueva su triunfo: será Biden quien pierda ahora, no ella.

La evolución demográfica empuja al Partido Demócrata hacia la izquierda. El consenso centrista se ha debilitado. Los republicanos lo han hecho trizas, pero no ahora, con Trump, sino desde el canto de sirena del tea party. El conservadurismo compasivo de W Bush fue ahogado por el impulso neocon. Las elecciones primarias demócratas de los últimos meses han confirmado este giro político. Los moderados siguen conservando el control de los caucus legislativos, pero la contestación de la base es cada vez más pujante. Que una recién llegada como Alexandra Ocasio-Cortez sea una de las estrellas de esta Convención demuestra la fortaleza de la izquierda. Por primera vez en generaciones, se habla de socialismo democrático en el Partido sin miedo a dejar rastro. Sanders puede ser un outsider, pero no sus ideas.

Kamala (nombre indio que significa flor de loto) deberá tener en cuenta esa tendencia si quiere ser una opción de futuro. Ya no vale sólo con ser mujer y afroamericana, condiciones que no se eligen, que vienen dadas. Hay que optar, hay que tomar decisiones políticas, no vale con no molestar, con buscar el centro. Ese papel ya está adjudicado a Biden, porque para eso ha sido elegido: para desalojar a alguien nefasto de la Casa Blanca, pero no para diseñar y construir el futuro. Por eso, la selección de Kamala Harris es también relevante: se trata de un relevo generacional anunciado. Sin saltos en el vacío. Para que las Ocasio-Cortez, el squad de vanguardia de las minorías combativas tenga algo que decir en su momento, hay que transitar por un sendero intermedio de cambios sin sobresaltos o derivas radicales

Los demócratas tendrán la oportunidad de definir la nueva generación, mientras los republicanos purgan sus pecados de la última década, con mayor o menor inteligencia, como ha escrito David Brooks con su agudeza habitual (5). Pero no está garantizado que lo consigan. Obama, visiblemente excitado por la selección de Harris, sabe mejor que nadie que ya no sólo se vive de símbolos, de estereotipos, de identidades raciales o de género. Ser el primer presidente afroamericano de la historia no cambió sustancialmente pautas sociales injustas en América. Ser la primera mujer negra que entra en la Casa Blanca tampoco es un salvoconducto para la transformación. Kamala Harris ha dotado a la candidatura de Biden de un vigor innegable. Pero, si los demócratas ganan el 3 de noviembre, contra todas las trampas políticas e institucionales de las elecciones norteamericanas, sólo habrá sido el principio de una marcha tan larga como la campaña por los derechos civiles iniciada cuando Kamala se subía a aquel autobús escolar.

NOTAS

(1) “How Joe Biden chose Kamala Harris as VP”. THE NEW YORK TIMES, 14 de agosto.

(2) “Kamala Harris’s nomination is a turning point for the Democrats”. RON BROWNSTEIN. THE ATLANTIC, 12 de agosto.

(3) In picking Harris, Biden makes history and plays safe”. DAN BALZ. THE WASHINGTON POST, 12 de agosto.

(4) “The big reasons Lefties aren’t upset about Kamala Harris”. ELAINE GODFREY. THE ATLANTIC, 12 de agosto; “The ambition of Kamala Harris will serve Kamala Harris”. JEET HEER. THE NATION, 12 de agosto.

(5) “What Will happen to the Republican Party if Trump loses in 2020”. DAVID BROOKS. THE NEW YORK TIMES, 8 de agosto.

LÍBANO: EL ABISMO

 12 de agosto de 2020

Las causas de la horrible doble explosión en el puerto de Beirut, que causó la muerte de 160 personas, herido a miles más y privado de sus casas a centenares de miles, tardarán en esclarecerse, si es que alguna vez se llega a saber lo ocurrido. El almacenamiento fraudulento e incomprensible, durante años, de 2750 toneladas de nitrato de amonio, un compuesto altamente volátil, ha evidenciado la quiebra del Estado libanés: descontrol oficial, información deficiente, falta de seguridad básica y descoordinación de los servicios públicos.

Desde octubre, se habían registrado intermitentes manifestaciones de protesta, como en Irak o en Argelia, ecos tardíos de la llamada “primavera árabe”. Pero Líbano presenta características peculiares que lo hacen especialmente insolvente. Carece de recursos naturales potentes y ha soportado el enorme peso de los huidos de la guerra de Siria, su otrora poderoso país. Lo que terminó por precipitar el colapso fue el derrumbamiento del sistema financiero y la ruina del tejido comercial, sus principales garantías de estabilidad durante décadas, incluso en los peores momentos de la interminable guerra civil (1975-1990).

La gestión bancaria y la política monetaria han sido asombrosamente incompetentes. La clase dirigente se entregó a prácticas ilegales o arriesgadas en extremo que terminaron arruinando al país y obligando a pedir un rescate financiero al Fondo Monetario Internacional, sin que de momento hayan concluido las negociaciones para obtener los miles de millones requeridos para el rescate (1). La divisa nacional ha perdido el 80 % de su valor y la pobreza alcanzará pronto a tres cuartas partes de la población. La pandemia había agravado la situación. La devastadora destrucción de la semana pasada en Beirut ha sido la puntilla (2).

El gobierno ha dimitido, pero no será suficiente para aplacar la revuelta social (3). Los ciudadanos no resisten ya la incuria del sistema político. No es algo reciente. Líbano se encuentra atrapado en un pacto comunitario y confesional de reparto de los puestos más altos del Estado, pero, por derivación, de toda la estructura de poder. Desde hace ocho décadas, los cristianos (maronitas: una rama local) tienen reservada la Jefatura del Estado y una serie de altos cargos en las instituciones; los musulmanes sunníes detentan la jefatura del gobierno y gran parte del entramado burocrático; los musulmanes chiíes, mantienen la presidencia del Parlamento y el dominio de gran parte de los órganos legislativos.

Este acuerdo resultaría aparentemente pacificador y previsor de conflictos mayores si no fuera porque ha generado un sistema extendida y profundamente clientelar. Los sucesivos intentos por modernizar la estructura de poder han resultado baldíos, cuando no han servido para afianzarlo bajo una falsa modernización. El sistema está arraigado en la herencia colonial y en la perniciosa influencia que las potencias vecinas han ejercido sobre el país.

Pero esta explicación esquemática no agota la caracterización de la profunda crisis libanesa. Líbano es uno de los países más complejos del mundo y, desde luego, de Oriente Medio. Las alianzas no siempre son naturales o responden a las fracturas religiosas o sectarias habituales en otros lugares. Ya ocurrió durante la guerra civil, cuando los sirios se aliaron con los cristianos para combatir y casi aniquilar a los palestinos, a los que antes había protegido. Las distintas facciones cristianas (nacionalistas, falangistas, tradicionalistas) pelearon entre sí encarnizadamente en procura de la hegemonía política en su comunidad y luego se dividieron aún más, cuando tomaron distinto partido ante la invasión israelí de los primeros ochenta, que algunas promovieron y otras contemplaron con creciente recelo.

La irrupción de la República Islámica de Irán modificó los equilibrios en toda la región, con especial impacto en Líbano. Las facciones chiíes tradicionales se vieron desbordadas por Hezbollah (Partido de Dios). En su triple dimensión de formación política, organización social y milicia combatiente, Hezbollah se fue convirtiendo no sólo en el principal actor de la vida nacional, sino también en el factor decisivo de la derrota de Israel, la primera después de décadas de éxitos militares en la región.

La fortaleza de Hezbollah alteró el alineamiento político libanés. Las injerencias externas modificaron definitivamente el panorama. Líbano ha sido un territorio muy activo en la pugna entre Arabia Saudí e Irán. El asesinato, en 2005, del entonces primer ministro, Rafik Hariri, se interpretó como una batalla más de ese conflicto externo. Una de las teorías que circulan estos días en Beirut es que la explosión del puerto fue provocada para retrasar la fase final del juicio por aquel asesinato, que debía tener lugar a mediados de este mes. Cuatro agentes de Hezbollah son los principales acusados, como supuestos agentes de Siria y de Irán.

En el campo sunní, dominado por las petromonarquías del Golfo, no siempre ha habido armonía. Sus líderes han sido intérpretes de los intereses de sus protectores. Lo cual no ha impedido episodios bochornosos, como la detención en Riad, durante varios días, del entonces jefe del gobierno, Saad Hariri (hijo de Rafik). Nadie se creyó la versión oficial (denuncia de un supuesto complot de los chiíes); más bien, los saudíes le habrían leído la cartilla para obligarlo a una mayor firmeza frente a Hezbollah. Difícilmente podía hacerlo y confirmó su dimisión.

En el liderazgo cristiano se han profundizado las diferencias. El actual jefe del Estado, el exgeneral Michel Aoun, es uno de los militares más galardonados del ejército. Nunca aceptó las presiones de Israel y mucho menos de Arabia Saudí. Al cabo, prefirió avenirse con las fuerzas proiraníes, a quienes le podía ofrecer su influencia en el estamento militar.

Paradójicamente, el reparto sectario del poder no se corresponde ya con las nuevas alianzas electorales intercomunitarias (8 de marzo y 14 de marzo, respectivamente), que pretenden ser intercomunitarias. Antiguos enemigos en la guerra civil son hoy aliados. Esta recomposición ha blindado a la clase dirigente y de la disidencia ciudadana no ha surgido alternativa funcional alguna.

Tampoco ha ayudado mucho Occidente. Washington se ha borrado de la región. Francia, el poder colonial, nunca ha renunciado a su influencia. Es curioso que Macron viaje a Beirut para exigir cambios profundos para favorecer la ayuda internacional, en un tono poco habitual en un dirigente extranjero (4), cuando París ha sido el principal garante internacional de ese reparto arcaico de poder y sigue apostando por un gobierno de unidad (5).

El presidente Aoun le reprochó a Macron su inapropiada injerencia y rechazó una investigación internacional sobre la catástrofe, insinuando que podría perjudicar el esclarecimiento de lo ocurrido. Reclamó las imágenes de satélite, quizás sabedor ya de que en ellas se podía apreciar en el cielo un elemento extraño (bomba, misil), segundos antes de las explosiones. Se ha interpretado que el jefe del Estado apuntaba a Israel, que habría ejecutado una operación encubierta de destrucción del material explosivo supuestamente almacenado por Hezbollah. Hassan Nasrallah, su veterano líder, ha negado cualquier relación con el nitrato de amonio. Pero es bien conocido que la milicia chií controla el puerto de Beirut desde hace años, aparte de otras infraestructuras básicas del estado.

Este relato sobre conspiraciones ficticias o reales y las discusiones sobre las responsabilidades de la catástrofe complicarán aún más cualquier fórmula de salida de la crisis. El malestar social irá en aumento y la presión exterior podrá jugar un papel determinante.


NOTAS

(1) “Lebanon as we know is dying”. STEVE A. COOK. FOREIGN POLICY, 30 de julio.

(2) “A big blow should lead to a big change in Lebanon”. THE ECONOMIST, 8 de agosto.

(3) “Lebanon’s government has resigned. That’s not early enough. ANCHAL VOHRA. FOREIGN POLICY, 10 de agosto; “Beirut’s deadly blast reignites anger against Lebanon’s ruling elite”. REBECCA COLLARD. FOREIGN POLICY, 5 de agosto.

(4) “Emmanuel Macron à la foule libanaise: ‘Je comprends vôtre colère’. LE MONDE, 7 de agosto.

(5) “Lebanon needs transformation, not another corrupt unity government”. HANIN GHADDAR. THE WASHINGTON INSTITUTE ON NEAR AND MIDDLE EAST, 11 de agosto.