2 de Noviembre de 2015
La
amplia victoria del AKP, el partido islamista moderado que encabeza Recep
Tayyip Erdogan, le permitirá contar con mayoría absoluta en el nuevo Parlamento, aunque no la suficiente para acometer sin apoyos externos una deseada reforma constitucional para reforzar los poderes
presidenciales.
El
resultado ha sorprendido a los observadores y desautorizado a los sondeos, que
predecían números más ajustados. El AKP, con un 49,3% del total de los votos
obtenidos, reunirá el 57,5% de los diputados,
beneficiado por la ley electoral que prima ligeramente a los partidos más
votados.
El
nuevo Parlamento reflejará el desplazamiento de votos desde la derecha
nacionalista radical (MHP), que ha perdido cuatro puntos, hacia el AKP. Los
republicanos de centro izquierda (CHP) repiten resultado (apenas pierden unas
décimas) y la alianza de kurdos y progresistas retrocede tres puntos y a punto
ha estado de quedarse fuera del Parlamento, si no hubiera superado el umbral
del 10%.
Estos
cinco últimos meses han constituido un ejemplo de manual de cómo inducir un clima
político propicio para favorecer soluciones de autoridad reforzada:
-un
resultado electoral sin una mayoría política clara en junio, por primera vez en
más de una década.
-indisposición
máxima de los actores políticos para forjar pactos estables de gobierno.
-efecto
directo de las guerras paralelas en el sur (Siria, Irak y antiterrorista
internacional):
-agudización
del sentimiento nacionalista turco, al elevarse el perfil kurdo por el apoyo
recibido de las potencias occidentales en la lucha contra el extremismo
islamista.
-emergencia
brutal de una nueva oleada terrorista, con especial impacto del doble atentado
del 10 de octubre en el centro Ankara.
-crecientes
dudas sobre la competencia y/o la voluntad de algunos aparatos del estado en la
prevención, vigilancia y control de elementos extremistas de diverso signo (yihadistas,
extrema derecha nacionalista y extrema izquierda kurda).
La
acumulación de todos estos elementos, de gran potencial desestabilizador cada
uno de ellos, preparaba el terreno para el éxito de un mensaje de fuerza. De
ahí que la oferta de Erdogan y los suyos a los electores turcos haya sido clara
e insistente: "estabilidad o caos". Naturalmente, la mitad de los
turcos, creen haber elegido lo primero.
¿Es
la estabilidad lo que espera a Turquía? Para Erdogan y sus seguidores,
estabilidad equivale a autoridad reforzada; es decir a férreo control del
proceso político y represión de las tensiones sociales. Acostumbrado a las
amplias mayorías y a afincado en un estilo de gestión que fomenta la
polarización, Erdogan sólo parece capaz de gobernar con mayoría absoluta: sin
compromisos, sin pactos. De ahí que cualquier escenario que no fuera exclusivamente
éste lo asimilara al 'caos'.
Y,
sin embargo, es razonable temer que la estabilidad que puede a priori
proporcionar esa autoridad reforzada genere más tensiones en la calle y en los
medios de comunicación no sumisos. Cada vuelta de tuerca de Erdogan provocará
resistencias, protestas, seguramente violencia y, en un clásico comportamiento
del ciclo, más pulsión autoritaria.
Los
sectores sociales que no aceptan el modelo de sociedad construido en la última
década larga por el islamismo moderado, o que no se han visto beneficiados por
el crecimiento económico, buscarán otras vías de expresión del malestar, como
ya ocurrió en 2013.
El
otro frente de inquietud, más apremiante incluso, lo constituye el denominado
'problema kurdo', ahora inevitablemente mezclado o confundido con la guerra
contra el extremismo islámico.
La
mayoría absoluta del AKP, con o sin reforma constitucional, propiciará una república más presidencialista. No será un cambio brusco. Erdogan ya ha ido socavando
la autoridad práctica del primer ministro reforzando el personal de la
presidencia y asumiendo actuaciones directas o indirectas.
Ese
desplazamiento de poder es especialmente visible en el terreno de la seguridad
interior y exterior, más que nunca interconectadas en el contexto actual. Erdogan
es el interlocutor absoluto de Occidente en la guerra contra el Daesh. Si en
meses anteriores, con una posición política más debilitada, ha puesto cara su
colaboración, es de temer que ahora eleve aún más el precio. Previsiblemente, pondrá
todo su peso en prevenir un mayor protagonismo de los kurdos sirios del YPG,
estrechos aliados de sus homólogos turcos del PKK, insistirá en sus demandas de
crear zonas seguras en el norte sirio y radicalizará su exigencia de derrocamiento
de Bashar el Assad.
En
definitiva, un Erdogan más fuerte no es una buena noticia para Estados Unidos y
sus aliados europeos, pero si para Arabia Saudí y los países árabes conservadores
que recelan de la estrategia norteamericana, en particular el acercamiento a
Irán. Más allá de las previsibles tensiones internas, la 'estabilidad' de la que Erdogan hace
bandera puede ser fuente de inquietud en una zona ya de por si convulsa.