FRANCIA: MACRON, PREVISIBLE PRESIDENTE DE UNA FRANCIA DISTINTA

24 de abril de 2017
                
Emmanuel Macron y Marine Le Pen competirán por la presidencia de Francia. Pero estamos ante un duelo prácticamente decidido de antemano. El candidato centrista tiene el triunfo en sus manos. Sólo un cataclismo difícil ahora de anticipar o errores muy groseros pueden apartarle del Eliseo. La ronda decisiva para el futuro inmediato de Francia no será la del 7 de mayo, sino el 11 y 18 de junio, cuando se celebren las elecciones legislativas.
                
EL APARENTE DUELO DE MAYO
                
Macron obtuvo el 23,9%, un resultado un poco por encima de las expectativas próximas al final de campaña, pero en sintonía con lo que se le atribuía durante las semanas anteriores. Es evidente que parte del electorado socialista no ha esperado a la segunda vuelta para otorgarle la confianza. El apoyo explícito recibido por ciertos dirigentes del PSF y del actual gobierno han condenado a la irrelevancia al propio candidato socialista.
                
Marine Le Pen se atasca una vez más. No hay que minusvalorar sus resultados. Ha superado en cuatro puntos sus registros de hace cinco años, pero de nuevo se pone de manifiesto que su base es tan firme como resistente su techo. El gran reto para la presidenta del Frente Nacional era haberse cobrado la victoria psicológica de quedar en cabeza este 23 de abril. No lo ha conseguido. Cada vez que Le Pen despunta, se dispara la reacción en su contra.
                
Ésta es precisamente la clave del sistema electoral francés: la consecución del voto ajeno y la gestión del rechazo. Y, en ese campo, Macron lleva una ventaja abrumadora a Le Pen. Seguramente insuperable. Según el fiable Centro de investigaciones políticas de Sciences Po, Macron ha sido, consistentemente, la segunda opción preferente de la gran mayoría  de los electores: optaban por apoyarlo el 35% de los votantes de Hamon, el 53% de los de Fillon y el 30% de los de Melenchon. Aunque no tuviera el respaldo de los seguidores de la izquierda insumisa, podría alzarse con la presidencia.
                
Le Pen, en cambio, sólo contaría, en el mejor de los casos, con el 21% de los votantes de los que ahora han apoyado a Fillon y los pocos que pueden proceder de la inicial preferencia por los candidatos marginales de la derecha soberanista o eurófoba. Insuficiente a todas luces para alcanza la horquilla de 18-22 millones (según la abstención) que necesita para ganar en la segunda vuelta.
                
LOS PERDEDORES
                
Los otros dos candidatos que contaban con posibilidades de pasar el corte han quedado casi empatados: apenas medio punto entre Fillon y Melenchon. El líder conservador se ha convertido en una figura trágica de la política francesa. Sostuvo la presidencia de Sarkozy, dando seriedad y rigor a un mandato errático y dominado por los escándalos de corrupción y las contradicciones políticas. Fillon parecía libre de esa plaga y, en cambio, ha terminado destruido por ella. Tenía mucha razón la noche del 23 de abril al comentar que la derrota histórica del gaullismo histórico era una derrota personal.
                
Melenchon puede estar razonablemente satisfecho. Hace unos meses nadie le hubiera otorgado estos resultados. Las expectativas algo infladas de los últimos días habían hecho a sus seguidores concebir esperanzas de un resultado aún mejor. Pero a Melenchon le pasa, en cierto modo, lo que a Le Pen: tiene un techo de acero. Más allá de erosionar el electorado del PSF y conquistar el abstencionismo juvenil, su margen de crecimiento es limitado. El voto obrero está, hoy por hoy, derivado al nacional-populismo del Frente Nacional.
                
El gran perdedor de las elecciones ha sido el PSF. En realidad, los socialistas no fueron derrotados ayer, con ese escuálido registro apenas del 7% obtenido por Benoît Hamon. La derrota socialista se ha incubado durante el quinquenato de Hollande. A fuego lento. La escasa consistencia del liderazgo presidencial, la torpeza en la gestión de los asuntos claves del mandato (políticas frente a la crisis, lucha contra el paro, inmigración, identidad o terrorismo) han hipotecado, quién sabe por cuánto tiempo, a los socialistas. Por no hablar de la tradición cainita del partido. El abandono de su propio candidato por parte de pesos pesados (y livianos) del PSF y del gobierno ha sido el corolario de un periodo lamentable del socialismo francés.
                
¿QUÉ CABE ESPERAR DE MACRON?
                
Asumiendo que Macron será presidente, ¿qué debemos esperar? Como alguien ha dicho, una especie de Giscard 2.0. Pero los años setenta ha quedado muy atrás. Lo previsible es un mandato moderado, de compromiso, de ambigüedad, de afirmación del modelo social, que puede resumirse en los siguientes fundamentos: fiscalidad favorable a las empresas, reducción del déficit, descarga del sector público, construcción europea sin erosionar más competencias nacionales, garantía de protección social pero revisada y controlada, nuevos logros en materia de derechos individuales, ambiguas invocaciones de renovación política, equilibrio en la tensión seguridad-libertad y defensa de los valores republicanos para afrontar la patata caliente de la inmigración sin tentaciones xenófobas pero con más firmeza que la preconizada desde la izquierda.
                
Macron gozará del capital político que supone haber llegado a lo más alto sin el respaldo inicial de las grandes maquinarias partidarias. Eso, que parecía tan difícil de conseguir, ha sido, en cambio, la palanca más decisiva. La clave del ascenso de Macron ha sido justamente presentarse como la superación del actual esquema político. Y, sin embargo, ahora va a necesitar a los viejos partidos, incluso al más erosionado por la crisis, para gobernar.
                
Por supuesto, Macron aspira a consolidar su nuevo partido, ¡En Marcha! Pero las elecciones legislativas que deben proporcionarle un sustento imprescindible en la Asamblea Nacional y un gobierno estable son en junio. Por mucho efecto positivo que arrastre su presumible victoria en mayo, tendrá que cortejar a conciencia a las mismas grandes formaciones lesionadas por su ascenso.
                
El apoyo más claro de Macron proviene de la dispersa cantera del centrismo, que François Bayrou, el eterno segundón de la política francesa, sólo congrega parcialmente.  Macron deberá contar con buena parte de los social-liberales del PSF. El dilema socialista es pavoroso. Si hay una transferencia masiva de dirigencia y militancia hacia el macronismo, el porvenir del partido puede quedar definitivamente condenado.  La alternativa, un apoyo crítico de la derecha, puede tener un alto precio para Macron. Pero Los Republicanos también se enfrentan a una disyuntiva delicada:  mantener vivas sus opciones de regresar al poder sin pactar ni acercarse a la oposición dura que se espera del Frente Nacional.


GRAN BRETAÑA: THERESA MAY VUELVE A DEMOSTRAR SU “FLEXIBILIDAD”

19 de abril de 2017
                
En seis meses, cuatro elecciones de gran trascendencia en Europa. Hasta hoy, tres ya programadas: Holanda, Francia y Alemania. Desde hoy, una convocatoria adelantada y hasta cierto punto sorpresiva: Gran Bretaña. Como es legalmente preceptivo, el Parlamento le ha autorizado este miércoles para adelantar, en tres años, las elecciones, a celebrar el 8 de junio.
                
El significado de esta última cita electoral puede resumirse así:
                
1.- Sorpresa sólo a medias. Ciertamente, la premier May había dicho públicamente en varias ocasiones que no pretendía adelantar elecciones. Pero casi nadie terminaba de creerlo. Las elecciones anticipadas eran muy apetecibles para ella. En medios políticos se trabajaba con esa hipótesis. Hoy es una realidad.
                
2.- El manejo del calendario. May dice que las negociaciones con Europa exigirán un mandato político renovado y fuerte. La distracción que supone cualquier elección parecería un inconveniente o una contradicción, pero la primera ministra ha leído bien el calendario. Al cabo, hasta después de las elecciones alemanas de septiembre no se empezará en serio a negociar. Mejor aprovechar este tiempo neutralizado para hacer caja electoral y mejorar la actual mayoría parlamentaria (sólo 17 diputados).
                
3- Una personalidad cambiante. Este cambio de discurso no es una novedad en la trayectoria de May. La segunda primera ministra en la historia británica ha demostrado que es muy flexible con sus principios. Defendió la permanencia en Europa, pero se apuntó enseguida a la salida, codificado en su lema: Brexit means Brexit. Nada de revisiones, adaptaciones o medias tintas.
                
4.- Plus de legitimidad. La decisión de Theresa May tiene dos caras. La cara pública, la que ella ha presentado a la opinión pública parece sólida. La jefa del gobierno no ha sido elegida en las urnas. Tras la dimisión de su antecesor, David Cameron, correspondía al grupo parlamentario mayoritario elegir al candidato para encabezar el nuevo gobierno. May obtuvo un respaldo muy sólido de los tories. Pero a cualquier primer ministro británico le termina incomodando que le recuerden que no ha ganado unas elecciones. Le pasó a Major cuando relevó a Thatcher o a Gordon cuando reemplazó a Blair. 
                
5.- Cálculo político. La otra cara, la cara oculta, o la que May nunca admitirá en público, tiene que ver con las razonables previsiones de ajuste del mapa político. Todos los sondeos anticipan una victoria aplastante de los conservadores, casi más por debilidad de los oponentes que por fortaleza propia. Veinte puntos de ventaja en la mayoría de las encuestas constituyen una tentación demasiado grande para ignorarla. May quiere ir a por todas.
                
6.- Un frente interno fiable. O eso parece. Pero en política lo imprevisible siempre está al acecho. May cuanta con la confianza de la mayoría de su partido, pero los brexiteers duros le exigirán compromisos firmes, claros y contundentes antes de otorgarle su apoyo; los disgustados o abatidos por la retirada de Europa han dejado de creer en ella, son jarrones chinos y tienen poco predicamento.
                
7.- Debilidad extrema de los laboristas. Nada indica que el otro gran partido del país, el Labour, se encuentre en disposición de presentar batalla al plan de ‘landslide victory’ (“barrida”) acariciado por May. Los laboristas viven en estado de desunión profunda y sobre todo ruidosa. Los moderados no han aceptado nunca el liderazgo de Corbyn y pueden ver en estas elecciones una oportunidad estupenda para acabar con él, presumiendo su estrepitoso fracaso. Si los laboristas obtienen los peores resultados desde 1918, como pronostican algunos sondeos, a Corbyn le será imposible mantenerse al frente del Partido. Curiosamente, Corbyn se manifestaba ayer favorable al adelantamiento electoral. No parece elegante suponer que, en el fondo, está deseando liberarse de su responsabilidad. Es un hombre de principios claros y firmes, con independencia de que sean acertados o no. Siempre ha dicho, y ayer lo repitió, que Gran Bretaña necesita más justicia social, y eso pasa por un cambio de gobierno.
                
8.- El pálido recuerdo del europeísmo. Tampoco los liberal-demócratas presentan unas credenciales más saludables. Fueron los únicos que de forma casi unánime defendieron la permanencia en la UE, con ajustes más o menos formales. El viento sopla muy en su contra y no han terminado de purgar su corresponsabilidad en el gobierno de Cameron. Es difícil que el electorado más moderado del laborismo les escoja como alternativa. Y aunque así sea, necesitarían un vaciado del apoyo laborista en su favor, porque la ley electoral les penaliza de manera escandalosa.
                
9.- Neutralización de los eurófobos. Tampoco parece que May tenga mucho que temer electoralmente del UKIP. La escisión ultraeurófoba de los tories se erigió en promotora del Brexit, pero parece estar agonizando de éxito. Los conservadores les han vencido en la rentabilización de la iniciativa anti-europea y la pesada mochila del sistema electoral les penalizará muy severamente.
                
10.- El riesgo nacionalista. Éste es el principal desvelo de May. Que los nacionalistas escoceses refuercen o simplemente mantengan su presencia en Westminster. La jefa del gobierno autónomo escocés ya le ha reprochado a May su posición cambiante y ha vaticinado que su decisión constituye un grave error de cálculo. Quizás no lo piense, pero es un arma política eficaz. Con el adelantamiento electoral, Sturgeon elimina las escasas resistencias interna a un nuevo referéndum de independencia (indyref-2).

                 

ERDOGAN, PRESIDENTÍSIMO: LAS CLAVES DE SU PROYECTO AUTORITARIO

17 de abril de 2017
                
El presidente Erdogan ha conseguido el triunfo en el referéndum constitucional que consagra la conversión del sistema político en una República presidencialista, con poderes ejecutivos reforzados para el jefe del Estado, menos competencias para el Parlamento y disminución de la autonomía judicial.
                
El SI se ha impuesto por un 51,37% de los votos. La oposición ha pedido un recuento ante la sospecha de manipulación de papeletas. En las tres grandes ciudades del país ha ganado el NO, incluida Estambul, la cuna política de Erdogan. De cumplirse el calendario previsto, Erdogan podría continuar en la cúspide del poder hasta 2029. Éstas son las principales claves del referéndum.
                
1) A Erdogan le vale el estrecho margen del 3%. Será inútil especular con la debilidad del régimen turco, sólo porque el resultado no sea “plebiscitario”. Los estrategas de Erdogan se habían fijado el objeto de un 60% de votos afirmativos. Pero eso fue hace semanas. Durante la campaña (técnicamente hablando: la real empezó en julio, si no antes), las expectativas se fueron corrigiendo. A la baja. En los días previos a la consulta, ya se manejaba este resultado: tres puntos. Por tanto, misión cumplida.
                
2) No habrá transición ni demora. Ya lo dijo el primer ministro adjunto, Numar Kulturmus, hace un par de semanas: “las resistencias al proyecto presidencialista se agotarán con el triunfo del sí”. No pocos observadores creen que el pacto con el MHP, el partido de los ultranacionalistas conservadores, para observar una transición no se cumplirá. El círculo de colaboradores más próximo a Erdogan considera el sistema político actual como un fardo del que es preciso librarse cuanto antes (1).
                
3) La oposición, neutralizada. El referéndum acrecienta la impotencia de la oposición. El profesor turco afincado en Estados Unidos, Soner Cagaptay, lo expresa con precisión: “la brecha entre los bloques de la oposición es, a veces, mucho más amplia que la brecha entre estos bloques y el AKP [el partido gubernamental]” (2). Las sospechas de fraude pueden alentar cierta convergencia, pero seguramente sólo temporal.
                
4) La purga puede detenerse. Es una hipótesis que no debe relacionarse con un reflejo de “generosidad” del régimen o como una prueba de fortaleza. Simplemente, el Estado turco puede estar rozando el límite de las depuraciones. La eliminación de miles de puestos en la administración, en las instituciones, en todos los ámbitos de la vida civil, social y cultural es tan amplia que ya no hay fieles reputados para cubrir los puestos vacantes. (3) No se trata de una una suerte de amnistía. A los purgados les espere un periodo largo de amargura. Pero quizás haya llegado la hora de parar. Salvo que salten las alarmas, por ahora difícil de anticipar.
                
5) El Ejército, a la espera. A muchos sorprende que las Fuerzas Armadas no hayan bloqueado a Erdogan, como hicieron con otros dirigentes civiles mucho antes de que se hicieran tan poderosos. La respuesta parece clara: el Presidente ha aprovechado la “limpieza” para destruir la penetración de los partidarios de Gulen en los cuarteles. Los militares no constituyen un bloque monolítico. Erdogan se ha aprovechado de las divisiones internas para afianzar su poder sin atentar en absoluto con el poder militar. De momento, el pacto funciona.
                
6) Los interrogantes de la nueva construcción institucional. El cambio constitucional aprobado este 16 de abril obligará a una revisión de las reglas de juego de casi todos los aparatos del Estado, como explican los profesores Ekim y Kirisci (4). La Justicia es uno de los más importantes. Hay una resistencia relativamente activa, a pesar de las purgas. Pero los nuevos mecanismos de selección, elección, revisión y sanción de los funcionarios judiciales, de arriba abajo, obligarán a una recomposición, política y funcional. Será una lucha sorda, con poca repercusión en los medios. Pero muy dura, sin duda.
                
7) El discreto y condicionado apoyo de las fuerzas religiosas. Erdogan se ha mostrado muy hábil en su empeño por socavar las raíces secularistas del Estado kemalista. Ha sabido evitar los errores de partidos islamistas predecesores del AKP, e incluso los suyos propios que estuvieron a punto de echarlo de la política para siempre. Las fuerzas religiosas están tan divididas como la oposición. Como dice el orientalista Zarcone, las cofradías respaldan al presidente, pero no todas comulgan con su ambición de poder, o no todas con el mismo convencimiento (5). La división que se observa en ellos se traslada a su propio partido, el AKP. Aunque nadie se atreve a cuestionar al gran líder, muchos de sus principales dirigentes no se privan de decir, con discreción, que no entienden esta reforma constitucional.
                
8) La guerra de Siria, prueba de fuego. Erdogan tendrá que encajar el “nuevo Estado”, o el nuevo ordenamiento del Estado, al tiempo que gestiona un panorama exterior complejo, con repercusiones directas en el orden interno. La guerra de Siria seguirá condicionando el tratamiento del problema kurdo. Cualquier solución que implique una partición del país o un incierto periodo de transición alimentará las pretensiones de un semi-estado kurdo entre Turquía y Siria. Si Estados Unidos sigue confiando en las milicias kurdas para terminar de derrotar el Daesh en Siria, Ankara acrecentará su nerviosismo. O si Trump se decide a acabar con el régimen de Assad, resuelto el desafío yihadista, y eso supone prolongar la alianza con los kurdos, Erdogan se verá obligado a plantarse y tratará de reforzar su utilitaria colaboración con Moscú.  
                
9) ¿Adiós a Europa? La deriva autoritaria aleja a Turquía de Europa. Parece una obviedad, a tenor del discurso hostil y casi desafiante de Erdogan en las últimas semanas, con provocaciones directas dirigidas hacia Alemania u Holanda. Se teme en Europa que, si las cosas en el Kurdistán se deterioran, el mega-presidente fuerce la restauración de la pena de muerte. En ese caso, ha advertido Juncker, se acabaron las negociaciones. Es una declaración retórica. En la práctica, no hay negociación que valga desde hace tanto tiempo. “Erdogan necesita más enemigos que amigos”, sostiene Cagaptay. Y Europa cumple los requisitos apetecidos por el Erdogan más que cualquier otro agente externo.
                
10) Los límites del venenoso culto a la personalidad. Erdogan sigue siendo popular, pese a todo lo ocurrido antes y después del 15 de julio. Las clases populares, medias y bajas, lo siguen viendo como un defensor de sus intereses, en proporción mayoritaria. Eso casi nadie lo discute, incluidos sus críticos o sus enemigos (no tiene rivales). Pero su éxito ha estado ligado a una coyuntura económica favorable, que se deteriora a ojos vista, y eso explica también que se haya debilitado su apoyo popular.  Si refuerza la presión autoritaria para atajar estas vías de agua, se eleva el riesgo de alejarse de las masas. Todavía más peligroso es que opte por un discurso providencialista, del que ya hay no pocas señales. En la campaña se permitió compararse con el Profeta, al manifestar, antes unos estudiantes rendidos a sus encantos, que igual que Mahoma eludió a sus perseguidores en la hégira (la huida de La Meca a Medina), él se libró de los militares que quisieron detenerlo o matarlo la noche del golpe, sin duda gracias a la inspiración divina.


NOTAS

(1) “Référendum à quitte ou doublé para le président Erdogan. MARIE JEGO. LE MONDE, 13 de abril

(2) Entrevista en THE CIPHER BRIEF, 3 de abril.

(3) “Inside Turkey´s Purgue”. SUZY HANSEN. THE NEW YORK TIMES, 13 de abril.

(4) “The turkish constitutional referéndum, explained”. SINAL EKIM y KEMAL KIRISCI. BROOKING INSTITUTION, 13 de abril.

(5) Entrevista en LE MONDE, 14 de abril.





TRUMP SE APUNTA A LA GUERRA

7 de abril de 2017

La decisión de atacar al régimen de Siria, por primera vez desde el comienzo de la guerra en 2011, supone un cambio en la política observada por Estados Unidos hasta la fecha. Trump no sólo rompe con Obama sino consigo mismo, con sus declaraciones, sus planes y su retórica. ¿Estamos a un giro permanente o más profundo? Cuestión imposible de contestar en una administración como la presente. No obstante, se pueden presentar las siguientes consideraciones básicas, a esta hora:
                
1) Trump actúa y luego piensa. O mejor dicho, piensan sus asesores y colaboradores. En este asunto y en otros más sensibles y menos sensibles. No es descartable que otro cambio de humor o el agotamiento del efecto emocional (los niños agonizantes en el hospital sirio) lo devuelvan a posiciones más cínicas.
                
2) Los militares marcan el paso. Los asesores en quienes Trump parece haber puesto el control de la crisis son el Consejero de Seguridad, Mc Masters, y el ministro de Defensa, Mattis. Los dos son militares. Al peculiar aislacionista Trump le va la marcha militar, así que nada que pueda sorprender.
                
3) Los diplomáticos brilla(rá)n por su ausencia. Ni el Secretario de Estado, Tillerson, ni  la embajadora en la ONU, Haley, lo son. Ni se espera de ellos gran protagonismo. El primero es un hombre de negocios; la segunda, una política sureña de origen indio, con ambiciones. El número dos de Obama en el Departamento de Estado, Anthony Blinken, ha respaldo la lluvia de Tomahawks, pero pide ahora “una diplomacia inteligente”. No es probable que ocurra.
                
4) Los aliados europeos respaldan el ataque. París y Londres han apoyado la decisión de Trump, aunque los franceses con lenguaje más medido. Pero si este método unilateral muy del gusto del actual inquilino de la Casa Blanca continúa, aparecerán grietas. Trump desprecia a la ONU e ignora las reglas de conducta internacional. Se mueve por instinto y por impulsos.
                
5) Israel y Arabia Saudí aplauden con entusiasmo, ansiosos por un cambio de política de Washington en la región. Netanyahu ya ha insinuado que otros posibles frentes de crisis (Irán, claro, y Corea del Norte), mientras se burla de la legalidad internacional autorizando nuevos asentamientos en la Palestina ocupada, aunque no con la amplitud y el descaro que le exigen sus socios más extremistas. Los saudíes desearían que este giro de Trump fuera más lejos, que propiciara un reverso en la guerra de Siria, la caída del régimen de Assad y, por tanto, un revés muy importante para Irán. Y de propina, luz verde para seguir cometiendo atrocidades en Yemen, con la excusa del apoyo iraní a los houthies.
                
6) La ruina de la carta rusa. El ataque pone en peligro uno de los pilares de la pseudo política exterior de Trump. El Kremlin se temía hace tiempo que el presidente no era tan buena opción, después de todo. Si todo se queda en un exabrupto bélico, Putin hará como si nada. Pero si la Casa Blanca apuesta seriamente por el cambio de régimen en Siria, se acabará la luna de miel. ¿Tendrá Putin algo con que “convencer” a Trump de que no le conviene hacerlo?

                
7) Las armas siempre apagan otros ruidos. Nada mejor que una crisis militar para desviar la atención. Trump no ha cumplido aún cien días y su mandato ya es un desastre. Acumula fracasos (ordenes ejecutivas sobre inmigración y contrarreforma sanitaria, etc.), su equipo de gobierno es una jaula de grillos, las sospechas sobre la complicidad con las interferencias rusas en el proceso electoral aumentan, los conflictos de intereses de su familia siguen sin resolverse y la inconsistencia de su mandato es alarmante.               

SIRIA: “CRIMEN DE GUERRA”, INDIGNACIÓN E INCONSISTENCIA

5 de abril de 2017
                
Una nueva ceremonia de la confusión está servida. Gobiernos occidentales, grupos de asistencia humanitaria y medios han denunciado un supuesto ataque con armas químicas, realizado por la aviación del gobierno sirio en Jan Sheijun, una localidad de la provincia noroccidental de Idlib, bastión de los rebeldes desde el comienzo de la guerra, hace seis años. La cifra de víctimas contabilizadas se acerca a 70, entre ellas una docena de menores. Pero las asistencias sobre el terreno creen que podrían superar el centenar, o incluso más.
                     
Muchos datos cruciales sobre lo ocurrido están aún por confirmar y las versiones son contradictorias, como suele ocurrir. Sin embargo, algunas de las potencias occidentales ya han solicitado la convocatoria urgente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y han señalado al régimen sirio como responsable de esta última atrocidad.  Se supone que se dispone de datos para realizar tales afirmaciones. Pero lo único que se sabe públicamente es que la aparición de síntomas de ataque con agentes químicos surgió poco después de un ataque aéreo en la zona, y sólo el régimen y Rusia disponen de ese armamento.
                
El gobierno de Damasco ha negado rotundamente su autoría y dirigido las acusaciones hacia los rebeldes. Rusia, por medio de su Ministerio de Defensa, ha ofrecido otra explicación, que exculpa al gobierno sirio, su protegido en el conflicto: los aviones del régimen habrían bombardeado una instalación en la que los rebeldes yihadistas que controlan Idlib producen y almacenan las armas químicas, provocando la liberación de estas sustancias.
                
La provincia de Idlib es un pandemónium en el que dominan las fuerzas yihadistas vinculadas con la franquicia de Al Qaeda y otras autónomas de esta histórica organización, pero también controlan ciertos sectores otros grupos sectores rebeldes más “moderados”, es decir, lo que suele asimilarse a posiciones pro-occidentales. El Daesh no tiene presencia allí.
                
Hasta aquí lo que sabe, o lo que se dice que se sabe, o lo que interesa que se sepa. La experiencia nos enseña que en este tipo de guerras (en casi todas, en realidad), la primera información que circula no es necesariamente certera, imparcial u honesta. Siria es un ejemplo abrumador de esta constante. Pero mientras esperamos confirmaciones fidedignas, hay otras consideraciones que resulta muy oportuno no evitar. Empecemos por la “indignación” que este “episodio químico” ha provocado.
                
Gran Bretaña y Francia lideran la protesta occidental. Ya han dinamizado mecanismos de la ONU para pergeñar una resolución del Consejo de Seguridad que condene en términos muy duros al régimen sirio. Se espera que París y Londres aporten las supuestas pruebas de su autoría. Ya puede anticiparse el destino de esa resolución: no será aprobada, por el veto de Rusia, que opondrá una versión distinta, expuesta más arriba, y seguramente el de China, que mantiene posiciones ultraconservadoras en estos casos. Todo según el guion habitual.
                
Más interés tiene la posición norteamericana. Naturalmente, Trump se ha sumado a la denuncia, ha señalado al régimen de Assad como responsable de lo sucedido y ha insinuado vagamente la exigencia de responsabilidades al manifestar que “el mundo occidental no puede dejarlo pasar”. Pero el interés está en los detalles.
                
Vamos acostumbrándonos a la cacofonía de la actual administración. Hasta el punto de que ya no sorprende ni siquiera las contradicciones e inconsistencias, porque han alcanzado un punto de aburrida cotidianeidad. El inefable presidente, obsesionado por su antecesor, ha tuiteado un mensaje en el que hace Obama responsable de que el régimen sirio se encuentre en condiciones de realizar ataques de este tipo. Recuerda Trump el incumplimiento del compromiso de la línea roja, como era de esperar. Pero lo que no dice es que, en 2013, cuando el anterior presidente estuvo considerando la respuesta tras el ataque con armas químicas en las afueras de Damasco, él mismo, que entonces no era oficialmente candidato a la Casa Blanca, recomendó al entonces presidente no intervenir, porque esa opción sólo iba a complicar más las cosas. Entonces, la alineación de Trump con las posiciones rusas era casi total; ahora, depende del momento: porque lo esconde o lo disimula, o porque duda, o porque ni siquiera sabe cuál debe ser su posición.
                
No es ésta la única inconsistencia en Washington. El secretario de Estado, más afín a las posiciones habituales de Estados Unidos, y sobre todo mucho, mucho más prudente que su jefe en sus comportamientos, se ha sumado a la línea oficial franco-británica, en fondo y forma, incluso en la culpabilización del Kremlin, al manifestar que “Rusia e Irán tienen también una gran responsabilidad moral por estas muertes”. Pero Tillerson no irá más allá. No será él quien de las instrucciones de actuación en la ONU a la embajadora Haley, sino Trump, o tal vez sus subsidiarios preferentes, el ideólogo Bannon o el yernísimo asesor, Kushner.
                
Se intuye lo que, pasado el fragor de la indignación, pueda hacer la administración. Hace unos días, el portavoz de la Casa Blanca admitió que “el régimen sirio es una realidad que tenemos que aceptar” y reiteró que la prioridad para Washington seguía siendo acabar con el Daesh y el terrorismo islamista. Esta posición mantiene vivo el entendimiento con Moscú. Puede pensarse que este zig-zag de Washington es táctico u oportunista, pero quizás sea trate sólo de la inconsistencia que caracteriza a la actual administración.
                
La “indignación” europea tiene otras coordenadas y otras fragilidades. Los europeos han sido más coherentes frente al conflicto sirio y han repartido responsabilidades entre el régimen de Assad y los yihadistas que le combaten. Pero han sido mucho más inconsecuentes en los paliativos de las consecuencias de la guerra. No hace falta recordar aquí el vergonzoso fracaso de la protección de los desplazados (mal llamados refugiados, porque la mayoría no lo serán y nunca lo serán). La desunión, el “oportunismo humanitario”, los cálculos electoralistas y otras plagas políticas y mediáticas han desautorizado moralmente a la UE.
                
Este último episodio atroz en Siria coincide con la Conferencia de donantes, que se celebrará durante dos días en Bruselas. La ocasión servirá de altavoz a la retórica solidaria, pero lo cierto es que Europa tendrá que rendir cuentas del incumplimiento de compromisos anteriores. De los 4.000 millones prometidos en conferencias anteriores, sólo se ha desembolsado una décima parte o poco más. Más de la mitad de la población siria se ha visto obligada a abandonar sus hogares. La mayoría, más de 13 millones, pena por territorio sirio arrasado. Los que han huido del país y se acercan, más o menos, a nuestras fronteras europeas son menos de la mitad que los anteriores, aunque concitan un mayor interés mediático. Cada día más débil, por cierto: la fatiga de la compasión.

                
Una última consideración. ¿Puede ser casualidad la coincidencia de este último episodio químico con la Conferencia de Bruselas? ¿A quién beneficia más el inevitable eco mediático? ¿Puede ser el régimen tan torpe como para atacar con agentes químicas en vísperas de una cita internacional sobre Siria? ¿Hay desavenencias o falta de control en Damasco? ¿Puede estar buscando la oposición, y qué oposición, un nuevo repunte de la presión contra Assad? ¿Es realista hacerlo? Muchas incógnitas, pocas respuestas, demasiada propaganda por todas las partes. La indignación es fútil cuando la desinformación y la hipocresía dominan la escena.