7 de abril de 2017
La decisión de atacar al régimen
de Siria, por primera vez desde el comienzo de la guerra en 2011, supone un
cambio en la política observada por Estados Unidos hasta la fecha. Trump no
sólo rompe con Obama sino consigo mismo, con sus declaraciones, sus planes y su
retórica. ¿Estamos a un giro permanente o más profundo? Cuestión imposible de
contestar en una administración como la presente. No
obstante, se pueden presentar las siguientes consideraciones básicas, a esta
hora:
1)
Trump actúa y luego piensa. O mejor
dicho, piensan sus asesores y colaboradores. En este asunto y en otros más
sensibles y menos sensibles. No es descartable que otro cambio de humor o el
agotamiento del efecto emocional (los niños agonizantes en el hospital sirio) lo
devuelvan a posiciones más cínicas.
2)
Los militares marcan el paso. Los
asesores en quienes Trump parece haber puesto el control de la crisis son el
Consejero de Seguridad, Mc Masters, y el ministro de Defensa, Mattis. Los dos
son militares. Al peculiar aislacionista Trump le va la marcha militar, así que
nada que pueda sorprender.
3)
Los diplomáticos brilla(rá)n por su
ausencia. Ni el Secretario de Estado, Tillerson, ni la embajadora en la ONU, Haley, lo son. Ni se
espera de ellos gran protagonismo. El primero es un hombre de negocios; la
segunda, una política sureña de origen indio, con ambiciones. El número dos de
Obama en el Departamento de Estado, Anthony Blinken, ha respaldo la lluvia de Tomahawks, pero pide ahora “una
diplomacia inteligente”. No es probable que ocurra.
4)
Los aliados europeos respaldan el ataque.
París y Londres han apoyado la decisión de Trump, aunque los franceses con lenguaje
más medido. Pero si este método unilateral muy del gusto del actual inquilino
de la Casa Blanca continúa, aparecerán grietas. Trump desprecia a la ONU e
ignora las reglas de conducta internacional. Se mueve por instinto y por
impulsos.
5)
Israel y Arabia Saudí aplauden con
entusiasmo, ansiosos por un cambio de política de Washington en la región.
Netanyahu ya ha insinuado que otros posibles frentes de crisis (Irán, claro, y
Corea del Norte), mientras se burla de la legalidad internacional autorizando
nuevos asentamientos en la Palestina ocupada, aunque no con la amplitud y el descaro
que le exigen sus socios más extremistas. Los saudíes desearían que este giro
de Trump fuera más lejos, que propiciara un reverso en la guerra de Siria, la
caída del régimen de Assad y, por tanto, un revés muy importante para Irán. Y
de propina, luz verde para seguir cometiendo atrocidades en Yemen, con la
excusa del apoyo iraní a los houthies.
6)
La ruina de la carta rusa. El ataque
pone en peligro uno de los pilares de la pseudo política exterior de Trump. El
Kremlin se temía hace tiempo que el presidente no era tan buena opción, después
de todo. Si todo se queda en un exabrupto bélico, Putin hará como si nada. Pero
si la Casa Blanca apuesta seriamente por el cambio de régimen en Siria, se
acabará la luna de miel. ¿Tendrá Putin algo con que “convencer” a Trump de que
no le conviene hacerlo?
7)
Las armas siempre apagan otros ruidos.
Nada mejor que una crisis militar para desviar la atención. Trump no ha
cumplido aún cien días y su mandato ya es un desastre. Acumula fracasos
(ordenes ejecutivas sobre inmigración y contrarreforma sanitaria, etc.), su
equipo de gobierno es una jaula de grillos, las sospechas sobre la complicidad
con las interferencias rusas en el proceso electoral aumentan, los conflictos
de intereses de su familia siguen sin resolverse y la inconsistencia de su mandato
es alarmante.
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