24 de octubre de 2018
El
caso Khashoggi se ha convertido en el caso MBS (el acrónimo del príncipe
heredero saudí Mohammed Bin Salman). Después de dos semanas de mentiras,
versiones insostenibles, disimulos, hipocresía, desconcierto y cinismo, parece
claro que el asesinato del periodista crítico Jamal Khashoggi fue perpetrado
por oficiales saudíes, con el conocimiento, consentimiento o mandato de altos
mandos del reino. Quienes, está por dilucidar (1).
El
cerco se estrecha cada vez más sobre el hombre fuerte del país, el hijo del Rey
Salman (bin Salman), heredero del trono por designación de su padre, apartando
a otros miembros de la familia que le predecían en el escalafón (2). El
príncipe ha trabajado tenazmente con gobiernos, empresas y medios occidentales
para ganarse el dudoso apelativo de “renovador” o “reformador”, por sus planes
de liberalización económica (Visión 2030), que pretenden superar el monocultivo
petrolero para convertir al Reino en una potencia regional de largo alcance. En los terrenos social y cultural, ha querido ofrecer una tímida
y cosmética apertura, permitiendo conducir a las mujeres y abriendo centros de
esparcimiento.
Pero
mientras se empeñaba en amplificar esos modestos avances, MBS se entregaba a
una purga sin precedentes de opositores, rivales y presentidos enemigos, y se
enzarzaba en aventuras internacionales calamitosas (Yemen) o riñas torpes con Qatar
y Canadá (3). Ahora, la más que probable responsabilidad, directa o indirecta,
en el asesinato del periodista renegado
confirma su condición de auténtico “príncipe de las tinieblas”.
Khashoggi
era un hombre cercano a palacio que se alejó del régimen por distintas razones,
se afincó en Estados Unidos y sermoneaba a sus antiguos patrones con artículos sobre
libertad de expresión y derechos humanos, como colaborador del Washington Post.
El periodista fue brutalmente asesinado por un equipo de unas 15 funcionarios
enviados a Estambul desde territorio saudí (algunos cercanos a MBS) con la
intención deliberada de acabar con su vida, según ha asegurado el presidente
turco, Erdogan. Son conocidos los detalles sobre sus últimas horas. Visitó el
consulado saudí para recoger unos papeles que habilitaran su segundo matrimonio y nunca salió de vivo de allí. Su cadáver habría
sido despedazado y sacado del edificio diplomático, en una secuencia digna de
película gore.
Las
autoridades saudíes, presionadas por Estados Unidos y la coalición de poderes
económicos a los que el caso ha picado como la sarna, trataron,
consecutivamente, de negar, esconder, esquivar, maquillar y blanquear los
hechos. La sucesión de versión circuló, en resumen, así: K. dejó el consulado y no sabemos dónde se encuentra; K. pudo tener
algún problema, pero desconocemos cuál; K. fue interrogado y por motivos que
aún no sabemos la operación se complicó y pudo resultar muerto; K. murió como
consecuencia de la acción particular, no oficial, de sus asesinos. Después de una sucesión tan sospechosa de
versiones, nadie se cree el relato oficial. Ni Donald Trump, que pasó de
proteger a sus amigos y socios a poner en duda sus informaciones y, finalmente,
a admitir su probable responsabilidad.
El
periodista ha conseguido más con su muerte que con las denuncias de sus últimos
años: desacreditar el sistema político de su país, blindado por los intereses
económicos, militares y estratégicos de Occidente y sus protegidos regímenes de
Oriente Medio (sin olvidar a Rusia y China, formalmente no aliados de la Corona
saudí, pero socios interesados, al cabo).
El
disidente es la última de las víctimas de un aparato de seguridad oscuro,
inescrutable. Arabia Saudí es un país represivo sin matices. Así es la naturaleza del régimen: familiar, absoluta,
feudal y nacional-religiosa. Como algunos analistas señalaban estos días, resulta
significativo el interés de la opinión
publicada por el caso Khashoggi haya sido mayor que el mostrado por la
suerte de miles de ciudadanos saudíes cuyos derechos y libertades son continua
y sistemáticamente cercenadas, por no hablar de los millones de yemeníes
condenados al hambre, el cólera o la desesperación, debido a la guerra
concebida e impulsada por el príncipe de
las tinieblas saudí (4). De nuevo estamos ante la información selectiva, la
personalización del relato. O, como se ha recordado recientemente, la máxima de
Stalin: un muerto es una tragedia; muchos son mera estadística (5).
Pero
hay otras víctimas que sangrarán menos o sufrirán de manera más funcional por
este acontecimiento. Son aquellas que se derivan de la consideración del caso Khashoggi
como algo más grave que un crimen, un irreparable error, según la máxima de
Tayllerand.
En
primer lugar, el propio régimen saudí, cuestionado con teóricas consideraciones
éticas, pero blindado por un campo de petróleo y un gruesa capa de dólares,
acciones e inversiones. Uno de los historiadores árabes del Reino, Madawi
Al-Rasheed, afirma que “el Rey Salman tiene que reemplazar a MBS para preservar
su reputación y evitar convertirse en un estado paria” (6). Simon Henderson,
uno de los más reputados conocedores occidentales del país, predice que “la
estabilidad que supuestamente iba a aportar al Trono el joven MBS parece ahora
prematura” y recorre el escalafón del Reino para presentar alternativas (7). Aún
es pronto, no obstante, para valorar el daño que este escabroso escándalo
causará en un sistema tan hermético y aparentemente inmune como el de la Casa
Saud.
Otra
víctima potencial puede ser, de alguna manera, Estados Unidos, el principal
protector/cliente de Arabia. En Washington no se esconde la inquietud, y no
sólo en la Casa Blanca. Sin duda, el presidente-hotelero ha sido el personaje
más acogedor del régimen saudí en los últimos tiempos. Inolvidable fue su viaje
a Arabia Saudí, el primero de su mandato, con gran aparato escénico y proclama
de venta multimillonaria de armas norteamericanas que en su mayor parte aún no
se ha ejecutado. Trump ha hecho todo lo posible para que el caso Khashoggi se
diluyera en un incómodo pero pronto olvido. Al final, cogido en la trampa, se
ha hecho el sorprendido o el indignado. Ha tratado de proteger su imagen y su
discurso cómplice. Y no menos a su yerno, Jared Kushner, una especie de
confidente del príncipe heredero (8).
Los
analistas de la política exterior norteamericana en Oriente Medio se han
mostrado, por lo general, severos sobre las consecuencias de este caso. David
Aaron Miller, investigador del Wilson
Center, y Richard Sokolsky, del Carnegie
Endowment, estiman que las
relaciones bilaterales están “fuera de control” y creen que consideraciones de
fuerza mayor (la hostilidad hacia Irán y otras razones estratégicas regionales)
mantendrán mal que bien esta alianza (9). Los principales diarios exigen una rectificación
clara de la actual Casa Blanca e incluso alguno
de sus analistas reclaman que se inicie o favorezca un proceso judicial
contra el protegido de Riad (10). Los líderes políticos críticos con los
saudíes desde el 11-S también reclaman cambio de timón, aunque algunos sectores
conservadores parezcan dispuestos a secundar una posible deriva del avestruz de
su combativo presidente.
En
todo caso, las relaciones diplomáticas o estratégicas estarán condicionadas por
los intereses económicos. Contrariamente a percepciones erradas o caducadas, la
cláusula de seguridad económica-energética que protegía al reino saudí del
escrutinio exterior hace tiempo que se debilitó, como sostiene la especialista Ellen
Wald, para quien Arabia es dependiente de Estados Unidos y no al revés (11). En
parecidos términos se expresan otros expertos. Estados Unidos exporta hoy
800.000 barriles de petróleo saudí, 600.000 menos que hace una década atrás, lo
que representa tan sólo el 5% de las compras de crudo (12).
No
obstante, esto puede que sea cierto es el caso de la energía, pero no en el
otros sectores. El Fondo de inversiones soberano saudí se eleva a 250.000
millones de dólares en títulos muy entreverados en la economía norteamericana.
El siempre exquisito Silicon Valley es un ejemplo. QUARTZ detalla las inversiones
saudíes en empresas puntocom de Eldorado tecnológico digital
californiano, superiores a los 6 mil millones de dólares (13).
En
Europa, sólo Alemania ha dado un paso al frente, cancelando la venta de armas a
Arabia Saudí. El gobierno español se resiste a comprometer los seis mil empleos
navales en la Bahía de Cádiz, si Riad retira su pedido de cinco corbetas. La UE
defiende una investigación internacional; es decir, se demora la respuesta.
Por
de pronto, muchas de las empresas han cancelado, por imagen sobre todo, su
participación en el Davos del desierto,
el gran encuentro económico-financiero a ejemplo del suizo, que MBS instituyó
para canalizar dinero y fortalecer la vinculación entre el gran capital
internacional y la economía saudí. Sus planes de modernizar el país pueden haber sufrido un duro golpe. Quizás. Pero
conociendo cómo funciona el mundo, lo más probable es que el caso Khashoggi sea
pronto historia, como tantos otros, mucho más graves y costosos en vidas
humanas. Es decir, cuando el periodista tornado disidente se convierta en un
número más de la estadística y haya dejado de ser expresión de una tragedia.
NOTAS
(1) “9 key
questions Saudi Arabia hasn’t answered about the killing of Jamal Khasshoggi”.
ADAM TAYLOR. THE WASHINGTON POST, 20 de octubre.
(2) “Not
his father’s Saudi Arabia. The Khassoghi affair reveals the releckness of MBS”.
DANIEL BENJAMIN. FOREIGN AFFAIRS, 19 de octubre.
(3) “The
myth of modernizing dictator”. ROBERT KAGAN. THE WASHINGTON POST, 21 de
octubre.
(4) “How a
journalist’s dead provoked a backlash that thousand of dead in Yemen did not”.
MAX FISHER. THE NEW YORK TIMES, 17 de octubre.
(5) “Why
one man’s disappearance capture the outrage and media attention that wat has
not”. PAUL FARHI. THE WASHINGTON POST, 18 de octubre.
(6) “Why
King Salman must replace M.B.S.”. MADAWI AL´RASHEED. THE WASHINGTON POST, 18 de
octubre.
(7) “Why does
Khashoggi’s murder tell us about Saudi power structure”. SIMON HENDERSON. THE
WASHINGTON INSTITUTE ON THE NEAR EAST POLICY, 22 de octubre.
(8) “The
Saudis are killing America’s Middle East policy”. STEVE COOK. FOREIGN POLICY,
22 de octubre.
(9) “The
US-Saudi relationship is out of control”. DAVID AARON MILLER y RICHARD
SOKOLSKI. FOREIGN POLICY, 12 de octubre.
(10)
“Here’s how the Saudi crown prince could face international justice”. JOSH
ROGIN. THE WASHINGTON POST, 22 de octubre.
(11) “Saudi
Arabia has no leverage”. ELLEN R. WALD. THE WASHINGTON POST, 18 de octubre.
(12) “Saudi
issues dire warnings against U.S. sanctions. But how much leverage do they
have? CLIFFORD KRAUSS y RICK GLADSTONE. THE NEW YORK TIMES, 16 de octubre.
(13)
“Silicon Valley is awash with Saudi Arabian money. Here’s what they’re
investing in”. MICHAEL J. COHEN. QUARTZ, 22 de octubre.