LA VEJEZ DEL SISTEMA

3 de julio de 2024

Para los exégetas del orden liberal, la semana ha sido un desastre. Biden protagonizó el peor debate electoral que se recuerda de un presidente norteamericano en ejercicio. En Francia, Macron fracasó en su desesperado e imprudente intento de movilizar a la ciudadanía contra una extrema derecha crecida. Hoy, ambos líderes occidentales están en la cuerda floja, amenazados por el auge impetuoso de un nacionalismo oportunista y xenófobo.

ÚLTIMA NOCHE EN ATLANTA

El calamitoso debate de Biden, organizado el pasado jueves por la CNN en su sede de Atlanta, ha generado “pánico” en el Partido Demócrata y en todos los medios y los editorialistas afines. Los dirigentes del Partido se han alarmado en privado, pero han sido más condescendientes en público. No se sabe sin por elegancia o por puro cálculo político. Esta prudencia contenida se ha reforzado al hacerse público que el Presidente no tenía la menor intención de dimitir y favorecer así la selección de un candidato alternativo. Durante el fin se semana se supo que familia y próximos a Biden son el motor activo de la resistencia. Biden está desnudo, pero ni él ni su séquito lo aceptan. La crisis apunta a convertirse en un tórrido serial político de verano, hasta la Convención de la tercera semana de agosto… y más allá, hasta el próximo debate, que está fijado para el 10 de septiembre. Fecha que se antoja demasiado alejada.

Que Biden, debido a su edad y a su estado mental, no estaba en condiciones de afrontar un duelo barriobajero y desagradable con Trump era algo de lo que se venía hablando ya desde su designación como candidato en 2020. Pero su triunfo diluyó artificialmente ese aprensión. Puede discutirse mucho sobre si la presidencia de Biden haya sido exitosa, como sostienen los demócratas y sus aliados y afines mediáticos, dentro y fuera de Estados Unidos. Pero los problemas derivados de su avanzada edad han persistido y se han agravado. El debate ha barrido con las estimaciones más positivas. Su semblante desconectado y boquiabierto, sus tropezones verbales, su lentitud en las respuestas a las mentiras incesantes de Trump resultaron una tortura para sus compañeros, seguidores, votantes y…. muchos de sus donantes (éstos se preguntan ya si tiene sentido seguir poniendo dólares en la cesta del Presidente).

Con la negativa del interesado y de su familia a retirarse se podía contar. Pero muchos se preguntan por qué los pesos pesados del Partido no son más sinceros o valientes. La respuesta oficial es que Biden puede esgrimir un balance muy positivo de su gobierno. Pero los ajenos a este cierre de filas no se lo creen ni por un segundo. La verdad reside en los reflejos de poder. Muchos dirigentes creen que, a estas alturas, las elecciones están perdidas, con Biden o con cualquier otro candidato, por mucho consenso que éste concitara (algo por lo demás dudoso). Por lo tanto, ¿qué sentido tiene quemar ese activo, que puede ser mejor empleado en 2028?  Ninguno, para los potenciales interesados; para la cohesión del Partido, poco o nada.

NO SÓLO ES LA EDAD

La edad es el factor pivotal de los apuros de Biden. Pero no es el único. Que pese a la evolución inquietante del Presidente, el Partido haya sido incapaz de explorar antes una solución alternativa es síntoma de la disfuncionalidad del sistema político, del que nos hemos ocupado reiteradamente. El mito de la democracia norteamericana no se sostiene. La gerontocracia en que se ha convertido el núcleo de poder político es un fenómeno que se ha ido reforzando. Pero el auténtico factor distorsionador es la falta de representatividad del sistema político, con índices de participación por lo general pobres, una opción electoral caducamente binaria, el abrumador peso del dinero en la edificación de las carreras políticas y la endémica falta de soluciones a problemas sociales, económicos y culturales.

Hace cuatro años, Biden se aseguró la nominación por ser el candidato de todos los postulados que concitaba menos rechazo de los votantes republicanos. De lo que se trató, entonces, fue de impedir la reelección de Trump: una opción negativa (evitar), no positiva (proponer). El desánimo se profundizó al elegir Biden como compañera de candidatura a Kamala Harris, que había sido una de las peores aspirantes del elenco demócrata. Bastó con que fuera mujer, y negra, para ser seleccionada. 

La izquierda del Partido y los centristas más dinámicos se sintieron defraudados. En los sectores progresistas de las clases medias y en las minorías raciales desplazadas en los enfoques y prioridades oficialistas puede residir la revitalización del Partido Demócrata, aunque lleve tiempo. La urgencia tacticista no lo permite. Este estrechamiento sociológico está sofocando las opciones de futuro sin por ello garantizar los réditos del presente. La noche de Atlanta no sólo destruyó la ya dañada imagen del Presidente: también puede ser el punto de ruptura en la deriva del Partido. 

El debate impulsa el regreso de Trump, lo que abona el discurso de emergencia, que sofocará cualquier consideración crítica. La bochornosa decisión de la mayoría del Tribunal Supremo, que garantiza inmunidad a las actuaciones de los presidentes en el ejercicio de su cargo es un elemento más de descomposición de esos valores que se proclaman como ejemplares al resto del mundo. Unos jueces seleccionados por los presidentes a su conveniencia se convierten en la tercera pata del gobierno, como se ha dicho a veces. Por todo ello, Trump no es una amenaza para la democracia: en puridad, es un producto de una democracia decadente.

FRANCIA: APUESTA FALLIDA

En Francia, asistimos al declive de otro líder político, para el cual no puede utilizarse el argumento de su avanzada edad. Al contrario, Emmanuel Macron es el alter ego de Joe Biden: un hombre joven, audaz, lleno de energía, dotado supuestamente de ideas transformadoras y capaz de aplicar reformas profundas, decían sus defensores.

Ni siquiera, en el caso de Francia, puede aducirse que el Partido también haya fallado, entre otras cosas, porque nunca ha cuajado del todo, desde que naciera como aparato de urgencia del emergente líder. En parte, es lógico. De Gaulle también se dotó de un partido instrumental que diera consistencia política e institucional a su liderazgo. Macron no ha tenido tiempo y ha cometido los mismo errores que el General, pero en muchos menos años.

La comparación, en todo caso, es equivocada. Vivimos momentos muy diferentes de la historia de Francia y en otro equilibrio geoestratégico. De Gaulle modeló un partido nacionalista conservador, no reivindicativo. Macron se ha enfrentado a un neonacionalismo rupturista, impulsado por reivindicaciones populistas e identitario que impugnan la estabilidad institucional de la V República. 

El joven Presidente francés no afrontó este desafío desde las viejas posiciones gaullistas, por considerarlas desfasadas, y con razón, sino de postulados liberales y aperturistas. Se quiso situar en un Centro imaginario: entre, de un lado, los dos nacionalismos (el conservador y el rupturista); y, de otro, las izquierdas moderada (reformista o socialdemócrata) y crítica (populista, poscomunista o radical, según se mire). Pero esta abstracción política, aparentemente muy clara para los analistas, no se ha correspondido con la orientación y el impacto de las medidas emprendidas. Macron, el centrista, no se ha comportado como el intérprete efectivo de las clases medias, frente a unas derechas defensoras de los ricos o de los más poderosos. La percepción general es que el Presidente ha gobernado en beneficio de los más favorecidos, esforzándose por no molestar demasiado a la clases medias y escasamente sensible a las necesidades de las capas populares.

Las desigualdades crecientes en Occidente desde los años ochenta, con el triunfo de la revolución política conservadora, primero, y del enfoque neoliberal socioeconómico subsiguiente, también sacudieron a Francia. Las capas medias han resultado perjudicadas y las populares se han quedado sin expresión política. Los socialistas se dividieron fatalmente tras su mala gestión de los efectos de la crisis financiera y social, entre 2012 y 2017. Macron se aprovechó del hundimiento del PSF, con el que colaboró en el Gobierno, y de la larga -pero profunda- decadencia de los posgaullistas, que fueron siendo cada vez menos nacionalistas y más neoliberales. La operación le alcanzó para cosechar un triunfo indiscutible en 2017. Pero el experimento reformista, al ritmo de un hiperliderazgo encantado con epatar, con presumir de adelantarse a los tiempos o de navegarlos con audacia, dentro y fuera de Francia, resultó extenuante y le dejó sin apenas margen de maniobra en 2022. 

Desde entonces, el deterioro social e internacional lo ha colocado contra las cuerdas. Estos últimos años, Macron ha ensayado muchas fórmulas para intentar corregir el rumbo. Ha sacrificado jefes de gobierno y ministros, ha jugado al progresismo ficticio y al conservadurismo ilustrado, a la exhibición de su inteligencia/competencia y a la corrección ulterior con dosis de paternalismo y condescendencia. A final, sólo le ha quedado “levantar una barrera contra la ultraderecha”, fórmula en absoluta novedosa que ya utilizaron en su día gaullistas y socialistas en sus distintos periodos de gobierno. 

Tras el varapalo anunciado de las elecciones europeas, Macron pareció jugarse el todo o nada para desactivar el desafío ultra, en otras de sus apuestas al límite. A pesar del incremento de veinte puntos en la participación, no lo ha conseguido, aunque el resultado de su partido (20,8%) haya sorteado la temida catástrofe terminal. Sólo dos candidatos macronistas han obtenido escaño en primera vuelta (frente a 39 el RN y 32 el Nuevo Frente Popular), y ninguno se encuentra en primer lugar en el ballotage del próximo domingo. Después de meter en el mismo saco del extremismo al RN y a la izquierda unificada, el presidente y su joven primer ministro (sedicente heredero), han tenido que solicitar la colaboración de ésta última para una formar la “unidad republicana” contra el RN. Un giro más en el discurso cambiante del Eliseo. Sus aliados más escorados a la derecha, como el exprimer ministro Philippe (un exgaullista), han discrepado de esta nueva consigna y no desistirán en favor de un “insumiso”. Los Republicanos (antiguo partido gaullista) se rebelaron contra la alianza de su derechista lider, Éric Ciotti, con el RN, pero tampoco se han unido al “frente republicano”.

La izquierda ha aceptado retirar a sus candidatos con menos posibilidades de ganar para apoyar al quien pueda competir mejor con el lepenista de turno. El líder de LFI, Jean-Luc Melenchon fue el primero en proponer ese “frente republicano”. Pero nadie se atreve asegurar que todos los votantes acepten disciplinadamente las consignas. Al final, se han registrado 221 desistimientos y se opondrán al RN 159 candidatos del NFP y 133 de la mayoría presidencial, según el diario LE MONDE.

HACIA OTRO CAPÍTULO DE LA CRISIS

El futuro es incierto. Aún si la izquierda consigue ser la principal minoría en la Asamblea Nacional, continuará la crisis en que se encuentra sumida Francia desde 2022. La cohabitación entre un presidente de centro que ha gobernado como hubiera hecho cualquiera de derechas y un jefe de gobierno de la izquierda reunificada pero no cohesionada se antoja conflictiva desde antes incluso de establecerse. No será fácil la designación del candidato para liderar el ejecutivo y mucho más complicada se prevé la aceptación de un Presidente que ha dado sobradas muestras de egolatría. 

La extrema derecha puede ser alejada de “las puertas del poder”, gracias en gran parte a un sistema electoral que le perjudica. Pero no le importa mucho. Es consciente de que sólo le vale el poder completo. Sus líderes ya han dicho que que no aceptarán dirigir el gobierno si no consiguen la mayoría absoluta el 7 de julio. Mientras tanto, asistirán al continuo desgaste de la V República, con la vista puesta en las presidenciales de 2027.