2 de Julio de 2015
La
Canciller alemana, Ángela Merkel, y el primer ministro griego, Alexis Tsipras,
aparecen ante la opinión pública europea como dos rivales casi irreconciliables.
Hasta cierto punto lo son. Y, sin embargo, paradojas de la política, comparten
una presión similar: conciliar sus principios y la presión de sus respectivos partidos
y electorados con su responsabilidad como dirigentes internacionales que
detentan cierto liderazgo en la defensa y promoción de visiones ideológicas
diferentes.
TSIPRAS,
EN SU LABERINTO
Ante
el bloqueo de las últimas semanas en las negociaciones para evitar el impago al
FMI, el primer ministro griego se encontró en un callejón sin salida. Su
disposición a negociar, demostrada durante los últimos meses, no le había
reportado los frutos esperados. Los acreedores no le dieron lo que necesitaba
para poder convencer a su partido de la necesidad de aceptar renuncias. Tsipras
se vio entre la espada de la troika y la pared de Syriza.
Sólo
una jugada audaz le podía permitir recuperar la iniciativa. Creyó encontrarla
sometiendo a referéndum las condiciones europeas para liberar el último tramo
crediticio. Pero su comportamiento de los últimos días ha sido confuso y
contradictorio. La propia pregunta puede resultar incomprensible para muchos
ciudadanos griegos. Y sus pretendidas garantías de que un rechazo de las
condiciones europeas no significa la salida del euro no han resultado
convincentes, porque la falta de un marco jurídico preciso provoca
incertidumbre. El remate final ha sido su intento de última hora, ya convocado
el referéndum, de aceptar el paquete de la troika con "algunas
modificaciones". El desdén europeo ha sido humillante.
Tsipras puede creer que ha efectuado una
brillante maniobra política. Pero contrae un riesgo enorme. Si lo gana, si
triunfa el NO a las condiciones de los "acreedores que quieren humillar al
pueblo griego", se vería empujado a un camino incierto, plagado de
peligros. No está garantizado que Grecia pueda seguir en el euro si no se
reconducen las negociaciones, aunque tampoco puede asegurarse lo contrario.
Quizás
no sea maquiavélico pensar que Tsipras puede gestionar mejor el SI. Su
honestidad política no habría quedado comprometida, aceptaría el veredicto del
pueblo, dimitiría y convocaría elecciones. Se presentaría entonces como el
mejor garante de los intereses populares y nacionales, para encarar una nueva
ronda negociadora con los acreedores. Y si perdiera los comicios anticipados,
podría construir, de nuevo desde la oposición, una alternativa con garantías, en
espera de que la situación mejore y pueda tener de nuevo opciones de poder en
un contexto más favorable.
EL
DILEMA DE MERKEL
En el otro lado del escenario público donde se
representa la crisis aparece Europa. Pero sobre todo Alemania, el gran gigante
implacable dispuesto a someter a la pequeña Grecia a sus condiciones,
arrastrando al resto de sus socios continentales, si es preciso. Al frente de
esta fuerza estaría la Canciller Merkel, como expresión máxima de la villanía. Esta
visión, aunque contenga cierta verdad, resulta un poco simplista. Ni Alemania
es la única que presiona, ni Merkel es la más desalmada de los dirigentes
políticos europeos.
Naturalmente,
pocas dudas pueden tenerse sobre la firmeza de la Canciller germana. Pero
quizás se hayan cargado las tintas sobre su persona. Estos días hay abierto un
debate en Alemania sobre las actitudes ante la crisis griega y posibles
alternativas para salir del atasco.
En
lo fundamental, reina un acuerdo absoluto. Grecia es considerada la principal
responsable. Y el actual gobierno de Atenas es blanco de fuertes invectivas por
su empeño en derivar la culpa hacia los acreedores. Pero la mayoría de los
ciudadanos griegos y europeos no están tan al cabo de los matices.
Resulta
de particular interés lo que parece estar ocurriendo en el interior del
principal partido alemán, la Unión Cristiano-Demócrata (CDU). Corren rumores
cada vez más intensos sobre desavenencias notables entre la Canciller y su
Ministro de Finanzas, Schäuble. (1).
Ángela
Merkel, consciente de imagen cada vez más áspera de Alemania en Europa, intenta
equilibrar su dureza en los principios con su obligación de estadista. Ante
todo quiere prevenir el 'Grexit' (la salida griega del euro) porque sabe que
podría ser un golpe político tremendo para el proyecto europeo. En esta
sensibilidad no parece acompañarle su ministro de Finanzas, quien no ha tenido
problemas en declarar que para estar en un club hay que cumplir las normas, sin
excepciones ni indulgencias. Wolfgang Schäuble mantiene una línea aún más dura que Ángela
Merkel con respecto a Grecia. No le importa frisar la incorrección. O la
provocación. Durante uno de sus recientes encuentros en Berlín, se permitió regalar a Varufakis
unos euros de chocolate. Para calmarle la ansiedad, vino a decir.
Discapacitado
físico por un atentado sufrido hace 25 años, Schäuble es un líder natural para
muchos cargos altos y medios de su partido. Un escándalo de financiación
irregular al término del mandato de Kohl le cerró las puertas del liderazgo.
Fue obligado a detentar puestos secundarios, pero sólo en apariencia. Merkel
nunca hubiera llegado a la cumbre sin su consentimiento. Algunos medios alemanes
sostienen que Schäuble, a sus 73 años, está dispuesto a echarle un pulso a su
jefa si ésta flojea frente a Grecia. Su poder no es desdeñable, porque controla
el grupo parlamentario democristiano, sin el cual cualquier acuerdo con Grecia
es inviable. En la escena política alemana apunta la sombra de Thatcher.
La
dureza de Schäuble reposa en un hecho fundamental: la defensa del contribuyente
alemán. DER SPIEGEL ha efectuado un estudio que cifra en 84 mil millones de
euros el coste que podría tener para la Hacienda alemana una suspensión total
de pagos de Grecia. En todo caso, algo improbable y de efecto diferido hasta
más de la mitad del presente siglo (2).
Los
socialdemócratas, socios menores en el gobierno, no quieren parecer más tímidos
en la defensa de los trabajadores alemanes. La dirección del SPD ha sido incluso
más asertiva que la propia Canciller en la denuncia de lo que se considera como
maniobras propagandistas de Tsipras y Varufakis. El vicecanciller y líder
socialdemócrata, Sigmar Gabriel, ha llegado a acusar al gobierno griego de
aprovechar la crisis "para forzar un cambio de funcionamiento de la zona
euro acorde a sus visiones ideológicas y políticas" (3).
En
definitiva, la lógica de los intereses nacionales se impone sobre una visión
común. Como ha denunciado estos días THE GUARDIAN, el diario británico más
europeísta, en la crisis griega "está en juego el proyecto europeo
mismo" (4).
(1) "Brewing conflict over
Greece: Germany's Finance Minister mulls taking on Merkel". DER SPIEGEL,
12 de Junio.
(2) "Germany faces billions
in losses if Greece goes bust" DER SPIEGEL, 30 de junio.
(3) LE MONDE, Crónica de su
corresponsal en Berlín, 1 de julio.
(4) THE GUARDIAN, Editorial, 1 de
julio.