31 de octubre de 2018
El fantasma de la
violencia ultraderechista asoma de nuevo en las sociedades occidentales, cada
vez con mayor presencia y tonos más amenazadoras. Los sucesos de este verano en
Alemania, algunos incidentes con población inmigrante en Italia, episodios
inquietantes en Brasil, a lomos de una campaña virulentamente envalentonada del
exitoso militar filo golpista Bolsonaro; y, ahora, los últimos actos de
violencia y terrorismo en Estados Unidos así lo indican.
TRUMP, O EL ODIO COMO
RECURSO
Empecemos por el último caso.
La matanza de feligreses judíos en una sinagoga de Pittsburgh remató una oleada
de envíos de bombas artesanales a políticos, medios y otras personas de
notoriedad social, críticos con Trump.
El inquilino de la Casa Blanca
se ha mostrado, como es habitual, inconsistente en sus comentarios y condenas. Acompaña
palabras de compasión y aparente firmeza contra la violencia con tuits que alientan,
incitan o justifican todo lo contrario. Y peor que eso, anuncia decisiones plagadas
de intolerancia, prejuicios y racismo.
Algunos expertos consultados
por el corresponsal del diario británico THE GUARDIAN, denuncia que Trump ha
alentado esta violencia esta violencia racista con sus proclamas irresponsables
(1). De poco importa que su yerno sea judío (y su hija, por voluntad de consorte),
porque discrimina a los miembros de esa comunidad por la simpatía que
demuestran hacia él.
En parecidos términos se
han expresado los editorialistas de los principales diarios norteamericanos (2).
Casi todos ellos resaltan la hipocresía de la presencia de Trump en Pittsburgh para
homenajear a las victimas del supremacista blanco autor del odio atentado en la
sinagoga. Se ha recordado profusamente estos días cómo el lenguaraz presidente igualó
a manifestantes antirracistas y violentos militantes supremacistas tras los luctuosos
incidentes del pasado año en Carolina del Norte.
Y mientras se desata la verborrea
presidencial, sigue creciendo la violencia racista, que se ha cobrado en
Estados Unidos un numero similar de victimas (alrededor del centenar) al de los
extremistas islámicos desde el 11 de septiembre.
De ahí que proceda hablar de terrorismo de ultraderecha (3)
Más ultrajante ha sido su
decisión de enviar a más de cinco mil soldados a la frontera con México ante la
eventual llegada de la caravana de migrantes procedentes de los países
centroamericanos. Esta medida, a todas luces desproporcionada y carente de la mínima
lógica en términos de seguridad, refuerza el relato trumpiano de que la caravana ha sido infiltrada por supuestos individuos
naturales de Oriente Medio, agentes del yihadismo,
que tendrían la intención de atentar en el país (4).
Trump completó la semana el cuadro anunciando una
orden ejecutiva que modificaría el derecho automático a la ciudadanía
norteamericana que asiste a cualquier persona que nazca en territorio nacional.
Lo que equivaldría, según algunos expertos jurídicos, a una vulneración de la
decimocuarta enmienda de la Constitución (5).
Estos disparates políticos
y legales abonarían la tesis de que Trump no está capacitado para ejercer la
primera responsabilidad ejecutiva del país, si no fuera porque, en realidad,
sus decisiones, declaraciones y conductas responden, según ciertas estimaciones,
a un plan político meditado, por perverso que resulte.
EL IMPULSO DE LA VANIDAD
Con Trump casi nada está claro. Es evidente que él
no es un estratega de la extrema derecha nacionalista, pero sus proclamas tipo America first resultan gratas y
convenientes a esos grupos. Algunos asesores del inarticulado presidente
acreditan un historial poco dudoso, como Stephen Miller, autor de discursos e
inspirador de mensajes presidenciales, tras la despedida no suficiente
explicada de Steve Bannon.
Pero no conviene confundirse.
No es la nebulosa extremista quien mece la cuna del irresponsable comportamiento
presidencial. No pocos dirigentes del Partido Republicano alientan a Trump a
comportarse de esta manera, con la intención velada, pero transparente a su
pesar, de influir en las legislativas de la semana próxima (midterm electrions), en las que se augura
un triunfo bastante contundente de los demócratas, e incluso una presencia
inusitada de representantes de ala izquierda del partido en la Cámara de
Representantes.
También esta versión esta
sujeta a cuestionamiento. Hace unos días, el NEW YORK TIMES, crítico habitual
con esta Casa Blanca, apuntaba una aparente colaboración entre el jefe del ejecutivo
y los demócratas para sacar adelante ciertas propuestas electorales de Trump,
en particular el programa de infraestructuras (6). No sería necesariamente
maquiavélico este escenario. Trump ha demostrado no tener espíritu partidario
alguno, pero no porque combata el sectarismo, sino porque no le importa otra
cosa que sus intereses y su imagen. No es por ideología, sino por vanidad.
Por tanto, no es
descartable una exhibición errática de Trump, tras el 6 de noviembre,
gobernando, o más bien alardeando, a derecha e izquierda, en función
exclusivamente de sus cálculos electorales de 2020.
En esa labor a Trump no le
importa criar cuervos, o porque cree que pueden ser controlables, o por pura
irresponsabilidad. El advenedizo político cree sintonizar con un espíritu intolerante
arraigado en numerosos sectores de la población americana donde todavía no se
han cerrado las heridas de la guerra de secesión y con otras más recientes de
odio y violencia que afloraron en los sesenta del siglo pasado.
EPÓNIMOS POR DOQUIER
Estos peligros de aliento instrumental de la
extrema derecha cobran dimensión de alarma en Brasil con la victoria de Jair
Bolsonaro, que ha hecho del oportunismo el mejor aliado de su fanatismo cultural
e ideológico. La fórmula de mano dura contra la violencia en favelas y calles,
la persecución de chivos expiatorios y la agresión a las mayorías pobres y/o
empobrecidas desconcertadas o debilitadas ha obtenido el apoyo de la mitad
holgada de la población. En fin, un programa de gobierno divisivo y desequilibrado,
que podría generar tumultos sociales, en cuanto se empiecen a manifiestar las
consecuencias reales y no sólo retóricas o engañosas de su discurso.
También ha criado cuervos
la derecha institucional alemana, inconforme con el discurso compasivo de Angela
Merkel. Los últimos reveses electorales en Baviera y Hesse han obligado a la
canciller a arrojar la toalla con retardo. Ella misma se ha posicionado como “pato
cojo” de la política alemana y europea, cansada o quizás irritada por la “traición”
de sus propios correligionarios, que han cuestionado su liderazgo desde aquel “verano
de los refugiados”, en 2015. Ya nada será igual en Alemania, contaminada por el
virus nacional-populista, siempre expuestos a los peores fantasma de la historia
autóctona. La socialdemocracia se diluye en una creciente irrelevancia y la
derecha nacionalista corre el riesgo también de criar cuervos con su discurso
xenófobo. En fin, no estamos en los años treinta del siglo XX, pero se entiende
que la preocupación vaya en aumento.
NOTAS
(1) “Donald Trump’s rhetoric has stoked
antisemitism and hatred, experts warn”. DAVID SMITH. THE GUARDIAN, 30 de octubre.
(2) Trump embraces ‘wag the dog’
politics”. ADAM TAYLOR. THE WASHINGTON
POST, 31 de octubre.
(3) Tesis defendida por dos especialistas en terrorismo
islámico: PETER BERGER, en “The real terrorist threat in America. It’s no longer jihadist groups”. FOREIGN AFFAIRS, 30 de octubre; y por DANIEL
BYMAN, en “When to call a terrorist a terrorist”, en FOREIGN POLICY, 29 de octubre.
(4) “How Trump-fed conspiracy theories
about migrant caravan intersect with deadly hatred. JEREMY W, PETERS. THE NEW YORK TIMES, 29 de octubre.
(5) “The fourteenth amendment can be
revoked by executive order”. GARRET EPPS. THE
ATLANTIC, 31 de octubre.
(6) “How a democratic House can work
with Trump”. THE NEW YORK TIMES, 26 de
octubre.