TRES GUERRAS SOLAPADAS

27 de diciembre de 2023

La atención mediática se desplaza hacia otro foco potencial de conflicto internacional, derivado de la operación de destrucción israelí de Gaza y muerte masiva de los palestinos. El arsenal compasivo de las primeras semanas se agota o se asfixia por la prohibición israelí de ingresar en la franja, la extinción paulatina pero inexorable de los periodistas palestinos que trabajaban para los medios externos y la fatiga habitual en las coberturas bélicas. Las crónicas del dolor humano empiezan a diluirse en relatos rutinarios y repetitivos de hipócritas negociaciones diplomáticas, consistentes en blanquear las muertes y el sufrimiento, justificar las políticas criminales y alertar de otros peligros “mayores”.

TALÓN DE AQUILES MARÍTIMO

Uno de esos peligros es el estrangulamiento del comercio internacional en la estrategia arteria del Mar Rojo. Por ese segmento de la ruta entre Asia y Europa transita el 30% del comercio mundial, 7 millones de barriles de petróleo y 125 millones de metros cúbicos de gas diarios. Un grupo armado yemení, irrelevante hace apenas doce años, los houthis, pertenecientes a la secta local del credo chií (los zadíes), son aliados de Irán. De este país han obtenido armas, apoyo logístico y económico y orientación estratégica para desafiar -y en la práctica, derrotar- a las petromonarquías del Golfo Pérsico aliadas de Occidente. Tras una década de guerra brutal, los houthis se han convertido en la principal fuerza política y militar del Yemen, con capacidad para controlar el estrecho de Bab el Mandeb, enclave a través del cual el Océano Índico se convierte en el Mar Rojo.

Desde sus posiciones consolidadas en la costa yemení, estos combatientes han decidido dar réplica al aniquilamiento de Gaza, atacando con drones y misiles balísticos y de crucero a los barcos que transportan mercancías con destino a Israel. Lo cual no quiere decir que los objetivos sean propiamente barcos israelíes, debido a la intrincada identificación de los navíos mercantes en el tráfico marítimo internacional. En realidad, los houthis afirman extender su campaña a todos los Estados que ayudan, en cualquiera de sus formas, a los “sionistas”. Es decir, que el enemigo es buena parte del comercio internacional (1).

Y aquí es donde la inquietud o el malestar occidental por la masacre de Gaza se convierten en verdadera preocupación y exigen una actuación inmediata. Estados Unidos ha reorientado su despliegue militar en la zona, reforzado desde mediados de octubre, e intenta ampliarlo aún más con la creación de una de sus habituales “coaliciones internacionales”, para combatir a los díscolos houthis y “proteger la libertad de navegación y comercio” en el Mar Rojo.

No hay garantías, sin embargo, de que esta impresionante maquinaria militar vaya a conseguir resultados factibles o completos; de ahí que las principales navieras hayan suspendido sus rutas por esa arteria y activado las más larga y costosa, que se dirige hacia el sur de África, bordea el Cabo de Nueva Esperanza y toma rumbo norte hacia las costas europeas: es decir, la ancestral ruta marítima previa a la construcción del Canal de Suez enclave septentrional en el que resuelve el Mar Rojo antes de encontrarse con el Mediterráneo.

El analista militar Bruce Jones, de la Institución norteamericana Brookings, ha sintetizado para el gran público las tres opciones que EEUU tiene para “combatir los ataques houthis” (2). La primera es eludir el problema; es decir, cambiar la ruta, en el sentido que se ha mencionado más arriba. La segunda, atacar las bases de drones y misiles de los houthis. De hecho ya se está haciendo. Pero el éxito completo se antoja esquivo: si la acción militar se intensifica, no les sería difícil a los combatientes yemeníes ocultar su arsenal. Además, Irán tiene capacidad para reponerlo en tiempo no demasiado dilatado (3).

La tercera opción sería ampliar la “coalición”, lo cual tampoco parece muy venturoso. De hecho, ya han aparecido las primeras tensiones a causa de esta operación bautizada como “Guardian de la Prosperidad”. Algunos socios de Estados Unidos prefieren guardarse su panoplia para otros frentes más cercanos: los alemanes, el Báltico; los australianos, el Pacífico occidental. Otros no han mostrado especial disposición (caso de España, con las fricciones conveniente aireadas y exageradas por nuestros medios conservadores).

Cada uno de los renuentes tiene sus motivos, ya sea de política interna, de capacidad logística o de prioridad estratégica, pero el caso es que la proclamada “coalición internacional” tiene poco de coalición y su apelativo internacional se reduce al núcleo duro de los aliados de Norteamérica, O de países como Francia, con base propia en Djibuti, que tiene una motivación estratégica y de prestigio, muy lesionado éste tras su humillante retirada del Sahel.

UNA CARNICERÍA CASI OLVIDADA

Pero mientras estas escaramuzas bélicas alteran la navegación en el Mar Rojo, otra guerra más terrible y mortífera se desarrolla y recrudece tierra adentro de la orilla occidental, en Sudán. Este país (en parte, la Nubia del antiguo Egipto faraónico) tiene salida al Mar Rojo y un puerto clave para su economía en la localidad de Port Sudán. Desde abril de este año, dos facciones militares, la del Ejército oficial (SFA: Fuerzas armadas de Sudán) y la de los mercenarios de unas fuerzas especiales (RSF: Fuerzas de Apoyo rápido) están combatiendo a muerte y hundiendo al país en una pavorosa situación. Los muertos superan ya los diez mil. Casi siete millones de personas se han visto forzadas a abandonar sus hogares y la gran mayoría se encuentra en situación de lo que la ONU denominada “inseguridad alimentaria extrema”: o, sea, hambre (4).

Esta enésima guerra africana tiene poco o nada que ver con valores o disputas ideológicas. Responde, en realidad, a una lucha de ambiciones entre dos facciones militares que pretenden apropiarse del botín. Ambas fueron aliadas en la destitución del general proislamista Omar Bashir, un enemigo de Occidente desde que decidiera amparar a Osama Bin Laden a finales de los años noventa. Mantuvieron esa alianza para inutilizar al débil gobierno civil de transición, al que Occidente no se molestó en respaldar de forma eficaz, convencido de que una solución militar provisional podría ser más efectiva para conjurar el potencial regreso de los islamistas. Al final, el corral resultó demasiado estrecho para los dos gallos de pelea: el comandante en jefe del Ejército y presidente de facto, Abdel-Fattah Al-Burhan, y el líder de los mercenarios, general Mohamed Hamdan (aunque todos lo conocen por su apodo: Hemeti)

Pero, como es también norma en África, hay agentes externos implicados a fondo en la guerra. A Burhan lo apoya Egipto y; mientras que Hemeti está respaldado activamente por los Emiratos árabes y, lo que es más perturbador para Occidente, las milicias Wagner rusas. Con el paso de los meses, Sudán se parece cada vez más a Libia: otro monumento de la incompetencia occidental en África. Se acaba con un “dictador” enemigo y la única opción que termina imponiéndose es un caos de militares corruptos, milicias irregulares o mercenarios; al cabo,  todos ellos matones por igual. Las potencias regionales medias los manipulan o se sirven de ellos, permitiéndoles el aprovechamiento del botín más inmediato (5).

En este caso, Burhan, que se ha ido debilitando en los combates y perdido el control de la capital, Jartum, conserva el control del país agrario útil y el control de la ciudad portuaria de Port Sudán. Hemeti se ha hecho fuerte en torno a las minas de oro del oeste del país y está haciendo estragos en la región de Darfur, donde hace veinte años unas milicias antecesoras a las RSF (las de los Janjavid o jinetes) protagonizaron un genocidio de las tribus negras (no árabes) locales (6).

Las informaciones que nos llegan dificultosamente del país indican que se esta produciendo una segunda edición de aquellas matanzas de 2003, que tanta emoción provocaron en Estados Unidos, con la movilización de celebridades como Georges Clooney y otras.

Después de haber perdido el acceso seguro al Mar Rojo por su orilla oriental, la yemení, a los Emiratos les resultaría de gran valor que su aliado en la guerra del otro lado venciera a su enemigo y se hiciera con el control de Port-Sudán. Tal eventualidad, reactivaría la guerra en Yemen, con el objetivo de derrotar a los rebeldes houthis.

Washington se encuentra atrapado en esta red de contradicciones operativas y alianzas cada vez sometidas a mayor tensión y menor control. La Casa Blanca no parece capaz de embridar los intereses emiratíes. Como ya ocurriera en la guerra interna de Yemen, las urgencias de sus aliados regionales escapan parcialmente a su control, porque contravenirlas sin más pondría en peligro la estrategia mayor, que es el debilitamiento de Irán en la zona (7).

De todo lo apretadamente expuesto se deduce que en la zona hay en el momento presente varias guerras solapadas: la muy desigual y sangrienta en Gaza; la insidiosa y contenida en el Mar Rojo; y una tercera, brutal, despiadada y parcialmente subsidiaria en Sudán. A las que habría que sumar las dos latentes de Israel contra otros dos aliados de Irán: las milicias chiíes libanesas de Hezbollah y el régimen sirio.

Si la administración Biden se creía hace apenas tres meses descargada de apremiantes “obligaciones” en Oriente Medio, la realidad de los conflictos podridos le ha devuelto a la cruda realidad.

 

NOTAS

(1) “Rising pressure on Red Sea transit”. NOAM RAYDA. THE WASHINGTON INSTITUTE ON NEAR AND MIDDLE EAST, 22 de diciembre.

(2) “The West’s 3 options to combat the Houthis attacks”. BRUCE JONES. FOREIGN POLICY, 20 de diciembre.

(3) “Comment les houthistes ont développé leurs capacités militaires au Yemen”. COURRIER INTERNATIONAL, 20 de diciembre.

(4) “Sudan’s civil war triggers an ‘unimaginable humanitarian crisis’”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 9 de noviembre.

(5) “The War the World forgot”. ALEX DE WAALD y ABDUL MOHAMMED. THE NEW YORK TIMES, 4 de diciembre.

(6) “A genocidal militia is winning the war in Sudan”. THE ECONOMIST, 16 de noviembre

(7) “Washington tries to correct course on Sudan’s civil war”. ROBBIE GRAMER.FOREIGN POLICY, 20 de diciembre.

EL PACTO FÁUSTICO DE MACRON

20 de diciembre de 2023

Macron y su gobierno han conseguido aprobar en la Asamblea Nacional francesa su nueva ley de inmigración. El precio ha sido alto: su propio grupo parlamentario ha quedado dividido y herido, con votos significativos en contra y varias abstenciones, la dimisión de uno de los ministros (el de Sanidad), el malestar explícito de media docena más y una sensación de deslealtad con el proyecto político que llevó al liberalismo reformista al Eliseo. Alguien ha escrito que esta batalla política puede ser más dañina que la reforma de las pensiones.

No obstante, los demoscópicos aseguran que, contrariamente a aquella, la revisión legislativa que regulará y controlará el fenómeno migratorio y la vida cotidiana de las personas de origen foráneo en la Republica cuenta con el apoyo mayoritario de la población francesa. La mayoría -o la mayoría de la mayoría- ha jugado, por tanto, a favor de corriente. Quizás, pero en contra de sus principios o valores, se dice en los sectores críticos. Esos valores son, supuestamente, la humanidad, la universalidad de los derechos, la diversidad social y cultural, todos ellos herencia o desarrollo de los pilares constitutivos de la República fundacional de la Francia moderna: libertad, igualdad, fraternidad. Las grandes palabras que tanto encienden a los franceses. A la hora de la verdad, se impone una realidad más pedestre. En el caso de Macron, una flagrante contradicción con su inicial estilo rompedor, si ello era necesario para “hacer avanzar a Francia”. En su descargo hay que decir que en toda la Unión Europa ese el rumbo que se impone (1).

La nueva ley endurece las condiciones de vida de los inmigrantes, refuerza las medidas de control policial y administrativo, restringe el flujo migratorio con recetas represivas y limita derechos. Para acceder a prestaciones familiares o a la ayuda para vivienda, los inmigrantes tendrán que tener trabajo en el momento de la solicitud o demostrar residencia durante los últimos cinco años. Las condiciones para la reagrupación serán más estrictas. Se les relegará en el disfrute de otros servicios sociales, en aplicación del principio de la “preferencia de los nacionales”, y se criminalizará su condición bajo ciertas circunstancias agravantes (que podrán acarrear pérdida de la nacionalidad). En definitiva, se obviará su contribución a la riqueza y productividad de la nación. La eliminación de la atención médica del Estado ha sido excluida del texto, pero podrá ser incluida, en 2024, cuando se haga una actualización.

UN RECORRIDO LEGISLATIVO REVELADOR

El recorrido de esta ley ha sido azaroso. Y revelador. Un primer texto salido de la  Asamblea Nacional, ya un tanto restrictivo con respecto a las normas todavía vigentes, fue endurecido notablemente en el Senado debido a la mayoría de que goza en esta Cámara la derecha conservadora, cuya política en la materia difiere poco o casi nada de la que sostiene el partido xenófobo tradicional, es decir, el Reagrupamiento Nacional (RN), liderado por Marine Le Pen.

Los gaullistas fueron durante décadas partido habitual de gobierno, pero hoy han quedado reducidos a una fuerza de resistencia conservadora favorecida por su anclaje territorial en zonas sobrerrepresentadas en el Parlamento, merced a un sistema electoral desequilibrado. Estos conservadores fueron rebautizados por enésima vez por Nicolás Sarkozy, quién, pese a su filiación originaria gaullista, sumó a sus muchas ambiciones la de poner fin a la alargada sombra del General en la política francesa. La denominación escogida fue Los Republicanos (LR), ambigua no por casualidad. El nuevo nombre excluía el término Partido en virtud de su proclamada vocación de cobertura nacional y de adscripción a los valores fundacionales del Estado; sin olvidar un guiño de convergencia ideológica con sus homólogos norteamericanos.

Pero LR no sólo parecen haber asumido el olvido de De Gaulle, sino que han eludido la retórica etiológica republicana. Durante décadas, los conservadores proclamaban su distinción de la extrema derecha poniendo en valor los principios básicos de la nación. El triunfo de la facción más derechista en la última elección interna ha emborronado los límites entre las dos derechas. Como ocurre en gran parte de Europa. Y no sólo por cuestiones tácticas, por oportunismo electoral, o por exigencias de matemática parlamentaria. No hay grandes diferencias programáticas entre estos Republicanos y los nacional-identitarios.

Esta convergencia se ha visto confirmada en los debates de la Ley de Inmigración. Aunque Reagrupamiento Nacional dispone de apenas 3 senadores, las posiciones de Los Republicanos les complacía abiertamente. No tuvieron necesidad de agitar el barco desde las tribunas o las calles. La deriva legal cumplía en gran parte sus expectativas. Las organizaciones de defensa de los inmigrantes denunciaron en su momento que las enmiendas introducidas por la derecha “afectan a todos los derechos actuales”, “llevan la marca de las derechas extremas” e “integran todos los clichés posible sobre la inmigración” (3) .

Pero lo grave es que el Ministro del Interior, Gérald Darmanin, no fue muy combativo frente a la derecha conservadora, celoso de conservar en buen estado los puentes de un pacto ulterior, como se ha visto luego. Dijo que, cuando el texto endurecido volviera a la Asamblea, se limarían los aspectos más desagradables. Pero el requiebro tuvo corto recorrido. Como la izquierda no apoyó a la mayoría liberal, el Ministro se encontró entre la espada y la pared. En una votación previa, el texto suavizado fue rechazado. Darmanin presentó la dimisión... pero a Macron, no a la jefa de gobierno, Elisabeth Borne (dicen las malas lenguas que por riesgo a que le fuera aceptada). El presidente se negó a permitir la caída del Ministro e instó a una solución. El recurso al decretazo en esta ocasión había sido descartado de antemano.

Al final, la reglamentaria Comisión Mixta paritaria intercámaras (CMP) produjo un texto de consenso más cercano a las posiciones  conservadoras que a la liberales. Al cabo, el proyecto de Ley ha sido aprobado con una mayoría muy amplia (349 votos contra 186) , pero con los desgarros antes apuntados. Casi una cuarta parte de los diputados de la mayoría (50 de 251) no apoyaron el texto, votando en contra, absteniéndose o ausentándose de la sala. Y algunos de estos díscolos tienen un papel político relevante.

Pero, al cabo, el texto salió adelante con holgura. Ni siquiera hubieran hecho falta los 89 votos de la extrema derecha, que se sumó con proclamas de “victoria ideológica” al campo del . Para salvar la cara, algunos socios de Macron, como el presidente del MoDem, habían sugerido previamente  que la Ley quedara en suspenso si para su aprobación se hubiera precisado de los votos ultras. A Macron le satisfizo la idea, que encajaba con su retórica de no favorecer las opciones del RN. Pero el patrón de LR la calificó de “anomalía democrática”.

En todo caso, no todo está dicho. El Consejo Constitucional debe confirmar que la Ley no conculca la Carta Magna, como algunos señalan. La propia jefa del Gobierno, que ha defendido con su firmeza de libro habitual el texto, ha admitido que “compartía algunas dudas” sobre algunas de las disposiciones impuestas por la derecha (3).

LA PERSPECTIVA DE 2027

De momento, Macron ya tiene su Ley. Puede pensar que ha sofocado otro incendio, pero en realidad, ha colocado cargas explosivos en el edificio reformista. Su mayoría queda visiblemente resentida. La batalla presidencial de 2027, en la que él no será candidato, ha comenzado. El macronismo, como fuerza política inspiradora construida con retales, agoniza. Los liberales franceses tendrá que luchar muy mucho para mantener sus opciones en el centro-derecha.

El gran beneficiario de estas refriegas políticas podría no ser la derecha conservadora, sino el nacional-populismo. Marine Le Pen no sólo va como una flecha ante las elecciones europeas del próximo mes de mayo (siempre obtiene buenos resultados en esos comicios). Su ambición presidencial parece más sólida que nunca. Es de esperar que, en los próximos años, la otrora  agitadora de la política francesa siga limando sus aristas más incómodas y reforzando su alternativa de dirigente respetable.

Los recientes triunfos de Geert Wilders en Holanda y de Giorgia Meloni en Italia (aunque la filiación de ésta pertenezca a una veta ultra europea rival), se unen a las posiciones de gobierno conquistadas por sus afines en el norte del continente. Si se confirmase en septiembre la victoria de sus amigos xenófobos de la AfD en los länder orientales de Alemania, la estatura presidenciable de Le Pen podría ser irresistible. De ser así, el empeño de Macron de sacar adelante un legado legislativo propio “cueste lo que cueste” habrá tenido al aire metafórico del pacto de Fausto con el diablo.

 

 

NOTAS

(1) “Partout en Europe, les portes se referment”. COURRIER INTERNATIONAL, 25 de noviembre.

(2) “Du droit du sol à l’aide médical d’Etat: comment le Sénat a durci le projet de loi ”inmigration”. LE MONDE, 14 de noviembre.

(3) “Loi su inmigration: le texte adopté, crisis ouverte au sein du camp Macron”. LE MONDE, 20 de diciembre.

FATIGAS Y TEMORES ANTE LAS GUERRAS

13 de diciembre de 2023

En las puertas del invierno, las guerras que ocupan la atención internacional (Ucrania y Gaza) parecen abocadas a desenlaces dispares. Israel acelera la destrucción de Gaza en la confianza de que así podrá  destruir (casi) definitivamente a Hamas. Cueste lo que cueste: principalmente las vidas de miles de personas. Ya han muerto en esta guerra más palestinos que en todas las operaciones militares israelíes anteriores juntas en la franja. Y quedan, con seguridad, los días más terribles, por efecto de las bombas y tanto o más por la inanición, la deshidratación y las enfermedades de todo tipo, que el aniquilamiento de la infraestructura sanitaria impide atajar.  La catástrofe humana es la mayor del planeta en estos momentos, como denuncian la ONU y las entidades de ayuda sobre el terreno, completamente desbordadas e indignadas.

En Ucrania, mientras tanto, asistimos a un estancamiento militar desde hace semanas, con escasos movimientos en los frentes y la insistencia en operaciones de usura, de desgaste o de  destrucción de infraestructuras y amedrentamiento de la población civil.

La respuesta de la Comunidad Internacional ha ido evolucionando de forma desigual, en función de la duración y perspectivas de desarrollo de cada conflicto. Ucrania e Israel son socios estratégicos de Occidente, pero pueden volverse muy incómodos, si los conflictos en que están inmersos no entran en una vía de solución. Son crisis muy diferentes, pero sus consecuencias económicas se acumulan. La reducción de la dependencia de Rusia y la relativa solidez de los vínculos con los países árabes autoritarios ha relativizado el impacto energético. Pero no lo suficiente para ser indiferente a la prolongación o la complicación de ambos conflictos.

GAZA: TEMOR A LA EXTENSIÓN DEL CONFLICTO

EE.UU se ha convertido en copartícipe indirecto en la tragedia palestina, al brindar cobertura diplomática y militar a Israel, aunque intente endulzarlo con llamamientos a la moderación de su protegido (1). Le secunda una Gran Bretaña en su tradicional papel de escudero. Los estados europeos están divididos y, por tanto, reducidos a la impotencia o la negligencia. No pasan de pronunciamientos que Israel desprecia. Cuando la voz crítica es un poco más clara, caso de España, la respuesta israelí adquiere tono de fiereza diplomática. Por lo general, Europa, atrapa en la trampa del relato antiterrorista se cuida de no desairar en demasía a Israel.

Ante la carnicería de Gaza, no se detectan grandes tensiones en la avenida que conecta la Casa Blanca con el Capitolio, lo cual no quiere decir que no haya escaramuzas derivadas. Los ultras republicanos agitan la impostura del supuesto antisemitismo para desacreditar cualquier atisbo de crítica a la agresividad israelí. La dimisión forzada de la rectora de una Universidad de Pensilvania ha abierto una nueva caza de brujas: cualquiera que se atreva a cuestionar la manera en la que Israel protege su seguridad será tildado de antisemita, de pronazi o de algo peor, igual que en los años 50 todo aquel que se permitiera cuestionar la política ultraconservadora de la época era acusado de agente comunista y estaba abocado a la ‘muerte civil’.

La oposición a la política gubernamental no procede del extremismo republicano, sino de la base demócrata, mucho más a la izquierda, que ya no acepta fácilmente la desequilibrada política oficial norteamericana de las últimas siete décadas. Israel ha dejado de ser un tabú, pero todavía quema, y mucho, a quienes discrepan de la doctrina imperante.

En Europa, las hipotecas bélicas son siempre o casi siempre más pesadas y menos rentables. Como la pluralidad política es mucho mayor que en Estados Unidos, la instrumentalización de la crisis bélicas son más complejas de gestionar, y más en estos tiempos en que se ha quebrado el consenso centrista y el desafío de las fuerzas centrífugas es más notable. La extrema derecha, que en otros tiempos no sentía mucho aprecio por la causa israelí, se ha reposicionado a su favor. No es tan paradójico. La evolución se debe a la derechización que ha experimentado el estado sionista. Israel es hoy uno de los motores del nacionalismo más extremo. Los valores que atraían inicialmente simpatías del centro-izquierda han sido eliminados por políticas identitarias, racistas y de una agresividad sin disimulo contra los palestinos.

Las políticas de Estado proisraelíes en Alemania o en Francia, por ejemplo, se vieron en otros momentos compensadas con ajustes de acomodo hacia los estados árabes productores de petróleo y con una solidaridad hacia la causa palestina expresada en dádivas económicas. Ese equilibrio se hace ahora más difícil de mantener, tras los golpes del terrorismo islamista en suelo europeo y una menor dependencia del crudo procedente de Oriente Medio. En el imaginario de la ultraderecha se asimila a los árabes con un debilitamiento de la cohesión social y la seguridad  nacional y se culpa a las familias políticas del orden liberal de debilidad y cinismo. La acumulación de conflictos enturbia el entorno económico de estabilidad que los gobiernos centristas europeos necesitan para resistir el desafío de un nacionalismo identitario alimentado por causas estructurales como la inmigración, el envejecimiento de la población, la sostenibilidad de las pensiones y de los servicios sociales públicos, etc.

Se tema que la carnicería de Gaza pueda provocar la erupción de nuevos focos bélicos por la acción de Irán, gran y único enemigo actual de Israel, o de sus aliados regionales no estatales: los chiíes de Líbano, Yemen, Irak o Siria (2). En ese caso, las presiones inflacionistas podrían recrudecerse en Europa. Los huthís yemeníes ya han lanzado drones contra barcos comerciales que surcaban el Mar Rojo con destino a Israel (3) y el Hezbollah libanés está hostigando posiciones militares israelíes en la frontera. Pero, de momento, no parece que Irán esté dispuesto a que se desborden las hostilidades (4). Israel, en todo caso, dispone de potencial intimidatorio suficiente, y no se atiene a límites, ni siquiera legales. Se ha documentado ya un ataque contra posiciones de Hezbollah con bombas de fósforo, prohibidos por la ley internacional (5). En cuanto a la libertad de navegación, no sólo Estados Unidos actúa como garante activo; Francia replicó a los ataques de los huthies esta misma semana.  

UCRANIA: EL GIRO PERCEPTIBLE

En Ucrania, convergen las posturas y se empieza a cumplir lo que los analistas más lúcidos o menos proclives a la propaganda predijeron desde un principio: el apoyo a Ucrania irá disminuyendo a medida que la guerra se prolongue, sin un resultado claro a la vista. Incluso los más entusiastas empiezan a dudar.

Hasta finales de octubre, según el seguimiento exhaustivo del Instituto Kiel (Alemania), la ayuda global a Ucrania supera los 240 mil millones de dólares. Europa (instituciones y países por separado) han aportado el 47% y EE.UU el 43%. Pero si nos fijamos sólo en el rubro militar, la participación norteamericana (44 mil millones de €) casi iguala a la de todos los países europeos y las instituciones comunes conjuntamente (50,4 mil millones de €) (6). De ahí la importancia clave que tiene para el futuro de Ucrania la resolución de la actual disputa en Washington.

Los republicanos de la Cámara Baja, dominados por los extremistas, supeditaron la aprobación del último paquete de asistencia militar y económica (61 mil millones de dólares) a un mayor endurecimiento de la política migratoria. Biden no accedió y el arsenal ucraniano se agota. Zelenski ha vuelto a viajar a Washington para dirigirse al Congreso y agitar las conciencias, vinculando la suerte de su país al liderazgo mundial de Estados Unidos.

Ucrania es ya, sin discusión, un asunto más de la agenda interna norteamericana. Su suerte se vincula a los cálculos de las maquinarias políticas. Mala cosa para Ucrania convertirse en moneda de cambio en periodo electoral. Cuánto más se empeñe Biden en sacar adelante sus propuestas, más valor tendrá para sus oponentes utilizar esa pieza en el tablero de la confrontación.

Europa tampoco ofrece un panorama despejado. La Hungría de Orban ha vetado el nuevo paquete europeo de ayuda, por valor de 50.000 millones de €, y el inicio del proceso de adhesión de Ucrania a la UE. Detrás de esta posición está la retención de los 10.000 millones de € que Hungría debía recibir de los fondos de recuperación europeos por la pandemia, pero se sospecha que también opera la “mano del Kremlin, dada la buena relación entre el dirigente húngaro y Putin. Si Hungría mantiene su veto en la cumbre de este fin semana, la situación para Ucrania podría volverse crítica (7).

Tampoco ha sido muy oportuno que Zelenski haya ido a la toma de posesión de Milei en busca desesperada de nuevos aliados. No se ve bien qué podía esperar el presidente polaco de un país arruinado y a punto de someterse a otro electroshock económico.

El ánimo occidental es ahora más bien pesimista sobre las opciones reales de que Ucrania gane la guerra en los términos que ésta quiere; es decir, forzando el repliegue ruso a las líneas no ya de octubre de 2022, sino de 1991, cuando nació el estado independiente ucraniano. Nadie, ni en público ni en privado, se atreve a seguir a pies juntillas el discurso de Kiev. Aunque, de momento, se omitan referencias expresas a concesiones, es cada vez más evidente que a Europa no le desagradaría una estrategia binaria que combinara las tentativas negociadoras con presión bélica para mejorar sus bazas. Ya hay voces en Ucrania que lo insinúan. Y Europa tienen motivos para creer que Rusia estaría abierta a esa perspectiva.

A la postre, esa opción mixta podría ser una realidad imparable dentro de un año si, como parece, hay un cambio en la Casa Blanca y un tal Donald Trump ocupa de nuevo el Despacho Oval. Lo que se sabe de los planes del expresidente hotelero en la materia ponen los pelos de punta a los dirigentes ucranianos y alerta a los europeos. El círculo de asesores y consultores de los que se ha rodeado el legalmente asediado businessman llegan incluso a plantear la retirada de la OTAN y una nueva aproximación a Rusia, para concentrarse en lo que realmente les importa: la lucha contra China por la supremacía mundial.

NOTAS

(1) “The U.S. is not actually ‘pressuring’ Israel”. NATHAN J. ROBINSON. CURRENT AFFAIRS, 5 de diciembre.

(2) “A U.S.-Iranian miscalculation could lead to a large war”. THE NEW YORK TIMES, 29 noviembre.

(3) “Why Yemen’s houthis are attacking ships in the Red Sea”. THE ECONOMIST, 4 diciembre.

(4) “The 7 reasons Iran won’t fight for Hamas. ARASH REISINEZHAD(London School of Economics). FOREING POLICY, 4 diciembre.

(5) “Israel used U.S.-supplied white phosphorus in Lebanon attack”. THE WASHINGTON POST, 11 de diciembre.

(6) https://www.ifw-kiel.de/publications/ukraine-support-tracker-data-20758/

(7) “Ukraine’s Zelensky and Hungary’s Orban reflect a divided Washington”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 12 diciembre.

LA SOMBRA DE KISSINGER

 7 de diciembre de 2023

Kissinger ha dejado el mundo de los vivos, que aspiró a controlar, modelar y proyectar para futuras generaciones. En realidad, estuvo a los mandos apenas una década: la de los setenta, en los mandatos de Nixon y la coda de Ford. Fragmento ominoso de la humanidad, incluso en un siglo fértil en desgracias inducidas desde la cúspide del poder. El diplomático/académico/ germano-norteamericano tuvo mucho que ver en las calamidades de la fase final de la Guerra fría: Bangladesh, Vietnam, Camboya, Chile... Se le atribuyen, en contraste, trabajos hercúleos en pos de la armonía internacional: control de las armas nucleares, reequilibrio de poderes, neutralización de las hostilidades en Oriente Medio y punto final a la guerra en Indochina, éste último de dudosa valoración (1).

Se pasó su segunda media vida exprimiendo sus éxitos y ocultando, manipulando o reescribiendo sus fracasos y vergüenzas: construyendo su relato de estadista para todas las estaciones, con la ayuda de hagiógrafos y desmemoriados. Otros, más críticos, o simplemente más honestos, no se le han puesto fácil. En la hora de su muerte el denominado “juicio a Kissinger” sigue pariendo páginas y aportando argumentos (2).

Algunos lo han querido ver como una suerte de Maquiavelo contemporáneo. Pero incluso esta aproximación es tan escurridiza como el personaje de referencia. Maquiavelo ha generado múltiples y muy diferentes lecturas, desde Gramsci a los exégetas del poder sin escrúpulos. Kissinger tomó del florentino la visión de un mundo sin ilusiones ni idealismos.

Quizás por eso, durante algún tiempo se le consideró como el sumo sacerdote de la “doctrina realista” en las relaciones internacionales. Pero casi todos los que se reclaman de esta corriente de análisis y pensamiento refutan hoy esa adscripción, que el propio interesado permitió, aunque no con entusiasmo. Porque, en realidad, lo que realmente caracterizó su trayectoria fue la ambigüedad. O, para ser más claro, el oportunismo: hacer, en cada momento, lo que mejor le conviniera al Príncipe; al cabo una lectura reduccionista de Maquiavelo.

Los críticos le reprochan esta relatividad moral, de la que él llego incluso a alardear, sin que pareciera molestarle el reproche. Otros comentarios poco amables quizás le importunaran más: por ejemplo, que fuera un académico sin lustre, o que, pese a su fama y su muy lucrativa carrera, nunca fuera capaz de armar un cuerpo doctrinal original y propio (3).

La segunda parte de su vida, alejado ya de los pasillos estrechos del poder, se la pasó ganando dinero a cambio de consejos a los poderosos del mundo, a modo de oráculo indiscutible. Poco importó que, en esta faceta postrera pero la más prolongada de su actividad, errara con asiduidad o modificara sus juicios sobre la marcha. Con aplomo impasible recomendaba ora una política, ora la contraria, sin perder credibilidad para los pagadores.

Entre sus giros más llamativos, por la actualidad que arrastran, destacan sus juicios sobre la ampliación de la OTAN, la crisis de Ucrania o las relaciones con China. Como supuesto realista, desaconsejó la ampliación de la Alianza Atlántica y luego se dedicó a teorizar su extensión al Este; consideró inicialmente peligrosa la incorporación de Ucrania al sistema defensivo occidental y luego lo defendió vivamente; siempre se mostró ferviente partidario de unas relaciones constructivas con China, pero terminó por elogiar a Trump por tensionar el diálogo con Pekín. Cada momento pide una política, podía ser su máxima. Por eso ninguna escuela lo reclama como uno de los suyos, pese al prestigio que él supo cultivar hasta los últimos momentos de su vida. Como dijo Edward Luce: a veces se comportaba como un realista sui generis y otras como un neocom apasionado (véase su apoyo a la guerra contra Irak de 2003).

Martin Indyk, uno de sus biógrafos, exembajador de Estados Unidos en Israel y participante en algunas de las rondas negociadoras en Oriente Medio, ha escrito recientemente que Kissinger hubiera aplicado su visión incrementalista para abordar la actual guerra en Gaza (4). En la jerga de la política internacional, eso significa que se habría abstenido de intentar, ahora y en lo sucesivo, de perseguir una “solución duradera”, término que suele aparecer en casi todos los esfuerzos diplomáticos en cada conflicto internacional. Kissinger, en efecto, era poco amigo de esas ambiciones perfectas, que consideraba irreales e inalcanzables. Era partidario del “paso a paso” (de ahí el incrementalismo), de los pequeños logros, sin obsesionarse por un final ideal, condenado al fracaso; o peor, a la prolongación de la guerra, debido a lo que él denominó como la “paradoja de la paz”.

En la situación actual de Palestina, tal solución ideal podría asimilarse, para algunos, a la fórmula de “los dos Estados” (uno israelí y otro palestino) que en alguna ocasión reciente, el germano-americano apoyó, a su manera. En su interpretación del supuesto libreto kissingeriano, Indyk sostiene que, en lugar de fijar primero el objetivo final, se trataría de adoptar medidas modestas, parciales. La propuesta de Indyk-Kissinger se asemeja a la imposible construcción de un complejo mecano. Pero lo que para unos se trataría de “paciencia estratégica”, para otros no sería más que la manifestación palmaria del cinismo. A veces, la imposibilidad de un acuerdo ideal o del mejor acuerdo en un conflicto no se debe a una dificultad intrínseca sino al sistemático, persistente y muchas veces insidioso boicoteo.

En una línea de visión muy diferente a la de Indyk, Ben Rhodes, el que fuera Consejero de Seguridad de Obama, califica a Kissinger, de “hipócrita” (5). En realidad, hace extensivo ese epíteto a toda una trayectoria de la política exterior norteamericana, consistente en negar a otros países, si es posible con el uso de la fuerza, lo que Estados Unidos se reserva para sí. O en predicar una cosa y actuar para que, en la práctica, ocurra lo contrario. Kissinger interpretó esa farsa de forma implacable. Sin complejos de culpa ni remordimientos.

Stephen Walt, uno de los exponentes más brillantes del realismo en política internacional, a la sazón profesor de Harvard (como Kissinger, en su día) intentó desentrañar el “misterio” del personaje con motivo de su centenario vital (6) y lo ha completado ahora con un comentario final sobre la impostura realista del fallecido. Poco en el ejercicio de Kissinger o en sus libros y escritos, asegura Walt, merece ser encajado en tal doctrina, aunque, concluye con ironía, tal vez si pueda considerarse como tal su empeño impenitente en aferrarse al poder, o en mantener su influencia en la esfera internacional a toda costa (7).

Lo que ha hecho que perviva esta capacidad para prolongar su pretendida vigencia es quizás su vivacidad hasta los últimos meses de su vida (8). La locuacidad, la ironía, la aparente brillantez de sus juicios o comentarios tenían la habilidad de oscurecer sus gazapos, sus errores, sus contradicciones (9). Al cabo, la diplomacia también es eso: hacer que las cosas parezcan distintas a lo que son. Diplomacia y propaganda son dos caras de la misma moneda con la que se pagan las fechorías en el mundo. La primera tiene o suele tener buena prensa; la segunda, se denigra, aunque, por cierto, se practique cada vez con más sutileza, como señalan en un interesante trabajo dos especialistas en la materia, a cuenta de la guerra de Gaza (10).

En Ucrania y en Palestina el incrementalismo de Kissinger conduciría a un estancamiento muy de su gusto. Las medidas parciales y modestas para afrontar la violencia implícita (y explícita, como ahora mismo) de la ocupación de los territorios palestinos y superar la actual fase de desgaste sin desenlace claro en la guerra ucranio-rusa se antojarían inútiles, si de verdad se quisiera conseguir la justicia o la paz. Tal vez Kissinger se sentiría a gusto con el status quo actual.


NOTAS

(1) “Henry Kissinger, who shaped world affairs under two presidents, dies at 100”. WALTER LIPPMAN. THE WASHINGTON POST, 29 de noviembre;“Henry Kissinger is dead at 100; shaped nation’s Cold War History: DAVID SANGER. THE NEW YORK TIMES, 29 de noviembre; “Henry Kissinger, colossus on the World stage”. MICHAEL HIRSH. FOREIGN POLICY, 29 de noviembre.

(2) “Judging Henry Kissinger”, JOSEPH S. NYE Jr. FOREIGN AFFAIRS, 30 de noviembre;

(3) “Did Henry Kissinger further U.S.  National Interests or harm them”. EMMA ASHFORD y MATTHEW KROENIG. FOREIGN POLICY, 1 de diciembre.

(4) “How would Kissinger solve the Israel-Hamas war today? Incrementally. MARTIN INDYK. THE WASHINGTON POST, 30 de noviembre.

(5) “Henry Kissinger, the Hipocryte”. BEN RHODES. THE NEW YORK TIMES, 30 de noviembre.

(6) ”Solving the mistery of Henry Kissinger”. STEPHEN WALT. FOREIGN POLICY, 9 de junio.

(7) “Was Henry Kissinger really a realist”. STEPHEN WALT. FOREIGN POLICY, 5 de diciembre.

(8) “What Henry Kissinger’s diplomacy have to teach the world. THE ECONOMIST, 30 de diciembre; “Half a century later, Kissinger’s legacy is still up for debate”. EDITORIAL. THE WASHINGTON POST, 29 de noviembre.

(9) “Kissinger`s contradictions”. TIMOTHY NAFTALI. FOREIGN AFFAIRS, 1 de diciembre.

(10) “Gaza and the future of the Information Warfare”. P.W. SINGER y EMERSON T. BROOKING: FOREIGN AFFAIRS, 5 de diciembre.