13 de diciembre de 2023
En
las puertas del invierno, las guerras que ocupan la atención internacional (Ucrania
y Gaza) parecen abocadas a desenlaces dispares. Israel acelera la destrucción
de Gaza en la confianza de que así podrá
destruir (casi) definitivamente a Hamas. Cueste lo que cueste: principalmente
las vidas de miles de personas. Ya han muerto en esta guerra más palestinos que
en todas las operaciones militares israelíes anteriores juntas en la franja. Y
quedan, con seguridad, los días más terribles, por efecto de las bombas y tanto
o más por la inanición, la deshidratación y las enfermedades de todo tipo, que el
aniquilamiento de la infraestructura sanitaria impide atajar. La catástrofe humana es la mayor del planeta en
estos momentos, como denuncian la ONU y las entidades de ayuda sobre el terreno,
completamente desbordadas e indignadas.
En
Ucrania, mientras tanto, asistimos a un estancamiento militar desde hace
semanas, con escasos movimientos en los frentes y la insistencia en operaciones
de usura, de desgaste o de destrucción
de infraestructuras y amedrentamiento de la población civil.
La
respuesta de la Comunidad Internacional ha ido evolucionando de forma desigual,
en función de la duración y perspectivas de desarrollo de cada conflicto. Ucrania
e Israel son socios estratégicos de Occidente, pero pueden volverse muy
incómodos, si los conflictos en que están inmersos no entran en una vía de
solución. Son crisis muy diferentes, pero sus consecuencias económicas se
acumulan. La reducción de la dependencia de Rusia y la relativa solidez de los
vínculos con los países árabes autoritarios ha relativizado el impacto
energético. Pero no lo suficiente para ser indiferente a la prolongación o la complicación
de ambos conflictos.
GAZA:
TEMOR A LA EXTENSIÓN DEL CONFLICTO
EE.UU
se ha convertido en copartícipe indirecto en la tragedia palestina, al brindar
cobertura diplomática y militar a Israel, aunque intente endulzarlo con
llamamientos a la moderación de su protegido (1). Le secunda una Gran Bretaña
en su tradicional papel de escudero. Los estados europeos están divididos y,
por tanto, reducidos a la impotencia o la negligencia. No pasan de
pronunciamientos que Israel desprecia. Cuando la voz crítica es un poco más clara,
caso de España, la respuesta israelí adquiere tono de fiereza diplomática. Por
lo general, Europa, atrapa en la trampa del relato antiterrorista se cuida de
no desairar en demasía a Israel.
Ante
la carnicería de Gaza, no se detectan grandes tensiones en la avenida que
conecta la Casa Blanca con el Capitolio, lo cual no quiere decir que no haya
escaramuzas derivadas. Los ultras republicanos agitan la impostura del supuesto
antisemitismo para desacreditar cualquier atisbo de crítica a la agresividad israelí.
La dimisión forzada de la rectora de una Universidad de Pensilvania ha abierto una
nueva caza de brujas: cualquiera que se atreva a cuestionar la manera en la que
Israel protege su seguridad será tildado de antisemita, de pronazi o de algo
peor, igual que en los años 50 todo aquel que se permitiera cuestionar la
política ultraconservadora de la época era acusado de agente comunista y estaba
abocado a la ‘muerte civil’.
La
oposición a la política gubernamental no procede del extremismo republicano,
sino de la base demócrata, mucho más a la izquierda, que ya no acepta
fácilmente la desequilibrada política oficial norteamericana de las últimas
siete décadas. Israel ha dejado de ser un tabú, pero todavía quema, y mucho, a
quienes discrepan de la doctrina imperante.
En
Europa, las hipotecas bélicas son siempre o casi siempre más pesadas y menos
rentables. Como la pluralidad política es mucho mayor que en Estados Unidos, la
instrumentalización de la crisis bélicas son más complejas de gestionar, y más
en estos tiempos en que se ha quebrado el consenso centrista y el desafío de
las fuerzas centrífugas es más notable. La extrema derecha, que en otros
tiempos no sentía mucho aprecio por la causa israelí, se ha reposicionado a su
favor. No es tan paradójico. La evolución se debe a la derechización que ha
experimentado el estado sionista. Israel es hoy uno de los motores del
nacionalismo más extremo. Los valores que atraían inicialmente simpatías del
centro-izquierda han sido eliminados por políticas identitarias, racistas y de
una agresividad sin disimulo contra los palestinos.
Las
políticas de Estado proisraelíes en Alemania o en Francia, por ejemplo, se
vieron en otros momentos compensadas con ajustes de acomodo hacia los estados
árabes productores de petróleo y con una solidaridad hacia la causa palestina
expresada en dádivas económicas. Ese equilibrio se hace ahora más difícil de
mantener, tras los golpes del terrorismo islamista en suelo europeo y una menor
dependencia del crudo procedente de Oriente Medio. En el imaginario de la ultraderecha
se asimila a los árabes con un debilitamiento de la cohesión social y la
seguridad nacional y se culpa a las
familias políticas del orden liberal de debilidad y cinismo. La acumulación de
conflictos enturbia el entorno económico de estabilidad que los gobiernos
centristas europeos necesitan para resistir el desafío de un nacionalismo
identitario alimentado por causas estructurales como la inmigración, el
envejecimiento de la población, la sostenibilidad de las pensiones y de los
servicios sociales públicos, etc.
Se
tema que la carnicería de Gaza pueda provocar la erupción de nuevos focos
bélicos por la acción de Irán, gran y único enemigo actual de Israel, o de sus
aliados regionales no estatales: los chiíes de Líbano, Yemen, Irak o
Siria (2). En ese caso, las presiones inflacionistas podrían recrudecerse en
Europa. Los huthís yemeníes ya han lanzado drones contra barcos
comerciales que surcaban el Mar Rojo con destino a Israel (3) y el Hezbollah
libanés está hostigando posiciones militares israelíes en la frontera. Pero, de
momento, no parece que Irán esté dispuesto a que se desborden las hostilidades
(4). Israel, en todo caso, dispone de potencial intimidatorio suficiente, y no
se atiene a límites, ni siquiera legales. Se ha documentado ya un ataque contra
posiciones de Hezbollah con bombas de fósforo, prohibidos por la ley
internacional (5). En cuanto a la libertad de navegación, no sólo Estados
Unidos actúa como garante activo; Francia replicó a los ataques de los huthies
esta misma semana.
UCRANIA:
EL GIRO PERCEPTIBLE
En
Ucrania, convergen las posturas y se empieza a cumplir lo que los analistas más
lúcidos o menos proclives a la propaganda predijeron desde un principio: el
apoyo a Ucrania irá disminuyendo a medida que la guerra se prolongue, sin un
resultado claro a la vista. Incluso los más entusiastas empiezan a dudar.
Hasta
finales de octubre, según el seguimiento exhaustivo del Instituto Kiel
(Alemania), la ayuda global a Ucrania supera los 240 mil millones de dólares.
Europa (instituciones y países por separado) han aportado el 47% y EE.UU el 43%.
Pero si nos fijamos sólo en el rubro militar, la participación norteamericana
(44 mil millones de €) casi iguala a la de todos los países europeos y las
instituciones comunes conjuntamente (50,4 mil millones de €) (6). De ahí la
importancia clave que tiene para el futuro de Ucrania la resolución de la
actual disputa en Washington.
Los
republicanos de la Cámara Baja, dominados por los extremistas, supeditaron la
aprobación del último paquete de asistencia militar y económica (61 mil
millones de dólares) a un mayor endurecimiento de la política migratoria. Biden
no accedió y el arsenal ucraniano se agota. Zelenski ha vuelto a viajar a
Washington para dirigirse al Congreso y agitar las conciencias, vinculando la
suerte de su país al liderazgo mundial de Estados Unidos.
Ucrania
es ya, sin discusión, un asunto más de la agenda interna norteamericana. Su
suerte se vincula a los cálculos de las maquinarias políticas. Mala cosa para
Ucrania convertirse en moneda de cambio en periodo electoral. Cuánto más se
empeñe Biden en sacar adelante sus propuestas, más valor tendrá para sus
oponentes utilizar esa pieza en el tablero de la confrontación.
Europa
tampoco ofrece un panorama despejado. La Hungría de Orban ha vetado el nuevo paquete
europeo de ayuda, por valor de 50.000 millones de €, y el inicio del proceso de
adhesión de Ucrania a la UE. Detrás de esta posición está la retención de los
10.000 millones de € que Hungría debía recibir de los fondos de recuperación
europeos por la pandemia, pero se sospecha que también opera la “mano del
Kremlin, dada la buena relación entre el dirigente húngaro y Putin. Si Hungría
mantiene su veto en la cumbre de este fin semana, la situación para Ucrania
podría volverse crítica (7).
Tampoco
ha sido muy oportuno que Zelenski haya ido a la toma de posesión de Milei en
busca desesperada de nuevos aliados. No se ve bien qué podía esperar el
presidente polaco de un país arruinado y a punto de someterse a otro
electroshock económico.
El
ánimo occidental es ahora más bien pesimista sobre las opciones reales de que
Ucrania gane la guerra en los términos que ésta quiere; es decir, forzando el
repliegue ruso a las líneas no ya de octubre de 2022, sino de 1991, cuando nació
el estado independiente ucraniano. Nadie, ni en público ni en privado, se
atreve a seguir a pies juntillas el discurso de Kiev. Aunque, de momento, se
omitan referencias expresas a concesiones, es cada vez más evidente que a
Europa no le desagradaría una estrategia binaria que combinara las tentativas
negociadoras con presión bélica para mejorar sus bazas. Ya hay voces en Ucrania
que lo insinúan. Y Europa tienen motivos para creer que Rusia estaría abierta a
esa perspectiva.
A
la postre, esa opción mixta podría ser una realidad imparable dentro de un año
si, como parece, hay un cambio en la Casa Blanca y un tal Donald Trump ocupa de
nuevo el Despacho Oval. Lo que se sabe de los planes del expresidente hotelero
en la materia ponen los pelos de punta a los dirigentes ucranianos y alerta a
los europeos. El círculo de asesores y consultores de los que se ha rodeado el
legalmente asediado businessman llegan incluso a plantear la retirada de
la OTAN y una nueva aproximación a Rusia, para concentrarse en lo que realmente
les importa: la lucha contra China por la supremacía mundial.
NOTAS
(1) “The U.S.
is not actually ‘pressuring’ Israel”. NATHAN J. ROBINSON. CURRENT AFFAIRS, 5
de diciembre.
(2) “A U.S.-Iranian
miscalculation could lead to a large war”. THE NEW YORK TIMES, 29 noviembre.
(3) “Why Yemen’s
houthis are attacking ships in the Red Sea”. THE ECONOMIST, 4 diciembre.
(4) “The 7
reasons Iran won’t fight for Hamas. ARASH REISINEZHAD(London School of Economics).
FOREING POLICY, 4 diciembre.
(5) “Israel
used U.S.-supplied white phosphorus in Lebanon attack”. THE WASHINGTON POST,
11 de diciembre.
(6) https://www.ifw-kiel.de/publications/ukraine-support-tracker-data-20758/
(7) “Ukraine’s
Zelensky and Hungary’s Orban reflect a divided Washington”. ISHAAN THAROOR.
THE WASHINGTON POST, 12 diciembre.
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