ISRAEL QUIEBRA EL DISCURSO LIBERAL

23 de octubre de 2024

El asesinato del líder de Hamas, Yahia Sinwar (pronúnciese Sinuar), ha constituido un doble mensaje de atención sobre la carnicería de Gaza, después de algunas semanas en relativo segundo plano, debido al desplazamiento del foco internacional hacia Líbano, las derivas migratorias en Europa y el pulso electoral en Estados Unidos.

El primer mensaje es mediático y propagandístico: Israel presentó al dirigente palestino aislado, derrotado, humillado y acobardado. La imagen ya forma parte de la galería de los horrores de la iconografía deshumanizadora del enemigo. Se detecta un placer insano en este exhibicionismo que persigue continuamente personificar el mal.

Durante mucho tiempo, se atribuían estas prácticas a las dictaduras y a los terrorismos. De un tiempo a esta parte, se han acabado los filtros y el autocontrol. En Estados Unidos, algún comentarista ha escrito que la administración Obama no exhibió el cadáver de Bin Laden o sus últimos segundos de vida, como ha hecho en cambio Israel con Sinwar. Tampoco la muy poco delicada administración neocon de George W. Bush filtró la ejecución en la horca de Saddam Hussein (aunque sí vimos al dictador iraquí después de ser atrapado en el zulo donde se escondía). El final filmado de Sinwar recuerda al linchamiento de Gadafi, realizado por las bandas armadas apoyadas por Occidente que iban a liberar Libia y han hundido al país en el caos.

El segundo mensaje es especulativo: se refiere a la posibilidad de que esa muerte pueda favorecer el final del martirio de Gaza. Biden lo estimuló con uno de sus insostenibles llamamientos a la negociación. Netanyahu le respondió con su arrogancia acostumbrada: “la guerra no ha terminado”.

En efecto, la guerra terminará cuando Israel consume su venganza por el 7 de octubre. No lo parará nadie, ni siquiera le privarán de los recursos militares que precisa. No se trata ya de los rehenes, o no principalmente,  se diga lo que se diga oficialmente. Probablemente, la mayoría estén ya muertos o morirán en los bombardeos siguientes. El sector dominante del gobierno quiere la aniquilación total del enemigo. Y gran parte de la sociedad: el 78% de los votantes del Likud (la derecha que lidera Netanyahu) se opone a detener la exterminación aunque sea para favorecer la liberación de los rehenes, según una encuesta del Canal 13 de la televisión israelí.

Los radicales no se conforman con esto: quieren recolonizar Gaza y, en el frente norte, neutralizar el sur del Líbano eliminando la capacidad militar de Hezbollah, aún a costa de una pavorosa  destrucción. Pero hay más. Los partidos religiosos y los representantes del movimiento de los colonos más fanáticos quieren aprovechar el momento para completar la ocupación de Cisjordania y acabar con cualquier tentación de entendimiento futuro con los palestinos “moderados”. Generales y responsables de la seguridad interior han advertido del peligro que esto supone, pero Netanyahu juega con este hipótesis por cálculos políticos egoístas (1).

En este ambiente, , el Secretario de Estado norteamericano intenta componer un puzzle casi imposible. Blinken quiere implicar a los países aliados del Golfo en la reconstrucción material de Gaza y en un nuevo esquema de seguridad que aplaque a Israel. Pero las petromonarquías ponen condiciones: un paraguas defensivo norteamericano con fuerza legal (una especie de tratado de defensa) y, para consumo interno, el compromiso de un futuro Estado palestino (2). La cuadratura del círculo, tal y como están las cosas.

LA IMPOSIBLE VICTORIA DEFINITIVA

En 1982, el Ejército israelí invadió Líbano con el propósito de acabar con la OLP, que por entonces había establecido allí su centro de mando. Llegó hasta Beirut, arrasando con todo lo que se encontraba a su paso y delegó en sus aliados de la falange libanesa la espantosa masacre en los campamentos de refugiados palestinos de Sabrá, Shatila y Burg-el-Barajneh. Arafat y su estado mayor se vieron obligados a huir a Túnez, donde tampoco les esperaría la tranquilidad. El jefe operativo de aquella operación fue el entonces Ministro de Defensa, Ariel Sharon, uno de los héroes del sionismo. Quince años antes había transformado la derrota inicial de la guerra del Yom Kippur en una audaz victoria en el Canal de Suez, lo suficientemente contundente como para acabar con el espíritu bélico de las élites militares y políticas egipcias. Pero aquel soldado abrasivo e incontrolable aprendió que no es lo mismo un Estado que tiene algo que proteger y conservar que una resistencia armada que poco o nada tiene que perder. Egipto firmaría la paz años después de aquel último intento de derrotar a Israel. La lucha palestina continuó bajo formas distintas, con acciones armadas o levantamientos populares (Intifada), a pesar de la división política, doctrinal y religiosa.

Insensible a estas previsiones, Netanyahu aspira a convertirse en el Sharon de esta época y exterminar a Hamas como actor militar y político. Analistas poco sospechosos de simpatía palestina advierten que tal propósito es inútil o de corto vuelo. La resistencia palestina opuesta a cualquier entendimiento con Israel resurgirá, sea cual sea su denominación, estructura y liderazgo (3). La espantosa masacre de Gaza abonará el resentimiento y la hostilidad entre los palestinos que han sobrevivido y los que han presenciado la tragedia. Un nueva Nakba, como la de 1948, privará a Israel de esa tranquilidad de cementerio que sus dirigentes han prometido.

Aunque los casos sean muy distintos, puede servir de referencia la liquidación de Bin Laden, precedida del debilitamiento militar de Al Qaeda. No tardó mucho en emerger el Daesh, mucho más virulento aún. Derrotado finalmente también, el extremismo yihadista parece neutralizado, pero nadie se atreve a certificar su final.

EL PERMANENTE DOBLE RASERO

Más allá del inmenso daño infligido a las poblaciones locales de Gaza y Líbano, la barbarie israelí está quebrando el discurso liberal. Hace tiempo que Israel ha dejado de ser el exponente de esa “civilización universal” con que se la presentaba en Occidente. La complicidad activa o pasiva de las democracias occidentales  se ha visto reforzada por el inflado discurso liberal ante la guerra de Ucrania. El doble rasero no es, ni mucho menos, una novedad. Pero la coincidencia de ambas crisis desnuda cualquier propósito justificativo.

Esto es precisamente lo que aborda un libro que acaba de aparecer en Francia. Edwy Plenel, exdirector de LE MONDE y fundador de Mediapart (una plataforma de denuncia de las malas prácticas políticas) arremete contra la hipocresía de la política exterior europea. El alegato parte de una crítica a la visión del mundo que presentara en su día Josep Borrell, expresada en el contraste entre el jardín (Europa) y la jungla (el resto del mundo no occidental). Plenel deplora que, en la tragedia de Gaza, los jardineros europeos hayan “abandonado la preocupación por el mundo y la humanidad”. Para ser justos, Borrell ha sido una de las voces europeas más críticas con Israel, junto con la del Presidente Sánchez. En todo caso, el reproche de Plenel va dirigido a la “geometría variable” del discurso exterior europeo (4).

En Estados Unidos, principal garante y coparticipe de los intereses israelíes, estas contradicciones se ignoran olímpicamente. Se impone sin rubor esta política de afear públicamente los “excesos” de Israel mientras se le garantizan los medios para ejecutar sus políticas. La coordinación es total cuando se trata de infligir un correctivo a Irán. Israel informa a Estados Unidos de sus planes de represalia y la administración Biden suministra al gobierno de Netanyahu el material antiaéreo más sofisticado de su arsenal para blindarse ante una posible -aunque improbable- réplica iraní.

En la retórica electoral, los demócratas se presentan como garantes de la democracia y del orden liberal global y pintan a Trump como aliado de las autocracias. Una verdad a medias. Ningún líder demócrata se ha planteado ni por un momento cortar el suministro de armas a Israel ni dejar de darle cobertura diplomática cuando la precise, aunque lo reclamen cada vez con más fuerza parte de sus bases sociales.

Una victoria de Harris mantendrá este relato de malestar contenido, invocaciones a la concordia, defensa de la fórmula desequilibrada de los dos Estados...  y poco más. Un triunfo de Trump, se dice, eliminará este falso envoltorio moral y extenderá un cheque en blanco a Netanyahu, sin comentarios paternalistas al dorso.

 

NOTAS

(1) “Israel’s Hidden War. The Battle Between Ideologues and Generals That Will Define the Country’s Future”. MAIRAV ZONSZEIN (International Crisis Group). FOREIGN AFFAIRS, 15 octubre.

(2) “How Blinken can seize opportunity after the death of Sinwar and Nasrallah. DAVID MAKOVSKY. THE WASHINGTON INSTITUTE, 22 octubre.

(3) “Sinwar's death is serious blow to Hamas, but not the end of the war”. JEREMY BOWEN. BBC, 18 octubre; “Sinwar's death is serious blow to Hamas, but not the end of the war”. BEN HUBBARD. THE NEW YORK TIMES, 18 octubre; “Sinwar Is Dead, but Hamas Will Survive”. AUDREY KURTH CRONIN. FOREIGN AFFAIRS, 19 de octubre; “Sinwar is dead. Hamas is very much alive. History shows that you can’t kill your way out of a resistance movement”. STEVE COOK. FOREIGN POLICY, 18 octubre.

(4) “‘Le Jardin et la jungle’: Edwy Plenel s’attaque à l’hypocrisie de la diplomatie européenne”. JEAN-PIERRE STROOBANTS. LE MONDE, 18 octubre.