EL EMBROLLO SIRIO

2 de febrero de 2012

La crisis siria se complica cada día que pasa. La violencia se extiende. Los opositores al régimen parecen ganar posiciones, lo que provoca un recrudecimiento de las operaciones del Ejército leal al régimen. La vía diplomática se atasca. Se negocia un acuerdo de compromiso que, cuando se alcance, podría verse rebasado por una circunstancias que evolucionan muy rápidamente.
ESPIRAL DE VIOLENCIA
Durante meses, se ha confiado en que la contestación siria encontrara unos cauces que excluyeran la salida violenta. Al principio, eran las propias potencias occidentales las que se mostraban renuentes a favorecer el refuerzo militar de los rebeldes. No se apreciaba con claridad el programa político de la oposición, se temía un baño de sangre sectario similar al ocurrido en Irak, y se temía sobremanera el contagio de la inestabilidad regional. Los líderes occidentales ensayaron la persuasión con el Presidente Assad. Hasta que se dieron cuenta de que, o bien el supuesto líder sirio no era verdaderamente el líder del sistema, o bien que su supuesta moderación no respondía a la realidad sino a puras conveniencias de imagen del joven Jefe del Estado.
Se han publicado en las últimas semanas ciertos perfiles de Bashar el Assad y análisis presuntamente bien fundamentados sobre la toma de decisiones del gobierno sirio, el equilibrio de poderes interno, las relaciones familiares y, naturalmente, la aparición de episodios de venganza y revancha en alguna de las ciudades contestatarias y el presumible efecto de un cambio en la estructura de poder de las distintas confesiones existentes en el país. Las conclusiones inquietantes han sido generalizadas y crecientes. Consecuencia: mantenerse a la espera de los acontecimientos sobre el terreno.
Y lo que ha ocurrido sobre el terreno es el avance de los rebeldes, más rápido y efectivo de lo previsto, debido en gran parte a las fracturas en el ejército, la repugnancia de muchos efectivos a disparar contra la población civil y el temor a que un vuelco en la situación desencadene una fiebre de represalias, como, en cierta medida está ocurriendo en Libia.
UNA REACCIÓN TARDÍA
Esta evolución aparente hacia un escenario de final de régimen hizo que las potencias occidentales se mostraran más decididas a apoyar decisiones que contribuyeran a acelerar el proceso. El incremento de la violencia represiva como respuesta a la ampliación de la contestación introdujo el llamado 'factor humanitario', un concepto por lo demás muy tramposo e hipócrita, pero que ha sido profusamente utilizado en este tipo de crisis.
Entretanto, el régimen parece haberse atrincherado y emite señales muy claras de que su caída tendría consecuencias graves para toda la región. Ésta es, probablemente, su última línea de defensa. 'O yo, o el caos', podría titularse el mensaje subliminal de Bashar el Assad. En realidad, se trata de una forma más conocida de caos, frente al caos absolutamente desconocido.
Lo peor para el presidente sirio es que este tipo de 'faroles' suelen ser de corto recorrido. La alianza de conveniencia entre las potencias occidentales y los regímenes conservadores árabes (muchos de ellos de similar catadura moral que el sirio, aunque con otras maneras y, desde luego, con otros amigos) esta prefigurando un acuerdo a lo yemení. Es decir, Assad (y su familia) salvaría el cuello, dejaría el poder a su vicepresidente y se convocarían elecciones. Una fórmula muy civilizada, pero de dudoso encaje en el actual clima envenenado en que parece haberse deslizado el país. Los clanes gobernantes más poderosos pueden contar con disfrutar de un exilio dorado, pero otros muchos asociados alauíes que han cumplido tareas subsidiarias no tienen las mismas expectativas, ni mucho menos. Esas minorías, que hasta ahora ocupaban posiciones de cierto privilegio en las fuerzas armadas y en la administración, miran hacia su frontera oriental y ven en el convulso y sangriento Irak un escenario que harán todo lo posible por evitar. La violencia sectaria que ha corroído el país y convertido el petulante proyecto de los neocon en palabrería e irresponsabilidad puede reproducirse en Siria, incendiar rápidamente Líbano y obligar a Israel a un esfuerzo de vigilancia inoportuno, ahora que sigue empeñado en encontrar la manera de neutralizar a Irán.
LAS PRETENSIONES DE RUSIA
En este panorama de internacionalización de la crisis, Rusia decide adoptar un papel más activo y neutralizar la iniciativa arabo-occidental, con la vista puesta en sus propios intereses estratégicos. Siria sigue siendo su aliado más firme en Oriente Medio, la garantía de que, ante cualquier nueva vuelta del interminable laberinto negociador en la zona, Moscú no se quedará fuera. Por si no quedara claro el interés ruso en no ser marginado de la solución a la crisis siria, el Kremlin ordenó el envío de un buque de guerra frente a las costas sirias a comienzos de enero.
Rusia no se ha limitado a atrincherarse en su posición de miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU: por tanto, con derecho a veto. No le ha costado mucho recabar el apoyo de China y de la India para obstaculizar el plan árabe apoyado por Estados Unidos y Europa. Contaba esta semana el New York Times las sutiles intervenciones de los diplomáticos chinos e indios. Sobre todo en Pekin, cualquier iniciativa que suena a injerencia externa pone los pelos de punta. La crisis siria ha servido para que los BRIC (Brasil se ha mantenido al margen en esta ocasión, contrariamente a lo que hizo con Irán) ensayen un ejemplo de acción diplomática coordinada, algo de lo que no siempre han sido capaces.
Aquí no se trata de Assad si o Assad no, sino de que sean los sirios los que decidan la solución a la crisis, vino a decir esta semana el ministro ruso de exteriores, Lavrov. No quiere Moscú que se repita algo similar a lo que pasó con Libia, donde la autorización para la protección civil derivó en intervención militar de la OTAN clara y decisiva. El argumento ruso es aparentemente impecable. Pero la hipocresía está repartida. Porque es verdad que Occidente no se limitó a cumplir la resolución de la ONU en Libia. Pero no es menos cierto que a Moscú no le preocupa precisamente el derecho de los sirios a decidir. Los rusos saben que las actuales circunstancias dificultan aún más, si cabe, la capacidad de los sirios para decidir civilizada y pacíficamente esa cuestión. De hecho, el propio régimen se ha mostrado esquivo con el intento de mediación rusa. Da la impresión de que el régimen de Damasco sólo acepta las gestiones diplomáticas como medio para ganar tiempo.
Por otro lado, Moscú sabe perfectamente que la caída del régimen es más que probable y por eso quiere abrir un canal de entendimiento con la oposición, por dividida, confusa y sospechosa que le parezca. Por eso ha invitado a unos y otros a negociar en Moscú. Una forma de controlar el proceso, de recuperar prestigio (si todo saliera bien) y de asegurarse influencia en Damasco, gane quien gane.
La oposición lo ha rechazado vivamente, porque cree contar ahora con otros apoyos más solventes en la comunidad árabe y en Occidente (pero ni mucho menos garantizados). Los países árabes conservadores no quieren oír hablar de un mayor protagonismo de Moscú. Y Occidente podría encontrar una oportunidad, naturalmente si se moderan las pretensiones rusas de ser una especie de árbitro (sin reconocerlo). De fondo, aparece la crisis de Irán. Rusia podría ofrecer una posición más flexible en la presión contra Teherán, si se le permite conservar su peón sirio. Lo que no está claro es que la élite alauí en Damasco se resigne a ser moneda de cambio.

OBAMA Y HOLLANDE, ¿AÚN HAY TIEMPO?

26 de enero de 2012

Estos días hemos asistido a la presentación programática de opciones moderadamente progresistas en dos de las principales potencias democráticas: Estados Unidos y Francia. El candidato socialista francés, François Hollande, ha presentado su programa para las elecciones presidenciales de abril, en un acto que abre oficialmente su campaña. Por su parte, el Presidente Obama ha fijado, en el último discurso de la Unión de su primer mandato, la estrategia para lograr su mantenimiento en la Casa Blanca cuatro años más.
REMAKE DEL ‘YES, WE CAN’
Ya hace unas semanas comentamos que Obama se había desprendido de sus hechuras presidenciales para ataviarse con las de candidato, con las que parece sentirte más a gusto. Eso explica que algunos hayan apreciado un cierto tono populista en el discurso anual más importante de la liturgia política norteamericana. Tal vez. Pero, en todo caso, no habría que reprocharle eso, sino lo que ha tardado en recuperar un mensaje comprometido con las clases medias y populares, con los sectores más desfavorecidos por la crisis, con las auténticas victimas de políticas desvergonzadas, injustas y fracasadas. Naturalmente, el espíritu conciliador de Obama (‘ecuménico’, dice acertadamente LE MONDE) le ha dado a su discurso del martes en el Congreso un tono ausente de crispación, pero no por ello menos firme.
Los ejes de un eventual segundo mandato de Obama serían los siguientes: 1) El gobierno no es un problema, sino parte de la solución de los problemas económicos; 2) Los ricos tienen que pagar más impuestos que los ciudadanos que están por debajo en la escala social; 3) el final de las guerras en Irak y Afganistán debe traducirse en un dividendo de paz, es decir, en políticas de estímulo para fomentar la creación de empleo, público y privado; y 4) Estados Unidos no debe resignarse a la abrumadora hegemonía fabril de China y debe recuperar recuperar una dinámica productiva.
RECUPERACIÓN DEL DISCURSO SOCIALISTA EN FRANCIA
En definitiva, podemos encontrar en el discurso de Obama una sintonía con la doctrina socialdemócrata europea, aunque esta significación política se encuentra muy desvaída y desnaturalizada durante el periodo de respuestas a la crisis, si no ya desde antes. Si repasamos el programa desgranado hace unos días por el candidato socialista francés, encontramos bastantes puntos coincidentes, salvando la diferencias en la cultura política de ambos países.
François Hollande ha sonado más combativo que Obama, más posicionado claramente en un discurso de izquierdas. Las diferencias de tono no se deben sólo a las peculiaridades nacionales. Es también una cuestión de oportunidad. Después de todo, el francés es sólo candidato y el norteamericano debe actuar como tal sin abandonar su papel institucional.
Aclarados estos matices, hay resonancias coincidentes en el lenguaje empleado para criticar el comportamiento de los poderes financieros. O en la distribución más equitativa de las cargas impositivas y el ataque a los “nichos fiscales”. O en la priorización del empleo público y de las políticas de oferta, en detrimento de medidas exclusivamente de austeridad o contención presupuestaria. O, más precisamente, en la recuperación de una imagen positiva del poder político como factor favorecedor y no obstaculizador de la recuperación económica.
Hollande no sólo ha empleado una retórica más contundente que Obama. También ha optado por formular políticas clásicas de la socialdemocracia que han ido quedado arrinconadas en las últimas dos décadas de hegemonía liberal en Europa. Destacan la apuesta por una “banca pública de inversiones” para apoyar a la pymes; una política activa de reindustrialización y contra la deslocalización (como Obama, por cierto); el control de los mercados financieros mediante políticas reguladoras y fiscales; promoción de empleo y formación juveniles; y otras políticas similares resumidas en “60 compromisos para Francia”.
No obstante, el gran problema de los socialdemócratas franceses (o europeos, ahora que españoles, alemanes o británicos hacen propósito de enmienda y se empeñan en regenerar sus políticas) no es la coherencia y solvencia de los programas, sino la credibilidad de sus discursos. Los socialistas europeos giran a la izquierda pierden las elecciones, se centran cuando ganan en las urnas y se van deslizando hacia la derecha a medida que se instalan en el poder. De esta forma, se ven atrapados en un ciclo ilusión-expectativas-gestión-decepción-crisis, que lastra gravemente su proyecto.
JUEGO SUCIO, Y SUICIDA, DE LOS REPUBLICANOS
El desafío de Obama se diferencia del de los socialistas europeos por la naturaleza y significación de sus rivales políticos. Los conservadores europeos se anclan, por supuesto, en políticas de austeridad, de contención de los déficits públicos, de timidez fiscal, pero son -o suenan- menos radicales en la retórica.
Este aspecto ha quedado muy claro en las primarias republicanas. Ya dijimos que la elevación de Romney como virtual candidato GOP era prematura. Como también lo sería considerarlo definitivamente fracasado por su derrota –esperable y esperada- en Carolina del Sur o el envalentonamiento sonrojante de Gingrich, un candidato, empero, con pies de barro.
Obama, paradójicamente, se ha visto favorecido por lo mismo que lo debilitó a mitad de su primer mandato: la exacerbada combatividad republicana. En la ansiedad por destruir el moderado reformismo del Presidente, los republicanos compitieron por conquistar el alma conservadora de América, ese supuesto espíritu libertario, antigubernamental, que Reagan resucitara falsamente hace tres décadas. Para ello, no dudaron en obstruir la recuperación de la crisis, dificultar al Ejecutivo su tarea responsable de afrontar la crisis y colocarlo contra las cuerdas presupuestarias.
Como ocurrió en los noventa con Clinton –precisamente bajo la batuta radicalizada de Gingrich-, los excesos republicanos han terminado por ahuyentar a amplios sectores de la clase media. La deriva radical no ha servido para afinar el discurso derechista sino para desorientar a sus exponentes electorales. La mayoría de ellos han optado por ser muy conservadores y además parecerlo (Santorum, Gingrich; mas lo ya descartados Perry y Bachman). Frente a uno solo, Romney, que prefirió sólo parecerlo sin serlo a fondo. La sensación creciente es que los simpatizantes republicanos no saben a qué cada carta quedarse, y no sólo por los erráticos resultados hasta la fecha (son muy pocas elecciones aún, muy pocos los delegados comprometidos, muchos los ataques, acusaciones y ‘escándalos’ en las recámaras), sino por el tono que reflejan las consultas y encuestas que se van conociendo.
Esta desorientación se traduce en una hostilidad creciente, en una agresividad llevada al terreno personal. Las tácticas de desprestigio practicadas contra Obama se han empleado también, por unos y otros, en el debate electoral interno republicano. Al final, si se impone Romney será por el cansancio que puede provocar ese radicalismo hueco y pernicioso. Pero no parece que consiga ser un candidato de unidad. Si triunfara Gingrich o Santorum significaría que la derecha política y social norteamericana habría optado por una estrategia confrontacional, suicida y demagógica. De ahí, la necesidad de que los demócratas perfilen y doten de contenido real sus propuestas y se preparen para una batalla sucia y políticamente cruenta.