EL VOTO DE 'SANDY'

31 de octubre de 2012



La campaña electoral norteamericana va a acabar en tiempo 'molto brioso'. No por la agresividad de los candidatos o la aparición de una 'sorpresa' de última hora, ni siquiera por el aderezo que ponen las maquinarias mediáticas. La naturaleza ha sido la protagonista inesperada y, por lo que estamos viendo, poderosa. El impacto es devastador en la coste este (el Atlántico medio, como dicen allá). Pero sus efectos políticos se sentirán tal vez en todo el país. 

La primera alteración provocada por 'Sandy' ha sido la suspensión momentánea de la campaña y el condicionamiento más o menos intenso de los días que quedan hasta el 'election day'. Al ritmo que trabajaban las dos maquinarias electorales en busca del voto indeciso, del voto independiente y del voto renuente, los días perdidos ya no podrán ser recuperados. 

La segunda consecuencia importante, y directa, es la posible merma del voto por correo, o el voto anticipado ('early vote') en algunos estados del este y, de continuar los estragos de 'Sandy' hacia el interior, también en Pensylvania u Ohio. Y éste último será, nadie lo pone en duda, el gran 'decider' de las elecciones (una vez más). 

La pregunta obvia es: ¿a quién ha perjudicado más 'Sandy'? Y, reverso de la moneda, ¿a quién beneficiado? Las dos consecuencias mencionadas no son autónomas: están conectadas.  Los días finales se consideran estratégicos en la reducción de la abstención, una amenaza en general mayor para el campo de Obama.

A priori, pues, los demócratas son los más damnificados, porque esperaban beneficiarse más (históricamente así es, desde hace muchas convocatorias) del voto por correo o del voto anticipado, ya que muchos de sus votantes pertenecen a las clases populares a las que no siempre les resulta fácil (o conveniente) ausentarse de sus empleos para depositar su voto. En algunos estados (y precisamente Ohio ha sido un lamentable ejemplo), las colas en los colegios electores son interminables, no sólo por mala organización, sino por deliberadas políticas obstruccionistas del voto, (deficiente distribución de los electores, máquinas insuficientes en colegios con tradicional mayoría demócrata y otras) promovidas la mayoría por administraciones republicanas. La tormenta puede haber hecho más difícil aún votar.

DOS ACTITUDES, DOS VISIONES 

El presidente Obama ha reaccionado con inteligencia frente al desastre. Pese a que el 'parón político' perjudicaba aparentemente sus aspiraciones, ha conseguido transmitir la impresión de que ha aparcado su condición de candidato y se ha embutido en el vestuario de 'presidente en acción'. Alguien puede decir que se trata de un guiño populista (se hubiera dicho, desde luego, si lo hubiera hecho un presidente latinoamericano en campaña). Pero ha moderado bien el discurso y ha evitado apariciones aparatosas. "No me preocupa en estos momentos el impacto que esto tenga sobre las elecciones, sino el impacto que tenga en las familias", dijo el Presidente sólo unas horas antes de que 'Sandy' destruyera buena parte de las infraestructuras de Nueva York y Nueva Jersey.  Es muy probable que las palabras de Obama no sean rigurosamente ciertas,  pero sonaron como si lo fueran. 

Pero hay otro elemento de análisis derivado del desastre: el contraste entre los episodios del 'Sandy' de Obama y el 'Katrina' de Bush será inevitable. Lo ocurrido vuelve a demostrar que el Estado es fundamental: lejos de ser un problema o causa de muchos males es un factor de corrección de lo que sale mal y de amortiguación de las penurias. 

Esta no será, desde luego la conclusión de Romney, quien en repetidas ocasiones ha defendido la reducción de fondos de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias y su descentralización absoluta, incluso la privatización, para reducir costes, "porque no nos podemos permitir estas cosas". Su respuesta ha sido, entre otras cosas, en recolectar fondos. Una forma de caridad, un enfoque bien distinto.

En vísperas de la llegada de 'Sandy', Romney se encontraba pisando a fondo el acelerador en Ohio para alejarse de las políticas públicas. Y la metáfora aquí es más que un puro recurso lingüístico, porque estaba tratando de desacreditar el programa de salvación del automóvil promovido por Obama hace unos años. Ese estado clave entre los claves para decidir el resultado final de las elecciones vive en gran medida de la salud del sector automotriz.  

CÁLCULOS Y PRONUNCIAMIENTOS

El candidato republicano mantiene favorables expectativas en el voto nacional (se utiliza este término para determina el sufragio universal global en todo el país), pero no consigue reducir la desventaja en algunos estados indecisos ('swinging states'), sin los cuales no obtendrá los 270 votos electorales que necesita para ser proclamado Presidente.

El fin de semana, el NEW YORK TIMES publicaba un estudio muy pormenorizado de las distintas combinaciones que darían la victoria a uno u otro candidato. Como estamos hablando de siete a nueve estados, con diferente número de electores cada uno, y las diferencias en la expectativa de voto a uno y otro también son distintas, las sumas posibles son muy variadas.  

Aunque puede haber sorpresa, la práctica totalidad de encuestas y 'pollsters'  (los expertos que siguen al minuto y en cada circunscripción la evolución del ánimo electoral) indican que a una semana del primer martes después del primer lunes de noviembre, Obama tenía asegurados prácticamente 185 votos electorales y Romney cinco menos, 180. Pero el Presidente mantiene una diferencia que podría ser suficiente en otros estados que sumarían 58 votos más, hasta completar 243. El republicano, por el contrario, solo puede contar con añadir 26 más a los sólidos seguros, con lo que sólo sumaría 206 muy probables. A Obama le faltarían 27 votos y a Romney 64. 

No hay espacio aquí para desgranar las posibles combinaciones, pero es obvio que el actual Presidente lo tiene más fácil, desde este tipo de cálculos. Lo que no parece descabellado es que obtenga un segundo mandato sin contar con la mayoría de los sufragios totales. Ya le ocurrió a Bush en 2000 (ni siquiera entonces, a estas alturas, se puede decir que ganó en el conteo que decide el vencedor).  Para Obama no sería bueno, porque afrontaría la culminación de su proyecto con un lastre político indudable, incluso aunque los demócratas recuperaran terreno en la Cámara de Representantes, que se renueva por completo. 

Los medios independientes (izquierda) intentan que la gran tormenta no emborrone demasiado lo que está en juego en estas elecciones. Incluso los 'liberales', es decir moderados o centristas, como THE NEW YORK TIMES, han hecho una apuesta inequívoca por Obama. En su editorial del fin de semana, el diario más influyente de Estados Unidos en el mundo (más que en casa, por cierto), se pronuncia sin ambages por el candidato demócrata. No fue una sorpresa, claro, pero los términos en que se pronunció fueron muy contundentes. Los errores que en otros momentos ha señalado en la gestión de la administración estos cuatro años apenas fueron mencionados o recordados, se ninguneaban las propuestas electorales de Romney y concluía haciendo una invocación "entusiasta" a la reelección de Barack Obama

'Sandy' se ha llevado por delante torres de electricidad, ha derribado muros de edificios y levantado carreteras. ¿Puede alterar también el rumbo del final del proceso electoral? ¿Puede constituirse en la 'segunda sorpresa de octubre', asumiendo que la primera fue el penoso primer debate de Obama? Veremos.

UN DEBATE FINAL DE ESCASO ALCANCE


24 de octubre de 2012

          Obama y Romney cerraron su ciclo de cara a cara con un decepcionante debate sobre política exterior. El Presidente se dedicó más a defender y airear sus logros (algunos indiscutibles) que a ofrecer nuevas o más claras respuestas a los desafíos pendientes para un hipotético segundo mandato. Y el aspirante raramente superó un discurso vago, fugándose, siempre que pudo, hacia  la política interna, para incidir en asuntos donde pensaba que Obama podía resultar más vulnerable.

                IRÁN: COINCIDENCIAS MÁS QUE DISCREPANCIAS

                Irán fue el asunto que generó más polémica. Pero sólo en apariencia. Romney repitió varias veces que el régimen islámico se encuentra hoy más cerca que hace cuatro años de alcanzar el arma nuclear y se complació en reiteradas protestas de lealtad a Israel. Pero no se comprometió en la respuesta que daría en caso de que ambos rivales se enzarzaran en un conflicto bélico. Su tono moderado le acercó a las posiciones del Presidente.

Obama, por su parte, explicó bien la doble estrategia del palo (sanciones) y zanahoria (negociaciones), pero aclaró poco del calendario previsible a partir de 2013. No escatimó simpatía hacia Israel, evitando por completo las diferencias de criterio con Netanyahu.

                AFGANISTÁN: ESCURRIENDO EL BULTO

           Ése mismo fue el tono con Afganistán. Obama reiteró que había cumplido con su compromiso cardinal como candidato, hace cuatro años: liquidar las guerras en curso para construir la prosperidad de América. Pudo presentar una tarea aseada en Irak y Afganistán, las dos guerras heredadas, y la guinda de la liquidación del líder de Al Qaeda y otros dirigentes yihadistas. Presumió de liderazgo fuerte y pulso firme en materia antiterrorista, algo a lo que parece obligado cualquier Presidente demócrata. Por el contrario, no aclaró ninguna de las importantes interrogantes sobre la estabilidad futura de Afganistán: capacidad autónoma de las fuerzas de seguridad afganas, relaciones con Karzai, negociaciones con los talibán, respuesta en caso de contraofensiva insurgente tras la retirada occidental o riesgos sobre la seguridad del arsenal nuclear pakistaní.
               
            Naturalmente, menos claridad en estos asuntos demostró Romney, quien no se atrevió a criticar al Presidente, apenas repitió tópicos y se atascó en algunas contradicciones sobre Pakistán.  Se limitó a repetir la coletilla de que había que hacer algo más que “perseguir y liquidar a los malos”, en un intento fallido por rebajar el éxito de haber acabado con Bin Laden.
               
                De otros temas de Oriente Medio, apenas se escucharon generalidades. Bastante coincidencia en la cautela ante la crisis siria y ninguna pista sobre actuaciones en caso de un agravamiento de la escalada. Silencio sobre el culebrón de Libia, un tema que ya parecía agotado en el debate anterior, tras el fallido intento de Romney de explotar las muertes de los diplomáticos norteamericanos. El aspirante reprochó a Obama su manejo de los cambios en el mundo árabe, pero sus palabras carecieron de persuasión. No le costó a Obama minorarlas.

CHINA, EN CLAVE INTERNA

                En el asunto estratégico más destacado de este inicio de siglo, ambos candidatos se dejaron llevar por la presión electoralista. Algo apuntó el Presidente sobre el desplazamiento geopolítico global hacia la zona de Asia-Pacífico, pero en general le ganó la tentación de utilizar el auge de China como arma arrojadiza contra su rival.

Obama apuntó con claridad que, junto a las redes terroristas, China era la gran amenaza para la seguridad de Estados Unidos, por sus desleales políticas comerciales y monetarias. De estas valoraciones hizo eco Romney, quien condenó la piratería industrial y otras prácticas fraudulentas. Pero tras calificar a China “como un socio más que un adversario”, aseguró que la gran potencia asiática comparte muchos de los intereses norteamericanos: un mundo más seguro, libre del proteccionismo y amante de los negocios.

            El Presidente aprovechó este candor para resaltar la trayectoria empresarial de Romney, consistente en favorecer el cierre de empresas, debilitar la industria nacional y desplazar los empleos a China. En particular, insistió en el rechazo de Romney a su paquete de rescate del automóvil norteamericano. El republicano se defendió como pudo, pero criticó las ayudas públicas a las empresas. Las alusiones a su experiencia empresarial resultaron reiterativas y poco encajadas en el debate.

                OBAMA, MÁS CONVINCENTE... Y BURLÓN

                Puede afirmarse, pues, que Obama ganó el debate. Cualquier otro resultado hubiera sido no sólo sorprendente sino también catastrófico para el Presidente, si tenemos en cuenta que Romney ofrecía una pobre trayectoria en los asuntos internacionales. En varios momentos, el republicano dio la impresión de que estaba muy atento a no cometer errores y a no sonar demasiado belicoso. De hecho, reiteró retóricas invocaciones a la paz.

Quizás consciente de que sus recientes errores lo obligan a anotarse todos los tantos, el Presidente se permitió incluso burlarse de su rival. Resaltó sus meteduras de pata fuera de Estados Unidos, en réplica a las alusiones de Romney a los viajes presidenciales “de petición de disculpas” por el poderío norteamericano.  Pero el aguijón más llamativo fue a cuenta del reproche del aspirante republicano sobre el debilitamiento militar estadounidense. Obama dijo que Estados Unidos, en efecto, “tenía menos bayonetas y caballos”, porque había invertido en portaaviones y otros sistemas del siglo XXI y no del XIX.
               
                En todo caso, las encuestas siguen ofreciendo un panorama apretado. Obama pudo confirmar que a día de hoy sería un mejor “Comandante en jefe”. Pero las preocupaciones de la inmensa mayoría de los norteamericanos no se encuentran en el mapa mundi, sino en la sala de estar. Los dos debates últimos han servido al menos para disipar la “sorpresa de Octubre” –el pobre primer debate de Obama- y confirmar que el Presidente tiene la energía y el coraje suficiente para ganar un segundo y –confiemos- más convincente mandato. 

ESCOCIA COMO EJEMPLO


17 de octubre de 2012

         El referéndum para decidir sobre la independencia de Escocia se celebrará finalmente en otoño de 2014, de forma pactada y sin aparentes tensiones, en un clima de acuerdo político y de normalidad constitucional. 

        Para quienes desean una fórmula equivalente en España (el caso expreso de Cataluña, objeto de debate en las últimas semanas), el antecedente escocés tiene un valor incalculable, por las siguientes razones: desdramatiza el debate, acentúa la viabilidad y despeja dudas sobre el encaje europeo. Lo cual no implica que una hipotética separación (de Escocia o de Cataluña) ... o la partición de Bélgica en dos entidades confederadas (Flandes y Valonia), fuera el resultado más conveniente para la mayoría de la población. 

         Para este comentario nos centraremos en explicar las claves del proceso escocés y dejaremos que el lector establezca las comparaciones oportunas.

          UNA ASPIRACION DE TRES SIGLOS

          La independencia es un viejo anhelo del nacionalismo escocés.  Siempre hubo una fracción importante de los ciudadanos de esa tierra que consideró el Tratado de la Unión de 1704 (por cierto, fecha muy cercana a la 'derrota' histórica catalana) como un hecho político lamentable. Pero hasta 1934 no se agrupó en un Partido  unido ese sentimiento nacionalista.  Desde entonces y hasta 1999, con la denominada 'devolución', es decir, una suerte de régimen autonómico, las aspiraciones escocesas de autogobierno no habían encontrado cauce favorable, por falta de impulso popular y por una débil expresión política.

       Tony Blair avistó el 'peligro nacionalista' y muñó un sistema electoral autonómico distinto del estatal, más proporcional, para evitar una hipotética hegemonía nacionalista.  Los laboristas gobernaron dos legislaturas en coalición con los liberal-demócratas hasta que el auge nacionalista los desalojó del poder en Edimburgo. Pero los nacionalistas tuvieron que conformarse con una gestión en minoría. Hasta el año pasado, que la mayoría del Partido Nacionalista Escocés se reforzó. Se aceleró entonces la campaña pro-referéndum.

        Una de las grandes preguntas en estos procesos de separación gira en torno al 'momento'. Una vieja aspiración cobra nuevo  impulso por la oportunidad coyuntural. Los efectos de la crisis, las fracturas de la coalición conservadora-liberal y el atascamiento laborista hacen pensar en una prolongada permanencia de la opción nacionalista en Escocia. Las drásticas medidas de austeridad impuestas por Londres son percibidas en Edimburgo como especialmente perjudiciales para los escoceses.

          La otra cuestión recurrente es la viabilidad de estas viejas naciones como nuevos estados. Escocia no es, ni histórica ni actualmente, la parte más rica de Gran Bretaña (contrariamente a lo que ocurre con Cataluña). Pero dispone del importante recurso petrolero (el actual y el que apuntan algunas exploraciones), y eso parece dotar de cierto plus a sus aspiraciones independentistas. Por ubicación, dimensión y población, se ha comparado, un poco forzadamente, a Escocia con Noruega.
               
          UNA DURA NEGOCIACIÓN

         Aunque finalmente el acuerdo político ha sido total y se aborda el proceso de consulta en un clima de aparente cordialidad, las negociaciones no han sido fáciles.  Los partidos estatales (y no sólo los del gobierno: los laboristas manifiestan una hostilidad semejante a la independencia) han conseguido que la pregunta del referéndum sea única y clara. Resulta lógico, porque todos los estudios de opinión pública coinciden en no atribuir a los partidarios de la independencia más de un tercio de los votos en el mejor de los casos. En otras palabras, no parece probable la victoria del independentismo; de ahí que los 'unionistas' no quieran comprometer su victoria con interpretaciones abiertas y equívocas. 

        El objetivo sería neutralizar la operación política consistente en utilizar el referéndum para conseguir más poderes autonómicos (la llamada 'devolución max', o más poderes para la autonomía),  en compensación por el rechazo al independentismo. En un artículo para THE GUARDIAN, el profesor James Mitchell, se muestra crítico con el criterio de consulta acordado, ya que, en su opinión, esta opción de 'sí o no' impide la opción que, a su juicio,  "la mayoría de los escoceses prefieren": más competencias para los escoceses, sin llegar a la independencia. Mitchell cree muchos de los que votaran afirmativamente preferirían la fórmula 'devolution max', y muchos de inclinarán por la opción negativa no quieren simplemente el 'status quo'.

          A cambio de ceder en la claridad de la pregunta, los nacionalistas del primer ministro escocés, Álex Salmond, han logrado que en el referéndum puedan votar los mayores de 16 años. Supuestamente, los más jóvenes serían más entusiastas  de la independencia y su voto contribuiría a obtener mejores resultados en favor de su causa. Algunos analistas, sin embargo, se permiten dudar de esta interpretación. Por ejemplo, el semanario liberal THE ECONOMIST considera que los jóvenes son más nacionalistas, en efecto, pero no los comprendidos entre los 16 y los 18, sino los que tenían esa edad en los noventa, la llamada por algunos sociólogos  'generación Braveheart'. Ciertos sondeos apoyarían la tesis de que no más de un cuarto de los votantes más jóvenes en otoño de 2014 apoyarían la independencia. Los que tienen entre 18 y 24 serían aún más renuentes a la separación.
                
             ¿'NEVERENDUM'?

             Si esto es así, si los jóvenes  no son el 'motor de la independencia', ¿a qué tanto interés nacionalistas por incorporarlos al censo de la consulta? Quizás porque Salmond tiene un proyecto a largo plazo ('long game'), que consistiría en forjar una conciencia nacional con paciencia y por etapas. El referéndum sería la siguiente, pero no la última.

         Esto última evoca otra cuestión. ¿Cerrará el referéndum el debate? ¿Cuánto tiempo tardarán los independentistas en demandar otra consulta? Se tiene en mente el caso de Quebec, donde los partidarios de la separación de Canadá han conseguido celebrar varias consultas, sin conseguir su propósito. En este caso, el referéndum se convertiría no en una consulta sino en un puro instrumento de agitación política: un 'neverendum'. En todo caso, los nacionalistas han querido reforzar su credibilidad y se han comprometido indirectamente a aceptar las consecuencias duraderas de un eventual rechazo a la separación. Salmond ha dicho expresamente que "un referéndum es un acontecimiento único en una generación". Nada que descarte un Quebec.

CHÁVEZ: EL DESAFÍO MÁS DIFÍCIL EMPIEZA AHORA


10 de 0ctubre de 2012

              Hugo Chávez ha vuelto a triunfar en las elecciones presidenciales de Venezuela por un margen -casi diez puntos: 54,4% frente al 44,9%- mayor del previsto. La participación, superior al 80%, ha batido récords. Lejos de conseguir esos diez millones que hace no tanto tiempo anunciaba (se ha quedado en siete y medio), sus resultados son los peores de las cuatro elecciones que ha ganado. Con todo, esta victoria supone un éxito político que ni siquiera sus críticos más acerados podrán regatearle.... Públicamente, claro está. 

                NI CÁNCER, NI DESGASTE

                Éstas eran las elecciones más difíciles para Chávez. Por el desgaste en el ejercicio del poder y por la incertidumbre que provocaba el alcance de su enfermedad. El último de estos factores ha podido tener un efecto paradójico. Teniendo en cuenta que no se conoce el expediente médico del Presidente, o la mayoría de la población ha hecho un acto de fe en la superación del cáncer, o bien el caudal de simpatía parece haber sido más fuerte que las dudas sobre su capacidad de dirigir el país, o incluso de permanecer en el puesto. 

               La respuesta resulta llamativamente contundente porque Chávez no ha apuntado a un alter ego; es decir, no estaba garantizada una sucesión ordenada, al menos sobre el papel. Después de catorce años de 'quemar' colaboradores, el puñado de estrechos colaboradores - Jagua, Cabello y  Madero- parecen figuras menores,  aunque uno de los principales asesores del presidente, el español Monedero asegurara hace unos meses que "la continuidad del trabajo estaba garantizada sin el más mínimo problema".

                En todo caso, la impresión de los observadores más atentos es que se ha votado por Chávez y no por el proyecto. El propio Presidente avaló esta interpretación cuando personalizó expresamente en su persona el destino de la 'revolución bolivariana'. Casi todo el mundo en el aparato de poder chavista sabe perfectamente que la desaparición del 'comandante' abriría una crisis importante, de ahí que el asunto de su salud se haya esquivado. 
 
            El otro factor que debía haber pesado en contra de la tercera reelección, el desgaste por la permanencia prolongada en el poder, resulta más interesante y complejo de analizar. Los medios occidentales -y muy en especial la mayoría de los españoles- se toman muchas licencias con el caso venezolano -más exactamente con el 'chavismo'- que no se permiten con otros gobiernos, de la región iberoamericana, al menos. Aparte de Cuba, y por otras razones, sólo encontramos un caso similar: la Argentina de Kirchner (más Cristina que Néstor).

                DISTORSIONES PROPIAS... Y AJENAS

            A la gestión de Chávez se le aplican epítetos como autoritaria, populista, ineficaz, caótica, excéntrica, impredecible, arbitraria... e incluso, en algunos caso, antidemocrática, cuasi dictatorial, etc. Ciertamente, el llamado 'modelo bolivariano' no es ejemplar, desde luego. Tal vez no es lo que su líder o sus exégetas pretenden que es. No es un proceso de 'liberación  del imperialismo yanqui', ni un proyecto de justicia social, ni la construcción de un socialismo futuro ('socialismo del siglo XXI). Pero es innegable que el maná petrolero ha servido -también- para reducir la pobreza considerablemente (de la mitad de la población a menos de un tercio: más que en cualquier otro país del entorno) y para dar a la gente humilde servicios de los que nunca había disfrutado (vivienda, sanidad, educación). Y no menos importante: respeto. Con sus altibajos, sus contradicciones enormes, sus inconsistencias estructurales y un despilfarro innegable, el sistema bolivariano ha supuesto un avance para los sectores más vulnerables de la población venezolana. 

                Finalmente, los críticos del chavismo consienten en reconocer eso. Pero los más recalcitrantes se empeñan en explicar la permanencia del 'régimen' durante tres lustros simplemente por el reparto de prebendas, el miedo a las represalias y la eliminación de todos los contrapesos del poder ejecutivo. De todo eso ha habido, pero Venezuela está muy lejos de ser una dictadura. En otros países de la zona se detectan con facilidad elementos muy perturbadores del sistema democrático (por no hablar de justicia social) y no merecen atención crítica semejante a la que se pone en el caso venezolano. 

           Los enemigos más feroces del chavismo actuaron con relativa facilidad antes y después del chapucero golpe de Estado de 2002. La oposición ha tenido bastantes oportunidades para organizarse, dotarse de recursos económicos y presentarse con opciones relevantes en las citas electorales. Ha fracasado una y otra vez no porque estuviera perseguida, sino principalmente por sus divisiones internas, sus errores de diagnóstico, la falta de sintonía de sus propuestas con las necesidades populares y la debilidad de sus 'lideres'. En muchas ocasiones, la oposición a Chávez se había derrotado antes de ser vapuleada en las urnas.

                UN NUEVO ESCENARIO

                No parecía éste el caso de Capriles. Los medios internos y externos habían conseguido forjar una buena imagen de él. Se ha destacado su corta pero exitosa experiencia política como gobernador de uno de los principales estados (Miranda) o como alcalde de un suburbio de mayoría acomodada cercano a Caracas.  Algunos analistas le han llegado a situar en el centro izquierda, quizás porque el viejo partido representante de esta tendencia ideológica, la Acción Democrática del ya fallecido Carlos Andrés Pérez, le ha brindado su apoyo. Sin embargo, un escrutinio serio y preciso de su trayectoria y de sus propuestas no resiste esa adscripción a una versión renovada de socialdemocracia.

                En un comportamiento 'a lo Romney', Capriles ha ofrecido proyecciones muy diferentes de sus recetas. Y cuando se le ha pedido concreciones o aclaraciones, generalmente se ha salido por la tangente. El mayor valor  que los adversarios de Chávez veían en él es que era un candidato, esta vez sí, capaz de ganarle al 'monstruo'. Veremos si, después de esta última derrota, la oposición será capaz de llegar unida a las legislativas de diciembre. 

                Las masas más pobres del país que celebran la continuidad de Chávez no pueden ignorar las señales de agotamiento. En su vida cotidiana se dejan sentir los problemas que el 'socialismo' en construcción no es capaz de afrontar. Y no se trata de impaciencia. El abastecimiento alimentario, la provisión de servicios públicos esenciales, la inseguridad pública  o  el funcionamiento regular de la administración no encuentran respuestas solventes, más allá de improvisaciones, golpes de efecto, actuaciones voluntaristas y buenas intenciones. Si a ello unimos el fracaso del régimen en atajar la corrupción -peor aún: la aparición de formas nuevas y más escandalosas del fenómeno-, hay razones para temer que el declive físico del Comandante podría ser corolario de la decadencia del proyecto bolivariano.

                Lo peor para Venezuela no ha sido la derrota de la alternancia, sino la incapacidad del régimen para reinventarse, corregir sus excesos, perfilar políticas sólidas y garantizar un ejercicio del poder más institucional y menos personalista. Con respeto absoluto a la identidad nacional y a la trayectoria histórica, pero sin que estos factores -dignos de total respeto- se siguen invocando como coartadas para justificar derivas de mal gobierno.
               

UN DEBATE PRESCINDIBLE

4 de octubre de 2012



             No es que los debates electorales alumbren la conciencia de los ciudadanos, ni aclaren, por lo general, demasiados interrogantes sobre las opciones políticas a elegir en un momento dado. Con el tiempo, se ha reforzado su condición 'teatral', los aspectos más emotivos y 'caracteriales' de los candidatos. Al menos por eso, los debates electorales -y en particular el norteamericano- conservan cierto grado de expectación e interés.

         No fue ése el caso del primer debate presidencial, el miércoles  noche. Obama y Romney protagonizaron un debate bastante plano, más confuso del habitual, enormemente desordenado por momentos y más reiterativo de lo conveniente. Por no haber, no hubo ni siquiera tensión. Empecemos por éste último aspecto, porque marcó el tono del debate.

                APÁTICO OBAMA, ESQUIVO ROMNEY

              Las confrontaciones fueron muy medidas, como si ambos temieran parecer demasiado agresivos, conscientes sin duda de que la clase política atraviesa por muy bajos niveles de estimación. El deseo de corrección les llevó a veces a envolver las discrepancias en un reconocimiento de las buenas intenciones del rival. Lo hizo más Obama  que Romney, quizás porque el republicano tenía muy bien aprendida la lección de no meter la pata, de no dar la impresión de querer aprovecharse de la crisis o de los problemas con ánimo oportunista.  

              El Presidente ofreció una imagen apática, más de lo que ya por lo general se le suele atribuir. Por momentos, incluso pareció desconectado. Quizás se debiera al principio de quien va por delante no debe arriesgar o exponer, debe mantener un perfil bajo y esperar a que rival ataque para responder con una defensa eficaz y sin riesgos. Como Romney no atacó en demasía y templó mucho sus críticas, Obama permaneció agazapado y más tímido de lo conveniente en la defensa de su gestión. 

                ECONOMIA Y SANIDAD, EJES

                La economía dominó el debate. En realidad, la polémica fiscal. Pero rivalizó con ello, en tiempo y en énfasis, la sanidad, el modelo de atención a la salud. Sobre los impuestos, ambos candidatos se presentaron como defensores de la clase media. Obama defendió su política de reducir la carga fiscal a este segmento mediano de la ciudadanía y de forma muy liviana puso de manifiesto la intención de su rival de beneficiar a los ricos. Romney se mostró muy esquivo e impreciso en sus proclamas de estimular la economía mediante la reducción de impuestos. Incurrió en contradicciones y se refugió en una confusión prolongada durante toda su argumentación. Obama se mostró demasiado correcto, poco acerado. En unas ocasión le reprochó la mentira histórica del 'tricledown' (los grandes beneficios de los ricos terminan filtrándose a los de abajo). Y, sólo muy cerca del final, le reprochó que no revelará sus planes concretos. "¿No lo hace porque son demasiado buenos?", dijo Obama en una de sus pocas licencias irónicas de la noche.

                Romney acudió mucho a su gestión al frente del estado de Massachussets para preludiar lo que haría en la Casa Blanca. Lo hizo para destacar sus presuntas cualidades como negociador, como forjador de consenso; pero, sobre todo, para destacar su programa sanitario.  En un despliegue de cierto cinismo político, presentó su gestión como contrapunto del llamado 'Obamacare', la reforma sanitaria de la Casa Blanca. En realidad, en la 'Romneycare', pueden encontrarse muchas similitudes con la visión aplicada por Obama, y así intentó hacerlo ver el candidato-presidente. Pero le faltó energía para defender mejor este aspecto característico de su adversario: decir una cosa y la contraria o relacionar dos asuntos sin coherencia sin desprenderse de su sonrisa satisfecha.

             Romney hizo mucha espuma con la libertad de elegir (médico, seguro, asistencia, tratamiento, fármacos, etc.) o la supuesta mayor eficacia del mercado privado en la provisión de servicios. Como era de esperar, ignoró realidades palmarias como el exorbitante beneficio de las aseguradoras, las enormes limitaciones a los tratamientos en caso de enfermedades crónicas o los gastos administrativos excesivos de las compañías privadas. Obama lo señaló, pero, una vez más, se mostró demasiado condescendiente con la hipocresía de su rival.

                Lo mismo ocurrió con el asunto siguiente: el papel del Gobierno. Obama citó la famosa máxima de Lincoln ("Hay cosas que hacemos mejor juntos") y centró la responsabilidad del poder público en garantizar la libertad de oportunidades. Pero Romney se mostró más apasionado en rescatar los viejos ideales de los fundadores. Muy cómodo con esta retórica, combinó mensajes 'buenistas' (como la felicidad, el cumplimiento de los sueños), con otros menos inocentes como el fortalecimiento del aparato militar y el desplazamiento de la justicia social por un asistencialismo desfasado. Mostró con claridad su concepción de la sociedad cuando dijo que "el papel del Gobierno no es decidir quién gana y quien pierde". Curiosamente, fue aquí cuando Obama le reprochó no haberse plantado frente a los extremistas de su partido o simpatizantes, como si se le hubiera olvidado hacerlo mucho antes, en momentos más pertinentes con la marcha del debate.

                 LLAMADA DE ATENCIÓN

                En las conclusiones finales, Romney estuvo mejor que Obama. El Presidente empezó adoptando un tono emocional, que no es su fuerte, luego insistió en esa letanía de humildad que implica recordar que nunca pretendió ni pretende ser perfecto y culminó con una advocación demasiado previsible de "luchar cada día" por mejorar la vida de los ciudadanos. El candidato republicano resultó más eficaz, codificando lo que pasaría en el país si él ganaba y si ganaba su adversario. En apenas dos minutos, condensó una oferta electoral: doce millones de empleos, revocación de la reforma sanitaria, eliminación de los recortes del programa de asistencia médica (Medicare) y más dinero para el Pentágono. 

            
            Es muy posible que este mejor desempeño de Romney en el tramo final explique su percibida victoria en el debate. No es menos cierto que se esperaba peor actuación del aspirante y mejor del titular o 'incumbent'. No perder ya hubiera supuesto un triunfo para Romney. La impresión es que Obama se derrotó a sí mismo. No acertó con el tono y el clima. Incluso tuvo unos segundos de tensión con el moderador, el veterano y reverenciado Jim Lehrer, de la televisión pública, que ha sido criticado en algunos medios por no impedir la confusión y mostrarse demasiado complaciente con la indisciplina de los participantes.
              
               No es previsible un cambio de tendencia. Obama conservará su ventaja. Pero debe mostrarse más atento a estas ocasiones, porque, con frecuencia en política, el diablo aparece en los detalles.