10 de 0ctubre de 2012
Hugo Chávez ha
vuelto a triunfar en las elecciones presidenciales de Venezuela por un margen
-casi diez puntos: 54,4% frente al 44,9%- mayor del previsto. La participación,
superior al 80%, ha batido récords. Lejos de conseguir esos diez millones que
hace no tanto tiempo anunciaba (se ha quedado en siete y medio), sus resultados
son los peores de las cuatro elecciones que ha ganado. Con todo, esta victoria
supone un éxito político que ni siquiera sus críticos más acerados podrán
regatearle.... Públicamente, claro está.
NI CÁNCER, NI
DESGASTE
Éstas
eran las elecciones más difíciles para Chávez. Por el desgaste en el ejercicio
del poder y por la incertidumbre que provocaba el alcance de su enfermedad. El
último de estos factores ha podido tener un efecto paradójico. Teniendo en
cuenta que no se conoce el expediente médico del Presidente, o la mayoría de la
población ha hecho un acto de fe en la superación del cáncer, o bien el caudal
de simpatía parece haber sido más fuerte que las dudas sobre su capacidad de
dirigir el país, o incluso de permanecer en el puesto.
La
respuesta resulta llamativamente contundente porque Chávez no ha apuntado a un alter
ego; es decir, no estaba garantizada una sucesión ordenada, al menos sobre
el papel. Después de catorce años de 'quemar' colaboradores, el puñado de
estrechos colaboradores - Jagua, Cabello y
Madero- parecen figuras menores,
aunque uno de los principales asesores del presidente, el español
Monedero asegurara hace unos meses que "la continuidad del trabajo estaba
garantizada sin el más mínimo problema".
En
todo caso, la impresión de los observadores más atentos es que se ha votado por
Chávez y no por el proyecto. El propio Presidente avaló esta interpretación cuando
personalizó expresamente en su persona el destino de la 'revolución
bolivariana'. Casi todo el mundo en el aparato de poder chavista sabe
perfectamente que la desaparición del 'comandante' abriría una crisis
importante, de ahí que el asunto de su salud se haya esquivado.
El
otro factor que debía haber pesado en contra de la tercera reelección, el
desgaste por la permanencia prolongada en el poder, resulta más interesante y
complejo de analizar. Los medios occidentales -y muy en especial la mayoría de los
españoles- se toman muchas licencias con el caso venezolano -más exactamente
con el 'chavismo'- que no se permiten con otros gobiernos, de la región
iberoamericana, al menos. Aparte de Cuba, y por otras razones, sólo encontramos
un caso similar: la Argentina de Kirchner (más Cristina que Néstor).
DISTORSIONES
PROPIAS... Y AJENAS
A
la gestión de Chávez se le aplican epítetos como autoritaria, populista,
ineficaz, caótica, excéntrica, impredecible, arbitraria... e incluso, en
algunos caso, antidemocrática, cuasi dictatorial, etc. Ciertamente, el llamado
'modelo bolivariano' no es ejemplar, desde luego. Tal vez no es lo que su líder
o sus exégetas pretenden que es. No es un proceso de 'liberación del imperialismo yanqui', ni un proyecto de
justicia social, ni la construcción de un socialismo futuro ('socialismo del
siglo XXI). Pero es innegable que el maná petrolero ha servido -también- para
reducir la pobreza considerablemente (de la mitad de la población a menos de un
tercio: más que en cualquier otro país del entorno) y para dar a la gente
humilde servicios de los que nunca había disfrutado (vivienda, sanidad,
educación). Y no menos importante: respeto. Con sus altibajos, sus
contradicciones enormes, sus inconsistencias estructurales y un despilfarro innegable,
el sistema bolivariano ha supuesto un avance para los sectores más vulnerables
de la población venezolana.
Finalmente,
los críticos del chavismo consienten en reconocer eso. Pero los más recalcitrantes
se empeñan en explicar la permanencia del 'régimen' durante tres lustros simplemente
por el reparto de prebendas, el miedo a las represalias y la eliminación de
todos los contrapesos del poder ejecutivo. De todo eso ha habido, pero
Venezuela está muy lejos de ser una dictadura. En otros países de la zona se
detectan con facilidad elementos muy perturbadores del sistema democrático (por
no hablar de justicia social) y no merecen atención crítica semejante a la que
se pone en el caso venezolano.
Los
enemigos más feroces del chavismo actuaron con relativa facilidad antes y
después del chapucero golpe de Estado de 2002. La oposición ha tenido bastantes
oportunidades para organizarse, dotarse de recursos económicos y presentarse
con opciones relevantes en las citas electorales. Ha fracasado una y otra vez
no porque estuviera perseguida, sino principalmente por sus divisiones internas,
sus errores de diagnóstico, la falta de sintonía de sus propuestas con las
necesidades populares y la debilidad de sus 'lideres'. En muchas ocasiones, la
oposición a Chávez se había derrotado antes de ser vapuleada en las urnas.
UN
NUEVO ESCENARIO
No
parecía éste el caso de Capriles. Los medios internos y externos habían
conseguido forjar una buena imagen de él. Se ha destacado su corta pero exitosa
experiencia política como gobernador de uno de los principales estados
(Miranda) o como alcalde de un suburbio de mayoría acomodada cercano a Caracas. Algunos analistas le han llegado a situar en
el centro izquierda, quizás porque el viejo partido representante de esta
tendencia ideológica, la Acción Democrática del ya fallecido Carlos Andrés
Pérez, le ha brindado su apoyo. Sin embargo, un escrutinio serio y preciso de
su trayectoria y de sus propuestas no resiste esa adscripción a una versión
renovada de socialdemocracia.
En
un comportamiento 'a lo Romney', Capriles ha ofrecido proyecciones muy
diferentes de sus recetas. Y cuando se le ha pedido concreciones o
aclaraciones, generalmente se ha salido por la tangente. El mayor valor que los adversarios de Chávez veían en él es
que era un candidato, esta vez sí, capaz de ganarle al 'monstruo'. Veremos
si, después de esta última derrota, la oposición será capaz de llegar unida a
las legislativas de diciembre.
Las
masas más pobres del país que celebran la continuidad de Chávez no pueden
ignorar las señales de agotamiento. En su vida cotidiana se dejan sentir los
problemas que el 'socialismo' en construcción no es capaz de afrontar. Y
no se trata de impaciencia. El abastecimiento alimentario, la provisión de
servicios públicos esenciales, la inseguridad pública o el funcionamiento
regular de la administración no encuentran respuestas solventes, más allá de
improvisaciones, golpes de efecto, actuaciones voluntaristas y buenas
intenciones. Si a ello unimos el fracaso del régimen en atajar la corrupción
-peor aún: la aparición de formas nuevas y más escandalosas del fenómeno-, hay
razones para temer que el declive físico del Comandante podría ser corolario de
la decadencia del proyecto bolivariano.
Lo
peor para Venezuela no ha sido la derrota de la alternancia, sino la incapacidad
del régimen para reinventarse, corregir sus excesos, perfilar políticas sólidas
y garantizar un ejercicio del poder más institucional y menos personalista. Con
respeto absoluto a la identidad nacional y a la trayectoria histórica, pero sin
que estos factores -dignos de total respeto- se siguen invocando como coartadas
para justificar derivas de mal gobierno.
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