18 de octubre de 2017
Kurdistán
es uno de esos territorios en los que una buena parte de su población desea
convertirse en Estado independiente. Se trata, como suele ocurrir con estos
casos, de una aspiración muy controvertida, que genera una fuerte oposición y serias
amenazas de conflicto y desestabilización. Pero lo que en Europa o en otras
partes del planeta (Canadá, por ejemplo), el pulso entre los Estados y los
secesionistas se desarrolla básicamente en el terreno político, la región en la
que se plantea el desafío kurdo es un polvorín permanente.
El
pasado 25 de septiembre, el gobierno autónomo del Kurdistán iraquí consiguió
celebrar un referéndum de independencia, apoyado por el Parlamento regional y
por la mayoría de las fuerzas políticas locales, no sin superar previamente
divisiones históricas y recientes desavenencias internas. El resultado fue el previsto:
apoyo masivo a la independencia.
UNA
NACIÓN, CUATRO ESTADOS
No
resulta sencillo contar en espacio reducido de este comentario el designio
independentista del Kurdistán. Lo que se puede entender como nación kurda se
extiende por cuatro países del Medio Oriente que mantienen entre sí relaciones
volátiles y conflictivas: Irak, Irán, Turquía y Siria. Cada uno de estos países
combaten con más o menos dureza a sus minorías kurdas, pero respaldan
económica, funcional y/o militarmente a las organizaciones separatistas de los
estados rivales. Esta trama de apoyos
cruzados y contradictorios ha hecho imposible la unidad de un movimiento kurdo pan-estatal.
La
división kurda no se limita a las diferentes realidades estatales. En el
interior de cada una de ellas, los combatientes kurdos, con distintos niveles de
desarrollo, organización, institucionalización y potencia militar, también se
presentan muy fragmentados. La entidad kurda de Irak es la más fuerte y
autónoma, pero (o precisamente por ello)
constituye el caso más claro de este faccionalismo endémico, que en ocasiones
ha dado lugar a enfrentamientos militares. El Partido Democrático y la Unión
Popular del Kurdistán tienen sus propias milicias (peshmergas), que se han convertido, con el tiempo en embrión de un
ejército nacional.
El
Kurdistán -iraquí, iraní, turco o sirio- nunca interesó demasiado a Occidente
hasta la primera intervención militar contra el Iraq de Saddan Hussein, cuando
los peshmergas se convirtieron en una
fuerza decisiva en el combate contra un ejército baasista debilitado y
desorganizado. La protección aérea
norteamericana favoreció la creación de un mini-Estado de facto que Saddam no tuvo más remedio que tolerar. En la segunda
guerra contra Irak, en 2003, se consolidó y amplió este desanclaje del poder
central de Bagdad. Pero ha sido el combate contra el Daesh desde 2014 lo que ha elevado el valor y la consideración de
este mini-Estado kurdo-iraquí en despachos y estados mayores occidentales.
Sin
el concurso militar kurdo no se habría producido la derrota de los yihadistas. En Irak, los actores
decisivos fueron los peshmergas del
PDK. En Siria, sus aliados kurdos del norte de (las milicias del YPG), recuperaron
poco a poco el territorio conquistado inicialmente por los extremistas
islámicos hasta expulsarlos por completo.
A
medida que los kurdos se convertían en la fuerza más fiable para
norteamericanos y occidentales, iba creciendo la inquietud de los estados de
los que dependían, o de sus vecinos,, provocando tensiones cada vez más
difíciles de gestionar para Estados Unidos. En tiempos de Obama, se hizo un
esfuerzo intenso y constante en equilibrar esas alianzas de estado a estado con
el apoyo y el reconocimiento a los combatientes kurdos iraquíes y sirios.
Ankara y Bagdad vivieron de forma distinta esta ambivalencia de Washington.
En
el caso de Turquía, las milicias kurdas propias no han conseguido nunca atentar
seriamente con el control estatal de parte alguna del territorio nacional. Pero
las milicias kurdas de la vecina siria (YPG), apoyadas por los kurdo-turcos del
PKK, estuvieron a punto, durante varios meses, de consolidar un corredor
continuo en la frontera sirio-turca. Este éxito militar provocó la alarma del
ejército y del gobierno turcos y obligó a Washington a trazar en el Éufrates una
raya roja para detener los avances militares de sus protegidos kurdos.
LA
QUIEBRA DE LA CONTENCIÓN IRAQUÍ
El
gobierno iraquí, más débil y en proceso de reconstrucción, se mostró más dócil,
aunque siempre reticente. El Kurdistán iraquí aprovechó sus éxitos militares
para reforzar y ampliar el ámbito territorial de su autogobierno local. El
control de los pozos petrolíferos de la región y de algunas zonas anejas ha
sido un factor clave en la confianza creciente de los dirigentes kurdo-iraquíes
sobre la viabilidad de sus aspiraciones independentistas.
La
influencia de Irán en el gobierno y en las fuerzas armadas y de seguridad
iraquíes, a pesar de los esfuerzos norteamericanos, ha sido otro de los
factores que han empujado al liderazgo kurdo a apostar fuertemente por la vía secesionista.
El referéndum fue una iniciativa arriesgada. Estados Unidos trató de evitarlo y
luego lo desautorizó. Los otros estados se opusieron plenamente, pero carecían
de medios para impedir que se realizara.
Especialistas
y conocedores acreditados de la realidad kurda (1) han venido advirtiendo en
los últimos meses que el objetivo de la consulta nunca ha sido la independencia
inmediata, sino el cambio en la dinámica regional, para favorecer la separación
efectiva en unos diez años.
Las
divisiones internas y los conflictos interpartidarios kurdo-iraquíes terminaron
diluyéndose por el fuerte impulso de la propaganda secesionista y al final la
independencia se convirtió en una causa unitaria. La administración Trump no
parece haberse preocupado mucho de presionar a los kurdos. Esta actitud
desganada de los norteamericanos, reflejo de las contradicciones y confusiones
actuales en Washington, ha podido ser una de las razones de la respuesta
militar de Bagdad. Convencidos los dirigentes iraquíes de que tendrían que
resolver por sí solos el desafío kurdo, unidades del ejército han llevado a
cabo una operación rápida y decisiva en la localidad de Kirkuk y se han apoderado
de instalaciones petrolíferas y militares.
Irán,
protector del gobierno iraquí, pero atento sobre todo a sus intereses propios,
también ha terminado involucrándose en el conflicto. El jefe de las unidades
paramilitares Al Qods, el célebre general Soleimani, ejerció la influencia iraní
en la otra facción kurda-iraquí, el UPK, que ejerce el control de Kirkuk, para
facilitar el control de la ciudad por Bagdad.
Después
de esta exhibición contenida de fuerza, es de esperar que las partes se avengan
a la negociación. Puede ayudar a la estabilidad regional la caída del feudo yihadista sirio de Rakka, confirmada
estos días, pero la resolución del conflicto kurdo exige paciencia, voluntad y
capacidad real de embridar los excesos de las partes, algo que sólo puede
aportar Estados Unidos. Nunca ha estado menos garantizado que ahora.
NOTA:
(1) El investigador militar MICHAEL
KNIGHTS, colaborador del WASHINGTON INSTITUTE FOR NEAR EAST POLICY ha venido
publicando en los últimos meses varios análisis sobre la política
norteamericana en el Kurdistán. En este mismo think-tank resultan de interés
las observaciones de FARZIN NADIMI sobre el punto de vista de Irán. En FOREIGN
AFFAIRS, es recomendable un completo análisis sobre las consecuencias del referéndum,
por el periodista local GALIP DALAY, en la edición digital del pasado 2 de
octubre.