EL COMANDANTE EN JEFE NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA... PERO LE DA IGUAL

10 de junio de 2020

                
Las protestas ciudadanas por la violencia policial racista en Estados Unidos se han convertido en un fenómeno global. Las manifestaciones se han extendido por todos los continentes y  muchos de esos lugares se han convertido en actos de denuncia colectiva sobre el racismo local. El movimiento recuerda al experimentado en 2003, en las semanas previas a la guerra de Irak. Entonces, millones de personas no consiguieron conjurar un proyecto criminal. En esta ocasión tampoco parece que el pronunciamiento cívico pueda modificar de forma significativa comportamientos impropios de una sociedad civilizada. El racismo esta arraigado en la cultural social. El abuso que, inspirado por él, ejercen sectores de los cuerpos policiales es sólo una de sus caras más perversas.
                
REFORMAS DISCRETAS
                
El homicidio que costó la vida al afroamericano George Lloyd ha generado una “crisis de conciencia” que muy probablemente concluirá neutralizada en los diques del sistema político (1). Los demócratas, algo más sensibles, han hecho valer su mayoría en la Cámara de Representantes para aprobar un paquete de reformas legislativas en la línea de lo intentado por Obama o más allá. Se contempla ahora una modificación más ambiciosa de los protocolos de actuación, la prohibición de técnicas agresivas de intervención (como el estrangulamiento que ocasionó la muerte a Lloyd), nuevas herramientas de vigilancia de los agentes (cámaras corporales), ampliación de instrumentos de denuncia frente a los abusos, etc (2). Pero los republicanos, apoyados por los sindicatos policiales y atentos a sus propios intereses políticos, bloquearan estas iniciativas en el Senado. Se iniciará entonces un debate legislativo bizantino hasta que el asunto sea desplazado por otras urgencias políticas, véase el tramo final de la campaña electoral que se anuncia como la más extravagante de la historia política reciente.
                
Los sectores más progresistas de la sociedad norteamericana denuncian la futilidad de estos gestos, entre hipócritas e impotentes, de la clase política. Los más atrevidos sostienen que sólo eliminando la financiación de los cuerpos policiales (defunding) se conseguirá extirpar la lacra (3). O,  en todo caso, una reforma mucho más ambiciosa (4). En caso contrario, nada cambiará de verdad, hasta que la próxima muerte encienda de nuevo el debate.
                
En Minneapolis, donde ocurrió la última tragedia, las autoridades locales han anunciado que disolverán el actual cuerpo policial de la vergüenza y crearán otro, se supone que con otros reglas de comportamiento. Similares iniciativas se han producido en otras ciudades. Una marea social e institucional de condolencia y arrepentimiento por la pasividad de tantos años. Pero hay razones para pensar que, cuando se levante la actual polvareda, de todo lo prometido sólo se termine aplicando una mínima parte.
                
Con la brutalidad policial ocurre algo similar a lo que genera el uso y abuso de las armas de fuego y las matanzas recurrentes: cada vez que se registra una tragedia hay golpes de pecho, rasgado de vestiduras, compromisos de nuevas iniciativas legislativas y administrativas, pequeños retoques normativos... y todo sigue más o menos igual. No se quiere afrontar el problema de fondo, la raíz de la violencia.
                
A LA CONQUISTA DEL VOTO BLANCO
                
En este juego de imposturas sociales y políticas, los dos candidatos presidenciales afinan sus papeles de representación. El titular (incumbent), Donald Trump, ha añadido a su larga lista de indignidades un comportamiento bochornoso de racismo más oportunista que ideológico. El aspirante, el demócrata Joe Biden, se ha alineado con la tibieza de una reforma cosmética y ha rechazado el defunding, en coherencia con su larga trayectoria política, a decir verdad muy poco crítica (5). Más que la sustancia, lo que estará en juego en las próximas semanas será el aprovechamiento político del debate social.
                
Trump ha salido en apariencia debilitado, pero sigue blindado por la plana mayor republicana (6), por mucho que se hayan escuchado voces críticas (7). El propio expresidente Bush ha dejado claro que no votará por el candidato de su partido en noviembre. El general Mattis, que Trump glorificó cuando lo nombró secretario de Defensa, ha pronunciado la crítica más acerba de su exjefe. Otros militares en la reserva, como los exgenerales John Allen o Colin Powell, han seguido su ejemplo. Estos hombres uniformados arrastran responsabilidades muy serias por su papel en guerras que han provocado decenas de miles de muertos, pero son jaleados ahora por políticos y líderes de opinión como referentes morales.
                
Los medios convencionales resaltan estos días el aparente desamparo en que se encuentra el inquilino de la Casa Blanca. El presidente que construyó un gobierno de generales se ve ahora privado del favor de algunos de sus más prominentes representantes. Incluso el civil que ahora dirige el Pentágono, el secretario de Defensa Esper, se atreve a desafiar al patrón, lo corrige en público y afirma que los soldados no reprimirán a los manifestantes, como pretendió Trump cuando estallaron las protestas.  Veremos cuanto dura en el cargo.
                
El comandante en jefe no tiene quien le escriba. Ni siquiera ha hecho falta una expresa manifestación de indisciplina. El desplante ha sido preventivo. Después de todo, las Fuerzas Armadas son también establishment, elemento central de ese estado profundo (deep state) de ese aparato burocrático que Trump denunció en su populista campaña de conquista del poder, en nombre de un pueblo, del ciudadano medio, supuestamente marginado por la élite de Washington. Trump reservará sus halagos a los escalones medios y soldados, más rentables.
                
El presidente de las 20.000 mentiras se replegará al único terreno en el que siente a gusto y seguro: el de la manipulación y las lealtades de la América profunda, por decirlo con una fórmula tan convencional como engañosa. Todos contra él... todos los que viven del Estado, de los presupuestos públicos, los que sangran al ciudadano trabajador o empresarial con impuestos abusivos. Una retórica falsa, rancia, pero eficaz. Su base le sigue siendo fiel.
                
Biden no es Hillary Clinton: es un tipo más simple, menos altivo, pero pertenece a esa misma plutocracia política inveterada a la que Trump le encanta vilipendiar. Ciertamente, una cierta proximidad del candidato demócrata con sectores sindicales burocratizados le hará más difícil al demagogo presidente conservar esa base obrera blanca cabreada que lo llevó a la Casa Blanca en 2016. Las encuestas sitúan a Trump siete puntos por debajo de Biden, debido en gran medida al pinchazo económico del coronavirus y al malestar por su obscena conducta de las últimas semanas (pandemia y abuso racista policial). Pero hay partido.
                
Al comandante en jefe le da hasta cierto punto igual que le vuelvan la espalda viejas glorias del generalato o se le pongan de perfil en los cuartos de banderas. Si consigue movilizar a su base y confundir de nuevo a los pocos millones de electores que decidirán la partida en noviembre, intentará de nuevo poner al Estado a su servicio, satisfacer su vanidad y blindarse todo lo posible ante lo que pueda acontecer cuando abandone la Casa Blanca. Los afroamericanos seguirán siendo abusados en las calles por policías más o menos impunes, o morirán más que los blancos por razones menos publicitadas pero no menos escandalosas: pobreza endémica, falta de oportunidades, ausencia de cobertura sanitaria. El racismo se asienta en causas estructurales que esquivan campañas y movilizaciones.

NOTAS

(1) “Experts doubt this is a moment of reckoning for policing in U.S.” THE WASHINGTON POST, 8 de junio.

(2) “Democrats unveiled sweeping Police reform bill”; “After protests, politicians reconsider Police budgets and discipline”. THE NEW YORK TIMES, 8 de junio.

(3) “The only solution is to defund the Police”. ALEX S. VITALE. THE NATION, 1 de junio.

(4) “How to fix American policing”. THE ECONOMIST, 5 de junio.

(5) “Biden walks a cautious line as he opposes defunding the Police”. THE NEW YORK TIMES, 8 de junio.

(6) “History will judge the complicit”. ANNE APPLEBAUM. THE ATLANTIC, 7 de junio.

(7) “Republican criticism of Trump grows -but it will make a difference at the polls? THE GUARDIAN, 9 de junio.