20 de marzo de 2019
El
aberrante atentado de Nueva Zelanda pone de relieve las dimensiones del
fenómeno terrorista en la era digital. En estos tiempos, el crimen no sólo es
un pretendido acto de reivindicación, venganza, emulación o combate. También se
diseña para concitar adhesiones de una comunidad afín más o menos clandestina y
anestesiar el rechazo mediante la conversión
del acontecimiento en un espectáculo casi irreal.
No
es la primera vez que un asesino fanático “transmite” los detalles de su fechoría.
Pero este individuo australiano ha franqueado algunos límites, al exhibir un
dominio perverso de la tecnología como factor multiplicador de su alarde de
odio.
La
masacre de Christchurch nos deja notables lecciones, tanto por la sustancia del
hecho como por los procedimientos empleados, su alcance y las responsabilidades
ajenas:
1)
La principal amenaza terrorista mundial ya
no es necesariamente islamista (sin pretender minimizarla), sino la que
representan grupos o individuos relacionados con el racismo o supremacismo blanco. Muchos expertos vienen
desde hace tiempo señalando esta realidad, algunos de ellos, norteamericanos (lo
que no deja de ser especialmente significativo), como Daniel Byman, de la Brookings Institution, o Peter Bergen, autor
de varios libros sobre el terrorismo yihadista.
Una
de las consideraciones que Byman hace del luctuoso episodio de Christchurch es
que, en su actuación de vigilancia, “los servicios de seguridad y las agencias gubernamentales
[norteamericanas] tienen que priorizar al nacionalismo blanco y a otras formas
de terrorismo de extrema derecha”. Justamente lo contrario de lo que ha hecho
la administración Trump, que ha reducido los fondos de estos programas
policiales (1).
Bergen
asegura que la amenaza terrorista en América ya no son los grupos yihadistas, Desde el tan consecuencial
11 de septiembre de 2001, el terrorismo
blanco ha sido mucho más letal, en gran medida porque anida y crece un
entorno de impunidad y negligencia oficial (2).
En
otras partes del mundo, incluida Europa (recuérdese al noruego Breivik o el
activismo de baja intensidad de
grupos neonazis y afines), este terrorismo
blanco parece alejado del radar de los servicios de seguridad y es alentado por una islamofobia
creciente (3).
2)
La reglamentación del uso doméstico o particular de armas con gran poder
destructivo no es sólo una asignatura pendiente en Estados Unidos. En Nueva
Zelanda se han frustrado no pocos intentos de controlar esta acreditada amenaza.
Ahora, la primera ministra Ardern parece dispuesta a sacar adelante una ley que
restrinja la posesión de estas armas, pese a las presiones de un influyente lobby
industrial, aunque no tenga capacidad de presión de la Asociación estadounidense
del rifle. Está por ver hasta dónde puede llegar la enérgica jefa del gobierno neozelandés,
porque no ha precisado el alcance de su iniciativa (4).
3)
El espectáculo es el mensaje. El gatillo es casi nada sin la pantalla. El
impacto creciente e imparable de las redes sociales en cada ámbito de la vida
social y personal también ha impregnado, y de qué manera, el fenómeno
terrorista. Este Brenton Tarrant no sólo irrumpió en las dos mezquitas-objetivo
con sofisticadas armas de matar. Se dotó también de herramientas de difusión y
propaganda en tiempo real y se aseguró de propagar previamente sus fundamentos racistas
y supremacistas. En su osadía, llegó a enviar su panfleto de odio (con el pretencioso
título de Manifiesto) a la propia oficina
de Ardern, ocultando, naturalmente, los aspectos operativos (5).
4)
Las grandes compañías del universo digital han vuelto a mostrar sus carencias a
la hora de neutralizar, cuando aún resulta eficaz, la propagación de esta terrible
amenaza. Como ocurre con la dimensión policial de la lucha antiterrorista, la
legislación de control y prevención difiere según países y/o culturas. Europa se
ha esforzado en controlar a los gigantes tecnológicos de la cibercomunicación, tanto en los asuntos
fiscales como de seguridad, pero en Estados Unidos apenas si se han realizado
avances, debido a ciertos escrúpulos que invocan la defensa de la libertad de
expresión.
Aunque
firmas como Facebook, Twitter, Google o Youtube aseguren que suprimieron tan
deprisa como pudieron la reemisión del video del asesino australiano, millones
de copias siguieron fluyendo impunemente por las redes. La tecnología para
abortar contenidos indeseables o peligrosos va por detrás de la habilidad de
los delincuentes para eludir estos controles, como se ha puesto de manifiesto en
este caso. Basta con alterar ciertas especificidades de color, tamaño u otras
para desbaratar el algoritmo de detección y hacer circular el perverso
contenido por las autopistas desprotegidas de la comunicación social e
interpersonal (6).
5)
La respuesta política importa. Y mucho. Estos días se ha valorado favorablemente
el comportamiento valiente de la mencionada primera ministra laborista neozelandesa.
No es la primera vez que posicionamientos públicos de Jacinda Ardern generan
muestras de reconocimiento e incluso de admiración. En este caso, su empatía
hacia familiares y deudos de las víctimas, sus muestras de respeto y apoyo
hacia la comunidad musulmana y algunos gestos, como el uso de hijab en sus comparecencias públicas posteriores
al atentado, le han valido el aplauso general (6). Aunque algunas de sus
afirmaciones (por ejemplo, su declarada intención de no referirse en lo
sucesivo al criminal por su nombre para privarle de notoriedad) puedan resultar
discutibles, la estatura demostrada estos días contrasta con otros casos (7).
Inevitablemente,
nos referimos a Donald Trump. Aparte de unas condolencias convencionales y
carentes de energía -y tal vez de sinceridad-, el presidente hotelero volvió a
minimizar el peligro del supremacismo blanco. Un intento sin duda de borrar sus
huellas en una trayectoria vergozante de simpatía y connivencia pasiva hacia
ese terrorismo blanco señalado por los investigadores como la principal amenaza
terrorista. Difícilmente podría esperarse otra cosa de un presidente que, en
una de sus primeras decisiones ejecutivas, pretendió anular los permisos de
entrada en Estados Unidos de ciudadanos procedentes de más de media docena de
países con mayoría confesional musulmana. O que convierte falsa e injustamente a
los inmigrantes latinos en factores de criminalidad y delincuencia.
El
liderazgo político no sólo es responsable del terrorismo por la debilidad en la
prevención o la ineficacia en la persecución. Puede favorecerlo también si lo
justifica, lo minimiza o lo equipara a otras manifestaciones legítimas de protesta
o malestar social. Trump lo ha hecho con motivo de los atentados racistas de
estos dos últimos años. Sus muestras de simpatía lo convierten en cómplice de
las narrativas e imaginarios supremacistas (8).
Líderes
europeos y del resto del mundo están emulando a Trump, por oportunismo más que
por convicción, como el brasileño Bolsonaro, que por estos días visita Washington
con su tropel de ministros racistas, machistas o negacionistas. Las políticas
xenófobas de Salvini, de Orban y de otros dirigentes europeos con mando en
plaza o aspirantes a conseguirlo abonan, lo admitan ellos o no, el terreno del fanatismo
criminal, porque lo inscriben en un falso relato de protección frente a una invasión
imaginaria o de defensa, nada menos, que de los valores cristianos. Difícil
encaje en una doctrina que tiene como primer precepto el de no matarás.
NOTAS
(1) “Five initial thoughts on the New Zeland
terrorist attack”. DANIEL L. BYMAN. BROOKINGS
INSTITUTION, 15 de marzo.
(2) “The real terrorist threat in America”. PETER
BERGEN y DAVID STERMAN. FOREIGN AFFAIRS, 30 de octubre de 2018.
(3) Algunas reflexiones de
especial interés: “Guide to Islamophobia”. (Recopilación de artículos). FOREIGN POLICY, 15 de marzo; “New Zealand massacre highlights global reach of white extremism”. PATRICK
KINGSLEY. THE NEW YORK TIMES, 15 de marzo;
“The march of white supremacy, from Oklahoma City to Christchurch”. JAMELLE
BOUIE y “The anatomy of White terror”. ASNE SEIERSTAD, ambos en THE NEW YORK TIMES, 18 de marzo.
(4) “Jacinda Ardern says cabinet agrees
New Zealand gun reform ‘in principle’”. THE GUARDIAN, 18 de marzo; “From
Aramoana to Christchurch: a shorthand of New Zealand relationship with guns”. THE ATLANTIC, 17 de marzo.
(5) “How the Christchurch shooter played the world’s
media”. FOREIGN POLICY, 15 de marzo.
(6) “How social media’s business model helped
the New Zealand massacre to go viral”. THE
WASHINGTON POST, 18 de marzo; “Spread
of New Zealand attack videos sparks global calls to hold tech giants
accountable”. CATZAKRZEWSKI |TECHNOLOGY 202. THE WASHINGTON POST, 18 de marzo.
(7) “Jacinda Ardern’s response to the mosque
attacks praised worldwide”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST; “Ardern says
she will never speak suspect’s name”. THE
GUARDIAN, 19 de marzo.
(8) “It’s not complicated. Trumps encourages
violence”, DAVID LEONHARDT. THE NEW YORK TIMES,
17 de marzo; “The racist theory that underlies terrorism in New Zealand and
the Trump presidency”. ISHAAN THAROOR. THE
WASHINGTON POST, 18 de marzo.