22 de noviembre de 2017
Ha caído la penúltima
dictadura africana. Ha nacido la penúltima dictadura africana. Así pueden
resumirse dos semanas de una ópera bufa con trasfondo de sangre y miseria que
denigra un poco más la maltratada imagen del continente.
Robert Mugabe, el primero y
único presidente de Zimbabwe en sus 37 años de vida como estado independiente,
sale de la historia por la puerta de atrás, desde un cuarto oscuro y miserable,
tras arruinar y envilecer al país que lo convirtió en héroe (1).
A pesar de la alegría en las
calles y las celebraciones de una población hasta cierto punto sorprendida por
la aceleración de la crisis, hay pocos motivos para la esperanza, al menos
inmediata. La dictadura no ha caído como resultado de una revuelta popular. Ni
siquiera por efecto de una presión social con apoyo internacional. Se ha
tratado, lisa y llanamente, de un golpe palaciego, de un ajuste de cuentas
entre facciones, todas con las manos manchadas de sangre y los bolsillos bien
llenos.
Las referencias zoológicas del
título de este comentario están extraídas del vocabulario político y
socio-periodístico local: la lucha por el poder en Zimbabwe, en esta fase
terminal del régimen mugabiano, ha
sido bastante animal.
UNA AMBICIOSA PRESUMIDA Y SU INSECTO PREFERIDO
La
segunda mujer del depuesto dictador, Grace, es cuarenta años más joven que el
nonagenario Mugabe. Una mecanógrafa ambiciosa sedujo al líder mientras la
primera dama agonizaba de cáncer, permaneció pacientemente a su lado hasta
consolidar sus aspiraciones de mando absoluto, se forjó una base social entre
mujeres y jóvenes del partido gobernante y cortejó a la nueva generación de
tecnócratas impacientes por heredar los beneficios del poder.
Cuando el anciano empezó a
renquear y el cáncer lo atrapó, hizo de acompañante en sus viajes
hospitalarios, con especial asiduidad en Singapur. Mugabe se sometía a
tratamiento, mientras Grace se iba de tiendas. De tiendas caras. Entonces es
cuando se ganó el apodo de Gucci Grace.
A la primera dama de segunda
generación le sobraba ambición, pero le faltaba cabeza. Así que apañó una
alianza con uno de los más listos del corral, Jonathan Moyo, destinado a ser
uno de los herederos del gran jefe. Moyo había forjado una alianza con el
segundo del Estado, Emmerson Mnangagwa, para acelerar la transición y jubilar
al viejo dinosaurio. Pero su secuaz lo traicionó cuando se creyó con suficiente
fuerza para ser el único sucesor con garantías (2).
El maniobrero Mnangagwa es un
curtido muñidor de sanguinarias rectificaciones del régimen. Desde su puesto al
frente de los servicios de inteligencia ha supervisado la lista de adversarios
y caídos en desgracia con una frialdad espeluznante, que le valió el apodo de
cocodrilo, que a él parecía complacerle. Sus lazos con los militares y, sobre
todo, con los veteranos guerrilleros del movimiento de liberación, reforzaron
sus opciones de futuro (3). Pero no pudo evitar la amplitud de las
conspiraciones de alcoba.
La ambiciosa Grace acogió al engañado
Moyo y le prometió un lugar junto a ella en su futuro trono si le organizaba
esa legión de jóvenes, mujeres, técnicos y modernos visionarios. A ello se
entregó el joven político con tanta paciencia y determinación, que el propio
Mugabe le dedicó el epíteto de gorgojo,
un insecto que devora el grano.
El anciano líder ya chocheaba
notoriamente, así que reforzó la apuesta por su esposa, convencido de que los
políticos, militares y guerrilleros veteranos de su generación estaban tan
amortizados como él.
La vieja generación no se
resignó a este revés de la fortuna y se entabló la fase final de una pugna a
muerte entre las dos facciones, con sus respectivos aliados detrás. Grace y
Moyo no estaban seguros de la solidez de sus posiciones y decidieron sorprender
a sus rivales con un movimiento sorpresa. Camelaron a Mugabe para que
destituyera al número dos, Mnangagwa, que puso pies en polvorosa, para preparar
el contraataque desde sus plataformas de apoyo en Suráfrica y Mozambique.
EL REFLEJO DEFENSIVO DEL VIEJO
RÉGIMEN
Con
lo que no contaban los descuidados líderes de la nueva generación era con la
capacidad de resistencia del viejo régimen. El cocodrilo había acordado una transición pactada con el Ejército,
que blindara los privilegios adquiridos estas décadas, en la que también
quedarían incluidos los veteranos de la guerra patriótica.
El cocodrilo mordió con la dentadura prestada de los militares. Apresó
entre sus fauces al dictador y lo sometió a una negociación de su propia muerte
política, generosa en la forma, pero humillante en el fondo. Mugabe se resistió
unos días, quizás esperando que los soldados más jóvenes se alinearan con la
facción de su desventurada esposa, retenida en paradero desconocido y
presentada ante el país y el mundo como la verdadera responsable de las desgracias
de Zimbabwe.
Lo que no había conseguido la
oposición, las organizaciones sindicales contestatarias o las asociaciones
cívicas, es decir, la eliminación del dinosaurio, lo protagonizaron los propios
exponentes del régimen. La mafia en la que se ha convertido Zimbabwe ha
asistido a una guerra de familias, y se ha impuesto la más tradicional, la que
tenía más que perder (4).
China fue el sostén principal
del ZANU-PF de Mugabe en la lucha por la hegemonía durante la guerra de
liberación, que lo enfrentó a muerte contra el ZAPU de Joshua Nkomo, el otro
mítico líder guerrillero. Y, conociendo sus maneras, Pekín tratará de mantener
sus intereses en el país, pese a la ruina en que se encuentra. Pero se dice que
Mnangagwa ha cultivado relaciones con gobiernos extranjeros, instituciones
financieras internacionales y otros centros de poder mundial para orquestar un
lavado del régimen. O sea, un mugabismo sin
Mugabe. La democracia no está en
el horizonte inmediato, como sostiene un diplomático norteamericano
experimentado en África (5).
No debe sorprendernos que
Occidente se avenga a esta operación de reciclaje. No en vano, los crímenes,
abusos y excesos del régimen de Mugabe han servido de anestesia y olvido de las
perversiones colonialistas. El recuerdo de la vergonzosa actuación de Gran
Bretaña y la historia de la vieja Rhodesia es una lectura de gran utilidad
estos días, como nos recuerda el veterano periodista James North (6).
El cocodrilo ha ganado al
gorgojo y a la presumida arribista en la eliminación del dinosaurio. Pero más
temprano que tarde el natural recambio generacional tendrá que producirse. Con
estos protagonistas del zoo o con otros. La resolución de la crisis parece
temporal o transitoria.
NOTAS
(1) “How
Mugabe Ruined Zimbabwe”. THE ECONOMIST, 26
de febrero.
(2) “Behind the Rapid Mugabe’s Fall: a Fired,
a Feud and a First Lady”. NORIMITSU ONISHI. THE
NEW YORK TIMES, 19 de noviembre.
(3) “A
Strongman Nicknamed Crocodile is Poised to Replace Mugabe”. KIMIKO DE
FREITAS-TAMURA. THE NEW YORK TIMES, 16 de
noviembre.
(4) “Why
Zimbabwe’s Military Abandoned Mugabe. PHILIP MARTIN. FOREIGN AFFAIRS, 17 de noviembre.
(5) “Robert
Mugabe and the poisonous legacy of the Bitish Colonialism”. JAMES NORTH. THE NATION, 21 de noviembre
(6) “Mugabe
is gone, but Zimbabwe’s Dictatorship Will Remain”. JOHN CAMPBELL. FOREIGN AFFAIRS, 17 de noviembre