OBAMA: DESIGNIOS CONTRADICTORIOS EN POLITICA SOCIAL

31 de julio de 2013

                
El Presidente Obama ha expresado un alentador compromiso a favor de impulsar el empleo, mejorar el mercado laboral y reducir la desigualdad. Ha escogido una entrevista con THE NEW YORK TIMES –un diario que siempre le ha apoyado, pese a algunas críticas oportunas- para reiterar una posición que ya dibujó tras ganar la renovación de su mandato en noviembre pasado.
                
Obama sostiene que la creciente desigualdad de rentas está quebrando la confianza de los ciudadanos en América como tierra de oportunidades. En uno de los pasajes más inspiradores, afirmó que disponía en el despacho oval de una copia de la convocatoria de la Marcha por el Trabajo y la Libertad, en la que Marthin Luther King pronunció su archifamoso discurso ‘I have a dream’. Esa iniciativa contribuyó decisivamente a mejorar las condiciones laborales y sociales en América. Obama subraya en la entrevista que durante décadas, “el norteamericano que quería un trabajo, lo obtenía y, aunque fuera duro o difícil, podía comprarse una casa” con salario que obtenía.
                
El Presidente reconoce que para invertir la tendencia que ha envilecido el mercado de trabajo y ensanchado la desigualdad en Estados Unidos es preciso profundizar en el cambio de la política económica que ha dominado las últimas tres décadas. Asegura que luchara contra las fuerzas hostiles en el Congreso, “hasta el límite de su poder”.
                
Las palabras de Obama tienen bastante valor, porque no son habituales en un presidente de Estados Unidos. Cierto es que, hasta ahora, su mandato ha sido un correlato contradictorio, a veces ambiguo y no pocas veces decepcionante. Pero ha tenido la honestidad intelectual de denunciar políticas muy lesivas para la justicia social y la igualdad de oportunidades.
                
EL DETERIORO DEL TRABAJO

Algunas cifras ilustran la dimensión del problema que afronta Obama en la entrevista con el NYT. En términos comparativos con respecto a hace treinta años, los norteamericanos disponen de menos empleo, tienen menos donde elegir y cobran menos por lo que trabajan.  Los salarios medios y bajos no han crecido por encima de la inflación. La creación activa de empleo en los ochenta y noventa compensaba en cierto modo la subida de los precios y motivó una relativa despreocupación por el incremento de la desigualdad, que empezó a originarse en esos años, precisamente.

Pero desde el 2000, la oferta laboral se atascó, empeoró y  dejó de servir de amortiguador de las crecientes diferencias sociales. Con la crisis financiera, se aceleró la destrucción de empleo. El índice de ocupación en el tramo de población entre 25 y 54 años que no terminaron los estudios secundarios cayó diez puntos porcentuales entre 2007 y 2010. Estos datos fueron analizados por el profesor LANE KENWORTHY en un artículo para FOREING AFFAIRS, en vísperas de las últimas elecciones presidenciales.

Por ese tiempo, otro importante analista de la macroeconomía, David Leonhardt, ofreció en un completo artículo sobre el deterioro del nivel de vida de la mayoría de los norteamericanos un interesante dato sobre la degradación de la oferta de empleo. “El sector manufacturero norteamericano produce ahora mucho más que en 1979, a pesar de que emplea casi un 40% menos de trabajadores. Los obreros menos cualificados han sufrido desproporcionadamente. El desnivel salarial entre los titulados universitarios y el resto de empleados no ha sido casi nunca tan alto”.

DE LA DESIGUALDAD A LA POBREZA

Como consecuencia de estas tendencias negativas en el mercado laboral, la renta media familiar al comienzo de la presente década fue un 8% más baja que en el inicio del siglo. Esta depreciación en una década no tiene precedentes. En periodos de igual duración desde el final de la Segunda Guerra Mundial,  la renta media creció a niveles que rondaban el 30%.
            
La erosión de las rentas está alcanzando ya a la mitad superior de la población. El aumento creciente de los gastos y el endeudamiento están limitando severamente la capacidad de ahorro de los hogares: apenas un 20%, según los cálculos estadísticos más favorables. El nivel medio de la deuda superó los 75.000 dólares al comienzo de la presente década, mientras que las rentas netas medias apenas superaron los 77.000 dólares.
                 
La desigualdad es abrumadora, y en alza. La última revisión del Censo indica que el 15% de los norteamericanos ya son pobres, oficialmente. Casi la mitad se encuentra en el umbral de la pobreza. La crisis explica sólo en parte la negativa evolución de la balanza social. Lo más inquietante es que la desigualdad comenzó enormemente durante los años de expansión y se mantuvo durante los últimos treinta años. La retribución salarial media de una familia es de 30.000 dólares anuales y el nivel de renta mínimo para acceder a la asistencia alimentaria (‘food stamps’) es de 34.000 dólares anuales. El presupuesto destinado a esta partida de ayuda social, que alcanza a 47 millones de personas, no supera las ganancias por inversiones de los 20 norteamericanos más.
                
Este es el panorama que Obama se compromete a intentar modificar. Anuncia el fin definitivo de las políticas de austeridad y el lanzamiento de programas de obras de infraestructura, educación, energía limpia, ciencia, investigación y otras áreas de desarrollo. América ha envejecido materialmente hasta límites difíciles de imaginar en Europa.
                
Conviene, no obstante, no ser demasiado optimistas, ni sobre la capacidad del Presidente de doblegar las tendencias conservadoras que siguen dominando la Cámara de Representantes, ni sobre su voluntad de promover políticas progresistas sin contrapesos.

En la misma pieza en que resume las declaraciones de Obama, THE NEW YORK TIMES apunta que uno de los favoritos para suceder a Bernanke al frente de la Reserva Federal es Lawrence Sammers, jefe del Consejo de asesores económicos de Bill Clinton. Por sus conocidas componendas con Wall Street, su promoción no sería una buena señal de la declarada voluntad del Presidente de dar un golpe decisivo de timón a las políticas causantes de las desgracias sociales que él mismo denuncia.  

LA APUESTA DE OBAMA Y KERRY

25 de julio de 2013
                
La administración Obama parece renunciar a jugar un papel decisivo en la evolución de las crisis egipcia y siria –al menos públicamente- y decide afrontar el desafío pendiente desde hace medio siglo para la diplomacia norteamericano: el contencioso palestino-israelí.
                
El primer mandato del presidente demócrata se había cerrado con la frustración apenas disimulada de un atasco general en las conversaciones de paz. No debe achacársele a Obama esta ausencia de avances, sino a la intransigencia de Israel; y. en concreto, a las presiones de los elementos más extremistas del paisaje político en aquel país. Pero también del sector más abiertamente hostil del Congreso norteamericano, empeñado no sólo en sabotear la mínima iniciativa de la Casa Blanca, sino también en debilitar a su presidente jaleando al primer ministro Netanyahu.
                
Hillary Clinton, a la que sólo un malintencionado puede discutirle su compromiso sin fisuras con la causa israelí, entendió enseguida que sus rivales políticos en Washington no iban a facilitar su tarea y aconsejó a Obama una prudente distancia. El presidente, al comienzo tan entusiasta como cualquiera de sus antecesores –y más los demócratas- hizo calculados amagos, pero terminó declinando una implicación más personal y marginó el intratable dossier en el catálogo de sus prioridades internacionales.
                
Ahora, con un nuevo Secretario de Estado, se vuelve con fuerza a afrontar la aparente misión imposible de tantas y tantas administraciones. Los demócratas pueden presumir de haber conseguido los mejores resultados: la paz entre Egipto e Israel (con Carter) y un principio de acuerdo entre palestinos e israelíes (con Clinton). Veinte años después de los acuerdos firmados en Washington por Rabin, Peres y Arafat, las ilusiones de una paz negociada se han ido esfumando.
               
LA APUESTA DE KERRY

John Kerry, candidato presidencial demócrata en 2004, líder de su partido en el Comité de exteriores del Senado durante muchos años y experimentado político en las lides diplomáticas, no ha querido agotar su posible último servicio al país sin quemar las naves en este asunto intratable de la política internacional.
                
De momento, ha conseguido que se reanuden las negociaciones sin que se interpongan condiciones previas. Lo cual no quiere decir que tales obstáculos hayan desaparecido o incluso se hayan relajado. Los palestinos quieren que Israel detenga la colonización de los territorios ocupados, que se produzca la liberación de un importante número de prisioneros en una fase inmediata y que se negocie el asunto territorial sobre la base de las fronteras de 1967, es decir antes de la ocupación israelí de Cisjordania. Sin olvidar, claro, que se ponga un plazo para concluir las negociaciones.

Israel, que pese al pobre entendimiento de Netanyahu con Obama sabe que nunca será abandonado por Washington, se niega a atender estas reclamaciones palestinas. Si el primer ministro se ha avenido a no hacer un desplante a Kerry es porque seguramente no cree que tenga nada que perder.
                
Kerry ha pedido discreción. Lo ha conseguido más o menos, pero no rigurosamente. El mayor ruido se ha escuchado en el bando israelí. En la coalición conservadora se han dejado oír las voces intransigentes que exageran el riesgo de las negociaciones para presionar a Netanyahu, pero también para mantener activa la propaganda republicana en el Congreso.
                
La liberación de prisioneros es el primer escollo. Ministros israelíes del sector duro ya están advirtiendo que puede ponerse en libertad a condenados por delitos de sangre. Netanyahu puede intentar el consenso con los principales exponentes del gobierno y orillar a otros más recalcitrantes. Pero también puede utilizar la oposición de éstos para dejar que el proceso se bloquee a las primeras de cambio. No en vano, en uno de sus comentarios sobre la iniciativa de Kerry, ha desdeñado las aspiraciones palestinas.
                
EGIPTO Y SIRIA, ASUNTOS RELEGADOS

Si al final las negociaciones arrancan, la administración Obama dejará atrás –o eso podría pretender- el mal sabor de boca por la falta de decisión en la guerra siria y el ambiguo papel desempeñado en la crisis política egipcia.
                
En Siria, el jefe del mando militar ha presentado estos días todas las opciones barajadas por la Casa Blanca, con sus posibilidades y riesgos. En resumidas cuentas, el Pentágono cree que una implicación norteamericana más directa puede tener una influencia importante en el curso de la guerra, pero deja claro los riesgos de una campaña larga y costosa, en vidas en y dinero. El general Martin Dempsey, azuzado por el republicano McCain para que comprometiera opiniones personales, fue muy cauto en su informe y se limitó a delinear con mucha claridad las valoraciones técnicas de las políticas. El asunto sigue abierto, pero será difícil que Obama, aún por cerrar la retirada de Afganistán el año próximo, se arriesgue a otro Irak para culminar su paso por la Casa Blanca. Que el presidente Assad haya ganado terreno no parece a día de hoy argumento suficiente. Al menos mientras no se disipen los temores sobre una influencia indeseada de elementos islámicos radicales en la oposición. Se les armará, con mucho tiento y controles rigurosos, y poco más.
                
En Egipto, el delicado equilibrio entre golpistas e islamistas se ha traducido en una postura muy ambigua. Ni condena ni respaldo del golpe de estado. Pronunciamientos generales sobre el deseable restablecimiento del proceso democrático, perfil bajo en las apariciones diplomáticas públicas y pies de plomo en las declaraciones de los portavoces.
                
Esta selección de prioridades de la administración Obama no es caprichosa. Un revelador estudio de Shibley Telhami, resumido en FOREIGN POLICY, demuestra, una vez más, que el conflicto palestino-israelí es el elemento de mayor impacto para el mundo árabe en la percepción de la política de Washington. Ni su actitud ante las revoluciones de los últimos años, ni siquiera la ayuda económica importan más que la satisfacción de los derechos de los palestinos. Tampoco la desactivación de la amenaza nuclear iraní.

Paz justa antes que pan, libertad o seguridad. Esto quiere la mayoría de las masas árabes. O, al menos, eso es lo que declaran. Obama lo sabe y, de conseguirlo, su presidencia será un éxito indiscutible. Un papel más activo en Egipto, Siria o Irán, aunque se cerrara con éxito, no tendría el mismo valor emocional y político. El riesgo bien vale doblar la apuesta. 

EGIPTO: EL ENGAÑOSO PROCESO DE NORMALIZACIÓN

17 de julio de 2013

Dos semanas después del golpe militar en Egipto, la cúpula de las Fuerzas Armadas, los dirigentes de los principales partidos afectos a la operación de derribo del Presidente Morsi, una inmensa mayoría de los intelectuales liberales y la mayor parte de las cancillerías occidentales impostan una forzada impresión de normalización.
               
LA TENSIÓN SE MANTIENE PESE AL DISCURSO OFICIAL

No es eso, sin embargo, lo que está ocurriendo en la calle, donde se mantiene, con mayor o menor virulencia según los días, un enconado pulso entre los seguidores de los Hermanos Musulmanes y amplios sectores laicos. En los despachos, se toman decisiones, se juran nuevos cargos, se proyecta una rutina institucional, pero se evidencian lagunas enormes en el proceso político.
                
La sangre sigue corriendo. La calma sólo se aprecia en los noticiarios de la televisión estatal, controlada descaradamente por los propagandistas militares, o en los canales privados, dominados por sectores no ya enemigos acérrimos de la Cofradía, sino claramente afectos al antiguo régimen.

La represión está dañando profundamente a los nuevos gobernantes. Las Fuerzas Armadas y las distintas agencias y cuerpos de seguridad continúan desmantelando, intimidando y eliminando del proceso a dirigentes, cuadros medios, militantes y simpatizantes de la Hermandad. El reciente informe de AMNISTÍA INTERNACIONAL es muy concluyente al respecto. El silencio de los ‘liberales’, ‘laicos’, ‘demócratas’ y ‘rebeldes’ resulta muy elocuente. Algunas voces de estos sectores claramente opuestas a Morsi ya han advertido del peligro de embarcarse sin matices en el rumbo impuesto por los militares. Pero, como documenta el corresponsal del NEW YORK TIMES en Egipto, estas protestas son contadas y resultan acalladas, descalificadas o confrontadas por el sector mayoritario afecto al golpe. También abundan los testimonios de regreso a escena, incluyendo a importantes palancas de poder, de tecnócratas, empresarios y buscavidas criados durante el régimen de Mubarak.

Algunos analistas han señalado que los militares no estarían demasiado preocupados por el pulso que le plantean los Hermanos Musulmanes, bien porque creen que es cuestión de tiempo que se dobleguen y terminen aceptando el nuevo curso político, bien porque confían en poder favorecer la emergencia de nuevos líderes más dispuestos a negociar y a enterrar a los más intransigentes.

Estos días, algunos medios liberales extranjeros poco dispuestos a aceptar la tesis de la inevitabilidad del golpe han contado ilustrativos ejemplos de cómo, a los pocos días de ser desalojado Morsi del poder empezaron a funcionar servicios públicos, como la luz, la recogida de basuras, el saneamiento del agua, las patrullas policiales, etc. Naturalmente, no hubo tiempo en sólo unos días de subsanar deficiencias tan extendidas como profundas. Lo que indicaría que tales obedecían más a un boicot organizado que a la incompetencia flagrante de los gestores anteriores o al abandono de esos servicios. No se exculpa al gobierno de los Hermanos de su incompetente gestión, pero cada vez parece más claro que eso no explicaría por si sólo el nivel de descontrol que se había adueñado del país.

UN CAMINO CON DEMASIADOS AGUJEROS

Pero quizás lo más escandaloso de todo el proceso sea la escasa solvencia de la denominada ‘hoja de ruta’ de la institucionalización. La llamada ‘declaración constitucional’, que pretende ser la demostración de las buenas intenciones de los militares de restaurar la democracia es un documento chapucero, deficiente y sorprendente, si se tiene en cuenta que el Presidente interino es la cabeza del Tribunal Constitucional.

En un artículo para FOREING POLICY, el experto constitucional Zaid Al-Alí señala los innumerables defectos de esa ‘declaración institucional’ que marcaría la denominada ‘hoja del ruta’ del movimiento corrector del 3 de julio. Los plazos son a todas luces demasiado cortos, no ha habido proceso de consultas previo, las garantías de ecuanimidad y pluralidad son inexistentes, no existen referencias a derechos y libertades fundamentales de forma clara y precisa. Y, para colmo, los poderes que se le conceden al Presidente interino, Al Mansur, son similares a los que disfrutaba Morsi, y que resultaban tan intolerables para los defensores del golpe militar.

EL MUNDO EXTERIOR: ENTRE EL SILENCIO Y LA INCOMODIDAD

El posicionamiento ante lo que está ocurriendo en Egipto resulta especialmente incómodo para quienes desde Europa intentar comprender la situación. Debería resultar sencillo mostrarse comprensivo con la iniciativa militar, resistirse a considerarla un golpe de Estado, confiar en las palabras de los generales que prometen una rápida restauración de la democracia y dar por cerrado este engorroso asunto.
               
Es lo que parece haber hecho Europa, demasiado ensimismada en la crisis interna, en sus problemas económicos, sociales y burocráticos, como para preocuparse más de lo debido por una lucha ajena, en un país sin duda importante, pero demasiado inestable para poder enderezarlo desde fuera

En Estados Unidos se toman la molestia de cumplir con su responsabilidad de garante de la estabilidad en Oriente Medio, que pasa, indefectiblemente, por el encauzamiento de la crisis egipcia. La administración Obama trata de no dejarse más plumas de las ya entregadas antes, durante y después del pronunciamiento cívico-militar. No le está resultando fácil. El jefe de la diplomacia, John Kerry, recientemente de gira por la zona, evitó hacer parada en Egipto, sabedor del clima enrarecido que se respira hacia Washington, de uno y otro lado. Por parte de los islamistas derrocados, porque consideran que los norteamericanos han bendecido discretamente el golpe y hasta la represión posterior. Del lado de los partidarios de la acción militar, porque estiman que la diplomacia estadounidense maniobró hasta el final para impedir el derrocamiento de Morsi. Para intentar apaciguar a unos y otros, ha recalado en El Cairo el segundo de Kerry, el avezado diplomático Williams Burns. Poco o nada ha conseguido. Incluso los islamistas radicales de Al Nour, rivales de los Hermanos Musulmanes, le hicieron el desaire de no querer entrevistarse con él. Parecido plantó le dieron los dirigentes del movimiento rebelde Tamarod, los principales instigadores del golpe.

En definitiva, Egipto puede caerse de las portadas de periódicos y cabeceras de los telediarios, pero continúa siendo uno de los asuntos internacionales más preocupantes.

EGIPTO: LA CUADRATURA DEL CÍRCULO

9 de julio de 2013

Era de temer la deriva violenta en Egipto tras el golpe militar de la semana pasada. Los Hermanos Musulmanes podían difícilmente avenirse a la falsa solución orquestada por la cúpula de las Fuerzas Armadas con la complicidad de la oposición, porque les privaba de la hegemonía política conquistada en las urnas. Al triunfar la presión en la calle, la Hermandad no tenía más remedio que aceptar el pulso y demostrar su capacidad de movilización.

El resultado es un riesgo de caos creciente, de polarización peligrosa y de amenaza de confrontación sangrienta. Este escenario resulta, a la larga, perjudicial para los Hermanos. Pero, a corto plazo, puede ser devastador para las Fuerzas Armadas, porque puede arruinar la legitimidad acumulada que invocaron para liderar la corrección del rumbo político.

RADIOGRAFIA DEL GOLPE

En los últimos días se han ido conociendo claves y detalles del proceso que condujo al golpe del 3 de julio. Como avanzábamos en el artículo anterior, la cúpula castrense se manejó con ambigüedad para justificar su decisión de erigirse, una vez más, en actor resolutorio de la crisis. Llama la atención, en todo caso, la torpeza –o la candidez, según se mire- del depuesto presidente Morsi para afrontar la sucesión de los acontecimientos.
               
El Jefe de las Fuerzas Armadas y Ministro de Defensa, Al Sisi, aprovechó la relación de confianza forjada con el Presidente para hacerle creer hasta el último momento que actuaría como aliado suyo y no, como al final ocurrió, como juez implacable de su destino. El NEW YORK TIMES cita a distintos asesores del Presidente para afirmar que Morsi fue el último en querer aceptar que Morsi se iba a poner del lado de la heterogénea oposición que pedía a gritos su cabeza y el final de la gestión de la Hermandad Musulmana. Al Sisi habría llegado a asegurar al Presidente que, con sus advertencias, públicas y privadas, sólo pretendía aplacar a otros sectores más duros de sus compañeros. El mensaje era claro: acepte usted el golpe blando para neutralizar el golpe duro. Salvando las distancias, lo ocurrido recuerda a otro episodio, hace cuarenta años, cuando un tal Pinochet le juraba lealtad al Presidente Allende...
           
Morsi no es Allende, naturalmente. En el ejercicio del poder, no ha sido tan impecable, ni tan respetuoso de las prácticas democráticas, aunque debe reconocerse que la oposición que le reprocha abuso de poder, incapacidad para forjar consensos imprescindibles y eficacia en la gestión del país debe demostrar ahora que puede hacerlo mejor.
                
LAS CONTRADICCIONES DEL FRENTE CÍVICO
             
De momento, no está ocurriendo así. La coalición que ha solicitado los servicios de los militares para acabar con el mandato de los Hermanos Musulmanes no da señales de controlar la situación. Ni siquiera los primeros pasos de la cacareada ‘hoja de ruta’. Es notable el patinazo del muy gris Presidente interino al anunciar que el primer ministro sería el diplomático El Baradei, para rectificar enseguida, al constatarse lo que todo el mundo podía anticipar: el veto de los islamistas radicales de Al Nour, más ansiosos por aprovecharse del sometimiento de la Hermandad para hacerse con la hegemonía del electorado religioso que de coadyuvar en la democratización del país. Otras opciones laicas, muy apreciadas en Occidente, seguramente, pero minoritarias en Egipto, han merecido parecida suerte. La selección del Jefe del gobierno puede prolongarse. O peor aún, una vez consensuada, puede verse sometida a una continua desestabilización. El anuncio de elecciones en 2014 –esperado, por lo demás- parece destinado a apaciguar los ánimos después de la sangrienta jornada del lunes.
                
Resulta de especial interés la valoración de un veterano socialista, Wael Jalil, citada por el periodista egipcio Ashraf Jalil (el mismo apellido es pura coincidencia) en un artículo para FOREIGN AFFAIRS. El dirigente socialista contemplaba la intervención militar como ‘escenario de pesadilla’ y se inclinaba por un proceso de presión sobre Morsi, más paciente y prolongado, pero menos dependiente del Ejército.
               
LA IMPOSIBLE RETIRADA DEL EJÉRCITO
               
Temores similares empiezan a escucharse estos días, aunque se habían dejado oír durante las atronadoras manifestaciones previas al golpe. Pero esas cautelas sobre el papel protagonista de los militares fueron allanadas ante la perspectiva tentadora de echar de la escena a Morsi y la Hermandad. Un profesor de Oriente Medio  de la Universidad de California, y habitual comentarista de Al Jazeera, Mark Levin, sugiere que el proceso que se vive en Egipto desde el derrocamiento de Mubarak puede consagrar la consolidación del Ejercito a imagen y semejanza del Mazjén marroquí; es decir, un sistema complejo de poder, elitista y en modo alguno democrático, que se erige en fachada institucional de legitimación.
  
Sugerente, pero nada nuevo. Las Fuerzas Armadas han gobernado Egipto de forma abierta o encubierta desde hace sesenta años. Hasta Morsi, todos los presidentes han salido de sus filas. Las elecciones no han merecido nunca la mínima consideración democrática. El PND era un mero aparato político sin más base social que el apego de los egipcios a sus uniformados como institución refugio de sus temores y frustraciones.
               
Al Sisi afirmó la noche del golpe que no era intención de las Fuerzas Armadas meterse en política. Pero renunciar a la Presidencia o al gobierno no quiere decir apartarse del poder. Nunca han estado fuera, ni antes ni después de la primera revolución. Ni se les ha pasado por la cabeza automarginarse ahora. Durante décadas, se han asegurado el papel de único garante de la continuidad del Estado egipcio. Y, además, porque han amasado un impresionante tinglado de intereses económicos, sociales y patrimoniales a los que les es imposible renunciar. Las Fuerzas Armadas en Egipto no son un Estado dentro del Estado: son el Estado.
                
Con estas premisas, se antoja ingenua una evolución democrática del golpe. A lo más, asistiremos a una nueva fachada en la que se acomoden, con más o menos suavidad, los distintos sectores de la sociedad egipcia. Los Hermanos Musulmanes constituyen la única institución que puede rivalizar con los militares en sustento social. Por mucho que se hayan erosionado en este año al frente del país, aún conservan su condición de principal fuerza política y social. Están acostumbrados a la persecución, la represión, la clandestinidad y la marginación políticas. Ahora se enfrentan al dilema de forzar también el martirio o avenirse a un acomodo con los militares y sus protegidos laicos. El jefe de su ala política, Mohamed Beltagy, descartaba esta última opción. Pero es pronto para definir estrategias a medio plazo.
                
LA RESPUESTA DE WASHINGTON

El otro elemento a considerar es la actitud exterior. En particular, lo que hará Estados Unidos. Obama fue criticado en su día por apoyar la caída de Mubarak. El ‘establishment’ le recordó con cierta insolencia que el Presidente tiene que velar por los intereses estratégicos norteamericanos antes que apadrinar confusas aventuras democráticas. Esas u otras voces de semejante tenor se han vuelto a escuchar estos días, después de que el Presidente se abstuviera de bendecir el golpe, aunque tampoco lo condenara. Los que solicitaban la intervención militar se irritaron con la embajadora Patterson, por entender que intentó hasta última hora salvar el gobierno de Morsi. Otras informaciones permiten poner en duda esta interpretación. Todo indica que Washington mantuvo siempre todas las opciones.

                
En todo caso, para conocer el estado de opinión del aparato de poder norteamericano, destacamos la opinión del ex-embajador en Israel, Martín Indik, hoy conspicuo miembro de la comunidad de los' think-tank'. En un artículo para FOREING POLICY, le recuerda a Obama que las Fuerzas Armadas egipcias son “el único puerto seguro del país” y, por tanto, no tiene más remedio que trabajar con ellas y asegurarles la sustanciosa ayuda de 1.300 millones de dólares, evitando reprimendas públicas. En todo caso, en privado, puede recomendarles que garanticen la reanudación del gobierno civil pleno y la restitución plena de la democracia cuanto antes. El viejo reflejo del apoyo a los golpes cuando éstos resultan la mejor garantía de los intereses.

EL ABISMO EGIPCIO

 4 de julio de 2013

                
Se ha consumado el golpe de Estado en Egipto. La cúpula militar se ha decidido por destituir al presidente Morsi, suspender la constitución y nombrar al presidente del Tribunal Constitucional como jefe interino del Estado.  Bajo cualquier circunstancia, se trata de una peligrosa solución y de una deriva indeseable de la ‘primavera árabe’. Que las movilizaciones ciudadanas en contra del gobierno de los Hermanos Musulmanes y de la interrupción del proceso democrático hayan sido masivas no pueden justificar esta aparente salida de la crisis sin una visión crítica. Por otro lado, la coalición opositora reunida en el bloque Tamarrod (Rebelión) es demasiado heterogénea para conjurar la inquietud que provoca esta solución.

UNA RESPONSABILIDAD COMPARTIDA

Todo el mundo es responsable de lo ocurrido estos últimos meses en Egipto. La gestión de Morsi no merece muchos apoyos, ha fracasado en el empeño de unificar el país, o peor aún, ni siquiera se lo ha propuesto seriamente. Ha utilizado su triunfo electoral, indiscutible por lo demás, para acelerar la islamización del país. El deterioro de los servicios públicos, el incremento de los precios de los productos básicos, el pavoroso estancamiento económico y una esclerosis general en la administración son, sin duda, defectos atribuible en primer término al Ejecutivo. Algunos ministros han tratado de salvarse abandonando a última hora.
                
Sería poco riguroso, sin embargo, obviar la responsabilidad de otros agentes políticos e institucionales en el naufragio de la incipiente democracia egipcia. Los aparatos de poder criados durante el régimen de Mubarak no han aceptado nunca el resultado de las urnas. Han boicoteado repetidamente al gobierno. Dos han sido las instituciones más dañinas: la judicatura y las fuerzas de seguridad. Los Hermanos Musulmanes no han podido depurarlas, no en el sentido de ocuparlas o ponerlas a su servicio, sino de democratizar su funcionamiento. Pero sería hipócrita sostener que esa tarea podía hacerse en tan poco tiempo.
                
En cuanto a las fuerzas laicas que han empujado en favor de la destitución de Morsi y el final del gobierno de los Hermanos Musulmanes, han evidenciado no solo contradicciones flagrantes, sino la falta de un programa solvente y coordinado. Parece que su objetivo se limitaba a conseguir en la calle lo que no pudieron lograr en las urnas: echar a los Hermanos Musulmanes, revestir de legitimidad la operación, apuntarse a la senda constitucional cuanto antes y volver al 11 de febrero de 2011, fecha de la caída de Mubarak.
                
No ha sorprendido que Mohamed El Baradei, el diplomático, el patriarca de la Iglesia copta y otras personalidades hayan comparecido junto a la cúpula militar. Ellos habían reclamado el golpe, eso ya se sabía. Pero con ese gesto se hacen responsables del mismo. Los escrúpulos democráticos invitan a otro tipo de comportamientos y no a convocar salidas de fuerza. Un golpe de Estado es un golpe de Estado por mucho que se pretenda revestir de figuras no uniformadas en la imagen que se proyecta al mundo.

EL DUDOSO PAPEL DE LAS FUERZAS ARMADAS

Las Fuerzas Armadas han jugado al caliente y al frio con los gobiernos sucesivos posteriores a la caída del ‘raïs’ Mubarak. No es especulativo afirmar que Morsi pudo ser investido presidente porque los militares lo consintieron, ya que obtuvieron el mantenimiento de sus privilegios sustanciales. En todo caso, la ambigüedad ha sido su norma de conducta hasta estos últimos días. Hay varias interpretaciones. Hasta tal punto de que, en su pronunciamiento de advertencia al presidente Morsi, a comienzos de semana, tuvieron que matizar y elaborar aclaraciones. No por torpeza, seguramente. Unos analistas sostienen que estaban ofreciéndole al Presidente una salida honrosa, un golpe pactado. Otros, creen que los militares egipcios querían disimular el golpe de estado con una supuesta acción patriótica. Algo propio de los golpistas, que presentan siempre sus actos como una necesidad, como algo inevitable, como un acto de sacrificio. Al parecer, Morsi terminó aviniéndose a un gobierno de unidad nacional. Pero lo habría hecho demasiado tarde, cuando se vio perdido, cuando los militares ya le habían empujado hacia la puerta de salida.

Los militares no sólo están interpretando los temores de numerosos sectores sociales por la creciente hegemonía islamista. También están defendiendo sus intereses corporativos, que corrían creciente peligro con la consolidación de los Hermanos Musulmanes.

Las Fuerzas Armadas pretenden legitimar el golpe anunciando elecciones y un cambio constitucional. O, lo que puede presentarse como un gesto de delicadeza, no deteniendo a los líderes de la cofradía o al propio Presidente, aunque si impedir su salida del país. Lo que no reconocen es que el triunfo de los islamistas moderados en los comicios se debió a unas normas pensadas para que ganaran otras fuerzas. No ocurrió lo deseado, sino lo contrario. No fueron los Hermanos Musulmanes los que fijaron las reglas, por mucho que se aprovecharan luego de ellas.
                
LOS PELIGROS SIN CONJURAR

Lo peligroso de lo ocurrido estos últimos días es que ha saltado en pedazos el proceso institucional. Si se trata de forzar en la calle la opción deseada, es probable que los islamistas, una vez repuestos del choque (que ya anticipaban, incluso los más optimistas) se dediquen a amasar su imponente capacidad de movilización para crear un ambiente de insurrección social. Conviene no olvidar que los ahora desalojados del poder son la fuerza política y social mayoritaria, más allá de la valoración que merezca el ejercicio de su gestión.

Egipto puede vivir un proceso de iraquización. Los Hermanos Musulmanes constituyen una fuerza moderada, aunque eso se entienda mal en Occidente. Pero el golpe puede empujarlos hacia posiciones de victimismo o martirio. Peor aún, si los sectores islamistas más radicales, los salafistas de Al Noor, opuestos a Morsi y allanados a la solución militar, perciben que los triunfadores de la crisis son las fuerzas laicas, o incluso los cristianos coptos, es más que probable que resurjan opciones combativas, armadas o clandestinas en la línea de lo que fueron en su día Al Gamaa Al Islamiya o, incluso, la Jihad Islámica, fundadora de Al Qaeda.

                
Es comprensible la simpatía de los progresistas occidentales hacia las fuerzas sociales que demandaban un ‘golpe de timón’. Pero conviene calcular las consecuencias de actos de fuerza de este tipo. ¿Qué pasará si, aún en el caso muy incierto de que surgiera un gobierno ‘laico’ de las próximas elecciones, se produzca una movilización callejera masiva islamista? ¿Aprovecharían las Fuerzas Armadas esta eventualidad para tomar el poder sin mediaciones, ambages o disimulos, aunque no parezca interesarles esta opción en modo alguno?  En ese caso, los sectores ‘laicos’ u ‘occidentalizados’  podrían haber hecho de aprendices de brujo.