9 de julio de 2013
Era de temer la deriva violenta en Egipto tras el golpe militar de la semana pasada. Los Hermanos Musulmanes podían difícilmente avenirse a la falsa solución orquestada por la cúpula de las Fuerzas Armadas con la complicidad de la oposición, porque les privaba de la hegemonía política conquistada en las urnas. Al triunfar la presión en la calle, la Hermandad no tenía más remedio que aceptar el pulso y demostrar su capacidad de movilización.
El resultado es un riesgo de caos
creciente, de polarización peligrosa y de amenaza de confrontación sangrienta.
Este escenario resulta, a la larga, perjudicial para los Hermanos. Pero, a
corto plazo, puede ser devastador para las Fuerzas Armadas, porque puede
arruinar la legitimidad acumulada que invocaron para liderar la corrección del
rumbo político.
RADIOGRAFIA
DEL GOLPE
En los últimos días se han ido
conociendo claves y detalles del proceso que condujo al golpe del 3 de julio.
Como avanzábamos en el artículo anterior, la cúpula castrense se manejó con
ambigüedad para justificar su decisión de erigirse, una vez más, en actor
resolutorio de la crisis. Llama la atención, en todo caso, la torpeza –o la
candidez, según se mire- del depuesto presidente Morsi para afrontar la sucesión
de los acontecimientos.
El Jefe
de las Fuerzas Armadas y Ministro de Defensa, Al Sisi, aprovechó la relación de
confianza forjada con el Presidente para hacerle creer hasta el último momento
que actuaría como aliado suyo y no, como al final ocurrió, como juez implacable
de su destino. El NEW YORK TIMES cita a distintos asesores del Presidente para
afirmar que Morsi fue el último en querer aceptar que Morsi se iba a poner del
lado de la heterogénea oposición que pedía a gritos su cabeza y el final de la
gestión de la Hermandad Musulmana. Al Sisi habría llegado a asegurar al
Presidente que, con sus advertencias, públicas y privadas, sólo pretendía
aplacar a otros sectores más duros de sus compañeros. El mensaje era claro:
acepte usted el golpe blando para neutralizar el golpe duro. Salvando las
distancias, lo ocurrido recuerda a otro episodio, hace cuarenta años, cuando un
tal Pinochet le juraba lealtad al Presidente Allende...
Morsi
no es Allende, naturalmente. En el ejercicio del poder, no ha sido tan impecable,
ni tan respetuoso de las prácticas democráticas, aunque debe reconocerse que la
oposición que le reprocha abuso de poder, incapacidad para forjar consensos
imprescindibles y eficacia en la gestión del país debe demostrar ahora que
puede hacerlo mejor.
LAS
CONTRADICCIONES DEL FRENTE CÍVICO
De
momento, no está ocurriendo así. La coalición que ha solicitado los servicios
de los militares para acabar con el mandato de los Hermanos Musulmanes no da
señales de controlar la situación. Ni siquiera los primeros pasos de la
cacareada ‘hoja de ruta’. Es notable el patinazo del muy gris Presidente
interino al anunciar que el primer ministro sería el diplomático El Baradei,
para rectificar enseguida, al constatarse lo que todo el mundo podía anticipar:
el veto de los islamistas radicales de Al Nour, más ansiosos por aprovecharse
del sometimiento de la Hermandad para hacerse con la hegemonía del electorado
religioso que de coadyuvar en la democratización del país. Otras opciones
laicas, muy apreciadas en Occidente, seguramente, pero minoritarias en Egipto,
han merecido parecida suerte. La selección del Jefe del gobierno puede
prolongarse. O peor aún, una vez consensuada, puede verse sometida a una
continua desestabilización. El anuncio de elecciones en 2014 –esperado, por lo
demás- parece destinado a apaciguar los ánimos después de la sangrienta jornada
del lunes.
Resulta
de especial interés la valoración de un veterano socialista, Wael Jalil, citada
por el periodista egipcio Ashraf Jalil (el mismo apellido es pura coincidencia)
en un artículo para FOREIGN AFFAIRS. El dirigente socialista contemplaba la
intervención militar como ‘escenario de pesadilla’ y se inclinaba por un
proceso de presión sobre Morsi, más paciente y prolongado, pero menos
dependiente del Ejército.
LA
IMPOSIBLE RETIRADA DEL EJÉRCITO
Temores
similares empiezan a escucharse estos días, aunque se habían dejado oír durante
las atronadoras manifestaciones previas al golpe. Pero esas cautelas sobre el
papel protagonista de los militares fueron allanadas ante la perspectiva
tentadora de echar de la escena a Morsi y la Hermandad. Un profesor de Oriente
Medio de la Universidad de California, y
habitual comentarista de Al Jazeera, Mark Levin, sugiere que el proceso que se
vive en Egipto desde el derrocamiento de Mubarak puede consagrar la
consolidación del Ejercito a imagen y semejanza del Mazjén marroquí; es decir,
un sistema complejo de poder, elitista y en modo alguno democrático, que se
erige en fachada institucional de legitimación.
Sugerente,
pero nada nuevo. Las Fuerzas Armadas han gobernado Egipto de forma abierta o
encubierta desde hace sesenta años. Hasta Morsi, todos los presidentes han
salido de sus filas. Las elecciones no han merecido nunca la mínima
consideración democrática. El PND era un mero aparato político sin más base
social que el apego de los egipcios a sus uniformados como institución refugio
de sus temores y frustraciones.
Al Sisi
afirmó la noche del golpe que no era intención de las Fuerzas Armadas meterse
en política. Pero renunciar a la Presidencia o al gobierno no quiere decir
apartarse del poder. Nunca han estado fuera, ni antes ni después de la primera
revolución. Ni se les ha pasado por la cabeza automarginarse ahora. Durante
décadas, se han asegurado el papel de único garante de la continuidad del
Estado egipcio. Y, además, porque han amasado un impresionante tinglado de
intereses económicos, sociales y patrimoniales a los que les es imposible
renunciar. Las Fuerzas Armadas en Egipto no son un Estado dentro del Estado:
son el Estado.
Con
estas premisas, se antoja ingenua una evolución democrática del golpe. A lo
más, asistiremos a una nueva fachada en la que se acomoden, con más o menos
suavidad, los distintos sectores de la sociedad egipcia. Los Hermanos Musulmanes
constituyen la única institución que puede rivalizar con los militares en
sustento social. Por mucho que se hayan erosionado en este año al frente del
país, aún conservan su condición de principal fuerza política y social. Están
acostumbrados a la persecución, la represión, la clandestinidad y la
marginación políticas. Ahora se enfrentan al dilema de forzar también el
martirio o avenirse a un acomodo con los militares y sus protegidos laicos. El
jefe de su ala política, Mohamed Beltagy, descartaba esta última opción. Pero
es pronto para definir estrategias a medio plazo.
LA
RESPUESTA DE WASHINGTON
El otro elemento a considerar es la
actitud exterior. En particular, lo que hará Estados Unidos. Obama fue
criticado en su día por apoyar la caída de Mubarak. El ‘establishment’
le recordó con cierta insolencia que el Presidente tiene que velar por los
intereses estratégicos norteamericanos antes que apadrinar confusas aventuras
democráticas. Esas u otras voces de semejante tenor se han vuelto a escuchar estos
días, después de que el Presidente se abstuviera de bendecir el golpe, aunque
tampoco lo condenara. Los que solicitaban la intervención militar se irritaron
con la embajadora Patterson, por entender que intentó hasta última hora salvar
el gobierno de Morsi. Otras informaciones permiten poner en duda esta
interpretación. Todo indica que Washington mantuvo siempre todas las opciones.
En todo caso, para conocer el
estado de opinión del aparato de poder norteamericano, destacamos la opinión
del ex-embajador en Israel, Martín Indik, hoy conspicuo miembro de la comunidad
de los' think-tank'. En un artículo para FOREING POLICY, le recuerda a Obama que
las Fuerzas Armadas egipcias son “el único puerto seguro del país” y, por
tanto, no tiene más remedio que trabajar con ellas y asegurarles la sustanciosa
ayuda de 1.300 millones de dólares, evitando reprimendas públicas. En todo
caso, en privado, puede recomendarles que garanticen la reanudación del
gobierno civil pleno y la restitución plena de la democracia cuanto antes. El
viejo reflejo del apoyo a los golpes cuando éstos resultan la mejor garantía de
los intereses.
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