15 de noviembre de 2017
Arabia
Saudí e Irán luchan a muerte por el control de Oriente Medio. La pugna excede
la brecha religiosa (sunníes contra chiíes). Tiene una dimensión económica,
cultural y social. Está en juego una nueva cartografía estrategia de la región,
precisamente cuando se cumplen 100 años de la Declaración Balfour, el primer
documento de compromiso a favor de un hogar nacional para los judíos de todo el
mundo.
Que
el impulso religioso no explica el alcance real de este conflicto lo demuestra
la nómina de aliados que uno y otro bando está tratando de reunir. O los
sacrificios o descargos que cada parte está haciendo para situarse en posición
óptima de combate.
UNA
PURGA SIN PRECEDENTES
Arabia
Saudí es formalmente el aliado occidental en esta disputa, en tanto productor
de buena parte del petróleo con el que funcionan nuestras fábricas, circulan
nuestros coches y se calientan nuestros hogares, merece una consideración
cuidadosa.
El
reino atraviesa un periodo convulso de transición hacia una supuesta apertura
social (cambios de mentalidad sobre todo en cuestiones de género) y económica
(con el horizonte de 2030 como meta), sin cuestionar, por supuesto, la
naturaleza propia del régimen. Arabia
seguirá siendo, mientras sus dueños puedan asegurarlo, un Estado familiar.
Pero
en la familia se ha desatado una trifulca colosal. El hijo del Rey Salman,
Mohamed Bin Salman (conocido en la prensa internacional por sus iniciales: MBS)
parece un sujeto impaciente. Su padre ya se saltó la línea dinástica
establecida convirtiéndolo en príncipe heredero. Pero, por si esa amplísima
licencia política no fuera suficiente, le invistió de grandes poderes y
atribuciones en los dominios de la economía, de la seguridad interna y externa
y de la selección de cuadros. Con la socorrida arma de la lucha contra la
corrupción puso en sus manos un látigo con el que arrancar la piel política de parientes
enemigos/rivales/renuentes.
Y
el Príncipe ha batido el látigo a conciencia. Doscientos príncipes, semi-príncipes,
meta-príncipes y hombres de negocios han sido detenidos, puestos en arresto
domiciliario o bajo vigilancia estricta, por orden de este ambicioso, aunque no
demasiado enigmático, Príncipe (1). El pasado verano ya fueron apartados de sus
puestos influencias notorias figuras religiosas demasiado intransigentes
incluso para los estándares saudíes. Y a finales de junio, el hasta entonces
Príncipe heredero, Mohammed Bin Nayef, primo del actual sufrió un acoso digno
de un guion de cine hasta que se vio obligado a presentar una renuncia forzada
a sus pretensiones sucesorias.
Con
calculada previsión, el heredero se había procurado en meses anteriores no
pocas sesiones en cancillerías, mesas de dirección de grandes empresas
occidentales y/o globales, medios de comunicación, compañía de relaciones
públicas, etc. Ha perseguido con insistencia implantar en Occidente su imagen
de modernizador, de renovador, de patrocinador de una especie de viaje al
futuro. Naturalmente, sin pronunciar una crítica convincente del sistema, y
menos de su propio padre, el Rey Salman, vetusto, carca entre los carcas del
clan e incapaz ya de tomar decisiones. Con él se cierra el ciclo de los sudairis, los hijos de la mujer
preferida del rey Abdulaziz. Entre otros muchos elementos oscuros, en estas mil
y una noche de puñales largos acontecidas y por acontecer, también se ha librado
un ajuste de cuentas familiar.
Uno
de los principales expertos occidentales, vinculado al sector de los
hidrocarburos nos ha actualizado el directorio de vips saudíes. Para quien tenga curiosidad... (2)
LA
DESESTABILIZACIÓN REGIONAL
Las
potencias occidentales contemplan esta danza palaciega con aprensión. Es cierto
que, mientras el petróleo siga fluyendo por los oleoductos de salida, no
importará demasiado cuánta sangre o veneno corra por los corredores de palacio.
Pero los designios del Príncipe ambicioso están destinados a alterar el mapa
regional, y eso ya resulta más inquietante (3).
MBS
parece convencido de que Arabia debe frenar de una vez lo que considera intolerable
y agresivo expansionismo de Irán. En la casa Saud está muy nerviosos por el
cariz que están tomando los acontecimientos en Siria tras la derrota militar
del Daesh. El régimen proiraní de Damasco parece consolidado, aunque eso sea
mucho decir. Y la tutela de Teherán sobre el fragmentado Irak es cada vez más
evidente.
A
estos dos avances de la supuesta estrategia de dominación iraní en el Levante del libreto estratégico árabe se
une la inquietud por la situación en el Líbano (4). En este país atormentado, ha
venido funcionando un equilibrio de religiones, sectas y comunidades, con la
aquiescencia más o menos activa de las potencias regionales que tutelaban a
unas y otras. Líbano ha sido siempre un rara
avis. Pero cuando la extrañeza ha resultado demasiado para el equilibrio de
intereses, ha saltado dramática y sangrientamente en pedazos como en la guerra civil
que se prolongó desde 1975 a 1990.
LÍBANO,
DE NUEVO ANTE SUS FANTASMAS
De
entonces acá, el Líbano ha tratado de encontrar una nueva acomodación sin
variar demasiado las reglas del reparto del poder entre sunníes, chiíes,
cristianos maronitas, drusos y otras comunidades menores. No han faltado los
sobresaltos, como el asesinato del primer ministro sunní Rafiq Hariri hace doce
años. El crimen se lo atribuyó a Siria, aunque el régimen nunca lo admitió.
Como
su padre, Saad Hariri se propuso mantener un cierto equilibrio entre sunníes, chiíes
y cristianos, al frente de un gobierno de concentración en el que participan
agentes tan aparentemente opuestos como el general cristiano Michel Aoun o
Hezbollah, la entidad político-militar más poderosa de Oriente Medio, elemento
fundamental de la salvación del clan Assad en su lucha contra el tenebrismo sunni y las deslavazadas milicias prooccidentales.
Ese
equilibrio inestable pero útil se hizo añicos hace unos días cuando Hariri viajó
a Riad y apareció en una televisión saudí para anunciar su dimisión,
pretextando presiones de los iraníes. Un corolario de opereta que completaba la
purga simultánea en el Reino wahabí. La comparecencia de Hariri fue tan
chapucera que tuvo el efecto contrario al esperado. El líder de Hezbollah se
mostró amable con el primer ministro, le rogó que volviera al Líbano y siguiera
al frente del gobierno, apuntando que todo se había tratado de una maniobra
intimidatoria de sus patrones saudíes (5). En efecto, los negocios particulares
de Hariri tienen una dependencia de los intereses saudíes, tan marcada o más
que la que pesa sobre el país en su conjunto. Arabia tiene la capacidad de
estrangular a modo la economía libanesa, como señala con precisión la
investigadora local Hanin Ghaddar (6).
Todo
este juego podría detenerse, o al menos atenuarse. Lo ha intentado, con más
voluntad que éxito el presidente Macron, tan hiperactivo como sediento de
protagonismo interno y externo. Si Estados Unidos embridara al ambicioso
Príncipe, se contendría el problema. Pero lo que ocurre es todo lo contrario.
Con la irresponsabilidad que lo caracteriza, Trump trata de arruinar el acuerdo
nuclear con Irán al tiempo que otorga carta blanca a MBS para hacer lo que le
plazca (7). Con gran satisfacción de ciertos sectores israelíes, que consideran
irremediable la confrontación con los ayatollahs y, en particular, una nueva
guerra contra Hezbollah, sin duda bajo el recuerdo ominoso de la derrota con
que se saldó la primera. La conformación de una alianza Estados Unidos-Arabia
Saudí-Israel parece en marcha (8).
Obama
ya cometió el grave de no detener la guerra en Yemen, una carnicería pavorosa que
se pretende presentar como resultado de otra conspiración shíi inspirada por Teherán (9). El drama pasa vergonzosamente
desapercibido en la mayoría de los medios occidentales, en parte por la fatiga
de un conflicto que nadie parece interesado en concluir. Si se abre en Líbano
un nuevo frente de esta pugna entre las dos grandes potencias regionales,
estaríamos ante un riesgo de guerra mayor que dejaría pequeñas a todas los
vividas en las últimas décadas.
NOTAS
(1) “The Remaking of the Saudi State”. NATHAM
BROWN. CARNEGIE INSTITUTE, 9 de noviembre; “The Saudi crown prince just made a very risky
power play. DAVID IGNATIUS. THE
WASHINGTON POST, 6 de noviembre.
(2) “Meet the next generation of the Saudi
rulers”. SIMON HENDERSON. FOREIGN POLICY,
10 de noviembre.
(3) “A
Purgue in Riyadh. What Mohammed Bin Salman’s Crackdown means for Saudi Arabia
and the Middle East”. TOBY MATHIESSEN. FOREIGN
AFFAIRS, 8 de noviembre; “What Saudi Arabia’s purgues means for the Middle
East”. MARC LYNCH. CARNEGIE INSTITUTE, 6 de noviembre; “Crown Prince’s power grab poses new
regional risks”. FREDERIC WEHREY. CARNEGIE
INSTITUTION, 8 de noviembre.
(4) “Hariri’s resignation and wy the Middle
East in on the edge”. HADY AMR.BROOKING INSTITUTION, 7 de noviembre.
(5) “Hezbollah Urges ‘Patience and Calm’ amid
Lebanon’s political crisis”. ANNE BARNARD. THE
NEW YORK TIMES, 5 de noviembre.
(6) “Saudi Arabia’s War on Lebanon. HAINI
GHADDAR. THE WASHINGTON INSTITUTE FOR
NEAR EAST POLICY, 13 de noviembre.
(7) “Donald Trump has unleashed the Saudi
Arabia that We always wanted -and feared. DAVID AARON MILLER & RICHARD
SOKOLSKY. FOREIGN POLICY, 10 de
noviembre.
(8) “La dangereuse alliance entre les
Etats-Unis, Israël et l’Arabie Saoudite. CRISTOPHE AYAD. LE MONDE, 9 de noviembre.
(9) “Yemeni children starve as ais is held at
border”. THE GUARDIAN, 12 de noviembre.