ISRAEL: LAS MÚLTIPLES VIDAS DE NETANYAHU

29 de abril de 2020

                
Después de un año de semivacío político, tres elecciones generales, vuelcos en las alianzas, amenazas mayores sobre el proceso de paz y una crisis sanitaria sin precedentes, Israel tiene por fin gobierno. Y, adivinen quién estará al frente... Benjamín Netanyahu... el dirigente más longevo en el cargo en la corta pero intensa historia del país.
                
El líder populista de la derecha israelí es un maestro de la supervivencia política, un experimentado maniobrero que ha sabido sortear todo tipo de jugadas, internas y externas, que han pretendido debilitar su creciente poder y su condición de líder indiscutible y casi indispensable de una sociedad israelí cuyas dos terceras parte se declara conservadora (1).
                
El último éxito de Netanyahu ha sido triple:
                
- asegurarse su continuidad al frente del gobierno durante los próximos 18 meses.         
- mejorar su posición ante el proceso judicial (el juicio está fijado para el 24 de mayo) por tres encausamientos relacionados con corrupción (soborno, fraude y abuso de confianza).
                
- romper el bloque opositor que, en tres elecciones consecutivas le había discutido la hegemonía política.
                
El coronavirus, lejos de haber erosionado a Bibi lo ha reforzado, al profundizar el instinto de seguridad y repliegue en el tejido social (2).
                
EL DILEMA DE BENNY GANTZ
                
La coalición Kajol Lavan (Azul y Blanco) rompió filas después de haber obtenido en marzo un resultado peor de lo esperado y quedar por detrás del Likud (tres diputados menos). Tres formaciones componían esa coalición, dos de ellas lideradas por antiguos jefes del ejército y la tercera por una formación centrista denominada Hay futuro, muy crítica con Netanyahu. El cabeza de cartel electoral era Benny Gantz, un general tranquilo, moderado y con cierto carisma (como muchos de su categoría). A punto estuvo de desbancar a Netanyahu  en septiembre del año pasado, pero le faltaron apoyos parlamentarios, en una Knesset ya más fracturada que nunca (3).
                
Después de marzo, Gantz podía reunir una coalición para derribar a Netanyahu, pero necesitaba, entre otros, el apoyo de los árabes israelíes, quienes se presentaron unidos en la denominada Lista Conjunta y habían obtenido el mejor resultado de su historia (4). Una muestra de otras de las factores socio-políticos israelíes: la demografía. Para hacerse una idea de la debilidad de Gantz, baste decir que el número de diputados de su partido propio es el mismo que el de la lista árabe: 15.
                
El exgeneral había jurado y perjurado que no colaboraría con Netanyahu, por dignidad política. Prometió promover todas las iniciativas necesarias para impedir que los encausados por corrupción pudieran dirigir los destinos del país. Las elecciones no le dieron esa capacidad. Maniobras parlamentarias inéditas bloquearon decisiones que afectaban a la suerte del primer ministro en funciones. Netanyahu escapó de la tenaza. Y Gantz cambió de estrategia.
                
Ante la perspectiva de unas cuartas elecciones, que seguramente no hubieran sido más favorables que las de marzo, el líder de Kajol Lavan aceptó discutir un compromiso para establecer una suerte de gobierno de unidad a la israelí; es decir, rotatorio. Esta fórmula ya se utilizó en los ochenta (1984-1988), entre el Likud de Isaac Shamir, y el Partido Laborista de Shimon Peres. Durante año y medio, Netanyahu ostentará la jefatura del gobierno primero y Gantz será viceprimer ministro y se ocupará de los asuntos exteriores Al final de este periodo, se intercambiarían los papeles.
                
Por tanto, Netanyahu asegura el gobierno de inmediato, gana tiempo y puede reforzar su posición frente a la justicia. Que luego, 18 meses más adelante, honre el acuerdo y le entregue el gobierno a Gantz es algo que muchos observadores políticos ponen en duda. Contrariamente a lo ocurrido en los ochenta,  Gantz no dispone de la fuerza parlamentaria y política de que entonces gozaban los laboristas (5).
                
A los compañeros de travesía de Gantz no les ha convencido el gambito de su líder ocasional. El general Moshé Yalon, exjefe del Mossad, entre otros cargos, y dirigente más conservador de los blanquiazules, se sintió frustrado. Había roto años antes con Netanyahu y no se fía un pelo de él. Aún más irritado se mostró el centrista y periodista Yaïd Lapid. La ruptura era inevitable. De los 33 diputados de Azul y Blanco, 18 estarán a la oposición.
                
Gantz tiró entonces de los laboristas, pero tras su decepcionante deriva de los últimos años poco o muy poco le aportarán. El partido que fundó Israel y que ha tenido la responsabilidad de dirigir al joven país en varias guerras, el que inspiró su modelo de sociedad democrática, solidaria y parcialmente colectivista, es hoy una formación marginal, corroída por las divisiones internas, desnaturalizada y carente de influencia social. Sólo tiene 3 diputados en la Knesset. Dos, entre ellos su líder, Amir Peretz, se suman a esta forma local gran coalición pero el tercero se ha opuesto ruidosamente. Una convención del partido ratificó la decisión por el 62% de los votos, el pasado fin de semana. Habrá más desgarros en un socialismo israelí cada vez más irrelevante.
                
Netanyahu gana. Gantz obtiene cierto reconocimiento nacional e internacional por renunciar supuestamente a sus ambiciones personales en beneficio de los intereses generales de país y parece confiado en embridar primero al líder del Likud y luego promover un cambio de rumbo cuando controle el timón (6)
                
¿ANEXIÓN DE CISJORDANIA?
                
Aparte del tensionado equilibrio entre el poder político y el judicial, la actuación del nuevo ejecutivo sobre el proceso de paz será un asunto capital, que amenazará continuamente con hacer saltar tan delicada fórmula de gobierno (7).
                
Para ganar votos de la derecha más recalcitrante, Netanyahu prometió la anexión de más sectores del territorio de Cisjordania y abrazó con entusiasmo el Plan Kushner, que sepulta definitivamente la solución de los dos Estados (Israel y Palestina). Esa última propuesta norteamericana ni es de paz ni plantea una negociación en serio. De ahí que no haya recibido el respaldo de otros actores importantes de la Comunidad Internacional. Europa está en desacuerdo y la mayoría de los estados árabes también, aunque han mantenido una posición evasiva, a la vista de las peculiares relaciones que mantienen con la administración Trump.
                
Gantz es ambiguo. No es  precisamente un paloma (un blando) en asuntos de seguridad y no ve con malos ojos la anexión limitada de territorio. Pero quiero hacerlo en consenso con las potencias internacionales, y no sólo con Estados Unidos. Lo más probable es que el asunto se aplace, aunque conforme vaya corriendo el tiempo Netanyahu se verá más y más presionado a cumplir con su promesa. A no ser que ya haya diseñado su abandono de la carrera política, algo que apuntan ciertos comentaristas. No es seguro que su sucesor se muestre más conciliador con los palestinos.

NOTAS

(1) “Strike three: how a ruling coalition still eludes Israel’s Netanyahu”. AARON DAVID MILLER. CARNEGIE ENDOWMENT FOR INTERNACIONAL PEACE, 5 de marzo.

(2) “Israeli Polls show Corona helps recrown ‘King Bibi’ for now”, DAVID POLLOCK. FIKRA FORUM, THE WASHINGTON INSTITUTE, 28 de abril.

(3) “Benny Gantz, l’homme qui no voulaît pas être premier ministre d’Isräel”. HA’ARETZ, 27 de marzo.

(4) “Israel’s Joint List has a new strategy”. ASAD GHANEM. FOREIGN AFFAIRS, 23 de enero.

(5) “In Israel, Benny Gantz decides to join with rival Netanyahu”. NATHAN SACHS y KEVIN HUGGARD. BROOKINGS INSTITUTION, 27 de marzo.

(6) “Benny Gantz did the right thing by putting his country first”. DENNIS ROS y DAVID MAKOVSKY. FOREIGN POLICY, 7 de abril.

(7) “Netanyahu power is extended as rival accepts Israel unity government”. THE NEW YORK TIMES, 20 de abril.



GUERRAS AL CUADRADO


22 de abril de 2020
                
En países como Yemen, Libia o Afganistán no hacía falta el COVID-19 para que la tragedia asfixiara la vida. La guerra ha seguido asolando esos lugares, sin apenas respiro (en Afganistán, a salvo de un alto el fuego, hay una tregua frágil y no siempre contrastable. Naturalmente, el coronavirus no se ha privado de extenderse por allí también y dejará un reguero de dolor y muerte. Duplicará el sufrimiento de las naciones y reforzará el autoritarismo de gobiernos, pseudogobiernos y caciques. El resultado: guerras al cuadrado.
                
YEMEN: EL FRACASO DEL PRÍNCIPE
                
Desde el pasado 8 de abril, Arabia Saudí observa un alto el fuego unilateral. Un paso más en la admisión del fracaso de la estrategia de la Casa Real. La coalición que lideran los saudíes se ha ido desintegrando en los últimos meses. Primero se descolgaron Egipto, Jordania y Marruecos, Qatar fue expulsada y los Emiratos Árabes optaron por una estrategia diferente: apoyar a un grupo separatista sureño. Lo que debilitó aún más al exiliado Presidente Hadi, reducido ya a la irrelevancia. Cinco años de destrucción y catástrofe humanitaria (1).
                
La deriva en Yemen es un golpe duro para el ambicioso príncipe heredero, que dirige el Reino encaramado en el trono de su padre, enfermo y con sus facultades casi exangües, según diversas fuentes. Mohamed Bin Salman, en su calidad de Ministro de Defensa y todopoderoso dirigente ha continuado con sus inclementes purgas de familia. Solo cuenta, y con la boca pequeña, con el apoyo de Trump (o de su yerno Kushner). El hundimiento de los precios del petróleo por la brutal retracción de la demanda y el pulso con Rusia lo ha debilitado aún más. En Yemen sólo busca una salida, en modo alguno ya una victoria  (2).
                
Los hutis tratan de sacar partido a su tenacidad y han puesto condiciones exigentes para avenirse a un acuerdo que ponga fin a las hostilidades (3). Este grupo  rebelde, controlado por una rama local del chiísmo, pretende consolidar sus ganancias militares y se ha hecho fuerte en la capital, Sanaa, y en varias regiones del norte del país, lo que le permite amenazar a las fuerzas oficialistas pertrechadas en las zonas fronterizas con Arabia Saudí, en el nordeste.
                
LIBIA: UN CONDOMINIO RUSO-TURCO
                
Los dos bandos enfrentados en Libia mantienen un pulso sobre la suerte de la capital. El gobierno reconocido por la ONU (con pocos efectos prácticos) está sostenido en la práctica sólo por Turquía, que ha suscrito un acuerdo de cooperación militar a cambio de acceso a recursos energéticos de Libia.
                
Desde el sur y desde el este, el general Haftar, apoyado por Rusia, los Emiratos Árabes y Egipto intenta desde hace un año romper la defensas y conquistar la ciudad. Pareció a punto de conseguirlo hace tres meses. Los mercenarios Wagner, pagados por Moscú, pusieron en aprietos a los defensores de Trípoli, pero un forzado consenso internacional lo impidió. Rusia y Turquía, patrones de cada bando, acordaron congelar los frentes. Moscú espera obtener beneficios materiales y estratégicos en Libia (4), pero no al precio de arruinar su cooperación con Ankara, con la que ha hecho tratos bastante ventajosos en Siria, tras el tenso enfriamiento de los turcos con sus aliados norteamericanos y europeos (5).
                
En todo caso, la tregua acordada en Berlín resultó efímera. La capacidad disuasiva de las potencias occidentales había dejado de existir. Los combates se reanudaron, pero la situación militar ha cambiado en las últimas semanas. Erdogan encomendó a miles de milicianos veteranos de la guerra de Siria la defensa de Trípoli (6), tarea en la que están comprometidos también los milicianos libios de la ciudad occidental de Misrata.
                
Las fuerzas pro-turcas han conseguido el control de dos plazas y una base militar ubicadas entre Misrata y Trípoli, lo que ha proporcionado una línea vital al gobierno del islamista moderado Fayed Sarraj. Otro factor determinante ha sido la defensa antiaérea turca instalada en Trípoli, que ha neutralizado a los aviones del ambicioso general libio (7).
                
Hay que ver lo que hacen ahora los Emiratos y Rusia. No tienen por qué actuar de la misma forma. Contrariamente a la monarquía árabe, el Kremlin quiere preservar sus relaciones fructíferas con Erdogan. Es una cautela recíproca: los drones turcos no atacan las posiciones de los mercenarios pagados por Moscú. Por otro lado, el coronavirus apenas ha comenzado a golpear en Libia. Los contagios y fallecimientos son escasos, de momento, pero se ignora la fiabilidad de las cifras.
                
AFGANISTÁN: RETIRADA, NO PAZ
                
Técnicamente, el país vive una situación de no paz, no guerra. Una tregua, que no un alto el fuego. Washington pactó con los talibán un acuerdo de retirada de las tropas, a cambio de imprecisas garantías sobre la prohibición de albergar a organizaciones terroristas en suelo afgano. El acuerdo no incluyó al gobierno afgano más que de forma subsidiaria (8). Las prisas de Trump por sacar a las tropas del país antes del inicio de la campaña electoral son la causa de esta situación que ha sido duramente criticada por dos de los jefes militares norteamericanos que sirvieron en Afganistán.
                
El general John Allen considera que el acuerdo es un “camino a ninguna parte” que no traerá la paz, contempla demasiadas concesiones a los taliban, no establece mecanismos de verificación claros, no garantiza la protección de los derechos de las capas sociales más amenazadas por un eventual regreso de los estudiantes coránicos al poder y deja en una posición sumamente débil al gobierno afgano, roto y dividido (9)
                
El general Petraeus es aún más duro, si cabe. Afirma que el acuerdo adolece de una “asimetría peligrosa” que otorga a los taliban una ventaja incomprensible en la gestión del proceso. El proceso de retirada militar no está acompañado de las necesarias garantías de cumplimiento de las obligaciones contraídas por la guerrilla islámica. De esta forma, los taliban se erigen en cooperadores indeseados de la estrategia antiterrorista de Washington. Un dislate basado en la presunción de que Estados Unidos y los taliban tienen el mismo concepto de lo que es una organización terrorista (10).
                
Para mayor escarnio, la clase política está dividido y rota. Tanto es así que hay dos gobiernos, el oficial, presidido por Ashraf Gahni, y el contestario, liderado por Abdullah Abdullah, que oficiaba hasta las elecciones como primer ministro, un apaño negociado por John Kerry, secretario de Estado con Obama para solventar una disputa sobre los resultados electorales. La polémica se repitió con motivo de las elecciones del año pasado.
                
La división no es sólo una cuestión de ambición personal. Ghani representa a la etnia mayoritaria, los pastunes, mientras que Abdullah, un tayiko, abandera la causa de las otras minorías, tradicionalmente marginadas del poder central. Ni el embajador Jalilzad, autor intelectual del acuerdo de “paz”, ni el propio Secretario Pompeo han logrado que los dos bandos resuelvan sus disputas. Como resultado de esta intransigencia, Trump decidió congelar la ayuda a Afganistán, sin la cual el país será empujado aún más hacia el precipicio.
                
En la fase inicial del acuerdo se contemplaba el intercambio de prisioneros, como paso previo a la negociación de un nuevo marco político entre el gobierno y los taliban. La cosa se enredó durante las primeras semanas, se produjeron acciones militares aisladas como forma de presión y retorsión. Finalmente, Ghani fue liberando milicianos prisioneros poco a poco.
                
El coronavirus ha venido a complicar las cosas. A fecha 20 de abril se habían registrado más de mil casos de coronavirus y 36 muertos. Estas cifras seguramente son más abultadas, pero no hay manera de comprobarlo, sobre todo fuera de Kabul (11).
                
Aunque se espera que, al menos, sirva para consolidar una tregua, formalmente no hay un alto el fuego y cualquier incidente puede provocar una escalada. Washington cree tener garantizada una retirada sin sobresaltos; es decir, un elemento de propaganda para presentar la salida de Afganistán como un final neutro, cuando, en realidad, se trata de una derrota evidente.

NOTAS

(1) “Five years of Yemen conflict gives muddled picture for Saudi coalition”. AHMED NAGI. CARNEGIE ENDOWMENT FOR INTERNACIONAL PEACE, 31 de marzo; “Quitter ou non le Yémen? Una casse-tête por Riyad. STEPHEN A. SECHE. ARAB GULF STATES INSTITUTE, reproducido en COURRIER INTERNATIONAL, 25 de marzo.

(2) “Saudi Arabia lokks for an exit to the war in Yemen”. THE ECONOMIST, 18 de abril; “Saudi Arabia wants out of Yemen”. BRUCE RIEDEL. BROOKINGS INSTITUCIÓN, 13 de abril.

(3) “Houthies release their wish list to end the Yemen War”. ELANA DE LOZIER. THE WASHINGTON INSTITUTE ON NEAR AND MIDDLE EAST”, 9 de abril.

(4) “Russia’s growing interests in Libya”. ANNA BORSHCHEVSKAYA. THE WASHINGTON INSTITUTE, 24 de enero.

(5)“En Libye, le grand marchandage entre Moscu et Ankara”. MARIE JEGO, BENOÎT VITKINE Y FRÉDÉRIC BOBIN. LE MONDE, 24 de enero; The Libyan civil war is about to get worse. JALEL HARCHAOUI. FOREIGN POLICY, 18 de marzo;

(6) “Among the syrian militiamen of Turkey’s intervention in Libya”. FREDERIC WEHREY. THE NEW YORK REVIEW OF BOOOKS, 23 de enero.

(7) “Guerre en Libye. Le maréchal Haftar affaibli par l’implication croissante des Turcs”. FRÉDÉRIC BOBIN. LE MONDE, 18 de abril.

(8) “Peace hasn’t broken out in Afghanistan”. JAMES DOBBINS. FOREIGN AFFAIRS, 16 de marzo.

(9) “The US-Taliban peace: a road to nowhere”. JOHN R.ALLEN. BROOKINGS INSTITUTION, 5 de marzo.

(10) “Can America trust the Taliban to prevent another 9/11”. DAVID PETRAEUS y VANCE SERCHUK. FOREIGN AFFAIRS, 1 de abril

(11) “In Afghanistan, the Coronavirus could be deadlier than War”. EZATULLAH MEHRDAD, LINDSEY KENNEDY, NATHAN PAUL SOUTHERN. FOREING POLICY, 17 de abril.

ÁFRICA: LA CATÁSTROFE MÁS SILENCIOSA

15 de abril de 2020

                
Mientras el coronavirus parece remitir en Asia, aplaca su furia en Europa y está aún por saciar su voracidad en América, la próxima etapa de su expansión se sitúa en África, el continente más vulnerable. El colofón de la tragedia global se producirá, si algún factor inesperado no lo remedia o mitiga, donde más daño humano puede hacer.
                
De momento, el COVID-19 recién ha comenzado a destruir vidas y amenaza con un desastre de proporciones inusitadas en el continente africano. A la hora de escribir este comentario, el número de victimas mortales superaba las ochocientas y el número de casos registrados los 15.000, dos terceras partes de ellos en las últimas dos semanas. La catástrofe se aproxima a un ritmo acelerado. Como en todas partes. Pero más silenciosamente.
                
Y si en todas partes el virus ha matado, desbordado los sistemas sanitarios, desconcertado a los gobernantes y asustado y encerrado a la población, en África todos esos daños se pueden multiplicar de manera insoportable. Nada que no nos temiéramos, pero no por ello menos doloroso. Recuérdese que una plaga tan mortífera como la del Ébola mató a más de 11.000 personas en dos años (de 2014 a 2016).
                
Las medidas de protección que las autoridades sanitarias nos recuerdan una y otra vez son sencillamente inaplicables en una buena parte del continente africano; incluso, como se puntualizado oportunamente, la más básica como lavarse las manos. Un lujo para un tercio de los habitantes de aldeas o barriadas miserables de África!!
                
EL PEOR ESCENARIO
                
La movilización de la OMS y de otros organismos internacionales sólo podrían paliar el desastre que se avecina. Se ha calculado que las naciones africanas necesitarían una cantidad sólo inicial de 100.000 millones de dólares para afrontar la destrucción más básica del sistema económica y productivo. Pero esos fondos se duplicarán en un plazo menos inmediato (1).
                
El dinero llegará a cuentagotas y para cuando la tragedia se despliegue en África con toda su crudeza en otros continentes más desarrollados estaremos en el inicio de una incierta recuperación, o mejor dicho, aplanando la curva de la recesión. No habrá mucho margen para la generosidad. Ni siquiera podemos dar por hecho que se anula la deuda. Macron y Guterres (secretario general de la ONU) han propuesto la condonación, sin medias tintas. De momento, el G-20 parece estar de acuerdo, más bien, en un aplazamiento del pago de 20 mil de los 32 mil millones a que asciende la deuda. En estos momentos, el pago de los servicios de la deuda africana se come el 20% de los recursos de los estados de riqueza intermedia.
                
Servicios básicos como la propia sanidad, más necesaria e insuficiente que nunca, la educación o las infraestructuras imprescindibles se estancarán o retrocederán en prestaciones. Millones de personas pasarán de la miseria a la desesperación. O a la extinción. Un retroceso de tres décadas, en términos de nivel de vida, según Oxfam (2)
                
Algunos informadores comprometidos que tienen el enorme coraje de ocuparse de África y luchan contra el virus infatigable e inextinguible del olvido ya nos ilustran con los perfiles del capítulo más trágico de esta pandemia. A la pobreza y el subdesarrollo hay que sumar la escasa por no decir nula calidad democrática vigente. Ya se está empezando a ver la brutalidad con que unas autoridades sin cultura alguna del respeto a los derechos humanos ejecutaran un ilusorio confinamientos: toques de queda, violencia policial y militar, malos tratos generalizados, atropellos, etc.
                
Las migraciones inter africanas son un elemento constante de la economía regional. Valga el ejemplo de Mozambique y Suráfrica que cita Amanda Sperber en un trabajo reciente. Miles de trabajadores del primer país (uno de los diez más pobres del mundo) trabaja en las minas surafricanas. Las restricciones a la movilidad y el parón productivo secarán ese modo de vida, acarreando miseria y desesperación (3).
                
Los refugiados constituyen otro colectivo de enorme vulnerabilidad. Uganda, el país que alberga al mayor número de ellos, más de millón y medio dentro de sus fronteras, ha visto como las raciones del Programa Alimentario Mundial se han reducido en un 30% desde comienzos de este mes, justo cuando se empezó a acelerar el impacto de la pandemia.
                
UN SISTEMA DE SALUD BAJO MÍNIMOS
                
El sistema de salud africano es uno de los más endebles y precarios del mundo, como es bien sabido. Aun teniendo en cuenta la desigualdad de recursos entre unos países y otros,  los más afortunados se encuentran muy lejos de Europa, Estados Unidos e incluso Asia meridional o América del Sur. África sólo absorbe el 1% de la inversión sanitaria mundial y apenas cuenta con dos médicos por cada 10.000 habitantes (4)
                
En lo que se refiere al coronavirus, los datos de la OMS son pavorosos. En el África subsahariana, el número de camas de UCI es de 5 por millón de habitantes (4.000 por millón en Europa). Sólo Senegal y Suráfrica estaban en condiciones de hacer test del coronavirus al inicio de la crisis, hace apenas un mes. Ya se han dotado medios de diagnósticos la mayoría de los países, pero en cantidad mucho más precaria que el mundo desarrollado. Hay países pobrísimos, como la República Centroafricana, que sólo cuenta con 3 respiradores artificiales. Costa de Marfil, ochenta, pero con una población cinco veces mayor. En Malí, país sacudido por una guerra interna e internacional contra el yihadismo y sublevaciones regionales y tribales diversas, ya tiene la infraestructura sanitaria bajo mínimos. El director de la ONG Alima, con experiencia en el continente, asegura que para afrontar el coronavirus África tendría que multiplicar sus camas UCI por cuarenta, ocho veces más que Francia (5).
                
Cuando los sistemas sanitarios apenas se han restablecido del esfuerzo del Ébola, tendrán que afrontar ahora este nuevo desafío, mucho más impetuoso. Y sin Obama en la Casa Blanca. El primer presidente afroamericano de la Historia lideró un esfuerzo internacional. (6) Trump, en cambio, responde a la crisis sanitaria más grave de los tiempos actuales retirando la contribución financiera a la ONU, ofreciendo un nueva muestra de incompetencia política y de incontinencia verbal... y mintiendo: 18.000 embustes, más de
                
China, que ha hecho de África su reserva de minerales estratégicos (oro, uranio, cobalto, platino, tántalo, etc) y un importante campo de inversiones con la vista en el futuro. Pekín ha comenzado a servir material sanitario a algunos países con los que cultiva interesadas relaciones económicas. Todo indica que la crisis reforzará la penetración china en África, para sobresalto de muchos estrategas occidentales (7).
                
Finalmente, como seguramente ocurrirá en el resto del planeta, los efectos de esta pandemia se dejarán notar también en los sistemas políticos. Los procesos de democratización emprendidos de las últimas dos décadas se han estancado o retrocedido, o se han visto alterados por la lucha contra franquicias locales del yihadismo internacional, en algunos casos como pura excusa para fortalecer regímenes autoritarios o militarizar el control de la oposición política y la revuelta social.

NOTAS

(1) “África needs debt relief to fight COVID-19”. VARIOS AUTORES. BROOKINGS INSTITUTION, 9 de abril.

(2) “Africa meets pandemia with violence, confusion”. AMANDA SPERBER. FOREIGN POLICY, 3 de abril.



(5) “L’Afrique au défi de son système de santé”. LE MONDE, 3 de abril.

(6) “How to lead in a time of pandemic”. NICHOLAS BURNS. FOREIGN AFFAIRS, 25 de marzo.

(7) “China teje una telaraña sobre el África negra”. LA VANGUARDIA, 15 de abril; África, el continente del futuro. VANGUARDIA DOSSIER, Octubre-diciembre 2019

¿1918 o 1945?


8 de abril de 2020
                
¿A cuál de estos dos momentos históricos se parecerá el mundo cuando concluya la  pandemia? ¿Al posterior a la Gran Guerra que cerró una etapa del capitalismo colonialista expansivo? ¿Al remate de un ciclo infernal de conflictos nacionales e inicio de otro orden internacional bajo un nuevo liderazgo, en un mundo bipolar? ¿O a ninguno de los dos, porque se tratará de un entorno nuevo y desconocido, incierto y mucho más inseguro?
                
En estos días de internamiento y de relativa introspección, algunos pensadores, académicos y diplomáticos (más bien ex) tratan de imaginar cómo cambiará el mundo cuando nos liberemos del Coronavirus, superemos la fase sanitaria de las relaciones humanas y afrontemos las consecuencias económicas, sociales y políticas de la gran destrucción.
                
No hay consenso, como es natural, o por razones ideológicas o doctrinarias, o por cuestiones de método, es decir, según el enfoque aplicado o lo que se valore en cada caso.
                
Hay un alto nivel de acuerdo en la dimensión catastrófica cuando se anticipan los efectos económicos, porque ya se están produciendo: no hay que esperar a que se hagan notar. Recesión inaudita (entre seis y veinte puntos, según las estimaciones), desempleo masivo (más de 200 millones de parados, oficiales), sobrendeudamiento generalizado de los Estados, elevación del proteccionismo comercial y tensionamiento aún mayor de las relaciones económicas internacionales, entre otros males definidos y definibles (1).
               
¿Cómo se gestionará la catástrofe? ¿Cuáles serán los actores principales? ¿Bajo qué parámetros? Nadie lo sabe. Los medios tratan de codificar las incógnitas en titulares con gancho o sintéticos. Algunos no se arriesgan y prefieren emplear el recurso interrogativo. Otros utilizan el modo afirmativo pero evasivo (“El mundo será distinto” o “No volveremos a ser los mismos”). Unos pocos se atreven a avanzar la dirección que tomaremos (2).
                
UN MUNDO IGUAL PERO PEOR
                
Uno de ellos es Richard Haas, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, uno de los think-tanks más influyentes de Estados Unidos, y asesor de varias administraciones de su país en las últimas décadas. Su tesis es comprometida: “la pandemia no modificará el rumbo del mundo, sino que lo acelerará” (3). Haas admite su visión pesimista -razonada- del planeta. Hace tres años publicó un libro titulado “A world in disarray” (Un mundo desordenado -o caótico, confuso, etc.), en el que ofrecía una visión sombría del panorama internacional, dominado por una concatenación de fuerzas negativas: rivalidad creciente entre las grandes potencias, ausencia de liderazgo norteamericano, auge del nacionalismo disruptivo, fracaso de las organizaciones supranacionales, etc.
                
El núcleo del lamento de Haas reside en la incapacidad y, aún más, la indisponibilidad de su país para hacer frente a todo ello. No estamos en 1945, cuando Estados Unidos se echó el mundo a las espaldas, rescató a Europa y se impulsó a sí misma, asegurándose un mercado y una influencia social y cultural sin precedentes (soft power). Se erigió en líder del capitalismo frente a la otra superpotencia emergente, la Unión Soviética, que desafiaba el sistema socio-económico dominante y definió una serie de normas que conformaron lo que más tarde se denominó “orden liberal internacional”.
                
Estados Unidos es hoy una superpotencia en repliegue más que en decadencia, más allá de ese aislacionismo que siempre ha estado presente en su corta historia como nación. Lo que Trump ha simplificado como America first no es un pensamiento o una doctrina novedosa, sino un reflejo antiguo, inveterado. Si el presidente hotelero abomina del internacionalismo no es por pacifismo sino por egoísmo. Su visión es pacata y estrecha, si es que tiene alguna: vender más de lo que compra a los demás. Un mercantilismo en zapatillas. Proclama su aversión a las guerras no por respeto a otros países sino por lo que cuestan, pero su presupuesto militar es el más alto de la historia. Por cada dólar de que dispone el servicio exterior, el Pentágono gasta 13.
                
LA OBSESIÓN CHINA
                
Algunos expertos sostienen que la gran paradoja de esta crisis es que China, el país donde surgió el virus dañino, será a la postre el mayor beneficiario. Dentro de poco, si no está ocurriendo ya, poco importarán las mentiras, incompetencias y atropellos que los dirigentes chinos hayan cometido en la gestión de la enfermedad. Se observa cierto allanamiento a su capacidad de proveer material sanitario al resto del mundo en estos momentos de apuro. El capitalismo de estado autoritario que reemplazó al comunismo se presiente más preparado para lograr la recuperación en V, es decir, un remonte muy rápido después del derrumbe.
                
Frente a este peligro, se alzan voces que no son necesariamente optimistas, pero mantienen cierta confianza en las fortalezas no dañadas del potencial americano. Uno de ellos es Stephen Walt, profesor en Harvard. Como buen exponente de la doctrina realista de las relaciones internacionales no se hace ilusiones sobre mundos felices ni motivaciones buenistas en el manejo de los problemas mundiales. Lo ha dejado claro en muchas de sus obras, una de ellas titulada significativamente “El infierno de las buenas intenciones”.
                
Sin embargo, Walt cree que, a pesar de la incompetencia manifiesta de la actual administración en la gestión del Coronavirus y en cualquier otra anterior que le ha tocado asumir (por no hablar de las que ella misma ha provocado), aún hay tiempo y margen para rectificar. Confía en algunas instituciones sensatas (un sector del legislativo, diplomacia, sociedad civil), para evitar que el modelo autoritario chino salga reforzado de esta catástrofe. Walt resulta más persuasivo que convincente, pese a la brillantez de sus argumentos (4). Un empeño similar sostiene su colega de Harvard Nicholas Burns, representante señalado del establishment constructivo e integrante de la administración W.Bush (5).
                
Desde otros institutos bienpensantes se admite el elevado riesgo del debilitamiento de la democracia (el ejemplo húngaro), el incremento de la vigilancia de los ciudadanos (que la emergencia sanitaria legitimará), las presiones sobre la sociedad civil y otras amenazas. Pero se resaltan los factores compensatorios positivos como la movilización social y la reactivación de los mecanismos de solidaridad contemplados durante el confinamiento (6).
                 
Frente a este optimismo, se han recuperado estos días referencias a enfoques menos alentadores como la doctrina del shock, de Naomi Klein, que alertan sobre el aprovechamiento que las élites hacen de una catástrofe (si es necesario inducidas) para profundizar en sus mecanismos de dominación. En esta hora, el esquema sería el siguiente: “desastre 1: Covid-19; desastre 2: el desmantelamiento de las ya endebles medidas de protección del medio ambiente”. En THE GUARDIAN, donde se refleja este análisis, se citan ya algunos indicios de esta ofensiva antiambientalista, tanto en Estados Unidos como en China. Y todo ello pese a que, según estudios preliminares, con un aire menos contaminado se hubieran podido salvar miles de vidas durante el desarrollo de la actual pandemia (7)
                
Por estas y otras razones, son más numerosos quienes creen que el reforzado desafío chino no será motivo suficiente para reanimar el desfallecido liderazgo norteamericano. Admiten, y con razón, que el repliegue de su país es anterior al virus Trump. Paradójicamente, la desaparición de la Unión Soviética, el némesis de la segunda mitad del siglo pasado, terminó desquiciando la visión internacional de la superpotencia norteamericana.
                
La ensoñación neocon de construir una pax americana a partir del trauma del 11 de septiembre se resolvió en un desastre mayor, con dos guerras interminables (Afganistán e Irak), que provocaron una desestabilización general de Oriente Medio y de buena parte del mundo islámico. Lo que, a su vez, revitalizó otros extremismos como el supremacismo blanco o el fundamentalismo hindú, por ejemplo. No estamos tampoco en un 12 de septiembre, como dice Ben Rhodes, consejero de seguridad con Obama (8).
                
El diagnóstico de Haas es que nos encontramos en un escenario más parecido a 1918, sin un piloto definido al frente de una nave sin rumbo claro, con múltiples turbulencias y unos pasajeros sumidos en un entramado de malestares que generan un riesgo permanente de amotinamiento.
               
NOTAS

(1) Suplemento Les débats éco, de LE MONDE, 4 de abril; “Attention slowly turns to the mother of all Coronavirus questions”. DER SPIEGEL, 27 de marzo.

(2) “How the World will look after the Coronavirus pandemic”. VARIOS AUTORES. FOREIGN POLICY, 20 de marzo.

(3) “The Pandemic will accelerate History rather than reshape it. Not every crisis is a turning point”. RICHARD HAAS. FOREIGN AFFAIRS, 7 de abril.

(4) “The United States can still win the Coronavirus pandemic”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 3 de abril.

(5) “How to lead in a time of pandemic”. NICHOLAS BURNS. FOREIGN AFFAIRS, 25 de marzo.

(6) “How Will the Coronavirus reshape Democracy and Governance Globally”. FRANCES BROWN, SACHA BRECHENMACHER y THOMAS CAROTHERS. CARNEGIE ENDOWMENT FOR INTERNATIONAL PEACE, 6 de abril.

(7) “’We can’t go back to normal’. How will Coronavirus change the world”? PETER C. BAKER. THE GUARDIAN (The Long Read), 31 de marzo.      

(8) “The 9/11 era is over”. BEN RHODES. THE ATLANTIC, 6 de abril.         

LA REINVENCIÓN DE LA DOCTRINA DRAGHI

1 de abril de 2020

                
En julio de 2012, el entonces presidente del Banco Central Europeo, el italiano Mario Draghi, pronunció una de las frases que forman parte ya de la historia de la UE: “Haremos todo lo que sea necesario para salvar al euro. Y será suficiente, créanme”.
                
Lo hizo. Si no todo lo necesario, al menos lo suficiente. Draghi hizo uso de su autoridad y su autonomía para reorientar la rígida política de austeridad que hasta ese momento había impuesto Alemania y otros países afines como receta para superar la crisis financiera, que ya era, por entonces, económica y social. No fue un golpe de timón. No lo hubieran permitido sus colegas de dirección. Fue una rectificación, favorecida por las presiones, y no sólo del sur.
                
El euro se salvó, pero la economía europea siguió en cuidados intensivos. Y ahí seguía, salvo notables excepciones, cuando llegó la plaga del coronavirus. La infección que ha sacudido y desnudado la globalización como modelo productivo universal ha desquiciado al mundo entero -o lo hará- sin que, de momento, se avizore una estrategia compartida para combatirlo.
                
LA GUERRA NORTE-SUR
                
Europa se desgarra de nuevo. La fallida reunión de la eurozona de la semana pasada no fue una sorpresa para nadie. El libreto se conocía de antemano. Reclamación del sur e intransigencia del norte, para abreviar. Se escucharon parecidos argumentos a los de hace una década, aunque los motivos de la catástrofe sean ahora muy distintos.
                
Ahora no se trata del daño ocasionado por el despilfarro, la falta de previsión o la incompetencia gestora, según las imputaciones habituales de los cicutas de la austeridad. Ha sido un agente externo, inesperado e imprevisible (hasta cierto punto). Y, para más escarnio, las heridas persistentes de la austeridad (los recortes en sanidad y otros servicios públicos para reducir el déficit público) han favorecido la amplitud de la crisis actual.
                
El frente meridional (Francia, Italia y España, a la cabeza), que reúne más del 70% de la deuda total de la zona euro, invoca sin mencionarla la doctrina Draghi: hacer todo lo necesario para evitar que la crisis devore las economías europeas y arruine la confianza de los ciudadanos en el proyecto europeísta. Y entre esas cosas necesarias está la mutualización de la deuda, es decir, compartir las consecuencias de echarse el problema. Una espalda común.
                
La alianza virtuosa del norte, o más bien centro-norte (Alemania, Holanda, Austria y Finlandia) opone argumentos viejos y alguno nuevo, o al menos renovado.  No pueden pagar todos por las debilidades de unos, algunas anteriores al virus, por cierto. Y, mutatis mutandis, no se pueden matar mosquitos a cañonazos. No hará falta una especie de Plan Marshall (todo lo que sea necesario), sino prudentes tratamientos particulares, como los préstamos del MES (Mecanismo de Estabilidad europea), acompañados de celosas revisiones de saneamiento (1).
                
El debate no fue, no está siendo, precisamente académico. Aunque se guardan por lo general las formas en los foros públicos, algunas veces la temperatura sube, como los termómetros de los infectados. El primer ministro portugués, Antonio Costa, calificó de “repugnantes” algunos comentarios de la dupla holandesa (jefe de gobierno-ministro de finanzas). Pedro Sánchez se mordió la lengua cuando, desde la lejanía del confinamiento, le preguntaron por las valoraciones holandesas. Macron, elegante y directo a la vez, dijo, sin mencionar a nadie, que no le gustaba esa Europa de la “división y el egoísmo” (2).
                
El coronavirus no es el caducado yogur griego, para ser un poco provocador. No se trata de un afrontar un comportamiento irresponsable de una clase política, empresarial o incluso de una cultura ciudadana despreocupada, como se quiso presentar el caso de Grecia. La desgracia se abate sobre toda Europa, con mayor o menor virulencia, según factores no del todo claros. Los coronabonos (o bonos de reconstrucción, como prefiere denominarlos Pedro Sánchez) pueden ser parte de la solución. Pero no será “todo lo necesario” para salvar a Europa. El programa de estímulo aprobado la semana pasada -impensable hace diez años-, tampoco. Antes del 10 de abril tendrá que encontrarse un consenso. Difícil. Se barajan al menos cinco opciones (3). Un economista español, Antonio García Pascual, presenta una visión del MES más ventajosa para los países del sur y lo aplica al caso de España (4).
                
LUCES LARGAS
                
Como hace una década, hay que distinguir entre autenticidad y postureo. Cada cual juega sus bazas y defiende sus intereses nacionales. Nadie practica un inexistente Europa first. En estos tiempos de auge del nacionalismo en todas sus vertientes (populista, autoritario, conservador o progresista patriótico), prima el problema cercano. Se acepta del exterior lo que contribuya a ayudar, no lo que exija compartir. Honestidad intelectual obliga a reconocerlo.  
                
Dicho esto, la supuesta virtud de la alianza -imprecisa- del centro norte es un camelo. La supuesta superioridad del modelo alemán para inmunizarse ante las crisis no está basada, o no fundamentalmente, en la responsabilidad en la gestión, sino en su estructura productiva orientada a la exportación. El proyecto liberal europeo ha favorecido unas economías sobre otras a cambio de unos mecanismos de compensación que restablecían cierto equilibrio. Pero no por generosidad: sin un mínimo poder de compra los países más débiles no podían ser clientes fiables de la industria exportadora alemana u otras. El fomento de la economía financiera ha favorecido a países como Gran Bretaña.
                
No siempre se ha sido tan riguroso con el cumplimiento de las reglas de la estabilidad: el rigor presupuestario y la vigilancia de la deuda. Los indicadores se dispararon en Alemania durante la década de la unificación, sin que hubiera drama. Entonces, las consideraciones políticas primaron sobre las técnicas. La unificación pudo hacerse de manera distinta, no había una sola fórmula: se optó por la vía rápida por razones políticas, aunque argumentos sociales y  aconsejaban fórmulas de transición.
                
Si se escucha a los economistas estos días, no es fácil apreciar consenso. Unos reclaman más keynesianismo, más Estado, más intervención pública, más ayuda directa a empresas, pequeños negocios, desempleados y otros colectivos más perjudicados. Otros advierten que no se solucionará el problema de la oferta estimulando la demanda (5). Hay quien se desmarca de las recetas ad hoc y piden una reconsideración del sistema, algo como una reformulación de la globalización (6). Y luego están los impenitentes liberales de la mano invisible que, como siempre, aseguran que no hay que hacer nada porque el mercado hará “todo lo necesario”. Los más desconfiados creen que China será la gran vencedora de una crisis que se originó en su territorio, aunque no suscriban expresamente la teoría de la conspiración, salvo algunos centauros nostálgicos de la guerra fría (7).
                
Lo cierto es que domina el desconcierto y falta liderazgo y claridad de visión. Las proclamas solidarias y la buena voluntad son alas muy cortas para navegar por esta tempestad. No es extraño que despunten falsas tentaciones autoritarias, prendidas también al espíritu de “hacer todo lo necesario”, pero sin reparar en medios ni atascarse en complejos (8). La doctrina Draghi necesita ser reinventada y que el remedio no resulte peor que la enfermedad.

NOTAS

(1) “Dutch try to calm north-south economic storm over coronavirus”. POLITICO, 27-29 de marzo.

(2) “La Francia è al fianco dell’Italia, basta a un’Unione Europea egoísta”. LA REPPUBBLICA, 28 de marzo.

(3) “5 options for Europe to fight a coronavirus recession”. BJARKE SMITH-MEYER. POLÍTICO, 30 de marzo.

(4) “A practical solution for Europe to fight COIVID-19”. ANTONIO GARCÍA PASCUAL. BROOKINGS INSTITUTION, 30 de marzo.

(5) “Sept économistes allemands plaident pour l’emissión de 1.000 millones de euros en ‘corona bonds’; “On ne résoudra pas une crisis de l’offre en augmentant la demande”. PASCAL SALIN; “Face au coronavirus, allons-nous enfin apprendre notre leçon”. JEAN TIROLE. Artículos contenidos en el suplemento LE MONDE, LES DÉBATS ÉCO, 28 de marzo.

(6) “How to avoid a Coronavirus depression”. MATTHEW J.SLAUGHTER, MATT REES. FOREIGN AFFAIRS, 26 de marzo; “The Coronavirus could reshape the Global Order”. KURT CAMPBELL, RUSH DOSHI. FOREIGN AFFAIRS, 18 de marzo; “Will the Coronavirus end Globalization as we know it”. HENRY FARRELL y ABRAHAM NEWMAN. FOREIGN AFFAIRS, 16 de marzo.

(7) Et si la China tirait parti du coronavirus”. FRÉDÉRICK LEMAITRE. LE MONDE, 28 de marzo; “Yes, blame China for the virus”. PAUL D. MILLER. FOREIGN POLICY, 25 de marzo.  

(8) “Authoritariarism in the Time of the Coronavirus”.FLOREN BIEBER. FOREIGN POLICY, 30 de marzo; “For Autocrats and others, Coronavirus is a chance to grab more power”. THE NEW YORK TIMES, 31 de marzo; “Do Authoritarian or Democratic countries handle pandemics better?”. RACHEL KLEINFELD. CARNIE ENDOWMENT FOR INTERNACIONAL PEACE, 31 de marzo.