8 de noviembre de 2017
La
liquidación de la quimera fanática de un pseudo Estado islamista absoluto se ha
consumado según el libreto más o menos previsto: sangre, destrucción,
sufrimiento de la población civil, resentimiento e incertidumbre sobre el
porvenir. El fin del Daesh no augura
un periodo de estabilidad y reposo. Al contrario: conviene prepararse para nuevas
guerras, para otros terrores. Éstas son las razones que aconsejan una actitud
de prevención:
1)
El Daesh ha perdido su territorio (en realidad, más del 80% conquistado de
forma fulminante, pero aún controla más espacio que cuando comenzó a operar en
2006), y millares de sus efectivos, pero cuenta con un ejército de reserva
imposible de cuantificar porque se encuentra en continuo desarrollo. No estamos
hablando de una fuerza combatiente surgida de levas medievales o
encuadramientos propios de un estado moderno, sino de una concepción
milenarista en la que cada hombre es un soldado en potencia que no lucha en un
frente establecido sino allá donde alcanza su mirada (1).
2)
Por mucho que la institucionalización de la insurgencia islamista radical,
codificada en la formulación del Califato, pareciera la culminación de un
movimiento de masas creciente, la fundación de un Estado teocrático no dejó de
ser nunca un espejismo en el desierto febril de Oriente Medio. El siempre lúcido
profesor de Harvard Stephen Walt sostiene que el Daesh creó un genuino “Estado
revolucionario”, pero admite que pudo imponer su ley debido al “vacío de poder
creado por la invasión norteamericana de Irak y el subsiguiente levantamiento
en Siria” (2). Nadie con un mínimo rigor intelectual sostuvo nunca que el
Califato iba a ser una realidad estatal duradera. Ni siquiera sus propios
creadores lo creyeron, seguramente.
3)
El auténtico desafío de ese estado islámico fantasma fue siempre, y seguirá
siendo, con toda probabilidad, su capacidad para inspirar el ánimo de combate
de millones de fieles frustrados por una vida de privaciones, falta de
oportunidades, corrupción sistemática en las élites dirigentes de sus países,
represión, autoritarismo, hipocresía religiosa y servil docilidad hacia los
intereses de las grandes potencias extranjeras. Esas lacras no desaparecen con
la liquidación del Califato o la derrota militar del Daesh.
4)
La coalición que ha hecho posible la reconquista del territorio acaparado por
ese Estado islámico se disolverá en cuanto alcance sus objetivos declarados. Ya
está ocurriendo. En Irak y en Siria. Robert Malley, uno de los principales
asesores de Obama en el diseño de la ofensiva contra el ISIS y hoy
vicepresidente de International Crisis Group anuncia “la guerra después de la
guerra”, basándose precisamente en esta realidad. Para la mayoría de los
aliados o colaboradores de Estados Unidos, sostiene, “la guerra contra el
Estado Islámico no ha sido nunca su principal preocupación” (3). El conflicto
que viven como esencial es el que anida en lo más profundo de sus sociedades.
5)
Sólo hace falta hacer un rápido repaso mental para detectar un panorama de
segura inestabilidad: los kurdos perseguirán con más empeño su sueño estatal,
los turcos y los otros tres estados con minorías kurdas se dedicarán con
fruición a impedirlo; las facciones sirias tendrán que resolver la guerra que
libraron antes de que el ISIS se aprovechara de la debilidad de unos y otros
para ocupar parte del país; saudíes e iraníes se sienten indefectiblemente
destinados a resolver a su favor una confrontación regional inesquivable; los
iraquíes tendrán que afrontar una nueva espiral de sectarismo; y otros estados
sunníes, como el egipcio, el qatarí, el jordano o los emiratos tendrán motivos,
reales o pretextados para continuar el combate contra sus franquicias extremistas
locales. Esta miríada de conflictos, regionales y locales, sectarios o étnicos,
abonarán el caldo de cultivo para la reproducción de futuras recreaciones
terroristas. O, mejor dicho, para la persistencia de una manifestación no admitida
del terror entre otras institucionalizadas, amparadas y promovidas por estados
legales pero dudosamente legítimos.
5)
Incluso si la derrota militar y la pérdida de efectivos obliga al Daesh a un
repliegue temporal, otros analistas temen que de su debilidad se aproveche el
movimiento que lo antecedió en el imaginario de los musulmanes radicalizados.
El resurgimiento de Al Qaeda ha sido evocado por algunos expertos como un
potencial riesgo no deseado de la victoria contra el ISIS. Como recuerda uno de
los principales especialistas occidentales en el integrismo islamista, el
investigador de la Brooking Institución Daniel Byman, “Al Qaeda siempre ha
denunciado que el Estado Islámico declaró prematuramente el Califato” (4), y
ese error ha resultado perjudicial para la causa islamista. Los herederos de
Bin Laden tratarán de convencer a los seguidores del Daesh de la conveniencia
de regresar a la casa madre, de agruparse
todos bajo el liderazgo del “fundador”, del líder más visionario del Islam
contemporáneo.
6)
Otra opción compatible con la anterior es la enésima transformación de la causa
islamista en una organización que no sea formalmente ni el Daesh ni Al Qaeda, o
bien una fusión de la dos, sin vencedores ni vencidos, esa reconciliación
mística que forma parte del imaginario musulmán desde la muerte del Profeta,
superadora de todas las divisiones y herejías. De forma tan acabada no parece
posible, desde luego. Pero bastará la habilidad propagandista demostrada por el
Daesh y la reserva teórica de los binladistas
para construir una nueva utopía de la
guerra santa que anime la sed de desquite.
7)
El regreso de los yihadistas
occidentales combatientes en los frentes iraquíes o sirios a sus países de
origen fue evocado hace unos meses como otro factor de riesgo de nuevas
amenazas terroristas. La prolongación de la guerra exterior abierta en una
suerte de guerra interior larvada y silenciosa daría nuevo vigor al concepto de
“lobos solitarios”, de veteranos alimentados por el resentimiento de la derrota
y la sed de venganza. Sin embargo, una acreditada conocedora de este universo, Vera
Mironova, acaba de concluir un estudio (5) en el que se pone de manifiesto que muchos
de estos veteranos lo que quieren, en gran parte, es olvidarse del Daesh, o
bien porque se han dado cuenta de su error, o porque se han sentido estafados.
Los que conservan intactas sus creencias y lealtades al Califato sin tierra
están teniendo muchas dificultades en superar el filtro turco u otras paradas
intermedias. Pero basta con que unos pocos centenares completen su regreso para
esperar desagradables noticias.
8)
Es un riesgo exagerado, tal vez, pero no desdeñable. Que la mayoría de estos
combatientes estén identificados por los servicios de seguridad occidentales,
no quiere decir que sean completamente controlables, como lamentablemente se ha
podido comprobar. Resulta imposible impedir la acción de un individuo que
decide convertirse en soldado de Dios, secuestra un coche o una camioneta y
atropella a unos ciudadanos, sin importarle lo que pueda pasarle a
continuación.
En
resumen, se cierra un ciclo del extremismo islámico, pero se abren demasiadas
incógnitas como para concluir que se ha resuelto un problema. No es la amenaza
fantasma de un Califato ilusorio lo que desestabiliza Oriente Medio y provoca
sobresaltos terroristas en las calles europeas o norteamericanas, sino un
sistema de poder ineficaz, injusto y protegido por Occidente.
NOTAS
(1) “With
the loss of Its Caliphate, ISIS May Return to Guerrilla Roots”. RUKMINI
CALLIMACHI et als. THE NEW YORK TIMES, 18
de octubre.
(2) “What
the End Means”. STEPHEN WALT. FOREIGN
POLICY, 23 de octubre.
(3) “What
comes After ISIS”. ROBERT MALLEY. FOREIGN
POLICY, 10 de julio.
(4) “How
the Islamic State will grapple with defeat in Raqqa”. DANIEL L. BYMAN. BROOKINGS INSTITUTION, 19 de octubre.
(5) “The Lives of Foreign Fighters Who Left
the ISIS”. VERA MIRONOVA et alas. FOREIGN
AFFAIRS, 27 de octubre.