LA DERIVA AUTORITARIA DE TRUMP


29 de julio de 2020
               
Cuando se ha traspasado ya la cuenta atrás de los cien días para las elecciones presidenciales de Estados Unidos, el panorama para Donald Trump es bastante sombrío. El inquilino de la Casa Blanca se encuentra sumido en un mar de crisis y no emite señales convincentes de tenerlas bajo control. La emergencia sanitaria, la pugna con China, el malestar racial, una campaña electoral en creciente caos, una base social que parece resquebrajarse, unas encuestas unánime y ampliamente desfavorables, una protesta social en auge y la militarización de la represión del descontento suponen un lastre demasiado pesado. Incluso para Trump

En este verano sin las tradicionales convenciones partidarias presenciales, con una alteración notable del campo de juego político, una polarización extrema y una crisis de confianza en el sistema político como no se había conocido desde finales de los sesenta (pero con más intensidad ahora que entonces), este presidente que surgió del malestar social ha generado un rechazo que ya parece imparable.
                
Si Trump no es reelegido, sería el primer presidente en cuarenta años que fracasa en el intento, un estigma que empaña cualquier legado. Carter, que firmó una presidencia menos catastrófica de lo que sus contemporáneos se empeñaron en pintar, se reivindicó después, a base de denunciar los enormes fallos estructurales del sistema, en particular el sistema electoral. Hoy se encuentra bajo la penumbra de una penosa enfermedad, pero se ha ganado sobradamente la calificación de mejor expresidente de EEUU desde el final de la segunda guerra mundial.
                
¿ACEPTARÁ TRUMP UNA HIPOTÉTICA DERROTA?

A Trump, el presidente de las 20.000 mentiras (y subiendo), ocurriría todo lo contrario. Empezando por su salida de la Casa Blanca, ejercicio que mide la elegancia de un político norteamericano tras culminar su trabajo. Se acumulan dudas acerca de la disponibilidad de Trump a aceptar su hipotética derrota. El propio magnate fallidamente metido a estadista abona estos temores al declarar a la FOX que “no digo que si ni que no” (1). 

En realidad, ya lo está haciendo, con sus insinuaciones, como lo hizo hace cuatro años, cuando proclamó que el Estado profundo no le dejaría conquistar la Casa Blanca, cuando, en realidad, las interferencias que han podido probarse más bien estaban dirigidas a lo contrario, es decir, a propiciar su triunfo electoral.

Un profesor de leyes del Amherst College, de Massachussets, contempla un escenario de pesadilla: resultados muy apretados en algún estado clave, complicado con la gestión del voto por correo, podría provocar que el legislativo estatal, bajo control republicano, certifique la victoria de Trump, mientras el gobernador, demócrata, se incline por notificar la victoria de Biden. Una crisis institucional que dejaría pequeña a la de 2000, tras el caótico recuento de Florida, pero en esta ocasión sin el Tribunal Supremo puede zanjar el problema (2).

Todas estas no son especulaciones veraniegas. Trump parece fuera de control. Se ha entregado a un pulso de represalias con China (guerra de consulados), sin que se aviste una estrategia coherente, sin coordinación alguna con sus aliados asiáticos, y mucho menos con los europeos. Estos tratan de procurarse mecanismos de control de un difícil diálogo con Pekín, atendiendo a sus intereses nacionales, véase Japón, o en un esfuerzo de concertación que aún no está maduro, como es el caso de Europa.

UNA MAREA DE PROTESTAS SOCIALES 

Esta incompetencia en materia internacional no es algo nuevo ni distinto a lo que llevamos viendo desde enero de 2017. Pero ahora se produce en plena desacreditación del liderazgo norteamericano, evidenciada por la crisis sanitaria (3). Que Estados Unidos sea el país occidental donde la pandemia parece más desbocada, en la que el primer mandatario actúa al margen o incluso en contra de las indicaciones médicas y científicas resulta extravagante e incomprensible. La cifra de muertos se acerca a los 145.000 y cada día se suman récords de contagio (65.000 casos más). Trump ha tratado ahora de dar marcha atrás en algunos de sus absurdos consejos (sobre el uso de la mascarilla o la exigencia de distancia social), pero ya es demasiado tarde. Los académicos, diplomáticos, militares de alta graduación y políticos no sectarios están escandalizados y abochornados. No se recuerda tan poco respeto por la figura presidencial desde los últimos días de Nixon.
        
A esta zozobra de una salud quebrada y de un ridículo internacional inesperado, se une la inquietud creciente por el ramalazo autoritario, manu militari, de las protestas sociales, que empezaron galvanizadas por el asesinato del afroamericano George Floyd y que se han convertido ya en una marea de descontento social desconocida en el ultimo medio siglo. La intervención de unidades policías militarizadas por iniciativa federal en Portland, Oregón, sin el visto bueno de las autoridades locales se ha extendido a otras ciudades y estados (4).

Pero lejos de provocar una retracción de la protesta, ha ocurrido todo lo contrario. Las manifestaciones se han propagado por todo el país. Erica Chenoweth, una investigadora de la Harvard Kennedy School, citada por el corresponsal de THE ECONOMIST, indica que en las últimas semanas se han registrado más de 43.000 protestas en Estados Unidos, con la participación de más de 28 millones de ciudadanos. El 80% de los condados (counties, la unidad político-electoral) han vivido protestas políticas de consideración desde el inicio del mandato de Trump (5).
                
Esta respuesta autoritaria al clima social de descontento ha hecho aparecer el fantasma de la tentación fascistoide de Trump, no sólo desde la perspectiva de los grupos políticos o mediáticos más a la izquierda (6), sino de algunos observadores más moderados (7). Trump está nervioso y cada vez más irritado. Los datos macroeconómicos anteriores al coronavirus le proporcionaban un discurso triunfalista y se creía ganador seguro ante un flojo y deslucido candidato demócrata. Biden, en cambio, ha crecido a base de los errores y la incompetencia arrogante del incumbent (presidente en ejercicio). El cómputo medio de las encuestas le otorgan una ventaja superior a ocho puntos en el global nacional, pero, y esto es lo más importante, le sitúa firmemente por delante en los estados considerados claves para la elección (que lo apoyaron en 2016) e incluso en algunos que suelen votar desde hace décadas sólidamente republicano (8).
                
Ciertamente es muy pronto aun para sentenciar a Trump. Biden tiene una capacidad contrastada para meter la pata o dispararse en el pie, pero le basta ahora con ser prudente (algo que no costará mucho) y dejar que su rival siga añadiendo clavos a su ataúd político. Este año hará falta mucho más que la sorpresa de octubre para hacer variar una tendencia que parece firme en favor de un cambio. Pero si Trump demostró no saber ganar, es bastante probable que sea incapaz de aceptar la derrota y se agarre a una narrativa de fraude (que en todo caso iría en la dirección opuesta a la que él proclama). Con mayor o menor resistencia, cabe esperar una escena de autovictimización. Un puro teatro bufo que puede hacer de su despedida forzada un auténtico esperpento.

NOTAS


(2) “What if Trump loses but refuses to leave office? Here, the worst-case scenario”. LAWRENCE DOUGLAS. THE GUARDIAN, 27 de julio.

(3) “American global standing is at a low point. The pandemic made it worse”. DAN BALZ. THE WASHINGTON POST, 26 de julio.

(4) “Cities in bind beyond Portland”. THE NEW YORK TIMES, 26 de julio.

(5) Checks & Balance. JOHN PRIDEAUX. THE ECONOMIST, 24 de julio.

(6) “Trump’s secret police have never been a secret to Brown people” ELIE MYSTAL. THE NATION, 27 de julio.

(7) “Why fascists fail. History’s autocrats have been the architects of their own demise. Even if they seises power, so will Trump”. MICHAEL HIRSH. FOREIGN POLICY, 21 de julio; “Nothing can justify the attack on Portland”. QUINTA JURECIC y BENJAMIN WITTES. THE ATLANTIC, 21 de julio.


UE: UN ACUERDO MUY EUROPEO, PARA BIEN Y PARA MAL


22 de julio de 2020

El acuerdo de Bruselas para financiar la reconstrucción tras el desastre del COVID-19 ha generado comentarios y valoraciones por lo general optimistas y hasta triunfalistas. En parte es lógico por la dimensión de lo conseguido, pero también por las dificultades que se tuvieron que remontar y lo cerca que se estuvo del fracaso. Una estimación menos apasionada conduce a un balance más matizado, que, sin restar trascendencia al resultado, evita la tentación de las habituales hipérboles con que suelen despacharse estos tipo de acuerdos. Éste sería el enfoque:

1) No puede minimizarse que, por primera vez, Europa decide acometer, como Unión, un problema económico que, si bien es común, no ha afectado a todos sus integrantes por igual. La solución alcanzada sigue siendo ambiciosa con respecto a momentos delicados anteriores, pero no tanto para romper moldes o haber sentado las bases de una Europa federal. No estamos, en expresión utilizada medios internacionales exteriores a la Unión, ante “un momento hamiltoniano”, en referencia al plan del Secretario del Tesoro norteamericano que decidió asumir la deuda de los 13 estados (las excolonias), contraída durante la guerra de Independencia frente al Imperio británico (1).

2) El esfuerzo es considerable, ya que se mantiene la cuantía pactada por el eje francoalemán (750.000 millones de euros), que se suman a las cantidades aportadas en otros mecanismos de ayuda por el BCE. Pero la modificación del reparto de esa suma entre subsidios y préstamos es un de los límites con que se ha topado la ambición. París y Berlín, secundados con entusiasmo por los países más afectados por la pandemia, quería que 500.000 euros fueran a fondo perdido y 250.000 en créditos a devolver. La presión de los frugales del norte rebajó el primer rubro y amplió el segundo hasta dejar el reparto en 390-360, cerca del equilibrio que, a la postre, ellos se marcaron como una de las condiciones para transigir.

3) La desconfianza no ha sido del todo derrotada en el desvelo de Bruselas. Si bien el plan de reconstrucción no queda supeditado estrictamente a un programa de ajuste como el impuesto a Grecia, los países reticentes han conseguido que se les reconozca la capacidad de discutir el desembolso. No han conseguido derecho de veto en esa eventual revisión, pero presionarán para que los países beneficiarios de las ayudas acometan reformas que ahora no han sido del todo precisadas. Si se hubiera abierto ese melón, el acuerdo hubiera sido imposible. La delegación española cree haber salvado un impedimento que hubiera puesto al gobierno de coalición al pie de los caballos. Los 140 mil millones obtenidos (72 mil millones en subsidios) son un balón de oxígeno. Puede haber presiones en forma de “freno de emergencia”, holandés o de quien sea, más adelante. Es un camino plagado de curvas.

4) Las invocaciones al triunfo de un espíritu de solidaridad europea son exageradas o un poco wishfull thinking. Lo que ha primado no ha sido un espíritu de ayuda a los más débiles por parte de los más fuertes o de los más generosos de entre los más fuertes, aunque se presente de esta forma por resultar más ventajoso políticamente. En realidad, no está tan claro, cuando se cierren por completo las cuentas de esta gigantesca operación, quien saldrá a la postre ganando. Los países más resistentes al acuerdo han conseguido, además de lo ya señalado, que se incrementen los retornos que reciben de la UE (el famoso cheque británico que obtuvo en su día Thatcher). Cuando haya que devolver los créditos, la Comisión quizás se vea obligada a reducir ayudas agrícolas y fondos de cohesión, una histórica reivindicación de los frugales. Estas incógnitas futuras no pueden ser olvidadas a la hora de hacer balance de esta cumbre prolongada (2).

5) Nada hubiera sido posible sin un cambio de posición de Alemania, con respecto a la posición de intransigencia en defensa de la austeridad mantenida durante la crisis de principios de la segunda década del siglo. Pero no es que Merkel, o su gobierno, o el Parlamento de la RFA, o la mayoría de los ciudadanos hayan abjurado de sus posiciones rigurosas en materia fiscal.

La canciller cambia de posición a mediados de abril, cuando empieza a considerar la necesidad de una solución que, con matices y controles, convierte en común el esfuerzo para salir de la recesión que se avecina. Los factores que determinan este giro de Merkel han sido muy bien explicados por los corresponsales de LE MONDE en Alemania:

a) Para obtener la luz verde de Merkel, Macron acepta varias exigencias alemanas: que el mecanismo de ayuda sea “excepcional” y “temporal”, es decir, que no sea un precedente, y, muy importante, que la deuda sea contraída formalmente por la Comisión Europea y no mutualizada por todos los países miembros, un poco al estilo de la Alemania federal, lo que permite a Berlín defender la causa frente al contribuyente alemán (otra cosa es cómo se pagará, cuestión que ha quedado sin resolver en Bruselas)-

b) Un contexto diferente al de 2009, con tasas de interés cero o negativas, que aportan menos fundamento al rigor fiscal. Esto ha propiciado un cambio de humor de los sabios ecónomos alemanes, ahora más proclives a las ayudas, porque, a la postre, beneficiarán también a la industria alemana. Si los países del sur no se recuperan, dejarán de comprar productos alemanes. De nuevo, la solidaridad se evapora ante consideraciones más prosaicas.

c) El esfuerzo de financiar la descarbonización, valga decir, la transición ecológica, exige una concertación europea, más necesaria si cabe por la amenaza de un conflicto creciente con China. El momento exige cerrar filas.

d) Un nuevo aire en el pilotaje de las finanzas alemanas, con el socialdemócrata Olaf Scholz como timonel, inclinado a soluciones más flexibles, menos ortodoxas que su antecesor, el muy fundamentalista Schäuble. El equipo ha cambiado y la sintonía entre la socialdemocracia pálida y el capitalismo compasivo de Merkel ha favorecido el consenso interno en Berlín.

6) El pacto de Bruselas no ha sido forjado por idealistas de la causa europeísta (si es que eso ha existido alguna vez), sino por líderes pragmáticos sabedores de que su supervivencia política o su legado dependía en gran medida de un resultado positivo aceptable y moderadamente arriesgado.

La Canciller Merkel, presidenta de turno de le UE pero líder indiscutible del Club, se está despidiendo. Ésta ha sido, quizás, su última cumbre. En noviembre, sus colegas de la CDU eligirán a un nuevo aspirante a sucederla en las elecciones del otoño de 2021. Merkel no quiere irse en medio de una Europa en una recesión prolongada y sin haber adoptado medidas al menos paliativas. Su prestigio y su herencia hubieran quedado seriamente comprometidos.

En el caso de Macron, tras dos años de soledad y frustración en su empeño de relanzamiento europeo, no podía fracasar de nuevo. Los cronistas que cuentan lo que ocurría a puerta cerrada en Bruselas coinciden en presentarlo como el más vehemente de los 27. A pesar de su estilo elegante, el presidente francés gusta de desplegar ese estilo teatral que acredita su pasión por el arte escénico. Como un héroe indignado frente a las adversidades, se permitió amonestar a los primeros ministros de Holanda y Austria por lo que entendió eran maniobras de obstrucción, en el caso del primero, y de desplantes, en el caso del segundo.

7) Con el mismo razonamiento, sería un poco reduccionista convertir al holandés Rutte o al austriaco Kurz es los spoilers de esta cumbre larga de Bruselas. Sin duda, han sido los personajes antipáticos o anticlimáticos para la mayoría de los medios españoles, italianos, griegos, portugueses y en cierta medida franceses. Pero, como es natural, han defendido los intereses de los grupos sociales y políticos a los que representan.

En estos países del norte, no tan austero como aquí se quiere simplificar, existe una fuerte presión de los partidos nacional-populistas, que no sólo han crecido por su mensaje anti inmigratorio, sino también por su marcada posición contraria a una Europa más federal, más “solidaria” o más integrada. Rutte es liberal-conservador y Kurz democristiano-conservador y lideran un electorado cada vez más seducido por la extrema derecha. En Suecia, Dinamarca y Finlandia gobiernan los socialdemócratas, pero las formaciones nacional populistas le han privado del apoyo de parte de sus bases.   

En resumen, el desvelo de Bruselas ha sido, de nuevo, más un ejercicio de compromiso que un avance histórico, sin desdeñar su importancia. Quedan cabos sueltos por definir, pero los países más afectados por el COVID-19 obtienen un alivio imprescindible para afrontar meses (o años) muy difíciles.

NOTAS

(1) “Did Europa have its ‘Hamilotinian’ moment? Not exactly”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 22 de julio.

(2) “The EU’s €750 billion covid-19 plan is historic -but no quite Hamiltonian. THE ECONOMIST, 21 de julio.

(3) “Comment Angela Merkel s’est convertie au plan de relance pour éviter l’efrondement de l’Europe”. THOMAS WIEDER y CÉCILE BOUTELET. LE MONDE, 17 de julio.

PALESTINA: ANEXIÓN Y APARTHEID

8 de julio de 2020
                
El primer ministro israelí desoja la margarita de la anexión de la ribera occidental del Jordán, una de las decisiones más arriesgadas de su dilatada carrera política. Desde primeros de mes se espera esta medida, que podría encender de nuevo los territorios palestinos, provocar una discordia diplomática y alterar en cierto modo los acuerdos regionales vigentes.
                
Netanyahu sólo necesita la luz verde de la administración norteamericana, cómplice más que nunca de las ambiciones territoriales de la derecha israelí. Con el Plan Kushner, la administración Trump dejó por escrito y en detalle su alineamiento completo con las tesis de los sectores más radicales del sionismo conservador. El proyecto del yernísimo avala la apropiación de parte los territorios conquistados en 1967 y respalda la conculcación de la legalidad internacional. El valle occidental del Jordán constituye un 30% de Cisjordania (West Bank, en el lenguaje internacional) y su franja más fértil y útil. En esta porción de tierra están enclavadas 130 colonias judías, ilegales por encontrarse en territorio ocupado.
                
La anexión figura en el acuerdo de gobierno suscrito por el Likud, el partido que lídera Netanyahu, y la coalición Kajol Lavan, pilotada por exgenerales, que pretendía ser una alternativa centrista. Después de tres elecciones sin que ambas formaciones consiguieran mayoría para gobernar, las dos fuerzas se vieron abocadas a una gran coalición. El acuerdo recuperó una fórmula clásica de la política israelí: la alternancia del puesto de primer ministro entre los líderes de ambos bloques. Netanyahu, líder del partido con más escaños, dirigirá el gobierno dos años y luego le sucederá Benny Gantz. Este exgeneral, de ideología indefinida, más pragmático que militante, no es un fanático de la anexión, pero tampoco se opone. Le preocupa, como a muchos conciudadanos, las consecuencias de todo tipo que ese paso pueda representar para Israel, naturalmente. Los derechos o la suerte de los palestinos le traen sin cuidado. O no más que a Netanyahu.
                
IRRITACIÓN JORDANA, RECHAZO EUROPEO

La anexión está cargada de riesgos. Jordania ha lanzado veladas advertencias en las ultimas semanas (y meses), sin descartar la ruptura de los acuerdos de paz con Israel, suscritos en 1994, cuando reinaba Hussein, padre del monarca actual. El rey Abdallah ha manifestado claramente su preocupación. En Washington se atiende siempre al soberano hachemí, uno de los aliados árabes más apreciados. Incluso la actual administración, irrespetuosa con las alianzas tradicionales de Estados Unidos, valora especialmente la amistad jordana, que se considera clave para canalizar o al menos embridar el creciente descontento palestino.
                
Las petromonarquías, que han abonado la vanidad de Trump para asegurarse la política de “máxima presión” contra Irán, recelan. El propio Netanyahu ha cultivado una diplomacia discreta con las familias reales del Golfo, esgrimiendo la hostilidad compartida hacia el régimen de los ayatollahs. La anexión del valle del Jordán condenaría una auténtica solución de paz, pondría el último clavo en el ataúd donde se pudren los acuerdos de Oslo y haría imposible un estado palestino viable. No es que los saudíes y sus pares del Golfo tengan especial aprecio por los palestinos, pero su imagen entre las masas árabes se resentiría más.
                
La Unión Europea se ha sumado al rechazo e incluso ha dejado entender que podría considerar sanciones contra Israel. Pero en Bruselas y en las capitales europeas se trata este asunto como suma cautela. No se puede avalar la anexión, pero habría problemas para una posición común. Israel suele atizar la mala conciencia europea por el Holocausto y trabaja con empeño para diluir la presión diplomática y económica europea. Con el envenenamiento de las relaciones trasatlánticas, lo tiene más fácil que nunca.  
                
Los analistas y componentes del entramado diplomático, académico y mediático de los Estados Unidos alineados con más de medio siglo de política norteamericana en la región, tanto con administraciones republicanas como demócratas, se muestran claramente en contra de la anexión, también en este caso no por simpatía con los derechos palestinos, sino por el riesgo que supone para la seguridad de Israel y para la estabilidad de un sistema regional de alianzas ya sometido a fuerte tensión por las guerras locales que siguieron a la primavera árabe. Una figura tan poco sospechosa como Robert Satloff, director del Instituto para el Cercano y Medio Oriente, radicado en Washington, decía recientemente que un sionista convencido como él ni compartía ni entendía la anexión (1).
                
UNA MEDIDA “INNECESARIA”

Veteranos negociadores del conflicto israelo-palestino abundan en esta opinión y recomiendan que la administración Trump se desmarque de un proyecto que sólo defiende con pasión el sector más radical de la derecha israelí. Dennis Ross, distinguido diplomático y servidor en los mandatos de Clinton y Obama considera que el astuto primer ministro no está sopesando bien ventajas e inconvenientes, entre ellos lo que haría un presidente americano distinto (2), aunque es más que probable que Biden aceptara el hecho consumado.

David Makovsky ha analizado las distintas opciones que el gobierno israelí puede barajar para hacer efectiva la anexión y en todas ellas descubre inconvenientes e incógnitas de importancia que desaconsejan la medida (3).Aaron David Miller, otro sherpa ilustre de viejas batallas, cree que para Netanyahu la anexión no es una opción estratégica, sino una baza política oportunista que le permite mantener la fidelidad de un electorado radicalizado (4); de ahí que seguramente dilate primero y diluya después la entrada en vigor del plan.
                
En realidad, y para decirlo crudamente, Israel no necesita la anexión. Ni por seguridad ni por razones económicas. El valle del Jordán se corresponde con la zona C de los acuerdos de Oslo, que se encuentra ya bajo el control de las fuerzas de seguridad israelí. Las colonias que se extienden por la ribera están fuertemente protegidas. De facto, Israel ejerce su soberanía práctica sobre ese territorio. La anexión tiene una carga ideológica o sentimental o incluso simbólica: significaría la integración jurídica de Judea y Samaria (denominación bíblica de parte de estos territorios) en el estado sionista.
                
Trump, atrapado en el coronavirus y en unas elecciones que se le complican a ojos vistas, ha dejado en manos de su yerno la gestión de este espinoso asunto, con la ayuda del Secretario de Estado, Mike Pompeo, muy cercano a los sectores evangelistas, que son fervientes partidarios de la anexión y de las políticas israelíes más radicales.
                
Los palestinos, desmovilizados, con un gobierno en crisis y un liderazgo envejecido y dividido tratan de sacar pecho. Fatah y Hamas escenifican ahora una nueva promesa de unidad y reconciliación de dudosa credibilidad, a tenor de las frustrantes experiencias del pasado (5). La población contempla la anexión con escepticismo, ya que muchos creen que su vida no cambiará demasiado, aunque no deja de asustarles el futuro (6). Sin embargo, la ONG Breaking the silence (Romper el silencio) y otros grupos de izquierda alertan sobre la inevitable instauración de un régimen de apartheid, al estilo de la vieja Suráfrica: los casi tres millones de palestinos no gozarán de los mismos derechos de ciudadanía que los israelíes (7). Una tendencia que conecta con los proyectos de convertir Israel en un estado judío.

NOTAS

(1) “I’m an ardent Zionist. But Israel’s annexation makes no sense”. ROBERT SATLOFF. THE WASHINGTON POST, 25 de junio.

(2) “Netanyahu sees a historic moment in annexation. But he might not seeing the risks”. DAVID ROSS. THE WASHINGTON POST, 5 de junio.

3) “Mapping West Bank annexation: territorial and political uncertainties”. DAVID MAKOVSKY. THE WASHINGTON INSTITUTE, 15 de junio; Annexing West Bank territories was once a taboo for Israel. No longer. DAVID MAKOVSKY. THE WASHINGTON POST, 8 de junio.

(4) “To annex or not to annex: What will Israeli prime minister Benjamin Netanyahu do next?”. AARON DAVID MILLER. BROOKINGS INSTITUTION, 5 de mayo.

(5) “Les projects israéliens d’annexion en Cisjordanie rapprochent le Hamas y le Fatah”. LE MONDE, 5 de julio.

(6) “How palestinians are preparing for annexation”. BEN WHITE. AL JAZEERA, 25 de junio.

(7) “Ce qui signifierait l’annexion par Israël d’une partie de la Cisjordanie”. STEPHANIE KHOURI. L’ORIENT-LE JOUR, 30 de junio.

FRANCIA: EL MACRONISMO SE DESINFLA, MACRON SE VISTE DE VERDE


1 de julio de 2020

Las elecciones municipales francesas han debilitado al presidente francés más de lo esperado o precisamente lo esperado por los más pesimistas de su entorno. Pero sobre todo ha demolido a mucho de sus hombres y mujeres de confianza o de relativa confianza, los segundones de su proyecto político y de sus ambiciones de continuidad al frente de la República. 

Los comicios locales suelen venir cargados de peligros y rara vez consolidan a líderes. Los éxitos son capitalizados por los candidatos triunfantes, muchas veces no alineados con el jefe máximo. Pero las derrotas salpican a los números uno con virulencia.
                
Como el macronismo es un designio personalista y políticamente ambiguo (ya se sabe: “ni de derecha, ni de izquierda”), el pivote sobre el que gira la cintura política del aparato gobernante es la inspiración del líder supremo. Y Macron es de esos dirigentes al que le gusta sentirse inspirado… y propagarlo. Las elecciones han laminado a los peones de su partido colocados en las candidaturas de las principales ciudades. Ni un solo triunfo en ciudades de más de 100.000 habitantes (1).

Es muy significativo que la candidata de Macron en París, Agnès Buzyn, hasta ahora ministra de Sanidad, no sólo haya quedado la tercera (menos del 15%), sino que ni siquiera haya obtenido el acta de concejal capitalina. Un desastre claro.

Otro perdedor sonoro ha sido Georges Colomb, exministro del Interior, que llevaba veinticinco años como alcalde de Lyon y fue batido en toda regla por el candidato ecologista, Grégory Doucet. Ni siquiera pudo triunfar en su distrito, el noveno, donde fue humillado por su rival verde. La alianza con la derecha, ultimo truco para conservar el feudo, resultó un fiasco.

El único éxito de los colaboradores próximos al Presidente ha sido el del primer ministro. Edouard Philippe recupera la alcaldía atlántica de Le Havre, que dejó en recaudo para ocupar el sillón de Matignon. Con un resultado cercano al 60%, Philippe se siente revigorizado. Este político terso, procedente del gaullismo moderado, no ha mezclado del todo bien con Macron. De hecho, antes de los comicios, en círculos políticos y mediáticos parisinos se daba por hecho su reemplazo. La jefatura del gobierno en la V República es una especie de fusible que protege al Eliseo. De esta forma, no gana Macron, sino un macronista crecientemente renuente, otro de los “quemados” por el estilo presidencial. Philippe, poco entusiasta con el ecologismo de postal de su jefe actual, puede estar haciendo las maletas con destino a Le Havre.

Tras todos estos reveses, Macron ha hecho virtud de la necesidad y, anticipando un mal resultado, había agendado la reactivación de su proyecto ecológico justo al día siguiente de los comicios. La Convención ciudadana sobre el Clima, una fórmula que encanta al presidente para demostrar su creencia en las fórmulas de democracia participativa y superadoras del aparataje político tradicional, ha dejado 150 medidas para acelerar la transición ecológica. El presidente dice asumirlas y anuncia medidas presupuestarias y políticas para facilitar su aplicación.

VERDES: PRESENTE Y FUTURO

La hora ha sido de los ecologistas (EELV: Europe Ecologie Les Verts), quienes, tras un esperanzador resultado en las últimas elecciones al Parlamento europeo, se han consagrado como partido que cuenta, superando esa condición de complemento del ya desvaído bloque de izquierdas. El sistema electoral francés de dos vueltas y ballotage corrige la distribución proporcional inicial con un arreglo de proximidad ideológica -o de pura conveniencia­­- que hasta ahora los había mantenido al margen de la primera fila.
                
Los ecolos se han beneficiado de la crisis de partidos en Francia, como lo hizo Macron hace tres años con su experimento híbrido. Ahora dispondrán de las alcaldías de Lyon, Marsella, Estrasburgo, Burdeos, Poitiers, Tours y Besançon, entre otras.

Los Verdes deberán definir su proyecto político más allá de su prioritaria agenda de transición ecológica. Como en Alemania o en otros países del centro y norte de Europa, el ecologismo no es una fuerza política homogénea y en la política de alianza es donde más se evidencian sus contradicciones y su dispersión ideológica.

De momento, los ecologistas sacan pecho y tratan de frenar la dimensión propagandística del empeño neoverde macronista: ni el dinero prometido es nada del otro jueves, ni la credibilidad verde del inquilino del Eliseo invita a la confianza. Los verdes que estuvieron al lado de Macron hasta hace poco (la gente de Nicholas Hulot) también son críticos, tal vez los que más, porque han sido quienes cosecharon la mayor amargura por la falta de consistencia ecológica del Presidente.

Por otro lado, el empeño de preservación de la naturaleza, de protección del medio ambiente y de cambio en profundidad del modelo productivo ha sido asumido por muchas fuerzas políticas tradicionales o de extracción tradicional. No hay una exclusividad ecológica de los verdes, aunque ellos mantengan esa divisa como referente de identidad. Eso giro verde es lo que explica, en gran parte, la brillante reelección de Anne Hidalgo como alcaldesa de París

HIDALGO, REINA ROJIVERDE

La primera alcaldesa de Francia, nacida en España e hija de exiliados humildes afincados en Lyon, es la figura de moda en el socialismo francés, pero eso no quiere decir que sea una líder en potencia de su partido en 2022. La perpetua lucha fratricida no permite despejar el panorama. Anne Hidalgo ha triunfado con un programa ecologista y claramente escorado a la izquierda, frente a un aparato frio (por no decir hostil). Era indiscutible como candidata y nadie osaba discutírselo. La “reina Anna”, como se le conoce en el pantano político por la intransigencia de sus posiciones y modales, ha resistido todas las crisis del PSF y se ha labrado un feudo sólido (3). Le ha beneficiado la falta de entendimiento entre las candidatas macronista (Agnés Buzyn) y  sarkozista (Rachida Dati). El primer candidato de Macron para “destronar” a la “reina Ana” tuvo que abandonar por un escándalo sexual. La segunda opción resultó teñida por el maleficio del coronavirus. 

TRIPLE CRISIS

La derecha exgaullista de Los Republicanos sigue en cuarentena y los socialistas levantan ligeramente la cabeza, pero sin aparecer, ni de lejos, como alternativa de gobierno, con repuntes personales más que partidistas. La extrema derecha se contenta con Perpiñán, considerada como la capital de la Cataluña francesa. La mezcla de populismos nacionalistas a ambos lados de la frontera puede ser curiosa.
                
Con todo, este verano verde viene muy arrastrado por la crisis sanitaria y es pronto para saber si los ecologistas franceses serán fuerza política de primera división en 2022. Todo va a depender de cómo evolucione la crisis socioeconómica derivada del parón de la pandemia y de la capacidad de reciclaje del discurso presidencial.
                
En realidad, las grandes ciudades de Francia no se levantaron entusiastamente verdes el 29 de junio. Una abstención del 60%, la más alta desde 1958, dejó un regusto muy agrio de desafección, propio de estos tiempos de virus patogénicos y políticos. La pandemia obligó a aplazar la segunda vuelta y el momento en que se recuperó el proceso electoral no podía ser más poco propicio para la mayoría presidencial. Como dice la analista Solenn de Royer, las municipales dejan en evidencia un triple crisis política: partidista, democrática y macronista (4).
                 

NOTAS

(1) “On the horn of two dilemas. Emmanuel Macron’s party performs dismally in local elections”. THE ECONOMIST, 29 de junio.

(2) “Municipales 2020: avec EELV une vague verte déferle sur les grandes villes françaises”. ABEL MESTRE. LE MONDE, 29 de junio.

(3) “’Queen Anne’ of Paris not ready to give up her throne”. ELISA BRAUN. POLITICO, 27 de junio.

(4) “Après les élections municipales, Emmanuel Macron fase à una crisis démocratique”. SOLENN DE ROYER. LE MONDE, 29 de junio.