22 de julio de 2020
El
acuerdo de Bruselas para financiar la reconstrucción tras el desastre del
COVID-19 ha generado comentarios y valoraciones por lo general optimistas y
hasta triunfalistas. En parte es lógico por la dimensión de lo conseguido, pero
también por las dificultades que se tuvieron que remontar y lo cerca que se
estuvo del fracaso. Una estimación menos apasionada conduce a un balance más matizado,
que, sin restar trascendencia al resultado, evita la tentación de las
habituales hipérboles con que suelen despacharse estos tipo de acuerdos. Éste
sería el enfoque:
1) No puede
minimizarse que, por primera vez, Europa decide acometer, como Unión, un
problema económico que, si bien es común, no ha afectado a todos sus
integrantes por igual. La solución alcanzada sigue siendo ambiciosa con
respecto a momentos delicados anteriores, pero no tanto para romper moldes o
haber sentado las bases de una Europa federal. No estamos, en expresión utilizada
medios internacionales exteriores a la Unión, ante “un momento hamiltoniano”,
en referencia al plan del Secretario del Tesoro norteamericano que decidió
asumir la deuda de los 13 estados (las excolonias), contraída durante la guerra
de Independencia frente al Imperio británico (1).
2) El
esfuerzo es considerable, ya que se mantiene la cuantía pactada por el eje francoalemán
(750.000 millones de euros), que se suman a las cantidades aportadas en otros
mecanismos de ayuda por el BCE. Pero la modificación del reparto de esa suma
entre subsidios y préstamos es un de los límites con que se ha topado la ambición.
París y Berlín, secundados con entusiasmo por los países más afectados por la
pandemia, quería que 500.000 euros fueran a fondo perdido y 250.000 en créditos
a devolver. La presión de los frugales del norte rebajó el primer rubro y amplió
el segundo hasta dejar el reparto en 390-360, cerca del equilibrio que, a la
postre, ellos se marcaron como una de las condiciones para transigir.
3) La
desconfianza no ha sido del todo derrotada en el desvelo de Bruselas. Si
bien el plan de reconstrucción no queda supeditado estrictamente a un programa
de ajuste como el impuesto a Grecia, los países reticentes han conseguido que
se les reconozca la capacidad de discutir el desembolso. No han conseguido
derecho de veto en esa eventual revisión, pero presionarán para que los países beneficiarios
de las ayudas acometan reformas que ahora no han sido del todo precisadas. Si
se hubiera abierto ese melón, el acuerdo hubiera sido imposible. La delegación
española cree haber salvado un impedimento que hubiera puesto al gobierno de
coalición al pie de los caballos. Los 140 mil millones obtenidos (72 mil
millones en subsidios) son un balón de oxígeno. Puede haber presiones en forma
de “freno de emergencia”, holandés o de quien sea, más adelante. Es un camino
plagado de curvas.
4) Las
invocaciones al triunfo de un espíritu de solidaridad europea son exageradas o
un poco wishfull thinking. Lo que ha primado no ha sido un
espíritu de ayuda a los más débiles por parte de los más fuertes o de los más
generosos de entre los más fuertes, aunque se presente de esta forma por
resultar más ventajoso políticamente. En realidad, no está tan claro, cuando se
cierren por completo las cuentas de esta gigantesca operación, quien saldrá a la
postre ganando. Los países más resistentes al acuerdo han conseguido, además de
lo ya señalado, que se incrementen los retornos que reciben de la UE (el famoso
cheque británico que obtuvo en su día Thatcher). Cuando haya que
devolver los créditos, la Comisión quizás se vea obligada a reducir ayudas
agrícolas y fondos de cohesión, una histórica reivindicación de los frugales.
Estas incógnitas futuras no pueden ser olvidadas a la hora de hacer balance de
esta cumbre prolongada (2).
5) Nada
hubiera sido posible sin un cambio de posición de Alemania, con respecto a
la posición de intransigencia en defensa de la austeridad mantenida durante la
crisis de principios de la segunda década del siglo. Pero no es que Merkel, o
su gobierno, o el Parlamento de la RFA, o la mayoría de los ciudadanos hayan
abjurado de sus posiciones rigurosas en materia fiscal.
La canciller
cambia de posición a mediados de abril, cuando empieza a considerar la
necesidad de una solución que, con matices y controles, convierte en común el
esfuerzo para salir de la recesión que se avecina. Los factores que determinan
este giro de Merkel han sido muy bien explicados por los corresponsales de LE
MONDE en Alemania:
a) Para
obtener la luz verde de Merkel, Macron acepta varias exigencias alemanas: que
el mecanismo de ayuda sea “excepcional” y “temporal”, es decir, que no sea un
precedente, y, muy importante, que la deuda sea contraída formalmente por la Comisión
Europea y no mutualizada por todos los países miembros, un poco al estilo de la
Alemania federal, lo que permite a Berlín defender la causa frente al contribuyente
alemán (otra cosa es cómo se pagará, cuestión que ha quedado sin resolver en
Bruselas)-
b) Un contexto
diferente al de 2009, con tasas de interés cero o negativas, que aportan menos fundamento
al rigor fiscal. Esto ha propiciado un cambio de humor de los sabios ecónomos
alemanes, ahora más proclives a las ayudas, porque, a la postre, beneficiarán también
a la industria alemana. Si los países del sur no se recuperan, dejarán de comprar
productos alemanes. De nuevo, la solidaridad se evapora ante consideraciones
más prosaicas.
c) El esfuerzo
de financiar la descarbonización, valga decir, la transición ecológica, exige
una concertación europea, más necesaria si cabe por la amenaza de un conflicto
creciente con China. El momento exige cerrar filas.
d) Un nuevo
aire en el pilotaje de las finanzas alemanas, con el socialdemócrata Olaf
Scholz como timonel, inclinado a soluciones más flexibles, menos ortodoxas que
su antecesor, el muy fundamentalista Schäuble. El equipo ha cambiado y la sintonía
entre la socialdemocracia pálida y el capitalismo compasivo de Merkel ha favorecido
el consenso interno en Berlín.
6) El
pacto de Bruselas no ha sido forjado por idealistas de la causa europeísta (si
es que eso ha existido alguna vez), sino por líderes pragmáticos sabedores
de que su supervivencia política o su legado dependía en gran medida de un
resultado positivo aceptable y moderadamente arriesgado.
La Canciller
Merkel, presidenta de turno de le UE pero líder indiscutible del Club,
se está despidiendo. Ésta ha sido, quizás, su última cumbre. En noviembre, sus
colegas de la CDU eligirán a un nuevo aspirante a sucederla en las elecciones del
otoño de 2021. Merkel no quiere irse en medio de una Europa en una recesión
prolongada y sin haber adoptado medidas al menos paliativas. Su prestigio y su
herencia hubieran quedado seriamente comprometidos.
En el caso de
Macron, tras dos años de soledad y frustración en su empeño de relanzamiento
europeo, no podía fracasar de nuevo. Los cronistas que cuentan lo que ocurría a
puerta cerrada en Bruselas coinciden en presentarlo como el más vehemente de
los 27. A pesar de su estilo elegante, el presidente francés gusta de desplegar
ese estilo teatral que acredita su pasión por el arte escénico. Como un héroe indignado
frente a las adversidades, se permitió amonestar a los primeros ministros de Holanda
y Austria por lo que entendió eran maniobras de obstrucción, en el caso del
primero, y de desplantes, en el caso del segundo.
7) Con el
mismo razonamiento, sería un poco reduccionista convertir al holandés Rutte o
al austriaco Kurz es los spoilers de esta cumbre larga de Bruselas.
Sin duda, han sido los personajes antipáticos o anticlimáticos para la mayoría
de los medios españoles, italianos, griegos, portugueses y en cierta medida
franceses. Pero, como es natural, han defendido los intereses de los grupos
sociales y políticos a los que representan.
En estos
países del norte, no tan austero como aquí se quiere simplificar, existe una
fuerte presión de los partidos nacional-populistas, que no sólo han crecido por
su mensaje anti inmigratorio, sino también por su marcada posición contraria a una
Europa más federal, más “solidaria” o más integrada. Rutte es liberal-conservador
y Kurz democristiano-conservador y lideran un electorado cada vez más seducido
por la extrema derecha. En Suecia, Dinamarca y Finlandia gobiernan los socialdemócratas,
pero las formaciones nacional populistas le han privado del apoyo de parte de
sus bases.
En resumen, el
desvelo de Bruselas ha sido, de nuevo, más un ejercicio de compromiso que un avance
histórico, sin desdeñar su importancia. Quedan cabos sueltos por definir, pero
los países más afectados por el COVID-19 obtienen un alivio imprescindible para
afrontar meses (o años) muy difíciles.
NOTAS
(1) “Did Europa have its ‘Hamilotinian’
moment? Not exactly”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 22 de julio.
(2) “The EU’s €750 billion
covid-19 plan is historic -but no quite Hamiltonian. THE ECONOMIST, 21 de julio.
(3) “Comment Angela Merkel s’est
convertie au plan de relance pour éviter l’efrondement de l’Europe”. THOMAS
WIEDER y CÉCILE BOUTELET. LE MONDE, 17 de julio.
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