DESPUES DEL MALDITO PRIMER AÑO….

28 DE ENERO DE 2010

El Presidente Obama se sintió a gusto en su primer discurso sobre el Estado de la Unión. Ese acontecimiento es el acto litúrgico más relevante de la política norteamericana, después del Inauguration Speech (el discurso de toma posesión del cargo presidencial).
A Obama le hacía falta la ocasión. Hubiera sido catastrófico que no aprovechara la oportunidad para restablecer su capital político. Era una apuesta segura, si tenemos en cuenta sus dotes oratorias. Sólo una breve valoración sobre la forma para luego entrar en el fondo. Obama ha saboreado su apabullante dominio de la escena. Es difícil recordar un político norteamericano (o mundial) reciente con más sabiduría y habilidad para dirigirse a un auditorio, por muy experimentado, o cínico, o incluso hostil que pueda llegar a ser. Obama ha deleitado a propios, cortejado a ajenos y seducido a todos. Más por sus “puestas” que por sus propuestas. Serio y simpático, solemne y distendido, cercano y responsable…. Cada perfil en el momento justo y con el timing lindando la perfección…
El discurso recupera el espíritu heroico, convocatorio y entusiasta de la campaña de 2008 Y, a pesar de todo, Obama no ha dejado por ello de ser menos vulnerable de lo que se ha manifestado desde el verano para acá. El presidente ha leído el guión de la calle (también, claro, de los bustos parlantes televisivos, de los town halls mas efervescentes que nunca, de los intérpretes de opinión) para codificar un nuevo grito de combate “More jobs” (Más empleos). Nada original, por supuesto. Es lo que prometen con desesperada pasión todos los gobernantes del mundo. Pero ninguno lo dice como Obama, seguramente. Tampoco ha eludido un medido populismo, cuando ha defendido su proyecto de atar corto y gravar oportunamente a banqueros y demás criaturas mutantes de las finanzas, cuya suerte ha situado en un camino opuesto al de pequeños empresarios y clases medias trabajadoras.
Algunos editoriales y bloggeros han querido ver un quiebro táctico de Obama en el discurso. ¡Adiós a la reforma sanitaria, bienvenido el empleo! (véase el LAT, el TIME y algún otro diario europeo (socialdemócrata, curiosamente). No es así, en realidad. Lo que ocurre es que los llamados pundits (los sabiondos, los expertos de la opinión), habían previsto la rendición de Obama en ese campo. Y no se ha producido el fenómeno de la autoprofecía cumplida. El presidente, con gesto serio pero amable, ha dicho a republicanos y demócratas que “nunca hemos estado tan cerca de conseguir mejorar nuestro sistema sanitario: no abandonemos ahora”. Nada de huidas, ni renuncias. Esas palabras no han sido incorporadas, aún, al vocabulario político de Obama.
Cierto es que se ha abstenido de ser más preciso sobre el camino a seguir. Y, lo que es más preocupante, el asunto ha perdido la etiqueta de máxima prioridad. La autocrítica se ha limitado a los aspectos de comunicación, no al fondo. Obama ha depurado su conocida habilidad para dejar todas las puertas abiertas sin cerrar ninguna. Pero las corrientes de aire le han provocado constipados políticos incómodos. Cada ronda negociadora que revise el actual proyecto ya aprobado en el legislativo debilitará la reforma. Y si los republicanos se dan cuenta de que el presidente pone el acuerdo a toda costa por encima de una reforma verdadera, apretará hasta convertir el fracaso definitivo en inevitable, como le advertía recientemente Paul Krugman. En ello insiste el editorial urgente del NEW YORK TIMES.
En la lógica de aspirar a colocarse por encima de las divisiones y fracturas ideológicas (una de las pocas características de Obama que resultan poco originales), el presidente ha insertado la reducción del déficit público entre las prioridades de su mandato. Pero no enseguida, ha anunciado. El año que viene. Si la lucha contra el desempleo da frutos, la recuperación económica se confirma y los caudales públicos se restablecen. Sin compromisos concretos. Ese reproche lo encontramos en los primeros comentarios de opinión de la prensa conservadora o del establishment. Obama se ha permitido recordar la desastrosa herencia de Bush. Ha sido uno de sus pocos momentos partidistas. El otro, cuando ha animado a sus compañeros del banco demócrata a no dejarse ganar por el pánico tras la dolorosa derrota en Massachusetts. “Disponemos de la mayoría más amplia en décadas, don´t run for the hills” (algo así como “no corráis a esconderos en el monte”). Merece la pena contemplar el gesto y tono de Obama cuando pronunciaba estas palabras: cercanía y protección, para animar a unas huestes muy propensas al desconcierto cuando se complica el panorama.
Con respecto al cuarto asunto de la noche, la seguridad nacional y la guerra contra el terrorismo internacional, Obama ha sido muy cauteloso. Nada de resbalones en este terreno, escurridizo como pocos. Con el culebrón de patinazos y correcciones de las fiestas navideñas ya es bastante. El presidente no oculta su deseo de superar los escenarios bélicos para consagrarse a mejorar la calidad de vida del pueblo americano. La complicación en Afganistán y Pakistán le ha irritado profundamente y no ha necesitado más tiempo del esperado para construir un discurso coherente. No está claro que lo tenga fijado, ni que sus colaboradores hayan resuelto sus diferencias. El gran riesgo es que, falto de una dirección clara, Obama se vea obligado a asumir cálculos, errores y excesos poco reconocibles en su ideario político. En los temas internacionales, la retórica de Obama pierde eficacia (ahí está Oriente Medio).
Después del maldito primer año que ha lastrado el mandato de no pocos presidentes en Estados Unidos, Obama debe tener muy en cuenta que el subidón de popularidad que seguramente le proporcionará su sobresaliente actuación nocturna del miércoles puede tener el mismo efecto que la espuma o que un sedante. Una de sus frases mejores, por clarividentes, es la siguiente: “Nunca pensé que el cambio fuera a resultar fácil…. Pero yo no abandono”. Si Obama ha querido decir lo que los progresistas norteamericanos desean que haya querido decir, hay motivos para mantener el espíritu afirmativo que lo llevó a la Casa Blanca (“Yes, we can”). Hace unos días, Obama dijo en la cadena de televisión ABC que prefería ser presidente brillante de un solo mandato que un mediocre presidente durante ocho años. Es un mensaje contra el miedo. El miedo a perder, el miedo a fracasar, el miedo a un sistema que actúa implacablemente contra el cambio. Coherencia y firmeza en este sendero, le reclaman desde la izquierda (John Nichols, en THE NATION; Jonathan Cohn, desde THE NEW REPUBLIC).
Obama sigue mereciendo la confianza de los más desfavorecidos y de los más combativos. Confianza crítica, basada en las convicciones profundas, pero también en la inteligencia que se necesita para defenderlas bien. Pero es preciso no confundir confianza con ilusiones. Y sirva esto de reflexión final: la responsabilidad de que este primer año de Obama puede parecer algo fallido (maldito) no es atribuible sólo a él o a sus acciones de gobierno. También a quienes sobrecargaron las expectativas. Contra la tentación de profundizar en la decepción, más atención a Obama y menos al “obamismo”.