NAGORNO-KARABAJ: ERDOGAN ABRE OTRO FRENTE

30 de septiembre de 2020

El estallido de otro episodio de hostilidades entre Armenia y Azerbaiyán en Nagorno-Karabaj reaviva uno de esos conflictos “congelados” u “olvidados” que reaparecen de cuando en cuando. Los combates acaecidos el fin de semana pasado han provocado decenas de muertos, en la escalada más seria desde el alto el fuego de 1994, aunque desde entonces se hayan producido centenares de violaciones menores.

Las potencias internacionales han activado el mecanismo de control de daños. El Consejo de Seguridad de la ONU ha reclamado “que se detengan de inmediato los combates, se desactiven las tensiones y se reemprendan negociaciones constructivas”. Voto unánime, que no oculta, empero, el juego subterráneo de algunos de los principales actores externos.

UN LARGO CONFLICTO

Nagorno-Karabaj (que significa “jardín negro y montañoso") es un territorio enclavado en Azerbaiyán pero la inmensa mayoría de sus 150.000 habitantes son de origen armenio. La disputa estalló cuando empezaron a surgir las tensiones nacionalistas y étnicas en los años de descomposición de la URSS (1). Desaparecido el régimen soviético, se precipitó la guerra, en 1991. La “nueva Rusia” ejercicio un papel de mediador, basado en su rol de antiguo patrón, y en 1994 se firmó un acuerdo de cese de hostilidades, que no de paz. La guerra había dejado a Armenia con el control del enclave. Azerbaiyán asumió el hecho consumado, pero no aceptó nunca la derrota como definitiva. En los años siguientes se produjeron continuas escaramuzas bélicas. A mediados de la primera década de este siglo se fijaron en Madrid unos “principios” de desescalada. Armenia hizo algunas concesiones sobre el despliegue de tropas en la periferia del territorio y se permitió el regreso de los desplazados a sus hogares. Pero el statu quo, en lo fundamental, se mantuvo.

Con la explotación de los ricos yacimientos de hidrocarburos, Azerbaiyán se sintió con recursos para ampliar y modernizar su arsenal bélico. Se ha aprovisionado en Rusia, pero también en Israel, pese a su filiación musulmana, como ha documentado el periodista canadiense Neil Hauer, afincado en la capital armenia (2). La élite del país, dominada por el clan Aliyev desde los tiempos soviéticos, se ha cuidado mucho de mantener a raya las tentaciones yihadistas en su población sunní y ha cultivado sus relaciones con Occidente.

Con esos refuerzos, sus dirigentes creyeron poder revertir la situación sobre el terreno. A pesar de ser un país más poblado y más rico, la baja competencia de su mando castrense y la escasa moral de sus tropas le han impedido cosechar los éxitos esperados. Expertos militares rusos creen que Azerbaiyán necesitaría emplear la mitad de sus efectivos para obligar a Armenia a claudicar, Además, el desplome de los precios del crudo ha rebajado sus pretensiones (3).

LA MANO TURCA

En esta fase del conflicto, Nagorno-Karabaj se perfila como un escenario más de las tensiones en las zonas periféricas de Europa y Asia, es decir, Oriente Medio y el Cáucaso. Las dos potencias con vocación hegemónica regional son Rusia y Turquía. Enemigos históricos desde la época de los zares y los sultanes otomanos, ahora mantienen una contradictoria relación que combina la rivalidad por el dominio de zonas de influencia y la cooperación interesada y puntual, que incluye la compra turca del sofisticado sistema antimisiles rusos S-400 (para escarnio de la OTAN), el nuevo gasoducto TurkStream o la construcción rusa de la primera central nuclear turca.

Turquía se ha posicionado inequívocamente a favor de Azerbaiyán, por razones étnicas y religiosas muy claras. Además, la hostilidad turca hacia Armenia tiene raíces históricas profundas, que se convirtieron en existenciales con el genocidio armenio de 1915, durante la Primera Guerra Mundial, que Turquía se empeña en negar. El apoyo de Ankara a Bakú no es solamente retórico o sentimental. Los militares turcos asesoran a los azeríes y ahora, como en escaladas anteriores, han prometido su respaldo “con todos los medios” (4).

Erdogan parece dispuesto a abrir otro frente de su proyecto de influencia expansiva, tras su presencia activa en Siria y Libia y su despliegue naval hasta cierto punto intimidatorio en el Mediterráneo oriental (pulso por el control de las reservas de gas submarinas). Pero en este caso como en los anteriores, en su empeño hay más propaganda que beneficios reales o sostenibles. En Siria ha conseguido establecer una zona de seguridad y debilitar a los kurdos, pero gracias a la complicidad/pasividad de Trump. En Libia ha conseguido frenar la ofensiva del candidato de Moscú y de sus enemigos árabes y apuntalar al gobierno central, controlado por una coalición de islamistas moderados, pero los acontecimientos más recientes apuntan a una solución menos favorable a sus intereses (5).

A decir de numerosos analistas, el “nuevo sultán” pretende compensar con acciones externas de supuesto prestigio el debilitamiento de su proyecto político interno, debilitado por la crisis económica y la gestión del coronavirus. El nacional-populismo empieza a hacer aguas, la oposición ha logrado éxitos notables en las últimas elecciones municipales (conquista de Estambul, la ”cuna” política del presidente) y sus propias bases sociales comienzan a dejar expresar su malestar (6).

EL DOBLE JUEGO DE PUTIN

Además, en el Cáucaso Erdogan no debe esperar mucha ayuda de sus colega/rival Putin. Rusia se considera único responsable de la gestión del conflicto, aunque su posición no haya sido precisamente neutral. Ni en la guerra inicial, ni a lo largo de estos casi 30 años de conflicto. El Kremlin favorece históricamente a Armenia, con quien comparte identidad religiosa de Estado (cristianismo ortodoxo, aunque de distinta rama), le proporciona armas y mantiene bases militares en esa república, para fortalecer su defensa. Lo que no ha impedido que Moscú haya aprovisionado de armamento también a los azeríes. Los intereses de la industria militar rusa mandan.

El cálculo de Putin es ejercer ese doble juego para controlar a los contendientes y marcar el ritmo del conflicto. Pero él es el primero en saber que la manipulación de los sentimientos nacionalistas y religiosos es una práctica peligrosa que puede escapar, al menos puntualmente, al control de agentes externos, como se ha visto en otros lugares.

Ankara y Moscú comparten tácticas en esta proyección de prestigio en Oriente Medio y Cáucaso: el empleo de fuerzas mercenarias o subcontratadas, con las que evitan una implicación directa de sus botas y uniformes sobre el terreno (7). Erdogan ha utilizado estos efectivos en Siria (clave del control que sus proxies ejercen en la región occidental de Idlib) y en Libia. Putin ha hecho lo propio con el grupo Wagner y milicias pro-Assad.  

Finalmente, Estados Unidos ha ejercido un papel distante. Pertenece, como Francia y Rusia, al llamado “grupo de Minsk”, una especie de task force diplomática encargada de mantener bajo control el conflicto en los últimos años. Sin embargo, Trump se ha escorado del lado azerí, en parte para compensar la preferencia rusa por Armenia, pero, sobre todo, por los intereses petroleros. Compañías norteamericanas participan en la explotación de los recursos.

NOTAS

(1) “Why are Armenia and Azerbaijan heading to war”. JAMES PALMER. FOREIGN POLICY, 28 de septiembre.

(2) FOREIGN POLICY, 24 de agosto.  

(3) “Armenia y Azerbaiyán no han podido resistirse a desencadenar una guerra gran escala, pero probablemente fugaz” NEZAVISSÏMAYA GAZETA, 27  de septiembre; “Los primeros resultados del agravamiento en Nagorno-Karabaj”. GAZETA.RU, 27 de septiembre (ambos artículos han sido citados en “¿Vers une guerre d’envergadure entre l’Arménie et l’Azerbaïdjan? COURRIER INTERNATIONAL, 28 de septiembre).

(4)  “Affrontaments dans le Haut-Karabakh: l’Arménie et l’Azerbaïdjan au seuil de la guerre”. LE MONDE, 27 de septiembre.

(5) “Beyond the ceasefire in Libya”. ANAS EL-GOMATI y BEN FISHMAN. THE WASHINGTON INSTITUTE, 25 de agosto.

(6) “Erdogan faces his biggest test of the pandemic: the economy”. CARLOTA GALL. THE NEW YORK TIMES, 6 de mayo.

(7) “Turkey and Russia preside over a new age of mercenary wars”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 30 de septiembre; “The internationalization of Libya’s post-2011 conflicts from proxis to boots on the ground. FREDERICK WEHREY. CARNEGIE FOR INTERNATIONAL PEACE, 14 de septiembre; Libya’s proxy sponsors face a dilemma”. RANJ ALAALDIN y EMADEDDIN BADI. BROOKINGS INSTITUTION, 15 de junio.

 

EE.UU: EL GOBIERNO DE LAS TOGAS

 23 de septiembre de 2020

La muerte de Ruth Bader Ginsburg, una de los nueve jueces del Tribunal Supremo de Estados Unidos (SCOTUS), ha abierto un nuevo frente de agria confrontación en una ya muy enrarecida campaña electoral. A mes y medio de la decisión (al menos sobre el calendario oficial),  nunca han sido tantas las dudas sobre el funcionamiento normal de la provisiones electorales, legales e incluso constitucionales.

La democracia norteamericana, discutible desde su patricios orígenes, está siendo cuestionada incluso por los actores menos sospechosos de espíritu crítico. Más allá del corrosivo “efecto Trump”, al sistema se le están abriendo las costuras. Las fallas estructurales quedan en evidencia, el liderazgo se debilita o se presenta caduco o inmaduro, se atribuye a una inevitable polarización la ausencia de soluciones prácticas y se escamotean las razones profundas de la crisis general. La nación vive una crisis de confianza más profunda aún que la experimentada a finales de los sesenta, durante el clímax del trauma vietnamita.

UN EQUILIBRIO DE DEPENDENCIAS

En Estados Unidos se denomina “Gobierno” al conjunto de los tres poderes del sistema liberal: ejecutivo, legislativo y judicial. En Europa utilizamos “Estado” para referirnos a ese entramado institucional. Tiene sentido práctico esa distinción nominal. El sistema de equilibrio de poderes (check and balance)  funciona de manera algo diferente en la democracia formal norteamericana. Cada rama del “gobierno” ejerce sus atribuciones con plena conciencia no sólo de su poder autónomo, sino de su capacidad para limitar, vigilar y condicionar a los otros dos, de forma diferenciada en cada caso. Y, sin embargo, en este mecanismo de compensación se genera una fuerte dependencia mutua.

El legislativo puede vetar una decisión presidencial y dejarla en suspenso. Pero el Jefe del ejecutivo tiene capacidad para neutralizar el veto del Congreso y hacer efectiva su decisión. Hay materias en las que el Presidente puede actuar sin control parlamentario (las órdenes ejecutivas), aunque el terreno de actuación es siempre polémico.  

El Tribunal Supremo, máximo expresión del poder judicial, constituye una suerte de gobierno paralelo, en el sentido de que sus sentencias condicionan la interpretación de las leyes producidas por el Congreso y validan o impugnan las decisiones de la administración. Y, sin embargo, el SCOTUS depende por completo de los otros dos poderes. El Presidente es el que elige a los aspirantes. Pero, para acceder a la magistratura, el seleccionado debe ser ratificado por el Congreso.

Una vez investido, el juez supremo lo es de por vida, y sólo puede ser recusado tras un complejo y complicado proceso en el que se demuestre delito o incompetencia para ejercer el cargo: una suerte de inviolabilidad, que excluye, al menos teóricamente, interferencia política alguna. Los togados más elevados atesoran un inmenso poder, prestigio social e institucional y no están sometidos al veredicto de las urnas ni a las presiones del juego político. Los nueve jueces del Supremo constituyen el sanedrín más exclusivo e imperturbable de la democracia norteamericana: se sobreponen a todos los frentes de la intensa e inagotable batalla política.

Por eso, la desaparición física, biológica de un juez supremo (jueza, ahora) supone un acontecimiento mayor, y más si acontece en plena campaña electoral. Y que haya sido en la de este año, precisamente, resulta el colmo. El país vive episodios  sublevación ciudadana contra el racismo policial (reflejo del institucional y el social), la desigualdad y la degradación vital.

PRINCIPIOS MARXIANOS

La greña es fácil de entender. Un presidente tan infradotado para el respeto de las normas y antítesis de la elegancia política como es Trump no deja que se le escape una oportunidad. Ginsburg era claramente progresista: feminista, defensora de la elección de la mujer en el aborto y de los fundamentos legales de la reforma sanitaria de Obama (1). Trump pretende sacar partido de su desaparición reforzando la actual mayoría conservadora con la selección de una aspirante (mujer reemplazará a mujer) cuya orientación conservadora esta fuera de dudas. La gran favorita, Amy Coney Barrett, es una ferviente y sólida católica, antiabortista (2) y otras que se manejan en el despacho oval no le van a la zaga.

Los legisladores republicanos están encantados de que así sea (3). Si el establishment GOP ha tolerado al presidente hotelero, a pesar del desprecio que le profesan, es porque se ha avenido a respaldar la agenda ultra del GOP. Se le admiten sus pecadillos de soberbia, incompetencia y pésimo gusto. Lo tratan como a un mal pasajero que deja, empero, un rédito aprovechable para sus intereses.

No les importa a los republicanos contradecirse a si mismos, ni violar intelectualmente los principios que tan ardorosamente proclamaron en 2016, cuando Obama propuso al liberal moderado Merrick Garland para ocupar la plaza vacante tras la muerte del ultraconservador Scalia. Los republicanos argumentaron que resultaba impropio que un presidente saliente (no había posibilidad de reelección porque Obama agotaba su segundo mandato) determinara el pulso futuro de la máxima interpretación legislativa. Amparados en la mecánica dilatoria del filibusterismo parlamentario consiguieron que se agotaran los plazos y Garland se quedó compuesto y sin plaza.  

Obama presentó la candidatura de Garland a ocho meses de las elecciones. Trump se dispone a hacerlo (este próximo fin de semana, dice) cuando falta sólo mes y medio para la decisión ciudadana. Pero a Mitch McConnell, que es el líder de la mayoría republicana en el Senado ahora y en 2016 se le han olvidado los principios. Como el partido de Obama siguió  adelante con su empeño entonces, que se atenga ahora a las consecuencias, ha insinuado. Aplicación práctica de los principios marxianos (de los geniales hermanos).

BIDEN ELUDE LA PELEA

Los demócratas están encendidos, pero no todos por igual. El ala izquierda clama pelea y movilización. Si se sigue adelante con la ignominia, reclaman que de lograrse la victoria en el ejecutivo y en el legislativo, se inicie el proceso para incrementar el número de jueces en el SCOTUS, para compensar la mayoría conservadora actual con el ingreso de nuevos togados liberales/progresistas (4). Observadores más templados reclaman un cambio de reglas (5).

El comedido Biden hace mutis por el foro. En sus comparecencias públicas de estos días elude el asunto: se centra en Trump, en su incompetencia para contener el COVID, en su estilo autoritario y divisor. Cree que el foco en el factor humano desacredita a su rival (6).  Una analista apreciada por los demócratas como Anne Applebaum avala esta estrategia (7).

Al cabo, Biden es coherente con su trayectoria. De un puro producto del sistema como él no cabe esperar otra cosa. Los pesos pesados de su partido que han resultado derrotados en unas primarias erráticas y paradójicas como pocas se han conjurado para apoyarlo, pero le demandan más energía, más determinación y riesgo. Biden se refugia en un discurso prudente y buenista, como si temiera cometer un error fatal (a lo que es muy proclive).

Las encuestas predicen que la estrategia puede resultar, aunque ya nadie se fía, después de lo ocurrido en 2016. Bien es verdad que la posición de Trump es más débil que hace cuatro años, incluso en sus feudos obreros y blancos de los llamados estados clave. Después de la experiencia abrasiva en la Casa Blanca, el gris y tenue Biden quiere oficiar de bálsamo de la nación. Unificador y pacificador: un healer (sanador). Así se presenta el candidato demócrata y así quiere que el electorado lo vea.

 

NOTAS

(1) “Justice Ginsburg’s judicial legacy of striking dissents”. THE NEW YORK TIMES, 20 de septiembre.

(2) “To conservatives, Barrett has a ‘perfect combination’ of attributes for Supreme Court”. THE NEW YORK TIMES, 20 de septiembre.

(3) “The Supreme Court may be about to take a hard-right turn”. THE ECONOMIST, 22 de septiembre.

(4) “A dangerous moment for the Court. And the country”. MARY ZIEGLER. THE ATLANTIC, 21 de septiembre,

(5) “Judicial term limits are the best way to avoid all-our war over the Supreme Court”. EDITORIAL. THE WASHINGTON POST, 21 de septiembre.

(6) “Biden’s moderation contrasts with Democrat rage as court fight looms”. THE WASHINGTON POST, 21 de septiembre.

(7) “If you care about the Court, don’t talk about It. Fixating on the open Supreme Court seat will provoke a culture war”. ANNE APPLEBAUM. THE ATLANTIC, 20 de septiembre.

EUROPA: FOCOS DE TURBULENCIA EN LA PERIFERIA

 16 de septiembre de2020

La Unión Europea afronta el inicio del curso político bajo el peso del rebrote de la pandemia, con desigual incidencia según los países pero con un mismo sombrío panorama económico y, sobre todo, social. Según la OCDE la crisis será cuatro veces más grave que la provocada por el caos financiero de 2009. Por si esto no fuera suficiente, la UE tiene que atender al menos a cuatro frentes de conflicto exterior para los que no se avizoran soluciones fáciles ni rápidas.


1) BREXIT: MAGIC JOHNSON

El premier británico tiene sobre su mesa las previsiones económicas más complicadas de Europa, tras una gestión caótica, errática y demagógica del COVID-19. La cómoda mayoría de la que disfruta en Westminster le proporciona cierto margen de maniobra. Pero al recurso que pretende agarrarse es, por supuesto, el Brexit. El divorcio de Europa fue su lanzadera política hacia el 10 de Downing Street y ahora está dispuesto a convertirlo en su barco de rescate. De forma claramente provocadora e innecesaria, ha vuelto a abrir una crisis de confianza con Bruselas y las capitales europeas, reinterpretando de forma muy sui generis el acuerdo de separación. Tras unos contactos fallidos y sospechosamente orquestados por sus cómplices mediáticos, Boris Johnson ha llevado al Parlamento un ley de mercado interior que cuestiona las bases del trabajado y trabajoso Brexit. Su discurso es el mismo de siempre: Europa quiere seguir imponiendo sus normas al Reino Unido, sostiene, ahora mediante trampas en la letra pequeña (1).

Algunos prominentes dirigentes tories del sector europeísta han puesto el grito en el cielo (como el expremier Major, entre otros) o le han escamoteado el apoyo (caso de su antecesora, Theresa May, amparada en un viaje fuera de Gran Bretaña. También algunos de sus en otro tiempo colaboradores directos se han pasado a un confuso y reducido sector crítico. No hay que dejarse confundir con la luz de gas a la que Johnson es tan aficionado. No es un extremista del Brexit, pero juega a serlo de manera oportunista, precisamente para neutralizar a ese sector de su partido que amenaza con reconstituir ese fracción rupturista que gravita en la derecha del partido conservador, como señala agudamente Owen Matthews (2).

La UE tendrá que hacer acopia de paciencia y templanza para no caer en las trampas políticas y enredos tácticos del primer ministro británico, al que no le sobran escenarios placenteros. La confianza en un Tratado de libre comercio con Estados Unidos se antoja más esquiva cada día, a medida que se complica la reelección de Trump.


2) RUSIA Y BIELORRUSIA: TERRENO HELADO

Tampoco será fácil lidiar con Putin, quien, tras muchos cálculos, ha decidido apostar por la continuidad del autoritario Lukachenko en Bielorrusia, sin pillarse los dedos de manera irreversible. La oposición mantiene sus movilizaciones de presión los fines de semana, pero el régimen se pertrecha, reforzado por el auxilio de Moscú y las escasas opciones de la comunidad occidental (3). A priori, Europa cuenta con la baza de una presidencia fuerte como la alemana. Pero la ecuación es más complicada. A pesar de su firmeza frente al Kremlin, la canciller Merkel no ha querido arriesgar la joya de la corona de la cooperación económica con Moscú: la segunda fase del gasoducto Nord Stream. Ahora, Bielorrusia y el caso Navalny pueden obligarla a cambiar de opinión (4) .

Los médicos alemanes que han atendido al principal opositor ruso en un hospital de Berlín aseguran que resultó envenenado con Novichok, una sustancia que suelen utilizar los servicios rusos de inteligencia (por ejemplo, para atentar contra el desertor Skipral, en el Reino Unido).  El Kremlin ha puesto el grito en el cielo y ha exigido pruebas, insinuando que Navalny pudo haber sido envenenado en Alemania. No está el aire limpio para negociar una solución razonable en Bielorrusia.

Aunque de momento no estemos en el escenario Crimea, todo puede agravarse en pocos días. Pero no es Obama quien está en la Casa Blanca, sino un presidente mentiroso, compulsivo y paranoico, enfangado en una campaña que le marcha fatal. Sufre además de  ataques de parálisis cuando le hablan de enseñar los dientes a Putin. Por primera vez desde 1945, Europa no puede contar con Estados Unidos para abordar una crisis internacional.


3) MEDITERRÁNEO ORIENTAL: GAS INFLAMABLE

De gas también , y de los más inflamables, trata el tercer foco de conflicto a la vista para la UE, aunque en realidad cabría hablar, por extensión, de la OTAN. El despliegue naval turco, griego y francés registrado el pasado mes de agosto y aún en desarrollo ha puesto de manifiesto el casi imposible diálogo con el socio turco, el segundo ejército aliado, que cada día se presenta más intratable. Una confusa, enrevesada y muy polémica disputa por la soberanía sobre unos depósitos marinos de gas se ha convertido en una especie de pulso militar propio de otros tiempos  y de otras zonas del mundo (5).

Explicar el conflicto llevaría más espacio del que tenemos en estas líneas. Quedémonos con esto: Erdogan se ve abocado a un conflicto vivo y ruidoso con sus aliados para apuntalar su relato nacional-populista. Grecia es su adversario natural, pero es la Francia de Macron a la que reta con su retórica y con sus buques de guerra (6). Los dos dirigentes ya se cruzaron invectivas muy poco amables hace unos meses, insólitas entre aliados. Es ya tendencia que todo lo que puede empeorar lo haga.

En esa misma zona irritada del Mediterráneo se está fraguando una nueva edición de la crisis de los refugiados, después del incendio que ha destruido el campamento griego de Moria. Se ha habilitado un parche de emergencia que tendrá un recorrido corto y polémico (7). Merkel recuperó buena parte de su capital político internacional con su posición en la crisis de los refugiados de 2015. Ironías de la historia, bajo su presidencia europea va a tener que responder de nuevo a un desafío menor cuantitativamente pero igualmente espinoso (8). En esta ocasión no podrá contar con la escapatoria de la vía turca, con la que entonces liberó de presión a sus renuentes socios europeos. Erdogan ya no es un socio fiable.

La guerra en Siria se ha sofocado (no terminado). Pero no en Libia, donde esta Turquía oficia de actor de primer orden. Un alto el fuego incierto ha detenido las hostilidades, tras el fracaso del general Haftar en su plan de asaltar Trípoli y derrocar a un débil gobierno de islamistas moderados, apoyado muy discretamente por la comunidad internacional, pero de forma muy efectiva por Turquía. El gas inflamable del Mediterráneo tiene una ramificación explosiva en la atormentada Libia. Las opciones europeas son limitadas y se ven lastradas por la equívoca posición francesa, que formalmente respalda al gobierno oficial, pero no ha dejado de poner huevos en la cesta de Haftar, agudizando así su enemistad creciente con Turquía.

Frentes de turbulencia en la periferia de Europa que la inminencia de las enrarecidas elecciones americanas y el delicado desafío estratégico de las futuras relaciones con China en poco o nada ayudan a afrontar.

NOTAS

(1) “Brexit: internal market bill passes by 77 votes amid Tory party tension”. THE GUARDIAN, 15 de septiembre; “Brexit: pourquoi les négotiations patinent. CÉCILIE DUCOURTOIX. LE MONDE, 8 de septiembre.

(2) “Boris Johnson’s plan to get Brexit Done and ‘hang the consequences’”. OWEN MATTHEWS. FOREIGN POLICY, 10 de septiembre.

(3) “Loukachenko remet son destin dans les mains de Poutin”. BENOIT VIKINE. LE MONDE, 15 de septiembre.

(4) “Germany debates halting contentious Russian pipeline project”. DER SPIEGEL, 4 de septiembre.

(5) “How did the Eastern Mediterranean become the eye of a geopolitical storm”. MICHAËL TANCHUM. FOREIGN POLICY, 18 de agosto; “Turkey’s search for oil may spill over into conflict with Greece”. SIMON HENDERSON. THE HILL, 13 de agosto de 2020.

(6) “Tensions dans le Mediterranée. France au secour de la Grèce fase á la Turquie. LE MONDE, 14 de agosto.

(7) “Réfugiés en Gréce. ‘Moria c’est fini’”. LE COURRIER DES BALKANS, 14 de septiembre;

(8) “The Moria catastrophe and the EU’s hypocrital refugee policy”. DER SPIEGEL, 11 de septiembre.

JAPÓN: SUCESIÓN CANTADA, FUTURO INCIERTO

 9 de septiembre de 2020

La dimisión del primer ministro de Japón, Shinzo Abe, formalmente por motivos de salud, a finales de agosto, abre un nuevo frente de incertidumbre en Asia, en un momento de grandes zozobras por la inestabilidad en Hong-Kong, los efectos persistentes del coronavirus, la renovada hostilidad entre Pekín y Delhi, los planes de refuerzo militar de China en los archipiélagos marítimos en disputa y el empuje nacionalista en toda esta vasta región mundial.

Lo único que puede asegurarse en la sucesión japonesa es el nombre del futuro primer ministro. Será Yoshihide Suga, el actual secretario general del Gobierno, encargado de la portavocía y comunicación y mano derecha de Abe. Continuismo puro y duro, que la mayoría absoluta del partido gobernante, el Liberal Demócrata (coaligado con el pequeño grupo conservador Komeito) refuerza aún más.

Japón tiene uno de los sistemas políticos más estables del mundo. De los más rígidos y esclerotizados, también. Setenta años de pensamiento único, de alternancia real, de innovación política casi nula. El envejecimiento demográfico del país arrastra, de alguna forma, el endurecimiento de las arterías políticas nacionales (1).

ABE: UN BALANCE DE CONTRASTES

Shinzo Abe ha estado diez años en el poder, en dos etapas: una inicial en 2006-2007 y luego desde 2012 hasta la fecha. En esta segunda es cuando planteó su proyecto de cambio, conservador de talante pero de alcance ambicioso, articulado en tres ejes fundamentales: mayor agilidad de los procedimientos burocráticos en la gestión del país; nueva orientación económica, que combinaba criterios liberales con fomentos keynesianos de crecimiento económico; y una dinámica política exterior que reforzará el papel de Japón en el mundo, mediante una diplomacia personal muy enérgica y una revisión profunda de las capacidades militares.

El balance de la era Abe es complejo. Se le reconocen éxitos en materia económica, el aligeramiento de los abrumadores aparatos, normas y prejuicios tradicionales. El tiempo de la deflación crónica, iniciado en la década de los noventa parece haber quedado atrás, pero los índices de crecimiento prometidos por el dimisionario primer ministro no se han producido. La media supera muy ligeramente el 1% de media anual, por debajo del objetivo fijado (2%).

Japón salió de la crisis financiera mundial 2012, antes que Europa e incluso que Estados Unidos, pero la actual pandemia ha puesto el reloj de nuevo a cero. El PIB ha caído casi un 7,8% en el último trimestre y se espera una detracción anual de un 24% (2).

La política exterior ha sido quizás el campo de mayor visibilidad del liderazgo de Shinzo Abe. Para un político nacionalista y populista como él, la amplitud del escenario internacional era una tentación irresistible.

El gran proyecto de Abe fue sacudirse los complejos de la era imperial, superar esa penitencia del derrotado (y humillado) y recuperar para las fuerzas de defensa nacional misiones, tareas y convicciones propias de una potencia mundial de primer orden. Para ello debía cambiarse la constitución, abrogar el carácter exclusivamente defensivo del aparato militar, modernizar los arsenales armamentísticos y afirmar una nueva política de defensa activa de los intereses nacionales (3).

A pesar de haber realizado avances significativos en materias prácticas, el cambio constitucional no ha podido llevarse a término al no reunir el consenso parlamentario necesario. Sectores pacifistas o simplemente conservadores de la sociedad japonesa se movilizaron para frenar las ambiciones de Abe. Incluso en su propio partido surgieron resistencias palpables.

No obstante, Abe ha sabido proyectar una imagen de líder fuerte, indiscutido e indiscutible, respetado por aliados y rivales y capaz de cubrir vacíos y riesgos. Con Trump ha sabido forjar una relación muy del gusto del presidente hotelero: primacía del toque personal, informalidad del diálogo frente a la dinámica institucional y gusto por la cultura de los negocios como contrapeso a las presiones burocráticas.

El logro más sobresaliente de Abe ha consistido en mantener la interlocución con Trump, sin poner en peligro la relación con Pekín. Ciertamente, los conflictos territoriales con China no han avanzado sustancialmente, debido a la identidad nacionalista de ambos gobiernos. Pero el primer ministro saliente ha caminado sobre el campo de minas con visible habilidad.

En gran parte, esto se ha debido a su capacidad para ejercer un cierto liderazgo regional. Tras la retirada de Estados Unidos del Tratado de libre comercio en la zona de Asia Pacífico, Abe asumió la responsabilidad de mantener en espíritu y en la práctica esta piedra angular del orden liberal en Extremo Oriente. 

En los últimos años, Japón ha incrementado sus relaciones bilaterales con Australia e India, dos actores regionales que, en mayor o menor medida, contrarrestan la voluntad hegemónica de China. Sin embargo, las relaciones con Corea del Sur se han agriado notablemente, debido a la arrogante manera de gestionar el eterno dossier de las mujeres coreanas utilizadas como esclavas sexuales durante la segunda guerra mundial (4).

AUSENCIA DE CARISMA

Suga no parece especialmente dotado para mantener este protagonismo exterior de Abe. Carece de experiencia en política internacional, apenas si ha viajado fuera del país y no se le conocen ideas propias en este terreno. Su baza reside en el conocimiento de los aparatos de poder (legislativo, partidista y burocrático), la fidelidad al modelo que parece asentado en el país y una garantía de estabilidad sin sobresaltos que dopa la política japonesa de las últimas tres generaciones. Nada excitante pero aparentemente seguro.

Los analistas contraponen estas dos realidades. La apreciada estabilidad no alcanzar para acometer los cambios profundos que el país necesita y la audacia que se precisa para avanzar en las tareas que Abe ha dejado incompletas. Suga parece carecer de ambición para un propósito de esa envergadura.

Hace décadas que Occidente dejó de contemplar a Japón como un gran rival que se tragaba empresas y amenazaba con imponer su dominio sobre la economía mundial. Hoy es un socio distante, viejo y remolón, con algunos accesos del mal humor, pero no demasiado inquietantes.

China sabe que ha superado en casi todos los terrenos a su ancestral adversario regional, pero debe contar con él para afianzar sus intereses. Japón sigue siendo, con todas sus contradicciones, el principal baluarte del orden occidental en Asia.


NOTAS

(1) “Le départ de Shinzo Abe, une chance pour la démocratie au Japon”. ASAHI SHIMBUN, 31 de agosto; “Course à la succession de Shinzo Abe dans un Japon inquiet”. PHILIPPE PONS Y PHILIPPE MESMER. LE MONDE, 3 de septiembre.

(2) “Abe’s legacy is more impressive tan his muted exit suggests”. THE ECONOMIST, 3 de septiembre.

(3) “Abe’s resignation is en unexpected test”. JAMES L. SCHOFF. CARNEGIE, 3 de septiembre.

(4) “Abe ruined the most important democratic relationship in Asia”. S. NATHAN PARK. FOREIGN POLICY, 4 de septiembre.

TRUMP SE DESLIZA HACIA LA PARANOIA

3 de septiembre de 2020

A dos meses exactos de las elecciones presidenciales, el ambiente político en Estados Unidos se enrarece por momentos. La crisis racial se agrava y amenaza con producir nuevos episodios de violencia y enfrentamiento social, la emergencia sanitaria está lejos de estar controlada, aunque parece disminuir en los últimos días (seis millones de casos y 183.000 muertos) y la perspectiva de una agria polémica sobre los resultados parece inevitable. 

En una entrevista con Fox Televisión y en sus habituales exabruptos en redes sociales, el presidente de las 20.000 mentiras atribuyó a su rival una sarta de imputaciones negativas falsas, envueltas en una confusa y deshonesta narrativa de conspiraciones. Biden estaría manejado por elementos “tenebrosos” relacionados con la extrema izquierda (1). Incluso para lo que Trump nos tiene acostumbrado, estas manifestaciones son fruto de un desesperado intento por revertir el pulso de las encuestas y sugieren un estado mental paranoico incompatible con la función que supuestamente ejerce (2).

El candidato demócrata trata de denunciar la deriva demencial de su rival, con mensajes de moderación y de conciliación, como haría, con mayor o menor sinceridad, cualquier dirigente político merecedor de tal responsabilidad. Frente a la aseveración de Trump de que Biden será una especie de marioneta de esas fuerzas oscuras, el vicepresidente con Obama aporta su trayectoria de político moderado, partidario de la ley y el orden, alejado de cualquier radicalismo. La selección de Kamala Harris como número dos refuerza este antídoto frente a la demagogia trumpiana.

Pero no es la vileza de las imputaciones de un presidente desmandado lo que más inquieta, sino un conjunto de amenazas a la normalidad del proceso electoral. Aparecen de nuevo indicios preocupantes sobre interferencias de Rusia, o sus agentes, en forma de mecanismos informáticos de desinformación o intoxicación (3), que no son sino una prolongación de otras formas más burdas de propaganda de los sectores más serviles a Trump.

LA SOMBRA DE UNA LARGA NOCHE ELECTORAL

Más grave son los indicios de una crisis constitucional si, como ya hemos señalado en estas páginas, el actual inquilino de la Casa Blanca se agarrase al sillón del despacho oval, se negase a conceder la victoria de Biden y denunciase un inventado intento de fraude. Las dificultades puestas al voto por correo (4), preludiado por el intento fallido de reducir fondos al servicio postal (Trump se ha visto obligado a dar marcha atrás), o una interpretación sesgada y maliciosa del voto popular son algunos de los desvelos recurrentes estas últimas semanas entre no pocos expertos en el sistema político y electoral norteamericano. Trump, con sus veladas y expresas amenazas, no ha hecho nada por reducir esa inquietud, sino todo lo contrario. Ya lo hizo en 2016, precisamente por estas fechas, cuando Hillary Clinton le aventajaba en todas las encuestas. Con más motivo ahora que las previsiones son más negativas y su gestión esta sepultada bajo la catástrofe sanitaria, el descrédito internacional y la incitación al odio y la confrontación racial.

En efecto, Biden acredita una sustancial ventaja en todas las encuestas fiables, aunque esto represente poco después de lo ocurrido hace cuatro años. Pero el candidato demócrata en esta ocasión despierta mucho menos rechazo entre las bases demócratas e incluso en los sectores republicanos más templados.

Más decisivo puede resultar el cambio de ánimo entre las bases que dieron a Trump la victoria en 2016. El estudio detallado de las preferencias declaradas en circunscripciones donde puede decidirse la votación refleja una quiebra de la confianza en las recetas expeditivas y milagrosas de Trump y un respaldo, con mayor o menor convicción, a Biden, como ha puesto de manifiesto un trabajo de la delegación estadounidense del semanario THE ECONOMIST (5).

“SORPRESAS” Y MANIPULACIONES

En todo caso, es aún muy pronto y pueden ocurrir muchas cosas que alteren esta tendencia. Biden puede cometer errores (no sería extraño en un político famoso por sus gafes). O Trump puede usar sin empacho sus prerrogativas presidenciales con fines descaradamente electoralistas. Ha roto, desconocido y hecho mofa de muchas normas de neutralidad institucional como para no esperar que continúe con la misma tónica.

El último indicio de esto último es la comunicación del Centro de prevención de enfermedades sobre una posible vacuna contra el COVID a primeros de noviembre. Los profesionales más prestigiosos y neutrales han sido neutralizados y este organismo supuestamente técnico ha sido puesto al servicio de la propaganda presidencial. Trump necesita urgentemente una “bala de plata” con la que revertir una trayectoria calamitosa en la gestión de la crisis sanitaria. Tras los sonoros fracasos de sus ocurrencias anteriores, la ansiada vacuna tiene un enorme poder de seducción para una población harta y desesperada.

También debe esperarse alguna que otra “sorpresa de Octubre”, como ocurre en casi todas las campañas electorales norteamericanas. Hace cuatro años fue el asunto de los correos electrónicos de Hillary Clinton, comandado por el entonces director del FBI, que terminó rompiendo de manera escandalosa con un Trump ya presidente. Comey reconoció posteriormente que su decisión pudo haber perjudicado a la candidata demócrata, pero nunca se arrepintió de su iniciativa, por sensible que fuera el momento en que se produjo.

Será difícil que Trump consiga, vacuna aparte, otra carta ganadora, por ejemplo, en política exterior, salvo alguna acción espectacular que hiciera resentirse a China. La ya conocida operación diplomática entre Israel y los Emiratos, presentada como un éxito espectacular, no tiene ni gancho electoral ni recorrido diplomático consecuencial. Ni cosechará votos, ni proporcionará prestigio a una administración que ha destrozado las bases del liderazgo norteamericano en el mundo occidental.

INCITACIÓN AL ODIO

Por el contrario, el clima de enfrentamiento social y de aliento de los sectores más extremistas y violentos que defienden el odio racial podría convertirse en un boomerang para Trump. Su viaje a Kenosha, Wisconsin (uno de los estados claves en las elecciones) ha sido una autentica provocación (6). Lejos de mostrar una simpatía elemental hacia la última víctima afroamericana del exceso policial, el presidente incendiario ha alentado de nuevo las prácticas represivas más abusivas (7). Si, a modo de aprendiz de brujo, pretende atizar un clima de violencia para justificar una respuesta policial contundente bajo su liderazgo y dejar en evidencia la supuesta debilidad de Biden, no puede descartarse que la situación se le vaya de las manos y se produzca un incendio aún más incontrolable del que tuvo lugar tras el asesinato de George Lloyd (8). El juego de la manipulación de las pasiones raciales es muy peligroso en Estados Unidos, como nos enseña la Historia.


NOTAS

(1) “Trump blames ‘far-left politicians’ for violence in wake of police shooting on visit to Wisconsin”. THE WASHINGTON POST, 2 de septiembre.

(2) “Trump’s paranoia commands the government”. JEET HEER. THE NATION, 2 de septiembre.

(3) “American intelligence knows what Russia is doing”. EDITORIAL. THE NEW YORK TIMES, 31 de agosto; “The Kremlin’s plot against democracy. How Russia updated it 2016 playbook for 2020”. ALINA POLYAKOVA. FOREIGN AFFAIRS, septiembre-octubre.

(4) “Will you have enough time to vote by mail in your state”. THE NEW YORK TIMES, 31 de agosto.

(5) “Donald Trump’s re-election hinges on another Split between the popular vote and the electoral college”. CHECK AND BALANCE SECTION. THE ECONOMIST, 29 de agosto.

(6) “Trump isn’t calling for unity. He’s stoking rage”. EDITORIAL. THE WASHINGTON POST, 31 de agosto.

(7 “Trump fans strife as unrest roils the U.S.”. PETER BAKER y MAGGIE HABERMAN. THE NEW YORK TIMES, 31 de agosto.

(8) “Trump looms over a new age of far-right militancy”. ISHAM THAROOR. THE WASHINGTON POST, 1 de septiembre.