3 de septiembre de 2020
A dos meses exactos de las elecciones presidenciales, el ambiente político en Estados Unidos se enrarece por momentos. La crisis racial se agrava y amenaza con producir nuevos episodios de violencia y enfrentamiento social, la emergencia sanitaria está lejos de estar controlada, aunque parece disminuir en los últimos días (seis millones de casos y 183.000 muertos) y la perspectiva de una agria polémica sobre los resultados parece inevitable.
En una entrevista con Fox Televisión y en sus habituales exabruptos en redes sociales, el presidente de las 20.000 mentiras atribuyó a su rival una sarta de imputaciones negativas falsas, envueltas en una confusa y deshonesta narrativa de conspiraciones. Biden estaría manejado por elementos “tenebrosos” relacionados con la extrema izquierda (1). Incluso para lo que Trump nos tiene acostumbrado, estas manifestaciones son fruto de un desesperado intento por revertir el pulso de las encuestas y sugieren un estado mental paranoico incompatible con la función que supuestamente ejerce (2).
El candidato demócrata trata de denunciar la deriva demencial de su rival, con mensajes de moderación y de conciliación, como haría, con mayor o menor sinceridad, cualquier dirigente político merecedor de tal responsabilidad. Frente a la aseveración de Trump de que Biden será una especie de marioneta de esas fuerzas oscuras, el vicepresidente con Obama aporta su trayectoria de político moderado, partidario de la ley y el orden, alejado de cualquier radicalismo. La selección de Kamala Harris como número dos refuerza este antídoto frente a la demagogia trumpiana.
Pero no es la vileza de las imputaciones de un presidente desmandado lo que más inquieta, sino un conjunto de amenazas a la normalidad del proceso electoral. Aparecen de nuevo indicios preocupantes sobre interferencias de Rusia, o sus agentes, en forma de mecanismos informáticos de desinformación o intoxicación (3), que no son sino una prolongación de otras formas más burdas de propaganda de los sectores más serviles a Trump.
LA SOMBRA DE UNA LARGA NOCHE ELECTORAL
Más grave son los indicios de una crisis constitucional si, como ya hemos señalado en estas páginas, el actual inquilino de la Casa Blanca se agarrase al sillón del despacho oval, se negase a conceder la victoria de Biden y denunciase un inventado intento de fraude. Las dificultades puestas al voto por correo (4), preludiado por el intento fallido de reducir fondos al servicio postal (Trump se ha visto obligado a dar marcha atrás), o una interpretación sesgada y maliciosa del voto popular son algunos de los desvelos recurrentes estas últimas semanas entre no pocos expertos en el sistema político y electoral norteamericano. Trump, con sus veladas y expresas amenazas, no ha hecho nada por reducir esa inquietud, sino todo lo contrario. Ya lo hizo en 2016, precisamente por estas fechas, cuando Hillary Clinton le aventajaba en todas las encuestas. Con más motivo ahora que las previsiones son más negativas y su gestión esta sepultada bajo la catástrofe sanitaria, el descrédito internacional y la incitación al odio y la confrontación racial.
En efecto, Biden acredita una sustancial ventaja en todas las encuestas fiables, aunque esto represente poco después de lo ocurrido hace cuatro años. Pero el candidato demócrata en esta ocasión despierta mucho menos rechazo entre las bases demócratas e incluso en los sectores republicanos más templados.
Más decisivo puede resultar el cambio de ánimo entre las bases que dieron a Trump la victoria en 2016. El estudio detallado de las preferencias declaradas en circunscripciones donde puede decidirse la votación refleja una quiebra de la confianza en las recetas expeditivas y milagrosas de Trump y un respaldo, con mayor o menor convicción, a Biden, como ha puesto de manifiesto un trabajo de la delegación estadounidense del semanario THE ECONOMIST (5).
“SORPRESAS” Y MANIPULACIONES
En todo caso, es aún muy pronto y pueden ocurrir muchas cosas que alteren esta tendencia. Biden puede cometer errores (no sería extraño en un político famoso por sus gafes). O Trump puede usar sin empacho sus prerrogativas presidenciales con fines descaradamente electoralistas. Ha roto, desconocido y hecho mofa de muchas normas de neutralidad institucional como para no esperar que continúe con la misma tónica.
El último indicio de esto último es la comunicación del Centro de prevención de enfermedades sobre una posible vacuna contra el COVID a primeros de noviembre. Los profesionales más prestigiosos y neutrales han sido neutralizados y este organismo supuestamente técnico ha sido puesto al servicio de la propaganda presidencial. Trump necesita urgentemente una “bala de plata” con la que revertir una trayectoria calamitosa en la gestión de la crisis sanitaria. Tras los sonoros fracasos de sus ocurrencias anteriores, la ansiada vacuna tiene un enorme poder de seducción para una población harta y desesperada.
También debe esperarse alguna que otra “sorpresa de Octubre”, como ocurre en casi todas las campañas electorales norteamericanas. Hace cuatro años fue el asunto de los correos electrónicos de Hillary Clinton, comandado por el entonces director del FBI, que terminó rompiendo de manera escandalosa con un Trump ya presidente. Comey reconoció posteriormente que su decisión pudo haber perjudicado a la candidata demócrata, pero nunca se arrepintió de su iniciativa, por sensible que fuera el momento en que se produjo.
Será difícil que Trump consiga, vacuna aparte, otra carta ganadora, por ejemplo, en política exterior, salvo alguna acción espectacular que hiciera resentirse a China. La ya conocida operación diplomática entre Israel y los Emiratos, presentada como un éxito espectacular, no tiene ni gancho electoral ni recorrido diplomático consecuencial. Ni cosechará votos, ni proporcionará prestigio a una administración que ha destrozado las bases del liderazgo norteamericano en el mundo occidental.
INCITACIÓN AL ODIO
Por el contrario, el clima de enfrentamiento social y de aliento de los sectores más extremistas y violentos que defienden el odio racial podría convertirse en un boomerang para Trump. Su viaje a Kenosha, Wisconsin (uno de los estados claves en las elecciones) ha sido una autentica provocación (6). Lejos de mostrar una simpatía elemental hacia la última víctima afroamericana del exceso policial, el presidente incendiario ha alentado de nuevo las prácticas represivas más abusivas (7). Si, a modo de aprendiz de brujo, pretende atizar un clima de violencia para justificar una respuesta policial contundente bajo su liderazgo y dejar en evidencia la supuesta debilidad de Biden, no puede descartarse que la situación se le vaya de las manos y se produzca un incendio aún más incontrolable del que tuvo lugar tras el asesinato de George Lloyd (8). El juego de la manipulación de las pasiones raciales es muy peligroso en Estados Unidos, como nos enseña la Historia.
NOTAS
(1) “Trump blames ‘far-left politicians’ for violence in
wake of police shooting on visit to Wisconsin”. THE WASHINGTON POST, 2 de
septiembre.
(2) “Trump’s paranoia commands the government”. JEET HEER. THE
NATION, 2 de septiembre.
(3) “American intelligence knows what Russia is doing”. EDITORIAL.
THE NEW YORK TIMES, 31 de agosto; “The Kremlin’s plot against democracy.
How Russia updated it 2016 playbook for 2020”. ALINA POLYAKOVA. FOREIGN
AFFAIRS, septiembre-octubre.
(4) “Will you have enough time to vote by mail in your state”.
THE NEW YORK TIMES, 31 de agosto.
(5) “Donald Trump’s re-election hinges on another Split between
the popular vote and the electoral college”. CHECK AND BALANCE SECTION. THE
ECONOMIST, 29 de agosto.
(6) “Trump isn’t calling for unity. He’s stoking rage”.
EDITORIAL. THE WASHINGTON POST, 31 de agosto.
(7 “Trump fans strife as unrest roils the U.S.”. PETER BAKER
y MAGGIE HABERMAN. THE NEW YORK TIMES, 31 de agosto.
(8) “Trump looms over a new age of far-right militancy”.
ISHAM THAROOR. THE WASHINGTON POST, 1 de septiembre.
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