ITALIA: EL CADÁVER Y EL ENTERRADOR

14 de noviembre de 2011

Una epidemia (política) mortal recorre Europa. Afecta a los dirigentes. O, más apropiadamente, a los jefes de gobierno y sus colaboradores más inmediatos (aunque no a todos). Este panorama de cadáveres (figurados) sólo es comparable, en su aspecto tétrico, al que componen los zombies: en realidad, ya están muertos, y lo saben, o lo sospechan, pero caminan y caminan, como si confiaran en que, haciéndolo, funcionará algún tipo de conjuro que, al cabo, les librará in extremis de su destino mortal.
La 'crisis financiera' (como se llama un poco a la ligera, para que encaje bien en los titulares de prensa y rótulos de los telediarios) se ha llevado por delante ya a media docena de líderes europeos en los tres últimos años. A unos los han apartado las urnas, cuando se ha propiciado esa oportunidad; a otros, sus propios correligionarios o socios de coalición. En realidad, unos y otros han sido agentes interpuestos. El verdadero verdugo ha sido... LA CRISIS.
LA PARADÓJICA CAIDA DE BERLUSCONI
El último en caer ha sido el italiano Silvio Berlusconi. Como intérprete esencial del espectáculo en política, su 'desgracia' no ha decepcionado, por supuesto. Su salida nocturna del Palacio Chiggi, el sábado 12 de noviembre, constituye una pieza melodramática más de su carrera (pseudo) política.
Estos días, naturalmente, se pueden leer análisis y balances de la 'era Berlusconi', algunos muy agudos, finos y ocurrentes. Saviano y Tabucchi firman dos muy interesantes en EL PAIS. Hay un cierto consenso entre los medios progresistas a la hora de expresar una satisfacción indescriptible por el final del mayor bufón de la política europea en esta etapa del tránsito secular. No faltan razones, claro está. Pero, en estos momentos propicios de examen de conciencia, sería pertinente preguntarse por la responsabilidad de los 'progresistas' en la prolongación insoportable de Berlusconi. Y, lo que es peor, del 'berlusconismo'.
Vayamos al personaje, primero. Berlusconi llenó un vacío, como muchos recuerdan ahora con propiedad. Me tocó personalmente cubrir para TVE la primera victoria electoral del sui generis empresario milanés, en 1994. Incluso entre la izquierda, la emergencia de su estrella política a partir de su fortaleza mediática despertaba cierto interés, cierta curiosidad. Se consideraba al personaje como un fenómeno efímero. Se lo interpretó más bien como una anomalía. Una especie de catarsis necesaria para la enferma república italiana... Enferma de una enfermedad interminable, tras décadas de fiebre alta, de sobresaltos, de coqueteo con el deceso, siempre aplazado. Algunos incluso lo consideraron como algo desagradable pero necesario, porque no creyeron que fuera duradero. Después de todo, ¿qué era duradero en la política italiana?
La izquierda leyó mal lo que significaba Berlusconi, porque no supo ver que por detrás se escondía el 'berlusconismo'. Es decir, que en realidad lo que se estaba fraguando no era la regeneración de la república, hundida ya definitivamente bajo el peso de la corrupción (Tangentópoli) y el descrédito de los políticos profesionales/tradicionales. Después de todo, Berlusconi, zafio y salaz, barrería de una u otra forma con la sobrecarga de sotanas en la política italiana, mandaría a los viejos (y, en ciertos casos, siniestros) dinosaurios democristianos a los altares, a las sacristías o a capillas oscuras y marginales. A la postre, el Vaticano, eterno operador de la política italiana, se convirtió al 'berlusconismo', por acción (casi siempre) o por omisión (cuando convino).
La 'piccola' izquierda socialista (socialdemócrata) creyó incluso que Berlusconi contribuiría a liquidar la resistencia del poderoso PCI, aunque los comunistas ya hubieran hacía tiempo abandonado sus siglas y el comunismo... y su alma entera, según algunos de los suyos.
En realidad, no ocurrió ni una cosa ni otra. La vieja clase política se deshizo de sus hábitos, pero algunos de sus exponentes, los que tenían edad y vigor para hacerlo, se reciclaron. Y los nuevos, los 'hechos a medida', no resultaron mejores ni más probos, precisamente. Los comunistas, lejos de desaparecer y favorecer el crecimiento de los socialistas, de una socialdemocracia digna de tal nombre, demostraron su capacidad de adaptación a los nuevos tiempos. Como 'leal oposición' al magnate, se reforzaron. Hasta fueron cómplices de la resurrección de 'Il Cavalieri', como apunta acertadamente Tabucchi en su mencionado artículo, al poner en marcha una reforma constitucional con la que pretendían sobrevivir políticamente, cuando en realidad lo que consiguieron fue prolongar la estela de su adversario formal. Después de eso, cumplido su papel, voluntario o no, los ex-comunistas y el el resto de la izquierda se diluyeron definitivamente en 'olivos' o 'margaritas'.
Berlusconi puso en pie el 'berlusconismo' desde el primer día. Nada de lo que se esperaba ocurrió. Nada, claro está, que tuviera que ver con renovación, siquiera vitriólica, de la política italiana. Lo que se cumplió fue lo que se temía: la continuación de la corrupción, pero con otros métodos. O con los mismos, pero mejor vendidos. Con más descaro: con más focos. Visto desde ahora, la 'Tangentopoli', por muy despreciable que fuera, se antoja minúscula comparada con la colusión descomunal de esta década y media larga.
Pero lo peor no han sido las obscenas manifestaciones de este 'ordine nuovo sui generis' (no hay espacio, siquiera para enumerarlas). Lo más grave ha sido la sensación de impunidad que Berlusconi ha sido capaz de construir a su alrededor. Se comprende que muchos italianos saltaran a la calle la noche del sábado para celebrar la caída del magnate (en una escena que me recordó mucho a la liquidación política de Craxi, por cierto). Pero quizás Berlusconi habría durado mucho más, si las turbulencias de la crisis no hubieran puesto al descubierto su calamitosa gestión.
Lo más desalentador de la caída de Berlusconi es que no la han propiciado sus víctimas, sino sus propios aliados (de conveniencia; en realidad, todos sus socios han sido de esa naturaleza), los dirigentes de su coalición, aguardando detrás de las columnas desde hace tiempo, a la espera del momento propicio para asestar la puñalada. O sus agentes naturales: es decir, los mercados, el sistema capitalista (en su manifestación más brutal y descarnada) que lo elevó y consagró, del que se ha nutrido, el que ha propiciado su poder y su proyección política. A Berlusconi lo ha matado el único aire que respira: el dinero.
La oposición, las oposiciones (política, ideológica, social, mediática), han asistido al fin (provisional) de Il Cavalieri como espectadoras. Consecuencia de esas dos décadas de impotencia, la izquierda y toda la gente decente (políticamente) de Italia asiste ahora desarmada a una salida incierta y dudosa de tanta inmundicia.
MONTI Y LA EXTRAÑA COMPLACENCIA
Mario Monti emerge como un nuevo 'príncipe' de la cosa pública. 'Príncipe', no en el sentido 'maquiaveliano' (que no 'maquiavélico'), sino en su resonancia aristocrática. Se le presenta también como otro personaje destinado a superar la basura, aunque con una proyección estética completamente opuesta al magnate milanés. La discreción hecha hombre para hacer olvidar cuanto antes el exhibicionismo bochornoso encarnado por su antecesor.
Curiosamente, la izquierda italiana (y europea) recibe a Monti con alivio, con cierta complacencia. No es cuestión de construir aquí una crítica de su trayectoria. Pero tampoco conviene olvidar lo que representa el 'elegido' (por un ex-comunista también, por cierto, el Presidente Napolitano). Es paradójico que, en el monumental desconcierto que vive la clase dirigente europea, se pergeñen como bomberos ciertos exponentes tecnócratas (en Grecia, en Italia, ¿donde será el siguiente?). La tecnocracia europea lejos de poder acreditar soluciones a lo que vivimos ahora, es más bien cómplice y responsable de lo ocurrido. Desde la tecnocracia se han propiciado políticas que han contribuido sobremanera primero al desorden financiero y luego a estas políticas de respuesta, claramente injustas y seguramente inadecuadas e ineficaces.
Consideración final. Que Berlusconi huela ya a podrido, no significa que esté muerto del todo. Puede ser un zombi al revés: no un muerto que se cree vivo, sino un vivo al que todos creen ya muerto. Que Monti exude sensatez y eficacia no quiere decir que vaya a aplicar las recetas que mejor convenga a la mayoría de los italianos. Es probable que ni pueda, ni lo pretenda. Recordando 1994, en Italia casi nunca las cosas son como parecen.