OSCURIDADES EUROPEAS

 8 de mayo de 2024

A un mes de las elecciones europeas, la campaña está dominada por una preocupación principal: frenar el auge presentido de la extrema derecha. No es  novedad: ese ha sido el ánimo recurrente en las anteriores citas electorales. Con resultado desigual. Este año las perspectivas son peores.

Lo que la mayoría de los medios y los políticos del consenso centrista denominan “extrema derecha” se trata, en puridad, de formaciones nacionalistas de sesgo identitario, aglutinadas por un rechazo visceral e irracional de la inmigración, maceradas en un patriotismo artificial construido sobre símbolos más que sobre realidades y la resistencia feroz frente al avance de derechos y libertades relacionadas con la identidad de género, la igualdad racial o la flexibilidad de las relaciones sociales e individuales (1).

LA DIVISIÓN ULTRA

Pero no hay una extrema derecha, sino varias, rivales más que cooperantes, con estrategias diferentes e incluso opuestas. Esta división les ha impedido alcanzar posiciones de dominio en Europa. Durante años, algunos de sus líderes han tratado de acercar posiciones, de eliminar esas brechas de discordia. En ello están todavía.

Básicamente, hay dos grupos: los identitarios que desean subvertir el equilibrio político en sus respectivos países y lograr así un cambio de rumbo radical en todo el continente; y los ultraconservadores que pretenden encauzar las políticas liberales de los partidos dominantes autodenominados de centro-derecha para afianzar la orientación nacionalista. Los primeros son rompedores, por haber recorrido un largo camino desde la marginalidad; los segundos son escisiones o derivaciones de partidos que se ha ido templando, al menos en sus discursos.

El grupo de los identitarios está liderado por formaciones de los tres principales países de la Unión (en población y riqueza): en Francia, el Reagrupamiento (antes Frente) Nacional; en Alemania, Alternativa por Alemania, confluencia de distintas corrientes xenófobas; y en Italia, la Lega (en origen partido regional nordista con veleidades independistas, pero hoy con vocación estatal). Esta triada encabeza una legión de partidos, con especial ímpetu en el ámbito nórdico, donde el modelo socialdemócrata es ya casi irreconocible , y  en la Centroeuropa  excomunista.

El grupo ultraconservador tiene nuevo comandante, en la figura de la neofascista italiana Giorgia Meloni, líder de los Fratelli (Hermanos), que con una mano aparta la herencia mussoliniana y con la otra la retiene detrás de su espalda. Es la más exitosa de sus compañeros de viaje ultra, la única que ha alcanzado el poder, tras una larga y paciente carrera, en la que han ayudado la impericia de sus socios de la Lega, pero sobre la disfuncionalidad del sistema político italiano, que arrastra tres décadas de crisis.

Otro factor ha favorecido la elevación de Meloni: el Brexit. Con la presencia del Reino Unido en Europa, el Partido Conservador era el líder indiscutible de esta facción nacionalista, no tanto por identificación ideológica cuanto por rechazo del europeísmo del Partido Popular Europeo, su socio natural. Ciertamente, la derechización de los tories eliminaba cualquier incomodidad en su maridaje con la ultraderecha. En el pilotaje de este grupo de partidos ultraconservadores, los polacos de Ley y Justicia secundaban a los tories en un visión nacionalista rancia y virulentamente aversiva del proyecto unificador europeo.

EL FACTOR RUSIA

Pero quizás el factor que más ha obstaculizado la confluencia de las ultraderechas en estos años ha sido su posición divergente ante el mayor poder europeo extracomunitario: Rusia. Los identitarios no han dudado en cooperar e incluso en dejarse apoyar y financiar por el Kremlin; los ultraconservadores han mantenido su férrea posición antirrusa, otrora anticomunista, como su principal seña de identidad.

No obstante, la guerra de Ucrania ha alterado esta escisión. La dinámica antirrusa ha sacudido el grupo identitario. Mientras las huestes de Marie Le Pen hace tiempo que iniciaron un notable distanciamiento, los alemanes xenófobos se resisten a abandonar a sus patrocinadores del Este. La tensión entre el RN y la AfD es ya patente. No está claro que el grupo ID (Identidad y Democracia) se replique en el Parlamento que salga de las elecciones de junio.

Los ultraconservadores han aprovechado la toxicidad rusa para asaltar la posición hegemónica. En este empeño han sido muy estimulados por los sectores más conservadores del Partido Popular europeo, con la rama bávara de la CDU a la cabeza (2). Se trata, en realidad, de un movimiento que viene de lejos. El estrechamiento de las mayorías en muchos países ha obligado a acuerdos de colaboración cuando no de coalición entre derecha y ultraderecha. Se ha desdiabolizado  a la extrema derecha cuando ha convenido. La división en ese campo ultra ha ayudado en la maniobra política: se intenta vender ahora que la ultraderecha realmente peligrosa es la prorrusa, o la que no es claramente antirrusa; la otra, se dice, es más razonable: no deja de ser cuña de la misma madera conservadora.

En realidad, todos estos discursos son propagandísticos y oportunistas. Lo que determina las alianzas, en el grado que sea, son las perspectivas de poder. Lo que la derecha autodenominada centrista ha hecho es adoptar parte del programa y de las políticas ultras y blanquearlas, convertirlas en herramientas eficaces de gobierno para aplacar los miedos y ansiedades de una población asustada y confundida.

En la ultraderecha conservadora de Meloni, el brillo del  del poder es lo que ha iluminado la oscuridad de sus planteamientos políticos, como ha saludado esa biblia mediática liberal que es THE ECONOMIST (3). ¿Moderación o simple conducta de adaptación aparente y oportunista?  Es un juego simultáneo: la derecha que se autodenomina centrista se aprovecha de la representación parlamentaria de esta fracción, en otros tiempos levantisca y vocinglera, para asegurar mayorías, a cambio de una participación reducida en los gobiernos. La pareja  emblemática la han formado Ursula von der Layen y Giorgia Meloni. El plan compartido de encauzamiento de la migración exhibido durante su viaje a Túnez del pasado año es sólo un ejemplo. El otro protagonista de esta ecuación es el líder de los populares europeos, el bávaro Weber, representante de la facción más derechista de los democristianos alemanes. La versión española es la conexión PP-VOX, ejemplo inmejorable de la metáfora del tronco y la rama.

En todo caso, el relato antirruso en Europa parece eficaz. La duda es si será suficiente. Marine Le Pen se desmarcó hace tiempo del Kremlin, con notable éxito. Su delfín, Jordan Bardela, encabeza la lista del RN en las europeas, con distancia que parece insalvable sobre la padrinada por Macron (4) El partido del Presidente (su cambio constante de nombre afianza el personalismo de su identidad política) se ha convertido en el “partido de la guerra”.

La propuesta principal de Renew Europe es la creación de un fondo de defensa europea dotado con 100.000 millones de euros para construir una “autonomía estratégica” frente a Rusia, libre de la dependencia americana (5). Antes de presentar el programa, Macron había preparado el terreno con otra de sus declaraciones dramáticas sobre la realidad continental e internacional; en esta ocasión, evocó la posibilidad cierta de la “desaparición” de la civilización europea, si no se actuaba rápida y decididamente. Recuérdese su diagnóstico previo sobre la “muerte cerebral de la OTAN”, antes de la guerra de Ucrania, o la incorporación de tropas europeas en el apoyo bélico a Kiev, ahora que Rusia afianza sus posiciones.  La última asonada macroniana ha sido eludida con  elegancia obligada por sus socios europeos.

Alemania está tratando de reparar daños de su vinculación energética con Moscú y, aunque se apunta al discurso del refuerzo de las capacidades defensivas, remolonea a la hora de rascarse el bolsillo. El Zeitewende (cambio de época) del Canciller Scholz, proclamado pocas semanas después del inicio de la invasión de Ucrania, se ha ido atemperando. Berlín sigue siendo evasivo ante las presiones de escalada bélica con Moscú. Rusia ha anunciado maniobras militares con armas nucleares tácticas en la frontera sur con Ucrania en respuesta a las declaraciones de Macron y al permiso de Londres para que Kiev utilice el armamento británico recibido para castigar posiciones en territorio ruso. Estos ejercicios no son una novedad, pero Moscú se abstenía de hacerlos públicos (6). Alardes bélicos, todos ellos, que no gustan un pelo en Berlín.

La ultra Alternativ für Deutschland duda sobre si seguir los pasos de Marine Le Pen. No tiene tantos alicientes como la dirigente francesa. El cordón sanitario germano aun es tenso y fuerte. Aunque las encuestas predicen que AfD puede convertirse en el segundo partido nacional en las elecciones del año que viene, la dependencia rusa es aún notable, según la Inteligencia alemana y  parecen corroborar algunas investigaciones periodísticas como la de DER SPIEGEL (7).

LA SOMBRA DE CHINA

Pero, atención, porque si la influencia rusa es superable, quizás no lo sea tanto la de China. En la AfD, la sombra de Pekín empieza a desplazar a la de Moscú. Es más poderosa, más paciente y más sibilina. No se trata ya una chequera sea más o menos generosa, sino de una fortaleza propia de una superpotencia económica.

Lo tiene en mente Macron, que ha aprovechado el 60º aniversario de las relaciones diplomáticas bilaterales para agasajar al Presidente Xi Jinping, con un doble objetivo: que el capitalismo de Estado chino deje respirar a la sofocada economía europea y que Pekín deje de alimentar indirectamente la maquinaria bélica del Kremlin. Macron ha invitado a Von der Leyen a la cumbre para afianzar su visión de líder europeo (pretendidamente indisputable). En el encuentro del Eliseo (y su apéndice más íntimo de los Pirineos) ha habido un tercer empeño menos visible: que el ejército de la sombras chino abandone el patrocinio de las formaciones ultras. Imposible saber, de momento, si ha habido algún tipo de acercamiento.

En este tiempo de zozobras económicas y desasosiegos sociales internos, de impotencia diplomática en Oriente Medio (división escandalosa ante el escarnio de Gaza), de humillación en África y de creciente irrelevancia estratégica global, el espacio de oscuridades europeas no deja de crecer. Y no está atizado solamente por la extrema derecha.

 

NOTAS

(1) “Les obsessions antimigrants, antiwoke, anti-écolo des partis d’extrême droite européens”. LE MONDE, 1 mayo.

(2) “Extrême droite. Au Parlament européen, les grandes manoeuvres ont comencé”. LE MONDE, 7 febrero.

(3) “Giorgia Meloni’s not- so-scary right wing government”. THE ECONOMIST, 24 enero.

(4) “European Parliament elections tracker. Who is leading the polls. THE ECONOMIST, 2 mayo.

(5) “Elections europeénnes; le camp Macron presente un programme de 48 propositions et une liste dominée par les sortants”. LE MONDE, 7 mayo.

(6) “Russia threatens UK military and orders nuclear drills after ‘provocation’”. THE GUARDIAN,  6 mayo; “Russia to hold drills on tactical nuclear weapons in new tensions with West”. THE NEW YORK TIMES, 6 mayo.

(7) “The Alternative against Germany. How the AfD became the long arm of Russia and China.” DER SPIEGEL, 1 mayo.

 


LOS CAMPUS DE EE.UU: DE VIETNAM A GAZA

3 de mayo de 2024

La protesta en numerosas Universidades americanas por la campaña militar israelí en Gaza se extiende y ha provocado ya medidas represivas. La inmensa mayoría de los estudiantes pide que su gobierno presione a Israel para que ponga fin a la aniquilación de Gaza, pero también que las Universidades corten sus vínculos económicos con empresas e intereses que invierten y comercian con Israel o en el negocio de la guerra. Esto último es lo que más ha irritado al establishment norteamericano.

La situación en cada uno de los campus difiere en función del alcance y la intensidad de la protesta, de la actitud y posición de los rectorados y órganos de gobierno de las universidades, de la estructura de financiación de los centros y de la presión social y política subyacente en cada caso.

El argumento de que los campamentos alteran la vida universitaria resulta extravagante. En un momento en que se pretende justificar la intervención en una guerra en Europa por la defensa de los valores liberales de la democracia resulta revelador que se responda a la expresión de rechazo y espanto ante una masacre como la de Gaza con la descalificación, el ataque a los derechos que se dice defender y, cuando esto no ha bastado, la intervención policial, la amenaza de expulsión y, finalmente, las sanciones y los arrestos estudiantiles (1).

Las autoridades académicas, que se mostraron inicialmente más comprensivos con la protesta para comprometer sus credenciales profesionales, han sido superadas. Sectores de estudiantes favorables a Israel han reaccionado apelando al sufrimiento histórico del pueblo judío y enfrentándose a los críticos. Lo que ha derivado en choque a veces violentos entre unos y otros.

Nuevamente, se vuelve a confundir una comunidad étnica, un pueblo o una religión con una realidad política, en este caso Israel. Esa es la argucia que utilizan los defensores a ultranza de ese Estado para justificar sus políticas: convertir una crítica política en un impulso racista, en un instinto de odio. Todo es antisemitismo. De esta forma, no sólo se desautorizan política o moralmente las críticas. Lo más relevante es que, al señalar que existe un delito de odio, se justifican las medidas represivas. 

Los estudiantes más activos escalaron el desafío, ocupando edificios administrativos. El caso más destacado ha sido el de la neoyorquina Columbia (2), que acabó con la detención de un centenar de ellos, el pasado fin de semana. Lejos de apagar la protesta, la represión ha generado otros focos de radicalización, singularmente California. Hay ya más de un 1.300 estudiantes detenidos en todo el país.

La prensa liberal americana hace difíciles equilibrios para, de un lado, defender la libertad de expresión y, por otro, condenar expresiones que no duda en calificar de antisemitas, asumiendo el discurso oficial dominante. Se citan manifestaciones radicales de algunos estudiantes, aunque se admite que son minoritarios (3).

LA DIMENSIÓN POLÍTICA

Las autoridades norteamericanas pretenden sofocar la expresión de hartazgo de un sector de la sociedad ante la impunidad con que Israel está practicando su venganza por el ataque sufrido el 7 de octubre y la hipocresía de la administración, que dice rechazar el comportamiento de su aliado, pero le sigue procurando armas, dinero y blindaje internacional. En este apoyo acerado coinciden los dos partidos que monopolizan el poder institucional, aunque los republicanos se hayan manifestado de manera más agresiva: algunos ha solicitado incluso la intervención de la Guardia Nacional para acabar con la protesta.

Se repite con frecuencia el peso del lobby judío, la sólida influencia de esa comunidad en el sistema financiero, en el sostenimiento y promoción de las carreras políticas, en la penetración en los medios y en otros ámbitos que crean opinión en Estados Unidos. Con ser ciertas estas apreciaciones, en términos generales, lo cierto es que la base de la relación privilegiada reside en una alianza estratégica que asegura la defensa de los intereses norteamericanos en una zona del mundo que ha sido fundamental para la economía, aunque en los últimos tiempos se haya reducido su peso por la explotación de crudo y el descubrimiento de nuevas fuentes de energía en territorio nacional.

El problema para Biden es que la venganza de Israel coincide con la guerra de Ucrania y la coherencia del discurso sobre las libertades, la democracia y los valores del orden liberal ha saltado por los aires, y así se lo recuerdan, ya sin pelos en la lengua, incluso sus aliados en otras zonas del mundo, eso que se viene en llamar el Sur Global (4).

Gaza -Palestina, en general- se ha insertado en el debate político interno y, con particular acrimonia, en el propio Partido Demócrata. El sector más progresista no se conforma con las regañinas de su Presidente al Primer ministro israelí, ni con la expresión pública de discrepancias sobre la forma de conducir una guerra que sigue calificando de “legitima”. Exigen medidas concretas para acabar con la matanza, que permita el auxilio a una población civil exangüe y martirizada, que obligue a una negociación realista para liberar a los israelíes en poder de Hamas; en definitiva, que fuerce a Israel a parar la guerra (5).

En estos sectores demócratas críticos hay políticos de base que representan a una elevada población árabe, incluidos los palestinos; pero la mayoría son ciudadanos sensibles que se manifiestan espantados ante lo que está sucediendo.

Biden sabe que esos votos, hasta ahora seguros, se han vuelto esquivos, que en noviembre podría ampliarse la corriente de rechazo ya apuntada en las primarias. Teniendo en cuenta lo apretado que se presenta la contienda, la pérdida de esos votos puede costarle la derrota electoral y la catástrofe que supondría, para los demócratas, el regreso de Trump a la Casa Blanca. Según una encuesta de Harvard, la ventaja electoral de Biden entre los menores de 30 años es sólo de 8 puntos; en 2020 era de 23, a estas alturas de la campaña (6).

La orquestación de las discrepancias con Israel y los gestos compasivos hacia los palestinos “inocentes” resulta poco convincente para los progresistas. Biden y su equipo escenifican desde hace varias semanas su oposición al asalto de Rafah, donde han sido desplazados un millón de gazatíes. Pero no es suficiente para los críticos. Este gobierno demócrata, como los precedentes, no cuestiona la ocupación, la desposesión o la represión policial, económica y social de los palestinos: apela simplemente al sufrimiento humano y desautoriza el ánimo “inadecuado pero comprensible” de venganza. Tampoco le alcanza a la administración el rescate del proyecto de dos Estados, después de décadas de parcialidad en favor no de una solución justa sino del blindaje de los intereses israelíes, que son los de Estados Unidos.

A Netanyahu le puede interesar la consolidación de las relaciones abiertas con Arabia Saudí y la mayoría del resto del mundo árabe como recompensa a las concesiones a favor de los palestinos. Pero sus socios imprescindibles de la ultraderecha religiosa no se lo permiten y amenazan con hacer saltar el gobierno.-

LA LECCIÓN DE LA HISTORIA

Hace medio siglo, las Universidades fueron vanguardia de la protesta social contra la guerra de Vietnam. Hubo represión, violencia y crisis moral y política en todo el país. Entonces, eran americanos los que morían en aquella guerra, la inmensa mayoría, pobres, negros o hispanos, que no podían pagar el costoso proceso de exención del alistamiento o que necesitaban el salario militar para que vivieran sus familias. Biden, ya licenciado en 1965, no participó de esas movilizaciones estudiantiles, pero en sus memorias no les reserva precisamente palabras amables (7). En estos días, el presidente ha sido fiel a su trayectoria política: se ha alineado con las cúpulas bipartidistas y ha preferido destacar las alteraciones del “orden” por encima de la libertad de expresión. Y, naturalmente, ha recurrido también al antisemitismo para deslegitimar las protestas.

En 1968, los estudiantes que no aceptaban el trágala del “dominó comunista en Asia”, justificación de la intervención militar, hicieron descarrilar la Convención demócrata en Chicago, concluida en el caos. Tres meses después, accedía a la Casa Blanca un tal Richard Nixon, un político que había prometido acabar con la guerra, para luego extenderla y profundizarla en el ejercicio de su poder. Acabó vapuleado y desprestigiado como el rufián que demostró ser. Ahora, quien asoma de nuevo por la puerta del Despacho Oval es objeto de decenas de procesos judiciales: un rufián consumado. A buen seguro, los estudiantes acampados en las Universidades no olvidan este paralelo histórico.



 NOTAS

(1) “Here’s where protesters on U.S. campuses have been arrested”. NEW YORK TIMES, 30 abril; “After weeks of college protests, police responses ramp up”. WASHINGTON POST, 1 mayo.

(2) “Columbia students occupy university building as tensions rise in campuses”. NIHA MASIH. WASHINGTON POST, 30 abril.

(3) “How to confront antisemitism, deal with protests- and respect free speech”. WASHINGTON POST, 29 abril.

(4) “How Washington should manage rising middle powers”. CHRITOPHER CHYVVIS & BEATRIX GEAGHAN-BREINER. FOREIGN POLICY, 30 abril.

(5) “College protests over Gaza deepen democratic rifts”. NEW YORK TIMES, 28 abril.

(6) https://iop.harvard.edu/youth-poll/47th-edition-spring-2024

(7) “A bystander to ’60 protests, Biden now becomes a target”. PETER BAKER. NEW YORK TIMES, 30 abril.

PORTUGAL: AQUEL DÍA DE ABRIL

25  de abril de 2024

Escribo desde Lisboa, en la víspera del cincuentenario de la Revolución de los claveles. El 25 de abril de 1974 cayó la dictadura más longeva de Europa.

La jornada histórica había empezado, con la mayor discreción, apenas pasada la medianoche. En la sintonía de Radio Renascença había sonado ‘Grândola Vila morena’, canción de Zeca Afonso prohibida por la dictadura. Fue la señal que puso en marcha a 5.000 militares. La emisora era conservadora, de ahí que los ciudadanos que a esa hora la escucharon se preguntaran, sorprendidos, qué estaba ocurriendo.

Horas después, ya de madrugada, los líderes operativos del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) emitieron su primer comunicado desde otra emisora, Radio Clube, en el que aclararon su propósito de acabar con el régimen fascista, restablecer la libertad y poner el destino de la nación en manos del pueblo. En ese momento se despejaron todas las dudas sobre lo que pasaba.

Cuando ya despuntaban las luces del alba, el capitán de Caballería Fernando Salgueiro Maia, al frente de una unidad de vetustos carros de combate procedentes de Santarem, se topó ya en la capital con otra unidad de tanques, ésta afecta al régimen. Su jefe ordenó a uno de sus subordinados que disparara al capitán rebelde. Pero no lo hizo. El éxito de la sublevación parecía sellado. Salgueiro Maia continuó su marcha hasta la sede del Cuartel General de la Guardia Nacional Republicana, en la céntrica placita de Largo do Carmo, donde se había atrincherado el Primer Ministro, Marcelo Caetano. Tras una tensa espera de varias horas, a media tarde se rendía y pactaba su exilio junto con la mayoría de su gobierno. El Presidente de la República, Américo Thomás también se había dado por vencido. La Revolución había triunfado.

Contrariamente a lo que se ha dicho muchas veces, hubo muertos. Pocos: una docena. De ellos, cuatro se los cobró la odiosa policía política (PIDE), cuando cientos de personas se concentraron ante su sede para exigir la rendición de mandos y agentes en el atardecer de la jornada. Si la Revolución de abril ha quedado como una de las más pacíficas de la Historia es porque difícilmente puede encontrarse otra en la que el poder mostrara tanta mansedumbre. La ferocidad de décadas de represión se extinguió en apenas unas horas. El agotamiento político e institucional del régimen no permitió alarde postrero alguno.

En 1974, las personas decentes de todo el mundo aún estaban sobrecogidas por el golpe de Chile, ocho meses antes. Pero, en esta ocasión, en Portugal, 5.000 militares se pusieron del lado del pueblo, después de una intentona fallida el 16 de marzo anterior contra la sangría humana y la ruina moral y económica de las guerras coloniales.

Otelo Saravia de Carvalho, arquitecto del 25 de abril, no quería que la gente se echara a la calle, por si los sectores afectos al régimen intentaban un último esfuerzo de amedrantamiento y provocaban un baño de sangre. Pero, al despuntar las primeras luces del día, intuido lo que estaba ocurriendo, cientos, luego miles y finalmente decenas de miles de ciudadanos se unieron a los soldados. Una camarera en Rua Augusta, una de las calles emblemáticas que comunica el Terreiro do Paço (el Solar del Palacio) con el centro de la ciudad, le dio un clavel a un soldado y éste lo colocó en la boca de su fusil. El gesto se repitió durante todo el día. La Revolución ya tenía icono y naturaleza. Las flores transmitían una ingenua combinación de alegría y esperanza. En España, para muchos, el amanecer democrático aparecía por su oeste.

VARIAS REVOLUCIONES EN UNA

Aquella jornada fue sólo el inicio de una Revolución desbordante, pero también azarosa y contradictoria, como casi todas. El 25 de abril de 1974 se abrieron múltiples caminos. Hubo una eclosión de impulsos sociales y políticos muy avanzados. Hubo revoluciones dentro de la Revolución, frenazos, retrocesos, acelerones, confusión y muchas tensiones y divisiones.

Hasta el parteaguas del 25 de noviembre del año siguiente. En esa fecha, cinco días después de que en la vecina España otro dictador muriera en la cama de un hospital tras una larga agonía, el rumbo de la historia de Portugal pareció decantarse. Para unos, los sectores más radicales del MFA y sus aliados políticos (el Partido Comunista y otros sectores izquierdistas), fue una contrarrevolución en toda regla. Para otros, los sectores militares moderados y los partidos de centro, a izquierda y derecha, se trató de una rectificación democrática necesaria ante la deriva autoritaria revolucionaria. A partir de ese momento, se entró en una fase de apaciguamiento, que culminó en la Asamblea constituyente elegida el 25 de abril de 1976, dos años después de la caída de la dictadura. El Partido Socialista fue la fuerza política principal de ese nuevo tiempo.

UN RECUERDO ESCINDIDO

Cincuenta años después, Lisboa recuerda y celebra la Revolución con numerosos actos políticos, culturales e institucionales. Organizaciones cívicas replican el programa oficial con actuaciones reivindicativas más críticas. No en vano, la Revolución quedó disipada, desfigurada o canalizada por los manejos de los poderes económicos y el control de los flamantes partidos políticos nuevos o renovados y de los propios militares, que neutralizaron y purgaron a sus elementos más izquierdistas.

La Revolución, secuestrada, traicionada o institucionalizada, según las distintas interpretaciones, alertó durante meses a los gobiernos de Estados Unidos y de Europa. La guerra fría, a mediados de los setenta, se encontraba en un periodo de deshielo, con unos ambiciosos acuerdos de control de armas en marcha y la estabilización de un continente bipolar.

Era una distensión engañosa. En Occidente no se había perdido el miedo al comunismo. La Revolución portuguesa sacudía el tablero de esa partida estratégica pactada en tablas. El campo soviético tampoco quería sobresaltos que alteraran el statu quo o pudieran provocar una respuesta contundente del bando capitalista. El Partido Comunista, defensor de amplias transformaciones sociales al principio del proceso de cambio, fue acusado luego por grupos izquierdistas de neutralizar los impulsos revolucionarios, en connivencia con las Fuerzas Armadas, finalmente dominadas por los sectores moderados.

TURNO CONSERVADOR SIN LA EXTREMA DERECHA

En estos días de celebración y recuerdo se repasan éstas consideraciones y otras muchas. Pero la reflexión histórica no ocupa el primer plano del interés público actual. La atención está puesta en el giro político reciente. Las elecciones de marzo han devuelto al poder a la derecha, tras dos legislaturas de dominio socialista, la última con mayoría absoluta. El líder del PS, António Costa, tuvo que dimitir tras estallar un escándalo de corrupción que olió desde un principio a montaje oscuro para acabar con un gobierno legítimo. Medio siglo después, el romanticismo de la Revolución había dejado paso a lo peor de la política.

Hace sólo unos días, ya consumada la victoria electoral conservadora y el avance espectacular del partido de extrema derecha Chega! (Llega!), los jueces han desmontado el caso, exonerado a Costa y reprendido a los fiscales por su manejo chapucero del proceso. Dicen que Costa, limpiado su nombre, aspira a convertirse en Presidente del Consejo Europeo el próximo otoño, cuando concluya su mandato el belga Charles Michel.

Pero el efecto político corrosivo ya es irremediable. El PSD (Partido Social Democrático: nombre equívoco) gobernará en minoría los próximos años. Contrariamente a su pares españoles de PP, los conservadores portugueses no han querido apoyarse en la extrema derecha para reforzar sus posiciones de poder. Los socialistas han facilitado la tarea de su adversario al abstenerse en la investidura de Luis Montenegro, el líder del PSD, para impedir que lo más cercano a aquel fascismo derrotado hace 50 años volviera a alcanzar cotas de poder. Aunque las fortunas políticas de los dos países ibéricos no hayan diferido mucho en estas últimas décadas pasadas, después de todo en el país vecino hubo en un tiempo ya lejano una Revolución.

LA LÓGICA DE WASHINGTON

22 de abril de 2024

La semana pasada empezó con la respuesta militar de Teherán al ataque israelí contra un local de consulado iraní en Damasco y ha concluido con el desbloqueo de la ayuda norteamericana a sus tres protegidos, en el Congreso. En estos días, la actuación diplomática y política en Washington ha sido puesta a prueba, con las fortalezas y contradicciones ya conocidas, pero bajo un grado superior de presión y urgencia.

La administración Biden ha conseguido que la represalia israelí al primer ataque de Irán sobre su territorio se haya limitado a una acción más propagandística y/o política que destructiva. En realidad, la lluvia de drones y misiles no parecía destinada a provocar demasiado daño y, por lo tanto, de avivar “la ira de David”. El ataque fue anticipado, telegrafiado y, en buena medida, destinado a minorar la lógica de la escalada (1)

Estados Unidos -apoyado por sus aliados europeos y asiáticos- orquestó la réplica israelí con un ejercicio rutinario de liderazgo. Al no haber encajado muertes, el extremista gobierno israelí se contentó con una “satisfacción” proporcionada (2). Un juego militar de acción-respuesta de manual. Washington premiará este gesto de autocontrol israelí con más munición diplomática y bélica para completar la aniquilación de Gaza, aunque mantenga el aparente discurso de moderación (3).

En Teherán, el régimen respira. Se ha dado el homenaje de disparar contra el enemigo sionista. Y aunque no le haya infligido el mínimo rasguñó, le ha servido para sacar pecho. La escalada, es decir, la guerra en serio, hubiera significado un sendero peligroso para los ayatollahs, en pleno proceso de cambio de liderazgo, bajo la presión de una crisis económica y social de una gravedad sin precedentes en 45 años (4).

El ejercicio de control norteamericano ha tenido su colofón en el Congreso, donde después de un culebrón de meses, el presidente de la Cámara de Representantes consiguió sacar adelante un tríptico legislativo de ayuda militar a Israel, Taiwan y Ucrania. Tres piezas separadas y otras provisiones de refuerzo de la frontera sur americana para militarizar la respuesta a la presión migratoria. Mike Johnson parece haberse sentido seguro de desafiar la amenaza del sector trumpista de su partido, el Republicano, sin riesgo extremo de perder su puesto. Los demócratas le han auxiliado en la maniobra. Trump dio alguna señal de flexibilidad, confusa como en él es costumbre, e imprevisible en su consistencia. Atrapado como está en sus cuitas judiciales, le resulta imposible afinar más en las sutilezas de la conexión entra política interior y exterior.

Aunque aún quedan trámites por resolver, en Ucrania ya dan por conseguido lo que venían suplicando desde hace meses: 61 mil millones de dólares que permitirán reforzar su arsenal y detener los avances rusos en el Este y en el Sur. El verano hubiera podido ser fatal sin esta línea de aprovisionamiento que por fin se ha abierto desde Washington, unida a la reciente y más cuantiosa de Europa.

Israel también tiene su parte del pastel para completar la faena en Gaza. Aunque la dinámica bélica es muy distinta a la de Ucrania, los más de siete meses de campaña no han conseguido los objetivos (5), están provocando efectos económicos importante y haciendo supurar las grietas en el tejido social. El ataque casi cosmético de Irán ha sido un aliento para un país más aislado que nunca, aunque el recurso del antisemitismo, muy agresivo desde octubre, haya conseguido neutralizar parte del desgaste, sobre todo en Europa, dividida y sin vocación de corregir al socio mayor. China, empotrada en  sus problemas económicos y centrada en su entorno próximo, tiene capacidad para cuestionar en serio el libreto norteamericano (6).

TERMINAR EL TRABAJO EN GAZA

Agotado el simulacro de una guerra general en Oriente Medio, la situación en Gaza volverá a un plano más notorio de escena internacional. El sufrimiento palestino ya no copa portadas ni abre noticiarios, y así seguirá, salvo que el actual gobierno de extremistas y generales en Jerusalén decida que hay que “terminar el trabajo” al coste que sea y emprender el ataque sobre Rafah, el núcleo más meridional de la franja.

Estados Unidos continuará con su doble lenguaje de contención, para la galería internacional, pero de apoyo efectivo a Israel con este nuevo crédito militar que ha salido del Congreso. Es un juego con las cartas marcadas, que deja poco lugar a las sorpresas. Después del veto norteamericano a la resolución de la ONU a favor de conceder a Palestina el estatus de miembro de pleno derecho, queda claro que Washington marca los límites. Una cosa es proclamar que quiere una solución diplomática ilusoria como la que significa, en el contexto actual, la fórmula de los “dos Estados”, y otra es permitir pasos o gestos que avancen en esa dirección (7).

Conforme avance la campaña presidencial, el apoyo a Israel, en su integridad, prescindirá de los matices, la advertencias y los sermones y se hará más nítido, más inequívoco. Si hay una otra carnicería en Gaza, se tratará de minimizar los efectos, aunque lo más probable es que Israel se avenga a cierto tipo de control, para no poner a prueba la capacidad de Biden de neutralizar a los demócratas más escandalizados por lo ocurrido estos meses (8).

La lógica de Washington -cambiar algo para que todo siga igual en Oriente Medio- ha recibido un impulso con esta escalada abortada. La derrota y extinción del agente más perturbador en la región (Irán) no debe venir de una guerra total, sino de la erosión paciente de sus bases de poder e influencia. El apoyo de algunos estados árabes en la protección de Israel durante la salva de drones y misiles de mediados de abril ilustra la realidad escindida en Oriente Medio (9). Nada es lo que se proclama y todo camina en la dirección que conviene. Lo más difícil es sofocar el sufrimiento humano cuando pone en evidencia la falsedad de las políticas.

 

NOTAS

(1) “Iran and Israel’s dangerous gambit”. NICOLE GRAJEWSKI. CARNEGIE, 18 de abril.

(2) “The unspoken story of why Israel didn’t clobber Iran”. DAVID IGNATIUS. THE WASHINGTON POST, 19 de abril.

(3) “How America can prevent war between Iran and Israel” SUZANNE MALLONEY. (BROOKINGS INSTITUTION). FOREIGN AFFAIRS, 18 de abril.

(4) “Miscalculation led to escalation in clash between Israel and Iran”. THE NEW YORK TIMES, 17 de abril.

(5) “Stuck in Gaza. Six months after October 7, Israel still lacks a viable strategy”. DANIEL BYMAN GEORGETOWN). FOREIGN AFFAIRS, 5 de abril.

(6) “China’s complicated position in the Middle East”, JAMES PALMER. FOREIGN POLICY, 16 de abril.

(7)“America fueled the fire in the MIdfdle East”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 15 de abril.

(8) “How Israel can win in Gaza -and deter Iran. ELLIOT ABRAMS. FOREIGN AFFAIRS,  17 de abril.

(9) “Arab countries have Israel’s back. STEVEN COOK. FOREIGN POLICY, 18 de abril.

¿A QUIEN INTERESA LA ESCALADA?

15 de abril de 2024

Este fin de semana se ha vivido a ritmo de thriller tras la réplica iraní al ataque de Israel contra el consulado de Teherán en Damasco. La anunciada represalia ha sido más política y espectacular que militarmente efectiva. Política, porque, por primera vez, Irán ha atacado directamente territorio israelí. Espectacular por la lluvia de drones y misiles (balísticos y de crucero) dirigidos contra el “enemigo sionista”. Militarmente inefectiva, porque el sistema de defensa israelí (Iron Dome: cúpula de hierro) neutralizó casi la totalidad de estas armas. Escasos daños en la base militar de Nevatim y un niña herida de cierta gravedad.

Lo que la comunidad internacional ha temido durante algunas horas es una represalia israelí según su uso y maneras: respuesta implacable y sin sentido alguno de la proporción. El vigente ejemplo de Gaza ha abonado ese peligro. Convien andar con cuidado con las equivalencias precipitadas. La aniquilación de Gaza no debería ser considerada como una operación militar en la que contienden dos enemigos, incluso con fuerzas muy dispares. A lo que estamos asistiendo es a una operación de venganza, exterminio y, según expertos jurídicos, genocidio.

En la crisis directa Irán-Israel cabe preguntarse, ante la eventualidad de una escalada, ¿a quién beneficiaría? O, mejor dicho, ¿a quién interesaría? El beneficio es dudoso, pero el cálculo de interés político y estratégico es más claro.

Irán no quiere la escalada. Tiene poco o nada que ganar y todo que perder. No puede salir indemne, ni siquiera desde el terreno de la propaganda. Las fuerzas que controla y/o que le respaldan en la región no esperan de su padrino una confrontación directa con Israel. Bien saben ellos, por experiencia propia, el resultado de tales apuestas. La superioridad tecnológica de Israel es abrumadora. Incontestable. Una derivación de la confrontación principal en operaciones de guerrillas territoriales apenas dañaría a Israel y difícilmente encontraría aliados. No estamos ni siquiera ante la retórica bélica de judíos contra árabes. Irán es un régimen islámico pero no árabe. Es líder de la rama chií del Islam, minoritaria en la región, donde dominan los sunníes. Los aliados de Teherán no son Estados, sino facciones, aunque sean poderosas. Siria está gobernado por alauíes (versión local del chiísmo), pero su población es mayoritariamente sunní. En Irak, la mayoría de sus habitantes son chiíes, pero su autoridad religiosa se resiste a ser dominada desde Teherán (o desde el santuario de Qom).

Pero hay también razones internas muy fuertes para avalar el desinterés de Irán en una escalada. El régimen se encuentra virtualmente en situación de transición. Su máximo líder, el Guía Jamenei (autoridad política y religiosa a la vez) padece una enfermedad terminal. El proceso de sucesión está en marcha, en la sombra. El complejo sistema institucional iraní, entre lo político y lo teológico, consume las energías institucionales de un sistema tensionado al límite por una crisis de legitimidad, y por  los agobios económicos provocados por las sanciones exteriores, los errores de gestión y las debilidades estructurales de un sistema fallido. Las peleas intestinas son sordas pero intensas. No entre conservadores y reformistas, como hace unos años, sino entre distintas facciones de los sectores retrógrados, que después de haber eliminado a sus rivales aperturistas están ahora dedicadas a imponerse para asegurar privilegios y posiciones de poder. Una guerra entre Irán e Israel sería la puntilla para el régimen islámico. Israel no es el Irak de los ochenta. Es la potencia delegada de Occidente en Oriente Medio. Los clérigos iraníes nunca han perdido eso de vista.

Que a Israel no le interese la escalada es discutible. Muchos analistas creen que no es el momento, por mucho que se sienta preso de su retórica del Talión. Pero se olvida algo. Que en esta crisis bilateral, Israel ha disparado primero. El ataque contra el consulado de Teherán en Damasco no fue una acción menor. Murieron tres altos cargos de la Guardia Revolucionaria, que es la unidad de élite del ejército, la encargada de energizar el llamado “eje de resistencia” contra el enemigo sionista. El puño de David golpeó el corazón del régimen, no retorció uno cualquiera de sus brazos. Fue una actuación muy calculada, que estaba exenta incluso de esos reproches para la galería que se escuchan estos días en Washington. Al cabo, fue una copia de la operación norteamericana que, por orden de Trump, eliminó en 2020 al Jefe de esa misma unidad en el aeropuerto de Bagdad, en compañía del líder operativo de las milicias iraquíes proiraníes.

Desde luego, hay muchos motivos para considerar que no sería prudente una escalada. Pero, históricamente, esa virtud en Israel suele verse desplaza por la  audacia. En los pasillos del poder israelí se presume de ello. No era prudente bombardear el reactor nuclear iraquí de Osirek en 1981, y se hizo. No era prudente invadir el Líbano, y se hizo. No era prudente montar una campaña de asesinatos de físicos y científicos iraníes en el corazón del territorio enemigo y se ha hecho.

Siguiendo la línea argumental, se estima que, inacabada la operación de Gaza, no parecería prudente embarcarse en una guerra mayor contra Irán. Pero se trata de dos escenarios bien diferentes. Irán e Israel no son estados fronterizos. Si se provoca una escalada, es muy probable que la guerra se dirima en el aire, donde Israel goza de una ventaja insuperable. Si Irán activase a sus proxies, Israel estaría sola quizás en Líbano, pero no en Siria, Yemen o Irak.

Estados Unidos diría al inicio que no desea intervenir, pero lo haría pronto. Sin implicarse directamente, claro. Como ha hecho en Yemen, en apoyo de las petromonarquías,  o como hizo en las guerras de 1967 y 1973: aportando el armamento, la inteligencia y la logística para decidir la contienda.

La escalada es peligrosa, naturalmente, pero también sería la oportunidad que Israel está buscando desde hace décadas para acabar definitivamente con el programa nuclear iraní. A Israel nunca le ha gustado la vía diplomática. Consiguió que Trump acabara con años de paciente trabajo durante la era de Obama. Biden no ha terminado de rescatarla, por falta de energía o de convicción. Se ignora cuánto falta para que Irán pueda construir la bomba, pero se cree que se trata de semanas, si no se ha alcanzado ya el umbral. Lo cual no quiere decir que, de la noche a la mañana, Teherán disponga de un arsenal atómico: falta mucho tiempo aún.

Hay mucha gente poderosa en el establishment de Washington que siempre consideró un error limitar y retrasar la nuclearización de Irán. En estos momentos, sólo hay dos opciones: aprender a vivir con esa realidad o destruirla. Si se elige lo segundo, una escalada militar proporciona una oportunidad pintiparada.

Pero tal ambición está fuera de alcance de Israel en solitario. O eso se dice en medios militares. Carece de la munición capaz de penetrar en el complejo subterráneo donde están blindados los reactores iraníes. En su día, Bush Jr. no quiso proporcionársela a sus protegidos, para evitar precisamente la recompensa de una escalada.

¿Qué haría Biden, quien dice no querer una guerra generalizada en la región? También dice el Presidente norteamericano que debe ponerse fin al exterminio de Gaza, pero sigue proporcionando a Israel el material necesario para continuarlo. Que estemos en año electoral no es necesariamente un impedimento. Al contrario, en ocasiones las crisis bélicas sirven para borrar los matices, para simplificar los debates políticos. Nadie en Estados Unidos le volvería la espalda a Israel en una guerra contra Irán.

No pueden establecerse hipótesis simplistas. Pero debería tenerse en cuenta, en la situación actual, si el ataque israelí contra el consulado iraní de Damasco tiene más ver con la dimensión general del conflicto que con la vertiente local de Gaza.

DE RUANDA A SENEGAL: LA DECADENCIA FRANCESA EN ÁFRICA

10 de abril de 2024

Esta semana se ha recordado el trigésimo aniversario del genocidio en Ruanda. Los testimonios de los supervivientes, la impunidad de algunos cabecillas de la matanza y la recreación de aquellos días terribles han ocupado la mayor parte del relato. En sordina, las responsabilidades de las potencias europeas y de la ONU por su pasividad, complicidad voluntaria o involuntaria y su desdén disimulado por el sufrimiento evitable de quienes no son blancos.

Estados Unidos salió muy mal parado de ese episodio vergonzoso, y las élites políticas aún lo lamentan. El discurso oficial sostiene que después del “fracaso” de Ruanda, la administración Clinton se convenció de que no podía tolerar la masacre indiscriminada de poblaciones por su raza o adscripción nacional. Y ese “arrepentimiento” precipitó las intervenciones militares en Bosnia (1975) y en Serbia (1999). En realidad, y aparte de los crímenes cometidos por Serbia en Kosovo y por sus protegidos en Bosnia, lo cierto es que las llamadas “intervenciones humanitarias” respondieron a intereses geoestratégicos menos cándidos.

Pero, a la larga, la potencia que resultó más dañada por la matanza de Ruanda fue Francia. En la rivalidad étnica entre los hutus y los tutsis, París jugó siempre a favor de los primeros, por ser los aliados naturales en un proyecto de afianzamiento neocolonial. Los tutsis eran minoría pero ocupaban puestos de responsabilidad en el Estado. Eran, por lo general, mejor instruidos y sus rasgos físicos eran más destacados, según la narrativa racial imperante. Eran mayoría en la vecina Burundi y, lo que resultaba más inquietante para Francia, tenían buenas relaciones con los países anglosajones y los estados africanos afines (Uganda, Tanzania...).

UN HORRIBLE BAÑO DE SANGRE

Cuando a comienzos de los noventa se instala un nuevo gobierno extremista hutu en Kigali, bajo el liderazgo del Presidente Habyarimana (que se decía moderado), París no evidencia malestar alguno. A primeros de abril de 1994 se desata la tragedia. El Presidente fallece en un extraño accidente de avión cuando regresaba de Burundi en un viaje. Los hutus acusaron a los rebeldes tutsis del Frente Patriótico de haber derribado el avión con un misil. En el suceso o atentado perece también el presidente de Burundi y el jefe del ejército ruandés.

Los hutus extremistas aprovechan el magnicidio para iniciar una furiosa campaña de represalias. Después de liquidar a los hutus moderados, infectan las ondas de la Radio de las Mil Colinas con mensajes de odio e instigan a milicianos y gente de a pie a matar a todo tutsi que encuentren en su camino. La mayoría son acabados a machetazos. Las imágenes de la masacre se pueden ver en todo el mundo. Pocas veces se había podido contemplar un despliegue de crueldad semejante. En sólo unas semanas, son asesinados  unos 800.000 tutsis.

Washington es alertado de lo que ocurre desde los momentos iniciales. Pero se abstiene de intervenir e incluso de evacuar a los amenazados. Lo mismo hace la ONU, bajo el argumento de no implicarse en un “conflicto interno” (1). Francia asiste al horror con la frialdad de la razón de Estado. Mitterrand se da cuenta pronto de que asunto se la ha ido de las manos, pero cree asegurar a Ruanda entre los estados africanos “amigos”.

Una de las sospechosas de la instigación de la matanza es la flamante viuda del Presidente, Agatha Habyarimana. París consigue evacuarla en los primeros días del espanto, sin que ello pueda acallar sus encendidas proclamas. Su huida del país es el comienzo de un periplo de 30 años en los que ha intentado blanquear su imagen. Los sucesivos gobiernos franceses han intentado desmarcarse de Agatha y de otros matarifes que encontraron en suelo galo un lugar donde ampararse. Mitterrand, que favoreció su llegada a Francia, dijo luego de ella “que tenía el demonio en el cuerpo”. La viuda no ha conseguido el estatus de “refugiado político”. La Oficina francesa de Protección de refugiados considera que los indicios de responsabilidad en el genocidio son abrumadores. Pero sus abogados han logrado que no se la extradite a Ruanda. Hoy, a sus 82 años, vive en un limbo jurídico y político. Impune, en todo caso (2).

LA REVANCHA DE LOS TUTSIS

Después de la matanza, los rebeldes del Frente Patriótico (FPR), organizado en el exilio ugandés e integrado por tutsis y miembros de la oposición hutu, penetraron en territorio ruandés y consiguieron derribar al gobierno extremista hutu. Comenzó entonces una campaña de venganza. Milicianos tutsis persiguieron a cientos miles de hutus cuando huían a la República del Congo (antigua Zaire). El líder del FPR, Paul Kagame, se convirtió en el nuevo Presidente. Anglófilo y antifrancés, imprimió a Ruanda un rumbo muy diferente al que Paris deseaba.

En estas tres décadas, Ruanda ha prosperado económicamente. La pobreza se ha reducido, se ha atraído capital extranjero y los servicios han mejorado. Pero el gobierno se ha hecho cada vez más autoritario y la oposición es duras penas consentida. Bajo el argumento de perseguir a los genocidas hutus huidos al Congo, Ruanda ha intervenido continuamente en la crisis endémica del vecino, un país mucho más grandes, pero corroído por las rivalidades étnicas, la corrupción y los señores de la guerra. En los últimos años, Kagame, para disgusto de París, ha apoyado abiertamente a la guerrilla del M-23, que quiere derrocar al gobierno de la República Democrática del Congo (3). En el acto de homenaje a las víctimas del genocidio, Kagame no ha dejado de dirigir su dedo acusador a Francia por considerar que sus lamentos son hipócritas, ya que sigue protegiendo a los verdugos (4).

EL ARREPENTIMIENTO ESCÉNICO DE FRANCIA

El presidente francés ha ido algo más lejos que sus antecesores en admitir la responsabilidad de Francia en la matanza, al decir que podía haberlo evitado pero no tuvo la voluntad”. Con su viaje a Kigali, en mayo de 2021, quiso sellar la “reconciliación”. Se vio luego que se trataba de una operación de relaciones públicas. No ha admitido la “culpabilidad” y menos la “complicidad” de Francia y pretextó motivos de agenda para no acudir a los actos del 30º aniversario en Kigali (5).

Cuando se trata de África, la carga de conciencia en Francia es muy ligera. Como le ocurre a cualquier potencia, en casi todas las tragedias que ocurren en las antiguas colonias se puede rastrear con claridad la huella occidental. Ruanda no es un caso aislado.

La responsabilidad francesa (y occidental) se prolonga más allá del periodo colonial. En las primeras décadas de las independencias en África, la mano alargada de París condicionó el desarrollo de las nuevas naciones. Las élites gobernantes actuaban en no pocas ocasiones al dictado del Eliseo, incluso cuando desplegaban un lenguaje africanista y liberador. Los mecanismos de dependencia hacían muy difícil otra política.

La matanza de Ruanda marca el inicio de un nuevo ciclo, lento y contradictorio, no por la brutalidad espantosa de lo ocurrido, sino por el tiempo en que ocurre. El fin de la rivalidad Este-Oeste desengancha a África de las dinámicas de la guerra fría. Durante unos años, parece haber una despreocupación occidental por el continente, aunque los intereses fundamentales como la explotación de las riquezas fósiles y minerales, las redes de penetración de productos occidentales y otros factores de la dependencia se mantienen férreamente.

En los años bisagra del cambio de siglo, surge la “amenaza” islamista.  África se convierte en espacio de retaguardia; luego, en plataforma de reserva; y, más tarde, con las derrotas parciales de Al Qaeda y el Daesh, en uno de los núcleos más activos de la insurgencia.

Francia asume el rol de gendarme occidental frente al islamismo radical en el continente. En sucesivas operaciones militares (Serval, Barkhane), que pusieron músculo a misiones de la ONU (MINUSMA), las fuerzas armadas galas extendieron su aparente control sobre el corazón árido de África conocido como el Sahel. En el pico de su actividad, el dispositivo militar contó con más de 5.000 soldados.

Pese a tal despliegue de fuerza (no sólo militar, también diplomática, política y económica), Francia no consiguió hacerse aceptar. Los gobiernos aliados han ido cayendo, ante la persistencia de la insurgencia y el empobrecimiento de las poblaciones. En Burkina Fasso y Mali se abrieron paso Juntas militares hostiles a Francia. En 2022, caía Níger, el principal bastión de Francia en la región. Ya sólo queda el Chad como plaza segura. ¿Hasta cuándo?

AGITACIÓN EN LA COSTA OCCIDENTAL

El debilitamiento de las posiciones políticas francesas no se ha producido sólo en el Sahel. Se detectan focos de inestabilidad en la costa occidental del continente. El caso más reciente ha sido el de Senegal, quizás el país más importante para París en su universo poscolonial.

Tras una crisis prolongada en el que los equilibrios políticos de la independencia saltaron por los aires, una opción populista, confusa pero inacostumbradamente crítica hacia Francia ha triunfado en las recientes elecciones. El anterior Jefe del Estado, Sacky Mall, ya no podía repetir como candidato, a pesar de haberlo intentado con una maniobra manipuladora de la Constitución que le salió mal. Eligió a su primer ministro como opción B, pero nunca lo apoyó decididamente, mientras su partido se deshacía en querellas internas.

Mall trató entonces de suspender los comicios, alegando un peligro de desestabilización social. En realidad, temía el empuje del movimiento populista, a cuyos líderes había encarcelado alegando motivos oscuros, lo que desencadenó una oleada de protestas callejeras que se cobró decenas de muertos. El Tribunal Supremo, pese a su connivencia tradicional con el poder político, discrepó de la medida extrema del Presidente y lo obligó a restablecer el proceso electoral. Por temor a una revuelta general o por un cálculo erróneo, Mall decretó una amnistía que puso a los dos opositores en la calles, diez días antes de las elecciones.

El líder del movimiento populista PASTEF (Patriotas africanos del Senegal por el Trabajo, la Ética y la Fraternidad) es Ousman Sonko, un modesto empleado de impuestos. En clave predicador, arrastró a millones de senegalés en protestas contra una élite gobernante corrompida y servil. El expresidente Mall quiso acabar definitivamente con su carrera política al promover su inhabilitación. Sonko delegó su candidatura presidencial en su “delfín”, Bassirou Diomaye Faye, un joven sin experiencia política.

Los populistas han conseguido un apoyo popular inaudito en tan sólo unos pocos años. Con el 56% de los votos, ha superado en más de doce puntos al partido oficialista (6).  Su programa es ambiguo y confuso. Se basa más en los rechazos (de la corrupción, de la represión, de la servidumbre exterior) que en las propuestas (7).

Se ignora lo que va a hacer Faye. De momento, ha puesto a su mentor, Sonko, como primer ministro. En su discurso de posesión del cargo, el joven presidente ha querido sonar conciliador, pero sabe que no puede decepcionar a una población que reclama cambios radicales, y mucho de ellos pasan por renegociar contratos mineros y petroleros que no han favorecido el bienestar de la población (8).

Macron ha tendido la mano al nuevo Presidente, pero la credibilidad del Eliseo en África está en horas muy bajas. Y todo ello mientras China se afianza como gran potencia en el continente, pese a que sus planes de penetración económica han sido menos exitosos de lo esperado. Rusia también pisa fuerte, con una estrategia distinta: como proveedor de seguridad frente al islamismo. El realineamiento neocolonial en África está en construcción.

 

NOTAS

(1) “Thirty years after Rwanda, genocide is still a problem from hell”. THE ECONOMIST, 3 abril.

(2) “Agathe Habyarimana, poursuivie pour ‘complicité de génocidie’ au Rwanda, 30 ans d’exil et de soupçons sans justicie”. PIERRE LEPIDI. LE MONDE, 5 abril.

(3) “Rwanda, l’histoire d’une Renaissance”. COURRIER INTERNATIONAL, 3 abril.

(4) “Rwanda: trente ans après le génocide des Tutsi, Paul Kagame point du doigt la communauté internationale”. LE MONDE, 7 abril.

(5) “Entre la France y le Rwanda, une réconciliation inachevée”. CHRISTOPHE CHÂTELOT. LE MONDE, 5 abril

(6) “Bassirou Diomaye Faye to be Senegal’s next President”. WASHINGTON POST, 25 marzo; “From village to prison to Africa’s youngest elected President”. NEW YORK TIMES, 28 marzo.

(7) “Bassirou Diomaye Faye, un inconnu antisystème, à la tête du Sénégal”. LE MONDE, 4 abril.

(8) “How Will Senegal’s new President govern”. NOSMOT GBADAMOSI. FOREIGN POLICY, 3 abril.

HIPOCRESÍA Y ESTRATEGIA

 3 de abril de 2024

Se cumplen seis meses desde el inicio de la aniquilación de Gaza y no se avista una conclusión decente. El martirio de la población palestina continúa, el rescate de los israelíes en poder de Hamas no está asegurado y la destrucción total de las milicias islamistas parece aún lejana. La operación militar ha sido un desastre; la actuación occidental, lamentable; el papel de las potencias árabes, servicial, una vez más; la ONU ha sido vejada y, peor aún, castigada con la muerte de algunos de sus trabajadores sobre el terreno; las ong’s, como la del cocinero José Andrés, han pagado con sangre (casi 200 muertos) la asistencia a la población indefensa.

Israel ha actuado como se se temía: con desprecio absoluto de una legalidad internacional que lleva décadas ignorando o manipulando a su antojo y conveniencia, pretextando su sacrosanto “derecho a la defensa y a la seguridad”, mediante actuaciones que atentan cada día contra la seguridad y la defensa de quienes no se resignar aceptar sus intereses políticos, militares y económicos impuestos por la fuerza. Por impune que parezca, la estrategia de guerra total y sin límites ha sido un desastre para la consideración internacional del Estado (1). Los propios amigos de Israel, como el veterano negociador americano Dennis Ross aconsejan otra vía (2).

La horrible jornada del 7 de octubre ha servido de justificación para una operación militar que expertos jurídicos han calificado de “genocida” (3). Más ‘diplomático’, el Tribunal Internacional de Justicia de la ONU, ha estimado que podría serlo, si no se adoptaban “todas las medidas necesarias y efectivas para asegurar la protección de la población” (4). De poco ha servido.

EL DOBLE LENGUAJE DE LA CASA BLANCA

En la escenificación de la “preocupación” internacional, la partitura la ha escrito y ejecutado Estados Unidos, el gran protector de Israel durante décadas, el cooperador necesario en la conculcación de principios, normas, y resoluciones internacionales de obligado cumplimiento. Mientras a otros países se les ha condenado, sancionado, aislado y/o bombardeado por no cumplir con esos preceptos del mal llamado “orden internacional”, a Israel se le justifica, blinda y alienta de forma sistemática y deliberada.

En la crisis actual, el comportamiento del gobierno extremista israelí ha sido tan brutal y desproporcionado que Estados Unidos se ha visto obligado a desplegar un esfuerzo gigante de relaciones públicas para ser salpicado lo menos posible por la ignominia. Las preocupaciones por la imagen se han complicado con la inminencia de unas elecciones presidenciales y la emergencia de una conciencia crítica en el Partido Demócrata, que ya no traga sin rechistar la impunidad de las actuaciones israelíes (5).

La administración Biden ha escenificado un “enfado” por los “excesos” de Israel, por su resistencia a no seguir los consejos del protector americano en cuanto a extremar las actuaciones militares para no dañar más a la población civil. Pero a lo más que ha llegado Washington es a no vetar (mediante la abstención) una resolución del CSNU que exigía una tregua para reanudar la ayuda humanitaria.  Sin consecuencias prácticas.

El lenguaje diplomático suele ser irritante para los que defienden la realidad de los hechos, pero en la aniquilación de Gaza se ha convertido en insultante. Después de haber causado la muerte de 33.000 personas, la mayoría de ellas mujeres, ancianos y niños, no puede hablarse con honestidad de “excesos” de “errores de cálculo” o de “imprudencias”.  Hay razones más que de sobra para considerar que, en efecto, hay una intención de acabar, al precio que sea, con la voluntad de resistencia de un pueblo a la ocupación, la subyugación, la humillación y la sumisión a los dictados unilaterales de una potencia que actúa según patrones propios del apartheid, como han denunciado prestigiosas organizaciones de derechos humanos, como Amnesty y Human Rights Watch, entre otras.

En este juego de máscaras de la justificación hipócrita de la masacre puede haber cierta repulsa, en todo caso contenida o sometida a intereses mayores de signo opuesto. Pero la administración norteamericana actual incurre en contradicciones flagrantes que trata de adornar con declaraciones piadosas. Las maniobras de justificación, sin embargo, ya no son aceptadas ni siquiera en buena parte del aparato diplomático propio (6). En la Secretaría de Estado se han escuchado críticas abiertas y denuncias de irregularidades e ilegalidades. En el Senado y en el Congreso, se han elevado voces reclamando que “lo que hagamos sean compatible con lo que decimos”, como ha dicho en tono crítico un senador demócrata por Maryland.

Biden hace gestos a la galería. Amonesta con la boca pequeña a Netanyahu por el empeño de éste en negarse a aplazar el asalto sobre la localidad sureña de Rafah, lo que haría imposible el reparto de ayuda urgente. El hambre no es una amenaza: es una realidad palpable. El asedio y la privación de alimentos constituyen un crimen de guerra. Igual que la destrucción sistemática de servicios públicos esenciales (7). El Banco Mundial estima que las infraestructuras de sanidad y agua han quedado reducidas al 5% de la capacidad existente antes de la guerra. Que los militantes de Hamas puedan usar instalaciones civiles para esconderse, almacenar material de combate o preparar su defensa no justifica la aniquilación masiva.

Pero mientras Biden agita el dedo delante de un Netanyahu indolente, favorece la entrega de armas a Israel para que la operación militar que critica con la boca pequeña continue en toda su amplitud. Se ha sabido esta semana que Estados Unidos ha autorizado la entrega de bombas de 200 libras, que ha sido la munición más utilizada en la devastación de Gaza (8). La Casa Blanca asegura que nunca ha flaqueado en su política de asegurar el derecho de Israel a defenderse. ¿De qué valen entonces las regañinas y los consejos huecos de contención y moderación, si se pone en manos del destructor los medios necesarios para seguir machacando a la población?

En Europa, la incomodidad por la enormidad de lo que está ocurriendo está obligando a ciertos giros en los discursos institucionales. Alemania, una de las grandes defensores de los atropellos israelíes por el peso de la mala conciencia derivada del Holocausto, está empezado a temperar sus discurso de solidaridad ciega con Israel. La llamada “política de Estado” está siendo sacudida por la indefendible actuación israelí. En Londres, el Secretario del Foreing Office se enredó en un juego de palabras e intenciones, al tratar de compatibilizar el “derecho a la defensa de Israel” con la sistemática destrucción de Gaza y la acumulación de violaciones flagrantes de los derechos humanos y las normas de la guerra.

Aunque la justificación de la masacre perpetrada por Israel se va haciendo cada vez más insostenible, se mantiene el discurso falsario del antisemitismo como arma arrojadiza contra quienes cuestionan no solo la actuación del gobierno de Netanyahu, sino también la estrategia sostenida de dominación y expansión del Estado sionista en los territorios palestinos. Los defensores de Israel están a la defensiva, pero por eso mismo se muestran más intolerantes.

EL RIESGO DE LAS PROVOCACIONES

En un intento por internacionalizar el conflicto, Israel ha extendido el riesgo de guerra regional, presente desde un principio. Durante semanas, ha bombardeado las posiciones de Hezbollah en el sur del Líbano, en parte para favorecer el regreso de las poblaciones Israelíes del norte evacuadas después del 7 de octubre, pero también para debilitar al principal agente proiraní en la región. No ha sido suficiente y ha dado un paso más hacia el abismo.

Esta semana, Israel ha atacado el consulado iraní en Damasco y matado a altos mandos de la sección de élite de la Guardia Revolucionaria. De esta forma,  el ejército y el Gobierno israelíes no sólo se libran de enemigos peligrosos: también juegan a la espiral de la provocación. Teherán ha tratado de evitar un juego mecánico de represalias, consciente de que puede salir perdedor.

Hay una motivación adicional de Israel: colocarse en la misma longitud de onda de Estados Unidos en el acoso de las fuerzas proiraníes. El Pentágono trata de neutralizar la amenaza de los hutíes yemeníes en el Mar Rojo y reducir la capacidad operativa de las milicias chiíes en Irak y Siria. Si alejamos la lupa de Gaza, las estrategias norteamericana e israelí son totalmente coincidentes. Eso es lo que al final importa, y no las hipócritas manifestaciones de humanidad.

En el interior de Israel, tampoco hay un espíritu crítico de envergadura. Solo una ínfima minoría se siente espantada por lo que está ocurriendo, y difícilmente puede hacerse oír. Las manifestaciones de este fin de semana contra el gobierno reclamaban una negociación para favorecer la recuperación de los rehenes y, si acaso, una operación humanitaria condicionada. Otro vector de las protestas giran en torno a la exención militar de los haredim, los judíos ultraortodoxos de las yeshivas, las escuelas de la Torah. La polémica hace tambalear a un gobierno que necesita el apoyo del extremismo religioso convertido al sionismo más expansionista. El trauma del 7 de octubre ha erosionado profundamente cualquier sentimiento de solidaridad hacia la población palestina. El martirio de Gaza importa ahora muy poco.

 

NOTAS

(1) “War on Gaza: all signs to strategic defeat for Israel”. DAVID HEARST. MIDDLE EAST EYE, 14 de marzo.

(2) “Israel needs a new strategy”. DENNIS ROSS. FOREIGN AFFAIRS, 13 marzo.

(3) “Gaza and the end of rules-based order”. AGNÈS CALLAMARD. FOREIGN AFFAIRS, 15 febrero.

(4) “The IJC delivers a stinging rebuke to Israel over the war on Gaza”. THE ECONOMIST, 26 enero.

(5) “The U.S. and Israel have a ‘major credibility problem’”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 25 marzo.

(6) “Why Biden is not pressuring Israel”. DAVID AARON MILLER. THE NEW YORK TIMES, 14 marzo.

(7) “Destroying Gaza’s Health care system is a war crimen”. ANNIE SPARROW y KENNETH ROTH

(8) “U.S. signs off on more bombs, warplanes for Israel”. JOHN HUDSON. THE WASHINGTON POST, 29 marzo.