3 de mayo de 2024
La
protesta en numerosas Universidades americanas por la campaña militar israelí
en Gaza se extiende y ha provocado ya medidas represivas. La inmensa mayoría de
los estudiantes pide que su gobierno presione a Israel para que ponga fin a la
aniquilación de Gaza, pero también que las Universidades corten sus vínculos
económicos con empresas e intereses que invierten y comercian con Israel o en
el negocio de la guerra. Esto último es lo que más ha irritado al establishment
norteamericano.
La
situación en cada uno de los campus difiere en función del alcance y la
intensidad de la protesta, de la actitud y posición de los rectorados y órganos
de gobierno de las universidades, de la estructura de financiación de los
centros y de la presión social y política subyacente en cada caso.
El
argumento de que los campamentos alteran la vida universitaria resulta extravagante.
En un momento en que se pretende justificar la intervención en una guerra en
Europa por la defensa de los valores liberales de la democracia resulta
revelador que se responda a la expresión de rechazo y espanto ante una masacre como
la de Gaza con la descalificación, el ataque a los derechos que se dice
defender y, cuando esto no ha bastado, la intervención policial, la amenaza de
expulsión y, finalmente, las sanciones y los arrestos estudiantiles (1).
Las
autoridades académicas, que se mostraron inicialmente más comprensivos con la
protesta para comprometer sus credenciales profesionales, han sido superadas. Sectores
de estudiantes favorables a Israel han reaccionado apelando al sufrimiento
histórico del pueblo judío y enfrentándose a los críticos. Lo que ha derivado
en choque a veces violentos entre unos y otros.
Nuevamente,
se vuelve a confundir una comunidad étnica, un pueblo o una religión con una
realidad política, en este caso Israel. Esa es la argucia que utilizan los
defensores a ultranza de ese Estado para justificar sus políticas: convertir
una crítica política en un impulso racista, en un instinto de odio. Todo es
antisemitismo. De esta forma, no sólo se desautorizan política o moralmente las
críticas. Lo más relevante es que, al señalar que existe un delito de odio, se
justifican las medidas represivas.
Los
estudiantes más activos escalaron el desafío, ocupando edificios administrativos.
El caso más destacado ha sido el de la neoyorquina Columbia (2), que acabó con
la detención de un centenar de ellos, el pasado fin de semana. Lejos de apagar
la protesta, la represión ha generado otros focos de radicalización,
singularmente California. Hay ya más de un 1.300 estudiantes detenidos en todo
el país.
La
prensa liberal americana hace difíciles equilibrios para, de un lado, defender
la libertad de expresión y, por otro, condenar expresiones que no duda en
calificar de antisemitas, asumiendo el discurso oficial dominante. Se citan
manifestaciones radicales de algunos estudiantes, aunque se admite que son
minoritarios (3).
LA
DIMENSIÓN POLÍTICA
Las
autoridades norteamericanas pretenden sofocar la expresión de hartazgo de un
sector de la sociedad ante la impunidad con que Israel está practicando su
venganza por el ataque sufrido el 7 de octubre y la hipocresía de la
administración, que dice rechazar el comportamiento de su aliado, pero le sigue
procurando armas, dinero y blindaje internacional. En este apoyo acerado
coinciden los dos partidos que monopolizan el poder institucional, aunque los
republicanos se hayan manifestado de manera más agresiva: algunos ha solicitado
incluso la intervención de la Guardia Nacional para acabar con la protesta.
Se
repite con frecuencia el peso del lobby judío, la sólida influencia de
esa comunidad en el sistema financiero, en el sostenimiento y promoción de las
carreras políticas, en la penetración en los medios y en otros ámbitos que crean
opinión en Estados Unidos. Con ser ciertas estas apreciaciones, en términos
generales, lo cierto es que la base de la relación privilegiada reside en una
alianza estratégica que asegura la defensa de los intereses norteamericanos en
una zona del mundo que ha sido fundamental para la economía, aunque en los
últimos tiempos se haya reducido su peso por la explotación de crudo y el
descubrimiento de nuevas fuentes de energía en territorio nacional.
El
problema para Biden es que la venganza de Israel coincide con la guerra de
Ucrania y la coherencia del discurso sobre las libertades, la democracia y los
valores del orden liberal ha saltado por los aires, y así se lo recuerdan, ya
sin pelos en la lengua, incluso sus aliados en otras zonas del mundo, eso que
se viene en llamar el Sur Global (4).
Gaza
-Palestina, en general- se ha insertado en el debate político interno y, con
particular acrimonia, en el propio Partido Demócrata. El sector más progresista
no se conforma con las regañinas de su Presidente al Primer ministro israelí,
ni con la expresión pública de discrepancias sobre la forma de conducir una
guerra que sigue calificando de “legitima”. Exigen medidas concretas para
acabar con la matanza, que permita el auxilio a una población civil exangüe y
martirizada, que obligue a una negociación realista para liberar a los
israelíes en poder de Hamas; en definitiva, que fuerce a Israel a parar la
guerra (5).
En
estos sectores demócratas críticos hay políticos de base que representan a una elevada
población árabe, incluidos los palestinos; pero la mayoría son ciudadanos sensibles
que se manifiestan espantados ante lo que está sucediendo.
Biden
sabe que esos votos, hasta ahora seguros, se han vuelto esquivos, que en
noviembre podría ampliarse la corriente de rechazo ya apuntada en las
primarias. Teniendo en cuenta lo apretado que se presenta la contienda, la
pérdida de esos votos puede costarle la derrota electoral y la catástrofe que
supondría, para los demócratas, el regreso de Trump a la Casa Blanca. Según una
encuesta de Harvard, la ventaja electoral de Biden entre los menores de 30 años
es sólo de 8 puntos; en 2020 era de 23, a estas alturas de la campaña (6).
La
orquestación de las discrepancias con Israel y los gestos compasivos hacia los
palestinos “inocentes” resulta poco convincente para los progresistas. Biden y
su equipo escenifican desde hace varias semanas su oposición al asalto de
Rafah, donde han sido desplazados un millón de gazatíes. Pero no es
suficiente para los críticos. Este gobierno demócrata, como los precedentes, no
cuestiona la ocupación, la desposesión o la represión policial, económica y
social de los palestinos: apela simplemente al sufrimiento humano y desautoriza
el ánimo “inadecuado pero comprensible” de venganza. Tampoco le alcanza a la
administración el rescate del proyecto de dos Estados, después de décadas de
parcialidad en favor no de una solución justa sino del blindaje de los
intereses israelíes, que son los de Estados Unidos.
A
Netanyahu le puede interesar la consolidación de las relaciones abiertas con
Arabia Saudí y la mayoría del resto del mundo árabe como recompensa a las
concesiones a favor de los palestinos. Pero sus socios imprescindibles de la
ultraderecha religiosa no se lo permiten y amenazan con hacer saltar el
gobierno.-
LA
LECCIÓN DE LA HISTORIA
Hace
medio siglo, las Universidades fueron vanguardia de la protesta social contra
la guerra de Vietnam. Hubo represión, violencia y crisis moral y política en
todo el país. Entonces, eran americanos los que morían en aquella guerra, la
inmensa mayoría, pobres, negros o hispanos, que no podían pagar el costoso
proceso de exención del alistamiento o que necesitaban el salario militar para que
vivieran sus familias. Biden, ya licenciado en 1965, no participó de esas
movilizaciones estudiantiles, pero en sus memorias no les reserva precisamente
palabras amables (7). En estos días, el presidente ha sido fiel a su
trayectoria política: se ha alineado con las cúpulas bipartidistas y ha
preferido destacar las alteraciones del “orden” por encima de la libertad de
expresión. Y, naturalmente, ha recurrido también al antisemitismo para
deslegitimar las protestas.
En
1968, los estudiantes que no aceptaban el trágala del “dominó comunista en
Asia”, justificación de la intervención militar, hicieron descarrilar la
Convención demócrata en Chicago, concluida en el caos. Tres meses después,
accedía a la Casa Blanca un tal Richard Nixon, un político que había prometido
acabar con la guerra, para luego extenderla y profundizarla en el ejercicio de
su poder. Acabó vapuleado y desprestigiado como el rufián que demostró ser.
Ahora, quien asoma de nuevo por la puerta del Despacho Oval es objeto de decenas
de procesos judiciales: un rufián consumado. A buen seguro, los estudiantes
acampados en las Universidades no olvidan este paralelo histórico.
(1) “Here’s where protesters on U.S. campuses have
been arrested”. NEW YORK TIMES, 30 abril; “After weeks of college
protests, police responses ramp up”. WASHINGTON POST, 1 mayo.
(2) “Columbia students occupy university building as
tensions rise in campuses”. NIHA MASIH. WASHINGTON POST, 30 abril.
(3) “How to confront antisemitism, deal with protests-
and respect free speech”. WASHINGTON POST, 29 abril.
(4) “How Washington should manage rising middle
powers”. CHRITOPHER CHYVVIS & BEATRIX GEAGHAN-BREINER. FOREIGN POLICY,
30 abril.
(5) “College protests over Gaza deepen democratic
rifts”. NEW YORK TIMES, 28 abril.
(6) https://iop.harvard.edu/youth-poll/47th-edition-spring-2024
(7) “A bystander to ’60 protests, Biden now becomes a target”. PETER BAKER.
NEW YORK TIMES, 30 abril.
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