12 de octubre de 2022
El sombrío panorama de la guerra en Ucrania apunta a un desenlace abrumador, en el que todos perderán y afrontarán un futuro desolador. La perspectiva de una guerra larga (de años, no de meses) se hace cada vez más clara y más difícil y prolongados sus efectos.
El optimismo ucraniano de las
últimas semanas ha quedado oscurecido en apenas dos días. Ciertamente, los
bombardeos rusos de ciudades e infraestructuras ucranianas, en represalia por
el atentado en el puente de Crimea, no han alterado la dinámica militar. Pero
han recordado que el Kremlin dispone aún de medios para infligir un castigo
importante que hará más penosa la reconstrucción del país. Ucrania demanda cada
día más armamento. No ha recibido poco; antes al contrario, es imposible
explicar la resistencia y menos la capacidad de contraataque evidenciada en el
último mes sin la panoplia occidental, combinada con la asesoría y formación de
los combatientes y el apoyo de inteligencia, factor clave para detectar los
puntos más vulnerables del invasor.
Lo que el gobierno de Kiev está
pidiendo ahora, aparte de más sistemas antiaéreos, son recursos para dañar a
Rusia en su territorio: misiles de medio alcance que puedan destruir objetivos
centenares de kilómetros alejados de la frontera (1). Washington y sus aliados han evitado
hasta ahora satisfacer esta ambición de Ucrania, sabedores de que traspasarían
un línea roja -u otra más-, que les colocaría en riesgo cierto de una colisión
directa con Moscú.
En realidad, Occidente ya está en
guerra con Rusia, por mucho que el lenguaje político, diplomático y propagandístico
se empeñe en esquivar la evidencia. La participación occidental ha sido
fundamental en el devenir del conflicto bélico. El dilema ha sido siempre hasta
donde llegar, afinar el cálculo para obstaculizar los planes de Rusia sin
provocar una escalada.
Pese a las diferencias derivadas
de la dependencia de Moscú (fundamentalmente energética) y las contrastadas percepciones
de intereses, Occidente convino inicialmente en la necesidad de evitar que
Rusia se tragara Ucrania o incluso que conformara una Ucrania a su medida o a
su servicio. Pero a medida que la campaña militar rusa se fue haciendo más
espesa, más errática y, a la postre, más fallida, unos escenarios indeseados
fueron reemplazados por otros de signo distinto e incluso opuestos pero en todo
caso indeseables. Nadie quería que Rusia ganara la guerra. Pero, en la
situación actual, ¿quieren todos ahora que la pierda?
De nuevo, son los intereses y no los
denominados valores los que pueden iluminarnos las respuestas. La eliminación o
reducción de los lazos energéticos tardará tiempo por falta de alternativa a
corto y medio plazo. Pero aún si el proceso de sustitución de abastecimientos
fuera fluido y exitoso, hay otros factores que pesan en contra de una ruptura
plena con Moscú.
Una derrota contundente de Rusia
tendría efectos no fáciles de calibrar en su amplitud en todo el continente
europeo. Por eso, la posición de Estados
Unidos ante el desenlace de la crisis, aunque puede sintonizar con relativa
comodidad con Gran Bretaña, no conecta con facilidad con Alemania y tampoco con
Francia, por mencionar a las grandes potencias económicas y militares europeas.
Y lo mismo puede decirse si miramos a Asia, donde el factor China condiciona todas
las visiones.
Dicen los analistas rusos con elocuentes
y declaradas simpatías occidentales que las élites que disfrutan del sistema
Putin empiezan a contemplar con nerviosismo la posibilidad de una derrota de Rusia
(2). Las criticas sobre el desempeño de la maquinaria militar son ya públicas y
cada vez más sonoras e hirientes. La propaganda oficial, centrada antes y durante
los primeros meses del conflicto en la conspiración occidental, parece parcialmente
rebasada. Se empiezan a exigir responsabilidades por una gestión que ya es
desastrosa, pase lo que pase (3). Putin ha comenzado a mover el banquillo. Ha
sustituido algunos altos mandos militares y ha entregado el control de las
operaciones sobre el terreno al controvertido General Surovikin, al que se le denomina
como ‘el carnicero de Alepo’ por la ferocidad con la que condujo el asedio de
la ciudad siria, durante la contraofensiva de las fuerzas del régimen de Assad,
apoyadas y en realidad lideradas por los asesores rusos (4).
Algunos aliados o subordinados de
Putin exigen más al Presidente, una limpieza más amplia y profunda. Se escuchan
voces críticas en la Duma (Parlamento), en los ejecutivos periféricos y hasta
en los territorios ucranianos ocupados. Pero las voces más chirriantes provienen
de ese entorno oscuro de la trama paramilitar del Kremlin, como Yevgueni
Prigozhin, fundador del grupo mercenario Wagner, que se ha expresado en los
términos más descalificadores de la cadena de mando. O del líder checheno Kadyrov,
que ha demandado claramente una estrategia más agresiva (5).
De momento, Putin mantiene en su
puesto al Ministro de Defensa, Sergei Shoigu, o al Jefe del Estado Mayor,
Gerasimov, leales servidores, pero cuya
competencia ha quedado, no obstante, en entredicho. Es probable que el
presidente los utilice de posible cortafuegos, en caso de que las críticas apunten
de manera más directa hacia la cúspide del Kremlin.
La gran pregunta es si el propio
Putin ya es vulnerable. Líderes y analistas occidentales no se atreven de
momento a pronunciarse con claridad y remiten la respuesta a la evolución de la
guerra. Un nuevo fracaso o, dicho de otra forma, la recuperación por Ucrania de
toda o gran parte de las zonas ocupadas en el este y en el sur, podrían
debilitar sobremanera al líder ruso y favorecer en la élite el debate sobre un
recambio. ¿Pero existe? ¿Y con qué plan?
Pese a sus enormes diferencias
políticas, estratégicas e históricas, se ha evocado estos días la catastrófica guerra
ruso-japonesa de 1904-1905, que dejó
herido de muerte al régimen zarista. Por entonces, la opción revolucionaria,
aunque dibujada, distaba de ser inevitable. Ahora, Occidente teme un escenario
de vacío de poder o de caos en Rusia. La solución bonapartista no parece haber
ganado enteros tras el lamentable papel de las fuerzas armadas en Ucrania. Un
estallido revolucionario o de resurgimiento comunista parece muy improbable, si
tenemos en cuenta que el PC oficial ha apoyado la guerra, aunque un sector más
izquierdista se ha opuesto claramente en la calle. Una deriva ultranacionalista
y aún más reaccionaria que la personificada por Putin no es descartable, pero
con una estrategia distinta, más replegada sobre sí misma, dedicada a acallar
las protestas y neutralizar el malestar. Probablemente, es lo que China
favorecería, llegado al caso.
No está claro que prefiere
Occidente, porque la probabilidad de una Rusia similar a la de los primeros
años noventa es casi nula. Ese país de simpatías liberales y prácticas democráticas
nunca existió más que de fachada. Rusia no pasó de ser un gran bazar abierto al
saqueo y a la sustitución de unas élites (las comunistas) por otras (las del
capitalismo salvaje).
Así las previsiones, los estrategas
occidentales querrían evitar un Versalles-2, es decir, una repetición de lo
ocurrido con la Alemania de Weimar, el siglo pasado. Que Rusia se conformara
con salir de Ucrania con el rabo entre las piernas, pero sin humillaciones innecesarias
y peligrosas. Algo similar, mutatis mutandis, a lo ocurrido en 1991,
cuando se asistió a la voladura controlada de la URSS. El problema es cómo alcanzar
ese escenario. Aunque el riesgo de nuclear se ha minimizado en los últimos
días, no se ha descartado por completo. La opción “suicida” es improbable pero
no imposible.
NOTAS
(1) “Ukraine changes weapons wish list after Kyiv
terrorism attacks”. JACK DETSCH. FOREIGN POLICY, 10 de octubre.
(2) “Russia’s elites are starting to admit the
possibility of defeat”. TATIANA STANOVAYA. CARNEGIE, 3 de octubre.
(3) “Blunt criticism of Russian Army signals new
challenge for Putin”. NEW YORK TIMES, 6 de octubre.
(4) “Sergei Surovikoin, the ‘General Armageddon’, now
in charge of Russia’s war”. THE GUARDIAN, 11 de octubre.
(5) “Putin confronted by insiders over Ukrainian war,
U.S. intelligence officials finds. WASHINGTON POST, 7 de octubre.