21 de junio de 2012
Egipto
es una República desde hace sesenta años. Los militares derribaron una Corona
que se había hecho impopular, inservible y extemporánea. Pero antes que las
Fuerzas Armadas pusieran al rey Farouk en el camino del exilio, los devotos
Hermanos Musulmanes ya habían socavado la legitimidad del régimen monárquico.
Obviamente, los militares nunca les reconocieron ese mérito. Al contrario: los
pusieron bajo la lupa y los decapitaron políticamente en 1954, cuando
consiguieron construir una justificación suficiente: un supuesto y más que
improbable complot para asesinar al coronel Nasser. Los líderes de la cofradía
fueron liquidados, encarcelados, torturados y perseguidos. Para ellos comenzó
la era del 'takfir': el 'martirio'.
Luego
vinieron mejores tiempos; o más bien,
menos atroces. La cofradía fundada por Hasan el Banna en 1928 se mantuvo en la
clandestinidad, en la sombra o en la tolerancia vigilada y supo esperar su
momento, mientras se hacía fuerte a base de proporcionar a muchos egipcios lo
que el régimen no les daba: servicios sociales y ayuda muy variadas para
aliviar la vida cotidiana.
Ahora,
cuando están a punto de enterrar al tercer presidente-general, los HM parecen
decididos a que no haya un cuarto, más disfrazado y vergonzante que los
anteriores, pero uno más del cuarto más exclusivo de banderas, al fin y al cabo.
Muerto
ya, o vivo artificialmente, (el desenlace puede ser cuestión de horas o de
meses), el ciclo Mubarak se ha cerrado. Una revolución palaciega dio inicio a
la dinastía y una revolución popular creyó haberla acabado. Pero las Fuerzas
Armadas se resisten a que esa sea la conclusión de la película. Se ha diseñado
un Brumario en el vergel asediado del Delta.
EL
DISEÑO MILITAR
Los
militares aceptaron de mala gana el incómodo 'proceso revolucionario'.
Conscientes de que no podían aplastarlo del todo, por temor a la reacción de
Washington, optaron por poner reiteradamente obstáculos, forzar posiciones
radicales que pudieran justificar actuaciones más contundentes y pactar con los
que más le preocupaban para neutralizar el alcance de los cambios. Esos socios
eran, naturalmente, los Hermanos Musulmanes, y no los portavoces juveniles de
las manifestaciones de la Plaza Tahrir.
La
conglomeración piadosa jugó al caliente y al frío con los militares, a
sabiendas de que se trataba de eso para consolidar su base de poder, construir
su legitimidad internacional y deshacerse, de paso, de rivales incómodos en la
marea del malestar revolucionario.
Las
elecciones fueron el momento culminante. En las legislativas obtuvieron un
resonante éxito, que apenas compartieron con los salafistas que
amenazaban desbordarlos con sus proclamas islámicas mucho más radicales y menos
pactistas. Los militares no se
conformaron con lo que Washington les soplaron a la oreja: la conveniencia de
entenderse con los Hermanos. Los uniformados exploraron al máximo el miedo de
los sectores laicos y más dinámicos de la sociedad egipcia para apañar un
calendario pseudolegal que los alejara del poder político.
En
un clima de confusión inenarrable, de amenaza persistente de estallidos
violentos, de miedo al golpe sangriento, el Directorio de las Fuerzas Armadas
optó por 'golpe blando'. Todo ha estado
calculado al detalle. Esperaron al último recurso electoral, por si la siembra
del miedo y el lógico deseo de estabilidad hubiera germinado en una victoria de
'su' candidato, el último primer ministro de Mubarak, como él también Jefe en
su día de la Fuerza Área, y representante del orden anterior transmudado en
candidato de la eficacia.
De
momento, los cálculos no han fluido. A
Shafik le habrían faltado, según la mayoría de las fuentes, un millón de votos
para acabar con el discurso de los Hermanos Musulmanes. Mohamed Morsi, el
candidato oficial de la cofradía, después de un inicio de campaña muy
vacilante, por el empuje y el prestigio de un rival disidente, se habría hecho
con el 52% de los votos, según la mayoría de los escrutinios conocidos en la
noche del lunes, poco antes de la noticia del estado terminal de salud del
derrocado 'raïs'. El problema es que Shafik no lo reconoce y considera que el
vencedor es él. A la hora de escribir estas líneas, la Comisión electoral ha
aplazado la publicación de los datos finales. Lo que no contribuirá a normalizar
la situación.
Seguramente
previendo todo esto, la cúspide militar se anticipó a los datos oficiales para
anunciar su decisión de reforzar su control sobre el proceso revolucionario.
Dígase bien 'reforzar', porque el control no lo han perdido su nunca: tan sólo
han relajado oportunamente las riendas para aplacar a internos y externos. El Consejo Supremo de las Fuerzas
Armadas disuelve definitivamente el Parlamento, después de que un sospechoso
Tribunal Supremo ya hubiera pronunciado un veredicto de nulidad parcial por
supuestas irregularidades sobre las que no se han aportado pruebas merecedoras
de tal nombre. En consecuencia, invalida la Comisión parlamentaria que había sido
designada para redactar la nueva constitución, y se arroga directamente esa
competencia, que encargará a un órgano cuyos miembros seleccionarán los propios
militares. En tercer lugar, ya avisan al futuro presidente (con independencia
de su identidad) que se reservan el nombramiento de Ministro de Defensa y el
veto sobre importantes porciones del presupuesto, en realidad todos aquellos
que afectan a los militares. O sea, en Egipto, casi todas. Y una cosa más: cabe
suponer que los poderes presidenciales consagrados en la futura Constitución resultarán
bastante limitados. Para evitar sorpresas.
EL
DOBLE JUEGO ISLAMISTA Y LA PASIVIDAD OCCIDENTAL
No
es extraño que los Hermanos Musulmanes hablen de 'golpe de Estado encubierto'.
Y que ese diagnóstico sea compartido por otros sectores críticos. Pero la gran
paradoja de Egipto es que los egipcios que política, anímicamente o
culturalmente más aprecian o desean la democracia son los más renuentes a
afrontar todas sus consecuencias. No es criticable del todo esta posición.
Estos sectores temen que una dictadura político-moral sustituya a una de orden
político-militar. Puestos a elegir, muchos (aunque no es una posición unánime)
prefieren soportar a los militares, porque consideran que son más presionables
por Washington. Y por la calle, puede decirse hasta cierto punto, en la medida
en que los Hermanos Musulmanes pueden alardear de una legitimidad popular de la
que carecen estos militares, mitad cínicos, mitad tramposos.
Dicho
todo lo cual, este poder fáctico que son las Fuerzas Armadas ha contado con el
apoyo involuntario de su cuasi-vecina Siria. Por comparación, el escamoteo
militar de derechos y libertades en Egipto parece cosa menor frente al baño de
sangre y las perspectivas de ciclo interminable de odio y violencia. Occidente
tiene puesto el foco en Siria y prefiere conformarse con lo que ocurra en
Egipto, porque ya se sabe que en el país del Nilo, los desbordamientos son
controlados. THE NEW YORK TIMES reprochaba estos días a sus gobiernos
respectivos su responsabilidad en la deriva autoritaria en Egipto. El diario
neoyorquino lamentaba en concreto que la administración Obama hubiera reanudad
la ayuda militar (1300 millones de dólares) sin garantía del respeto castrense
al proceso democrático. El periódico francés LE MONDE, por su parte, consagraba
alguno de sus artículos de fondo a esclarecer los contactos y pasarelas más que
discretas entre militares e islamistas, lo que tiende a fomentar la idea de
que, en el fondo, gobierne quien gobierne, estas dos instancias del poder en
Egipto podrán escenificar públicamente un pulso a cara de perro, pero, por
debajo de la mesa, intercambiaran cartas y favores, en un auténtico 'juego de
tronos'.