EL NACIONALISMO POPULISTA O IDENTITARIO EN EUROPA DESPUÉS DE TRUMP

 27 de enero de 2021

La derrota y despedida de Trump puede marcar, en opinión de algunos analistas, el inicio de la decadencia de los partidos nacionalpopulistas o nacional-identitarios en el próximo año y medio, en Europa. En este periodo se celebrarán elecciones en Holanda, Alemania, Italia (aquí, en breve, si no resuelve la nueva crisis de gobierno), Francia, Chequia, Hungría, Bulgaria y Chipre), sin contar con otras citas inesperadas. Las primeras cuatro citas son claves, como en 2017, para definir el futuro de estas fuerzas, cuya influencia no reside en mayorías parlamentarias, sino en su capacidad para contaminar el discurso político general.

Parte de la debilidad de sus posiciones se debe a la incapacidad reiterada para formar un frente común, a pesar de los esforzados intentos de sus líderes más lúcidos o ambiciosos. Se han hecho avances en la convergencia de estrategias, pero no han logrado la unidad total.

LA ESQUIVA UNIDAD

Los partidos nacionalistas en sus distintas acepciones, nacional-populistas o nacional-identitarios (1), no han forjado un frente compacto ni tienen un programa común o coordinado. Prueba de ello es que ni siquiera han podido constituir un grupo único en el Parlamento europeo, aunque hayan avanzado con respecto a legislaturas anteriores en la convergencia de sus esfuerzos políticos. En la actualidad, hay dos grupos de nacionalistas populistas o identitarios.

En el más numeroso e influyente (por la importancia de los países de los que proceden) es Identidad y Democracia, formado por once partidos, ya muy conocidos y relevantes como la Lega (Italia), de Mateo Salvini; el Rassemblement National (Francia), de Marine Le Pen; la Alternative für Deutschland germana; y el Partij voor de Vrijheid (PVV) o Partido por la Libertad, de Holanda. Otros arrastran una dilatada y profunda implantación en sus países,  como el Partido por la Libertad (Austria), el Vlaams Belang (VB) o Interés Flamenco (Bélgica), el Partido del Pueblo danés y el PERUS (acrónimo de los llamados "verdaderos finlandeses". Este grupo lo completan Libertad y democracia directa, SPD, de Chequia, y el Partido Popular Conservador estonio (EKRE). 

Los anteriores partidos comparten discursos y programas centrados en el rechazo de la inmigración, la combatividad frente a lo que consideran desafío cultural y amenaza contra la identidad nacional por parte de cultos y tradiciones ajenos a sus valores cristianos y el repudio a la globalización impuesta por las élites socio-económicas y políticas que han marginado a gran parte de la población autóctona.

Con estos planteamientos están básicamente de acuerdos otros partidos nacionalistas identitarios y populistas encuadrados en otro grupo del PE, el  Conservador y Reformista (mucho de lo primero y muy poco de lo segundo). Sin embargo, y contrariamente a los anteriores, éstos mantienen una posición mucho más tradicionalistas en cuanto a las costumbres socio-morales.

Otro factor de fractura entre ambos grupos es la relación con Moscú. Algunos partidos del grupo Identidad y Democracia mantienen relaciones más que fluidas con el Kremlin y, en algunos casos, según algunas investigaciones, son beneficiarios de su generosa financiación. Por el contrario, los nacional-identitarios conservadores consideran a Rusia su principal enemigo geopolítico. Es el caso, sobre todo, de los polacos de Ley y Justicia, partido que gobierna en su país con pretensión hegemónica. Las ambiguas relaciones de Trump con Putin dificultaron el diálogo entre la Casa Blanca y Varsovia en los últimos años. Los polacos sólo eran superados en este grupo por los tories, hasta el abandono británico de la UE.

El segundo partido en importancia es el Nieuw-Vlaamse Alliantie (NVA) o Alianza del Nuevo Flandes, el más votado de Bélgica. Nacionalista conservador, ha radicalizado su mensaje xenófobo para no perder el electorado nacionalista a favor de una formación flamenca más radical, el Vlaams Belang. Pero eso le ha aislado del resto de partidos, que han forjado una coalición heterogénea a modo de cordón sanitario. También son importantes en su país los Demócratas de Suecia, que han ido incrementando su representación hasta alcanzar cerca del 20%, forzando a socialistas y conservadores a una gran coalición al estilo alemán.

Otros partidos menores en este grupo son los Fratelli d’Italia, herederos de la tradición neoascista con rostro amable; el Partido Cívico Democrático de Chequia (cuyo fundador, Vaclav Klaus, se confesaba admirador de Margaret Thatcher); los holandeses Respuesta justa (exForo Democrático) y los calvinistas del Partido Reformado; Solidarna Polska (Polonia), PNTCD (Partido nacionalista cristiano de Rumanía), Solución griega, la Organización del Movimiento nacional revolucionario, VRMO (Bulgaria), Nacionala Apvieniba (Alianza Nacional, de Letonia), Sloboda i Solidarita (Libertad y Solidaridad, de Eslovaquia), Hrvatska Konzervativa Stranska (Partido conservador de Croacia) y, finalmente, LLRA, un partido lituano de la minoría polaca. Aqui se ha encuadrado VOX, sobradamente conocido para nosotros.

LA FUERZA ES EL MENSAJE, NO LA MAYORÍA

Además de estos dos grupos, algunas formaciones nacionalistas han sido acogidas por los dos grandes grupos políticos del centro y la derecha europeos. El Grupo Popular sigue aceptando la presencia en sus filas del húngaro FIDESZ (Alianza de Jóvenes demócratas), pese a su evidente deriva autoritaria. A pesar de las sanciones, advertencias y controversias continuas (la última por las condiciones de salud democrática para acceder a los fondos de recuperación económica), el partido de Viktor Orban garantiza la mayoría del grupo popular en la Eurocámara y su proyecto de “democracia iliberal” no constituye un obstáculo insalvable de cooperación.

Menos polémica es la convivencia con la Unión Democrática de Croacia (HDZ), el viejo partido de Franjo Tudjman, que rompió con la Yugoslavia post-Tito y contribuyó notablemente al drama nacional en los primeros años noventa. Se ha hecho un hueco en la familiar popular,  pero su nacionalismo sigue siendo irrenunciable, aunque haya templado su discurso. Algo parecido ocurre con Obyčajní Ľudia o Gente Común (Eslovaquia). Tiene un perfil moderado, lo que le permite aliarse con democristianos y liberales, pese a su carácter populista o identitario.

En el Grupo Liberal ha encontrado acomodo la Alianza de Ciudadanos insatisfechos  (ANO), de Chequia, cuyo líder, Andrej Babis es un empresario millonario que construyó su carrera a imagen de Berlusconi y luego, tras el triunfo de Trump en las elecciones norteamericanas, se mostró cercano al magnate neoyorquino. Ahora se muestra más liberal y menos nacionalista. Pero sobre todo es pragmático. Mantiene una coalición de gobierno con el partido socialdemócrata (SMER), en el que también hay una fuerte corriente populista.

En cambio, el italiano Movimento 5 stelle (M5S) no se ha integrado en ninguno de los dos bloques descritos y se ha quedado en el grupo de No inscritos. Su origen populista, pero en puridad no nacionalista le ha alejado de formaciones que han hecho de la identidad su principal referencia ideológica. Tras una desgraciada colaboración con la Lega, cambió de orientación y llegó a un acuerdo de gobierno con el centro izquierda. Ahora tiene de nuevo la  llave para resolver la crisis política en curso.

El MS5 está acompañado por formaciones nacionalistas en proceso de mutación. El caso más destacado es el de JOBBIK (Movimiento por una Hungría mejor). Fue un partido claramente ultra derechista, tributario de la herencia de Horthy, el mariscal amigo de los nazis durante la II Guerra Mundial. Recientemente, un sector del partido ha adoptado una ideología liberal, mientras los tradicionales se han atrincherado en las posiciones radicales. Los eurodiputados de JOBBIK personifican esta escisión: uno permanece en los No inscritos, mientras el perteneciente al sector renovador se ha integrado en el grupo liberal.

Hay otros dos grupos neonazis con presencia parlamentaria actual o reciente. Kotleba, nombre del líder por el que se conoce a Ľudová strana – Naše Slovensko (LSNS) o Partido del Pueblo-Nuestra Eslovaquia, heredero del Padre Josef Tiszo, otro seguidor de Hitler en la primera mitad de los cuarenta; y Renacer dorado se quedó fuera del Parlamento griego en 2019, tras haber logrado en torno a la veintena de diputados en los cuatro comicios anteriores. 

Esta complicada constelación de partidos nacionalistas radicales de corte conservador no será fácil de absorber en poco tiempo. Han arraigado en la sociedad, han colonizado los mensajes políticos de una derecha oportunista e hipócrita (que los condena pero colabora con ellos) y han arrebatado parte de su base social al centro-izquierda social-demócrata, sumido aún en una profunda crisis programática y de credibilidad.

Los líderes identitarios europeos se han desmarcado del trumpismo tras el asalto al Congreso (2), pero mantienen sus corpus doctrinales y su estrategias políticas, máxime en este momento de creciente malestar social por las consecuencias de la pandemia. Por otro lado, como ellos mismos dicen, el nacionalismo no lo inventó Trump: más bien se apuntó a una corriente que ha tenido en Europa uno de sus principales polos de atracción planetaria.

 

NOTAS

(1) El politólogo francés Anaïs Voy-Gillis prefiere emplear el término nacional-identitarios para definir a estos grupos, como explica en su obra L’Union européenne a l’épreuve des nationalismes (Éditions du Rocher, 2020), no traducida aún en España.

(2) “European populists who looked to Trump now look away“. STEVEN ERLANGER. THE NEW YORK TIMES, 13 de enero.

LA ERA DE LA INCERTIDUMBRE

21 de enero de 2021

Bajo un estado de máxima vigilancia, Joseph Biden ha tomado posesión del cargo de 46º presidente de Estados Unidos. Unidad, verdad, respeto y generosidad fueron los valores que articularon el mensaje inaugural a una ciudadanía sobrecogida. Un discurso grave y solemne pero compensado con el optimismo tradicional de una nación que se proclama indispensable, convencida de que siempre saldrá adelante por pavorosas que sean las dificultades, con la ayuda de Dios. Invocación a la democracia, frágil pero que ha vuelto a prevalecer a pesar de las amenazas que la acechan.

Más allá de la grandilocuencia, de la emotividad del momento y el alivio por el final de la pesadilla Trump (gran ausente de la ceremonia por decisión propia), el nuevo presidente no ha dejado pasar un solo día para enviar un claro mensaje de cambio de rumbo.  

Biden ha firmado un primer paquete de 17 órdenes ejecutivas y declaraciones presidenciales que revierten algunos de los desmanes de su antecesor, estructuradas en cinco paquetes: sanidad (medidas de urgencia para afrontar el COVID), inmigración (paralización del muro en la frontera sur, anulación de la deportación de menores,  cancelación de la espera obligatoria de los centroamericanos en México, eliminación de los vetos de entrada a ciudadanos de países musulmanes), igualdad (directivas contra la discriminación racial),  ecología (reincorporación al Acuerdo de París sobre el cambio climático, revocación del permiso de construcción del oleoducto Keystone XL ) y social (suspensión de desahucios y ejecución de hipotecas, moratoria en el pago de préstamos estudiantiles, etc).Decisiones concretas y de impacto relativamente rápido para generar confianza (1). Pero la incertidumbre reinante no desaparecerá de la noche a la mañana.

LAS TURBULENCIAS INTERIORES

En el frente interno, los desafíos son enormes y las bazas para afrontarlos no parecen del todo sólidas. Estados Unidos vive estas semanas bajo el shock del 6 de enero (comparado ya con el 11S o el 7-D). Por mucho que los distintos agentes del sistema (políticos, mediáticos y sociales) traten de invocar la capacidad de la nación para sobreponerse a todos los momentos difíciles, la fractura es enorme. La sombra de la violencia acecha.

Los sectores conservadores tradicionales, avergonzados,  pueden rechazar el asalto al Congreso, pero una buena parte, no inferior al 50%, si no más (según qué encuestas se citen), sigue pensando, sin fundamento alguno, que hubo fraude en las elecciones de noviembre. La mayoría entona estos días el Good riddance (¡hasta nunca!) a Trump, pero no olvida que 70 millones de electores lo respaldaron aún después de haber contribuido con su inepcia y su arrogancia a que el COVID haya matado a 400.000 ciudadanos, degradado la dimensión moral del país, situado a EEUU por debajo de China en la consideración internacional y debilitado notablemente su influencia en el mundo. 

CAUTELA Y DEBILIDAD DE EUROPA

El resto del mundo aguarda a la nueva administración con una mezcla de esperanza e inquietud (2). En Europa se teme que Biden sea consumido por unos problemas domésticos tan  abrumadores. El America first puede dejar de ser la consigna en Washington, pero nadie espera que EE.UU. se limite a ser un primus inter pares y, por muy buena voluntad que se le atribuya a Biden, que despliegue una diplomacia generosa sin contrapartidas (3). La protección a bajo coste se ha esfumado para siempre. Hay que reinventar el vínculo atlántico (4).

Prueba de esta desconfianza europea ha sido el acuerdo sobre inversiones con China, suscrito el penúltimo día de 2020, tras siete años de negociaciones. Momento que se antojaba inoportuno. El Consejero de Seguridad de Biden, Jake Sullivan, había pedido a los europeos que esperaran a que se instalara la nueva administración para coordinar la política hacia China, pero no se le escuchó. Primer tropiezo que ha generado malestar. En algunas capitales europeas, paradójicamente, también se considera que ha habido apresuramiento (5).

La debilidad europea transpira con fuerza. Las mutaciones del virus se suceden, el  proceso de vacunación parece vacilante, el dilema entre seguridad sanitaria y actividad económica y/o social se agudiza, las tensiones entre las administraciones centrales y locales aumenta y la depresión ciudadana no deja de crecer. Por si no fuera poco, la UE afronta un nuevo ciclo electoral en estado depresivo.

- En Alemania se vota a comienzos del otoño, ya sin Merkel como referencia totémica. La CDU ha designado al jefe del gobierno de Renania-Westfalia, Armin Laschet, como nuevo líder del partido, en un esfuerzo por garantizar la continuidad centrista y pactista. Pero ni siquiera hay seguridad de que él sea el candidato a la cancillería. El líder de la CSU bávara, Marcus Söder, derechista y menos conciliador, aparece mejor situado en los sondeos. Con el cierre de colegios, restaurantes, bares y centros culturales hasta mediados de febrero, el ánimo social es cada vez más sombrío (6). Nadie se acuerda de los éxitos iniciales ante el COVID.

-  En Italia, el primer ministro Conte ha superado in extremis una moción de confianza, tras la defección de Mateo Renzi, que dejó hace unos meses su militancia en el PDI para crear una fracción denominada Italia Viva, alineada en Europa no con los socialdemócratas, sino con los liberales. El gambito macrónico del exjefe de gobierno puede propiciar el regreso de la derecha al Palacio Chiggi y devolver el control de Interior a su homónimo Salvini, después de haberlo desalojado, en 2018, tras un audaz entendimiento con el populista M5S. Una muestra más de la locura política italiana, donde los gobiernos duran, como media, apenas un año (7).

 - En Holanda, una falsa acusación oficial de fraude fiscal a 20.000 familias ha obligado a dimitir al gobierno de coalición de centro-derecha (8). En realidad, las elecciones se adelantarán sólo dos meses y no parece que la actual fórmula de gobierno tenga muchos problemas para asegurarse la continuidad.

 - En Francia, las elecciones presidenciales y legislativas serán en 2022, pero este año previo se promete agitado, como siempre, pero más. Macron ha visto como el quinquenato se le consume entre protestas sociales, incomprensión y aislamiento exterior y desafección en sus filas, apresuradamente organizadas al calor del poder y deshilachadas ahora que se acumulan las vacas flacas. La pandemia está causando estragos políticos, aparte de los sanitarios.

LOS RIVALES TOMAN POSICIONES

China alardea de recuperación económica tras el COVID (crecimiento previsto en torno al 8% este año), en contraste con la depresión que domina al resto del mundo, atrapado aún, y por mucho tiempo, en las oscilaciones de la pandemia. El antiguo “imperio del medio” se prepara para celebrar el centenario del Partido Comunista en plena campaña de reforzamiento del control sobre todos los dominios de la sociedad y la economía y con el claro horizonte de confirmar su hegemonía mundial cuando se alcance la siguiente efemérides: los cien años de la República Popular, en 2049. La consigna del momento es el salto tecnológico y científico (9).

En Rusia, la justicia encarcela a Navalny, el opositor faro, más apreciado en Occidente y en algunos barrios acomodados de Moscú que en la Rusia profunda. Putin aguarda vientos gélidos de Washington, con la sensación de que ha extraído poco provecho de su aparente entendimiento con el presidente hotelero. Colaboradores de Obama ofrecen recetas para un nuevo tiempo con la potencias euroasiática, a la que no se debe subestimar, aconsejan. (10)

El Irán de los ayatollahs respondió a la espantada de Trump acelerando su programa nuclear. Ha enriquecido uranio doce veces por encima del límite estipulado en el acuerdo internacional (JCPOA). Mantiene el desafío hasta comprobar si el nuevo presidente regresa a la concordia y levanta las sanciones, pero también para tener más bazas en caso de que la Casa Blanca quiera revisar lo pactado, como recomiendan veteranos de la anterior administración demócrata (11), y abordar el espinoso asunto de los nuevos misiles iraníes.

 Los israelíes, que volverán a las urnas en primavera, después de tres intentos fallidos por asentar un gobierno estable, afinan sus planes militares, sabedores de que en la Casa Blanca no van a tener un valedor tan servicial. El nuevo sendero de entendimiento con las monarquías árabes se afianzará por canales visibles y secretos, por lo que pueda ser de utilidad en su lucha existencial contra la teocracia persa.

Estados Unidos, en definitiva, ya no es el mismo. Ni el mundo, tampoco.


NOTAS

(1) “On day 1, Biden moves to undo Trump’s legacy”. MICHAEL SHEAR. THE NEW YORK TIMES, 20 de enero.

(2) “What to expect in Biden’s first 100 days in Foreign Policy”. FOREIGN POLICY, 19 de enero.

(3) “Europa ha dejado de confiar en Estados Unidos”. Encuesta del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, publicada por LA VANGUARDIA y otros medios europeos, 20 de enero.

(4) “How to kick-start a new Trans-Atlantic era”. Entrevista con José Borrell. FOREIGN POLICY, 10 de diciembre.               

(5) “The ackward timing of Europa’s deal with China”. ISAHAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 6 de enero; “China’s challenge year in Europe”. CENTER FOR STRATEGIC AND INTERNATIONAL STUDIES;  “La Chine tisse sa toile commerciales à travers le monde”. JULIEN BOISSOU. LE MONDE, 17 de enero ( ).

(6) “Getrieben von der mutante: Das sind die corona-regeln”. FRANKFURTER ALLGEIMEINE ZEITUNG, 19 de enero.

(7) “Crisi di goberno: 66 esecutivi in 75 anni. Quanto ci costa l’inestabilità política”. MILENA GABANELLI. CORRIERE DE LA SERA, 19 de junio.

(8) “Dutch government resigns over child benefits scandal”. THE GUARDIAN, 15 de enero.

(9) “La Chine, bulldozer de la croissance mondial. L’empire du Milieu accélère” (Serie de cinco artículos sobre el poderío económico y tecnológico chino). LE MONDE, 12-16 de enero.

(10) “How to contain Putin’s Russia. A strategy for countering a rising reviosionist power”. MICHAEL MCFAUL [embajador en Moscú con Obama]. FOREIGN AFFAIRS, 19 de enero.

(11) “Biden doesn’t need to rush back into the Iran nuclear deal to defuse tensions”. DENIS ROSS. THE WASHINGTON POST, 19 de enero.

ESTADOS UNIDOS: EL TEATRO DEL IMPEACHMENT

 14 de enero de 2021

La Cámara de Representantes de Estados Unidos ha iniciado el proceso de destitución (impeachment) del Presidente por 232 votos a favor y 197 en contra. Diez republicanos se unieron a la mayoría demócrata. El acta de acusación tiene un solo artículo: incitación a la sedición, por haber alentado a sus partidarios a la actuación que condujo al asalto al Congreso, el 6 de enero. Es la primera vez que un presidente es sometido a este procedimiento dos veces.

Desde hace una semana, Washington vive una suerte de función teatral o happening político con juego de máscaras de carnaval y transfuguismo exprés. La presidenta demócrata de la Cámara, Nancy Pelosi, intentó que la liquidación política inmediata del “desmandado” Trump la asumiera el vicepresidente Pence, basándose en la 25ª enmienda constitucional, que le habilita a plantear la destitución del Presidente por incapacitación física o mental. Era una forma ágil y menos arriesgada. Pero Pence escurrió el bulto, con cierta lógica, porque no era sencillo de demostrar tal condición cuando durante cuatro años el peculiar presidente se ha desempeñado conforme a la misma lógica de realidad paralela y bizarras actuaciones.

Descartada la vía rápida, se produjo el debate exprés en la cámara baja del legislativo, donde empezó a manifestarse la prisa de algunos republicanos por alejarse de Trump después de cuatro años de sometimiento más o menos voluntario. Algunos leales se mantuvieron en su línea, otros afearon la conducta de su supuesto líder político pero sólo diez se unieron a los demócratas en el apoyo del impeachment.

La cuestión debe dirimirse en el Senado. Pero como no hay tiempo y ni siquiera los republicanos más enfadados con Trump quieren otorgar esta victoria póstuma a sus rivales demócratas, el veredicto se producirá después de que se haya producido el cambio en la Casa Blanca. Algunos demócratas querían que la destitución fuera inmediata para prevenir que un resentido Trump pueda hacer algún estropicio (interno o externo) antes de dejar el cargo. De hecho, el Departamento de Estado del fiel Pompeo ha incluido a Cuba y a los houthies (chiíes) que controlan parte de Yemen como patrocinadores del terrorismo. ¿Ordenará Trump un ataque contra Irán? ¿Qué harían los militares? Otros se temen más amnistías o perdones presidenciales, incluyendo a sí mismo (aunque es dudoso que fuera una medida legal).

El líder de la saliente mayoría republicana en el Senado, el sibilino McConnell, ha dejado saber que está harto de Trump (a buenas horas), pero ha combinado razones y excusas para dejar enfriar esta patata caliente y derivar al nuevo Senado la responsabilidad del veredicto. En términos prácticos, no sería un impeachment, porque el sancionado no será ya presidente. Se tratará de una sanción a posteriori o, si sale adelante lo que algunos pretenden, una provisión adicional que impida a Trump optar de nuevo al cargo (1).

Con el triunfo de los dos demócratas en Georgia, en el Senado hay una situación de empate (50 a 50). Aunque la vicepresidenta electa, Kamala Harris, en su calidad de presidenta de la Cámara, asegura la mayoría simple demócrata, para sacar adelante la destitución se necesitan los 2/3 de los votos; es decir, que al menos 17 senadores republicanos tendrían que apoyarlo ese “impeachment” retroactivo.

Todo esto tiene más que ver con el teatro político y el clima emocional tras el asalto al Capitolio que con la racionalidad exigible en tiempos de crisis. No es aventurado afirmar que la suerte política venidera del magnate neoyorquino no reside en el Capitolio, sino en la fiscalía que investiga sus opacos y sospechosos negocios. Pero la política exige su protagonismo en este momento. En el Senado se dibujan varias líneas de pensamiento/posicionamiento, a saber:

- Los que defienden que Trump se merece la sanción, aunque sea a título simbólico o retroactivo, para hacer justicia, y que su comportamiento de incitación a la violencia y la sedición no quede impune. Esta posición la defienden la gran mayoría de los demócratas; los situados más a la izquierda sostienen que deben adoptarse medidas adicionales para impedirle su regreso a la política activa (2).

- Los que admiten que hay que inhabilitarlo, para cerrarle la posibilidad de una nueva carrera electoral en 2024, pero estiman que podría hacerse de una manera más natural, sin este procedimiento forzado. Aquí se alinean demócratas conservadores y republicanos moderados. Los republicanos templados, aunque se han ido mostrando más favorables al impeachment a medida que pasaban los días, preferían que la cuestión se saldase con una declaración política de condena y, de paso, se olvidase cuanto antes el apoyo y la complacencia con la que han tratado a Trump estos años;

- Los que creen que hay que olvidarse de Trump para no robar interés público al inicio del mandato de Biden y clarear el ambiente político en las semanas inaugurales. Es la posición sobre todo de los demócratas más involucrados con la nueva administración, que insisten en que se focalice el esfuerzo en respaldar al nuevo presidente, para empezar poniendo toda la energía en la confirmación de los altos cargos que la Casa Blanca someta al Senado. 

- Y, finalmente, los que se oponen a cualquier medida sancionadora por considerarla revanchista. Son los republicanos más fieles al presidente saliente, que algunos quedan.

En este debate hay un hedor a oportunismo e hipocresía. Tras años de complicidad, pasividad o utilitarismo, ahora se escuchan voces de indignación y proclamas de protección de la Constitución y los valores americanos. Es de una grosería política notable que se hayan percibido los riesgos cuando los amenazados han sido los integrantes de la élite política. La mayoría de los republicanos y los demócratas más conservadores no expresaron su alarma durante el pasado verano, cuando se produjo un despliegue militarista en las calles de muchas ciudades americanas, para acallar a los manifestantes contra los abusos policiales, o ante las exhibiciones de fuerza ultraderechista a lo largo del mandato de Trump. Cori Bush, primera afroamericana elegida para la Cámara baja por Misuri, ha firmado un elocuente artículo (3).

Se contemplan los problemas como resultado de actuaciones personales inadecuadas o claramente inmorales, pero es persistente y férrea la resistencia a explorar razones estructurales o de más profundidad. Políticos y líderes de opinión creen que con librarse de Trump y esperar a que la “decencia” de Biden restablezca el sentido común y  un clima social más amable será suficiente. En las apariciones públicas del presidente electo o de sus colaboradores y aliados se percibe cierta ansiedad o malestar ante las exigencias de los más demócratas más críticos.

En el círculo de Biden se admite que hay que reducir las desigualdades, mejorar la vida de la clase media, recuperar un cierta progresividad fiscal, recuperar algunos programas sociales y ampliarlos, siempre sin aumentar demasiado la presión sobre las cuentas públicas. Pero se percibe poca ambición, mucha cautela y la sempiterna búsqueda de consenso con los republicanos, pese a los ejemplos de desdén de estos hacia las administraciones demócratas (Clinton y con Obama). La superación del COVID con la aceleración de la campaña de vacunación, el refuerzo (más circunstancial que estructural) del sistema sanitario y los típicos programas de estímulo para recuperar el pulso económico dejarán poco tiempo y muy escasa energía para abordar los problemas de fondo.


NOTAS

(1) “Can the Senate hold an impeachment after a President leaves office? The Constitution does nor forbid it, but it is an uncharted territory”. THE ECONOMIST,  12 de enero; “Democrats are determined to pressure Biden to investigate Trump. THE NEW YORK TIMES, 9 de enero. 

(2) “Here’s how a 14th amendment strategy could bar Trump from ever holding office again”. JOHN NICHOLS. THE NATION, 12 de enero.

(3) “This is the America that Black people know”. CORI BUSH. THE WASHINGTON POST, 10 de enero.

LA DISTOPÍA DE TRUMP Y SUS CÓMPLICES ACABA EN ESPERPENTO DELICTIVO

 7 de enero de 2021

El asalto al Capitolio representa la culminación del periodo más oscuro de la historia norteamericana desde la guerra de secesión (1860-1865). Ni siquiera el episodio del Watergate llegó a desnudar de forma tan visible las carencias, fracturas e inconsistencias del sistema político. El bochornoso espectáculo del 6 de enero en el edificio más emblemático de la democracia americana no es responsabilidad de un solo hombre, aunque sea el máximo dirigente del país, ni siquiera de su equipo más recalcitrante: la vergüenza arrastra a casi todo el liderazgo del partido republicano, cooperador necesario en el desastre.

A la reparación del daño, interno y externo, acumulado durante estos años, se añade ahora el esclarecimiento de los hechos que han ofrecido de Estados Unidos una imagen propia de una república bananera. Algunas incógnitas debe ser despejadas de inmediato.

a) ¿Por qué el servicio de seguridad del Capitolio fue tan endeble, cuando se sabía desde hacía días que los seguidores de Trump viajaban hacia Washington para alterar el normal funcionamiento de una sesión casi protocolaria en el Congreso?

b) ¿Por qué no se había prevenido a la Guardia Nacional, lo que hubiera evitado la demora de tres horas en su movilización, después de consumada la invasión del legislativo?

c) ¿Por qué no hubo un pronunciamiento de los líderes del Congreso asediado, tras ser evacuados del plenario donde procedían a la proclamación oficial de los resultados electorales del 3 de noviembre?

Más allá de estas cuestiones puntuales, el día resultó una desgracia en cuanto a las respuestas políticas inmediatas.

1) El ocupante de la Casa Blanca, lejos de condenar, siquiera de lamentar lo que estaba ocurriendo, se limitó a repetir sus cantinela de otras ocasiones en las que esta amalgama de seguidores ultraderechistas, supremacistas, racistas o simplemente alborotadores desclasados ha actuado: pedirles que se abstuvieran de actos violentos. Como si propio comportamiento no fuera, de por sí, un ejercicio integral de violencia. La hipocresía del fraudulento presidente se puso de nuevo de manifiesto con el descaro habitual.

2) El liderazgo del GOP (Great Old Party) se había distanciado de Trump, conforme decenas de jueces desestimaban las inconsistentes denuncias de fraude de Trump y sus acólitos. La desesparada llamada del inquilino de la Casa Blanca al secretario de estado (principal autoridad electoral) de Georgia, para que “encontrara 11.780 votos” a su favor y revertir así la victoria de Biden en ese estado fue la señal definitiva de alarma para algunos prominentes dirigentes republicanos. El vicepresidente Pence replicó a su jefe que, contrariamente a lo que éste sostenía en público, él no tenía autoridad para abortar la proclamación de Biden como presidente electo. El líder de la mayoría republicana en el Senado, el sibilino y destructivo McConnell, también se desmarcó por primera vez de Trump, en el típico gesto de abandonar el edificio minutos antes de desplomarse, después de haber contribuido a prenderle fuego. Aun así, un grupo nada desdeñable de representantes y senadores siguió aferrado a la teoría conspiratoria del fraude electoral y mantuvo su intención de forzar una investigación inútil y puramente obstruccionista en la sesión de Colegio electoral de ayer. Incluso después de los gravísimos incidentes de ayer, una vez reanudada la sesión y con la ciudad bajo toque de queda, algunos de esos legisladores se negaron inútilmente a validar los resultados emitidos por el Colegio Electoral, otra institución arcaica y disfuncional.

3) Biden, el presidente electo, compareció bajo las condiciones limitativas del COVID para pedir a Trump que compareciera públicamente y ordenara a sus seguidores que se retiraran. Su pretendido tono de serena firmeza dejó muchas dudas sobre la contundencia con la que actuará frente a estas hordas ultraderechistas cuando asuma el mando de la nación. El empeño “sanador” de Biden puede convertirse en pasividad, en aras de una pretendida reconciliación nacional. No pocos especialistas en el fenómeno terrorista de estos tiempos han documentado que la principal amenaza no proviene del yihadismo o de los silenciosos ataques cibernéticos de Moscú y Pekín, sino de estos grupos de ultras tolerados, alimentados, protegidos y jaleados por el trumpismo y sus cómplices locales de un partido republicano cada vez más entregado a una estrategia antidemocrática.

UN SISTEMA PERVERTIDO

Lo paradójico de toda esta farsa es que el fraude electoral es una realidad histórica y política contrastada. Pero no precisamente la que ahora pretenden hacer creer Trump y sus cómplices, acólitos o cooperadores. Los republicanos son los principales responsables de un sistema electoral que priva, obstaculiza, manipula y altera el derecho y el ejercicio de voto desde tiempos inmemoriales. Los demócratas han sido incapaces, por acción, omisión o temor, de sanear el sistema. Y los jueces del Supremo, cuando los conservadores han sido mayoría, han impedido o revertido todos los tímidos intentos por prevenir el fraude institucional.

Lo más sangrante de la jornada de ayer es que los abanderados de una supuesta protesta a favor de una limpieza electoral eran los soldados de un ejército de las tinieblas cuyos oficiales mantienen la democracia norteamericana bajo sospecha permanente, ante la indignación de unos pocos ciudadanos conscientes, la indiferencia de muchos que no esperan nada del sistema político y la resignación de una mayoría que se ha acostumbrado a vivir el cuento de la sagrada democracia americana.

El asalto al Congreso, con su galería de imágenes propias de novelas o películas  distópicas en la línea de Siete días de mayo, House of Cards o El cuento de la criada, representa un golpe más en el quebradizo prestigio del sistema americano. La cabalgada de los ultras con sus banderas confederadas y sus ridículas vestimentas por los pasillos, salas, despachos y hemiciclos equivale a una suerte de profanación política. El impacto institucional es comparable al del derribo de las Torres Gemelas. En aquella ocasión, se trató de un ataque exterior, no del todo inesperado, que la incompetencia de las agencias impido prevenir. Ahora, los agresores son ciudadanos norteamericanos, conocidos la gran mayoría, que habían anunciado su desafío con la arrogancia y la despreocupación de su protector.  

Para nosotros, los españoles, es difícil no sustraerse a la comparación con el 23-F. De alguna manera, lo de ayer en Washington es una suerte de tejerazo: el intento por impedir la proclamación de un candidato validado por los mecanismos legales e imponer una solución distinta a la sancionada por las urnas. Dos modalidades distintas pero análogas de intento de golpe de Estado o interrupción de la normalidad constitucional.

Lo ocurrido desde el 3 de noviembre sería merecedor de un nuevo impeachment presidencial. Ciertamente, ni hay voluntad política, ni el mecanismo establecido permite una actuación tan rápida. Pero si Nixon fue obligado a dimitir antes de ser humillado por el legislativo, Trump se irá anunciando su regreso y sin haber reconocido su derrota, aunque, en la resaca de la insania política de ayer, prometa ahora una entrega ordenada del poder el próximo 20 de enero.