27 de enero de 2021
La derrota y despedida de Trump puede marcar, en opinión de algunos analistas, el inicio de la decadencia de los partidos nacionalpopulistas o nacional-identitarios en el próximo año y medio, en Europa. En este periodo se celebrarán elecciones en Holanda, Alemania, Italia (aquí, en breve, si no resuelve la nueva crisis de gobierno), Francia, Chequia, Hungría, Bulgaria y Chipre), sin contar con otras citas inesperadas. Las primeras cuatro citas son claves, como en 2017, para definir el futuro de estas fuerzas, cuya influencia no reside en mayorías parlamentarias, sino en su capacidad para contaminar el discurso político general.
Parte de la debilidad de sus posiciones se debe a la incapacidad reiterada para formar un frente común, a pesar de los esforzados intentos de sus líderes más lúcidos o ambiciosos. Se han hecho avances en la convergencia de estrategias, pero no han logrado la unidad total.
LA
ESQUIVA UNIDAD
Los
partidos nacionalistas en sus distintas acepciones, nacional-populistas o
nacional-identitarios (1), no han forjado un frente compacto ni tienen un
programa común o coordinado. Prueba de ello es que ni siquiera han podido
constituir un grupo único en el Parlamento europeo, aunque hayan avanzado con respecto
a legislaturas anteriores en la convergencia de sus esfuerzos políticos. En la
actualidad, hay dos grupos de nacionalistas populistas o identitarios.
En el más numeroso e influyente (por la importancia de los países de los que proceden) es Identidad y Democracia, formado por once partidos, ya muy conocidos y relevantes como la Lega (Italia), de Mateo Salvini; el Rassemblement National (Francia), de Marine Le Pen; la Alternative für Deutschland germana; y el Partij voor de Vrijheid (PVV) o Partido por la Libertad, de Holanda. Otros arrastran una dilatada y profunda implantación en sus países, como el Partido por la Libertad (Austria), el Vlaams Belang (VB) o Interés Flamenco (Bélgica), el Partido del Pueblo danés y el PERUS (acrónimo de los llamados "verdaderos finlandeses". Este grupo lo completan Libertad y democracia directa, SPD, de Chequia, y el Partido Popular Conservador estonio (EKRE).
Los anteriores partidos comparten discursos y programas centrados en el rechazo de la inmigración, la combatividad frente a lo que consideran desafío cultural y amenaza contra la identidad nacional por parte de cultos y tradiciones ajenos a sus valores cristianos y el repudio a la globalización impuesta por las élites socio-económicas y políticas que han marginado a gran parte de la población autóctona.
Con estos planteamientos están básicamente de acuerdos otros partidos nacionalistas identitarios y populistas encuadrados en otro grupo del PE, el Conservador y Reformista (mucho de lo primero y muy poco de lo segundo). Sin embargo, y contrariamente a los anteriores, éstos mantienen una posición mucho más tradicionalistas en cuanto a las costumbres socio-morales.
Otro
factor de fractura entre ambos grupos es la relación con Moscú. Algunos partidos
del grupo Identidad y Democracia mantienen relaciones más que fluidas
con el Kremlin y, en algunos casos, según algunas investigaciones, son beneficiarios
de su generosa financiación. Por el contrario, los nacional-identitarios
conservadores consideran a Rusia su principal enemigo geopolítico. Es el caso,
sobre todo, de los polacos de Ley y Justicia, partido que gobierna en su
país con pretensión hegemónica. Las ambiguas relaciones de Trump con Putin dificultaron
el diálogo entre la Casa Blanca y Varsovia en los últimos años. Los polacos
sólo eran superados en este grupo por los tories, hasta el abandono
británico de la UE.
El
segundo partido en importancia es el Nieuw-Vlaamse Alliantie (NVA) o
Alianza del Nuevo Flandes, el más votado de Bélgica. Nacionalista conservador,
ha radicalizado su mensaje xenófobo para no perder el electorado nacionalista a
favor de una formación flamenca más radical, el Vlaams Belang. Pero eso
le ha aislado del resto de partidos, que han forjado una coalición heterogénea a
modo de cordón sanitario. También son importantes en su país los Demócratas de
Suecia, que han ido incrementando su representación hasta alcanzar cerca del 20%,
forzando a socialistas y conservadores a una gran coalición al estilo alemán.
Otros
partidos menores en este grupo son los Fratelli d’Italia, herederos de la tradición
neoascista con rostro amable; el Partido Cívico Democrático de Chequia (cuyo
fundador, Vaclav Klaus, se confesaba admirador de Margaret Thatcher); los
holandeses Respuesta justa (exForo Democrático) y los calvinistas del Partido
Reformado; Solidarna Polska (Polonia), PNTCD (Partido nacionalista cristiano de
Rumanía), Solución griega, la Organización del Movimiento nacional revolucionario,
VRMO (Bulgaria), Nacionala Apvieniba (Alianza Nacional, de Letonia), Sloboda i Solidarita
(Libertad y Solidaridad, de Eslovaquia), Hrvatska Konzervativa Stranska
(Partido conservador de Croacia) y, finalmente, LLRA, un partido lituano de la
minoría polaca. Aqui se ha encuadrado VOX, sobradamente conocido para nosotros.
LA
FUERZA ES EL MENSAJE, NO LA MAYORÍA
Además
de estos dos grupos, algunas formaciones nacionalistas han sido acogidas por
los dos grandes grupos políticos del centro y la derecha europeos. El Grupo
Popular sigue aceptando la presencia en sus filas del húngaro FIDESZ (Alianza
de Jóvenes demócratas), pese a su evidente deriva autoritaria. A pesar de las
sanciones, advertencias y controversias continuas (la última por las
condiciones de salud democrática para acceder a los fondos de recuperación económica),
el partido de Viktor Orban garantiza la mayoría del grupo popular en la
Eurocámara y su proyecto de “democracia iliberal” no constituye un obstáculo
insalvable de cooperación.
Menos polémica es la convivencia con la Unión Democrática de Croacia (HDZ), el viejo partido de Franjo Tudjman, que rompió con la Yugoslavia post-Tito y contribuyó notablemente al drama nacional en los primeros años noventa. Se ha hecho un hueco en la familiar popular, pero su nacionalismo sigue siendo irrenunciable, aunque haya templado su discurso. Algo parecido ocurre con Obyčajní Ľudia o Gente Común (Eslovaquia). Tiene un perfil moderado, lo que le permite aliarse con democristianos y liberales, pese a su carácter populista o identitario.
En el Grupo Liberal ha encontrado acomodo la Alianza de Ciudadanos insatisfechos (ANO), de Chequia, cuyo líder, Andrej Babis es un empresario millonario que construyó su carrera a imagen de Berlusconi y luego, tras el triunfo de Trump en las elecciones norteamericanas, se mostró cercano al magnate neoyorquino. Ahora se muestra más liberal y menos nacionalista. Pero sobre todo es pragmático. Mantiene una coalición de gobierno con el partido socialdemócrata (SMER), en el que también hay una fuerte corriente populista.
En
cambio, el italiano Movimento 5 stelle (M5S) no se ha integrado en ninguno de
los dos bloques descritos y se ha quedado en el grupo de No inscritos. Su
origen populista, pero en puridad no nacionalista le ha alejado de formaciones
que han hecho de la identidad su principal referencia ideológica. Tras una
desgraciada colaboración con la Lega, cambió de orientación y llegó a un
acuerdo de gobierno con el centro izquierda. Ahora tiene de nuevo la llave para resolver la crisis política en
curso.
El
MS5 está acompañado por formaciones nacionalistas en proceso de mutación. El
caso más destacado es el de JOBBIK (Movimiento por una Hungría mejor). Fue un
partido claramente ultra derechista, tributario de la herencia de Horthy, el
mariscal amigo de los nazis durante la II Guerra Mundial. Recientemente, un
sector del partido ha adoptado una ideología liberal, mientras los tradicionales
se han atrincherado en las posiciones radicales. Los eurodiputados de JOBBIK personifican
esta escisión: uno permanece en los No inscritos, mientras el perteneciente al
sector renovador se ha integrado en el grupo liberal.
Hay otros dos grupos neonazis con presencia parlamentaria actual o reciente. Kotleba, nombre del líder por el que se conoce a Ľudová strana – Naše Slovensko (LSNS) o Partido del Pueblo-Nuestra Eslovaquia, heredero del Padre Josef Tiszo, otro seguidor de Hitler en la primera mitad de los cuarenta; y Renacer dorado se quedó fuera del Parlamento griego en 2019, tras haber logrado en torno a la veintena de diputados en los cuatro comicios anteriores.
Esta complicada constelación de partidos nacionalistas radicales de corte conservador no será fácil de absorber en poco tiempo. Han arraigado en la sociedad, han colonizado los mensajes políticos de una derecha oportunista e hipócrita (que los condena pero colabora con ellos) y han arrebatado parte de su base social al centro-izquierda social-demócrata, sumido aún en una profunda crisis programática y de credibilidad.
Los
líderes identitarios europeos se han desmarcado del trumpismo tras el asalto al
Congreso (2), pero mantienen sus corpus doctrinales y su estrategias políticas,
máxime en este momento de creciente malestar social por las consecuencias de la
pandemia. Por otro lado, como ellos mismos dicen, el nacionalismo no lo inventó
Trump: más bien se apuntó a una corriente que ha tenido en Europa uno de
sus principales polos de atracción planetaria.
NOTAS
(1) El politólogo francés Anaïs Voy-Gillis
prefiere emplear el término nacional-identitarios para definir a estos grupos,
como explica en su obra L’Union européenne a l’épreuve des nationalismes (Éditions
du Rocher, 2020), no traducida aún en España.
(2) “European populists who
looked to Trump now look away“. STEVEN ERLANGER. THE NEW YORK TIMES, 13 de
enero.
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