3 de abril de 2024
Se cumplen seis meses desde
el inicio de la aniquilación de Gaza y no se avista una conclusión decente. El martirio
de la población palestina continúa, el rescate de los israelíes en poder de
Hamas no está asegurado y la destrucción total de las milicias islamistas
parece aún lejana. La operación militar ha sido un desastre; la actuación
occidental, lamentable; el papel de las potencias árabes, servicial, una vez más;
la ONU ha sido vejada y, peor aún, castigada con la muerte de algunos de sus
trabajadores sobre el terreno; las ong’s, como la del cocinero José Andrés, han
pagado con sangre (casi 200 muertos) la asistencia a la población indefensa.
Israel ha actuado como se se
temía: con desprecio absoluto de una legalidad internacional que lleva décadas
ignorando o manipulando a su antojo y conveniencia, pretextando su sacrosanto
“derecho a la defensa y a la seguridad”, mediante actuaciones que atentan cada
día contra la seguridad y la defensa de quienes no se resignar aceptar sus
intereses políticos, militares y económicos impuestos por la fuerza. Por impune
que parezca, la estrategia de guerra total y sin límites ha sido un desastre
para la consideración internacional del Estado (1). Los propios amigos de
Israel, como el veterano negociador americano Dennis Ross aconsejan otra vía
(2).
La horrible jornada del 7 de
octubre ha servido de justificación para una operación militar que expertos
jurídicos han calificado de “genocida” (3). Más ‘diplomático’, el Tribunal
Internacional de Justicia de la ONU, ha estimado que podría serlo, si no se adoptaban
“todas las medidas necesarias y efectivas para asegurar la protección de la población”
(4). De poco ha servido.
EL DOBLE LENGUAJE DE LA CASA
BLANCA
En la escenificación de la
“preocupación” internacional, la partitura la ha escrito y ejecutado Estados
Unidos, el gran protector de Israel durante décadas, el cooperador necesario en
la conculcación de principios, normas, y resoluciones internacionales de
obligado cumplimiento. Mientras a otros países se les ha condenado, sancionado,
aislado y/o bombardeado por no cumplir con esos preceptos del mal llamado
“orden internacional”, a Israel se le justifica, blinda y alienta de forma
sistemática y deliberada.
En la crisis actual, el
comportamiento del gobierno extremista israelí ha sido tan brutal y
desproporcionado que Estados Unidos se ha visto obligado a desplegar un esfuerzo
gigante de relaciones públicas para ser salpicado lo menos posible por la
ignominia. Las preocupaciones por la imagen se han complicado con la inminencia
de unas elecciones presidenciales y la emergencia de una conciencia crítica en
el Partido Demócrata, que ya no traga sin rechistar la impunidad de las
actuaciones israelíes (5).
La administración Biden ha
escenificado un “enfado” por los “excesos” de Israel, por su resistencia a no
seguir los consejos del protector americano en cuanto a extremar las
actuaciones militares para no dañar más a la población civil. Pero a lo más que
ha llegado Washington es a no vetar (mediante la abstención) una resolución del
CSNU que exigía una tregua para reanudar la ayuda humanitaria. Sin consecuencias prácticas.
El lenguaje diplomático
suele ser irritante para los que defienden la realidad de los hechos, pero en
la aniquilación de Gaza se ha convertido en insultante. Después de haber
causado la muerte de 33.000 personas, la mayoría de ellas mujeres, ancianos y
niños, no puede hablarse con honestidad de “excesos” de “errores de cálculo” o
de “imprudencias”. Hay razones más que
de sobra para considerar que, en efecto, hay una intención de acabar, al precio
que sea, con la voluntad de resistencia de un pueblo a la ocupación, la
subyugación, la humillación y la sumisión a los dictados unilaterales de una
potencia que actúa según patrones propios del apartheid, como han
denunciado prestigiosas organizaciones de derechos humanos, como Amnesty
y Human Rights Watch, entre otras.
En este juego de máscaras de
la justificación hipócrita de la masacre puede haber cierta repulsa, en todo
caso contenida o sometida a intereses mayores de signo opuesto. Pero la
administración norteamericana actual incurre en contradicciones flagrantes que
trata de adornar con declaraciones piadosas. Las maniobras de justificación,
sin embargo, ya no son aceptadas ni siquiera en buena parte del aparato
diplomático propio (6). En la Secretaría de Estado se han escuchado críticas
abiertas y denuncias de irregularidades e ilegalidades. En el Senado y en el
Congreso, se han elevado voces reclamando que “lo que hagamos sean compatible
con lo que decimos”, como ha dicho en tono crítico un senador demócrata por
Maryland.
Biden hace gestos a la
galería. Amonesta con la boca pequeña a Netanyahu por el empeño de éste en
negarse a aplazar el asalto sobre la localidad sureña de Rafah, lo que haría
imposible el reparto de ayuda urgente. El hambre no es una amenaza: es una
realidad palpable. El asedio y la privación de alimentos constituyen un crimen
de guerra. Igual que la destrucción sistemática de servicios públicos
esenciales (7). El Banco Mundial estima que las infraestructuras de sanidad y agua
han quedado reducidas al 5% de la capacidad existente antes de la guerra. Que
los militantes de Hamas puedan usar instalaciones civiles para esconderse,
almacenar material de combate o preparar su defensa no justifica la
aniquilación masiva.
Pero mientras Biden agita el
dedo delante de un Netanyahu indolente, favorece la entrega de armas a Israel
para que la operación militar que critica con la boca pequeña continue en toda
su amplitud. Se ha sabido esta semana que Estados Unidos ha autorizado la
entrega de bombas de 200 libras, que ha sido la munición más utilizada en la
devastación de Gaza (8). La Casa Blanca asegura que nunca ha flaqueado en su
política de asegurar el derecho de Israel a defenderse. ¿De qué valen entonces
las regañinas y los consejos huecos de contención y moderación, si se pone en
manos del destructor los medios necesarios para seguir machacando a la
población?
En Europa, la incomodidad
por la enormidad de lo que está ocurriendo está obligando a ciertos giros en
los discursos institucionales. Alemania, una de las grandes defensores de los
atropellos israelíes por el peso de la mala conciencia derivada del Holocausto,
está empezado a temperar sus discurso de solidaridad ciega con Israel. La
llamada “política de Estado” está siendo sacudida por la indefendible actuación
israelí. En Londres, el Secretario del Foreing Office se enredó en un juego de
palabras e intenciones, al tratar de compatibilizar el “derecho a la defensa de
Israel” con la sistemática destrucción de Gaza y la acumulación de violaciones
flagrantes de los derechos humanos y las normas de la guerra.
Aunque la justificación de la
masacre perpetrada por Israel se va haciendo cada vez más insostenible, se
mantiene el discurso falsario del antisemitismo como arma arrojadiza contra
quienes cuestionan no solo la actuación del gobierno de Netanyahu, sino también
la estrategia sostenida de dominación y expansión del Estado sionista en los
territorios palestinos. Los defensores de Israel están a la defensiva, pero por
eso mismo se muestran más intolerantes.
EL RIESGO DE LAS
PROVOCACIONES
En un intento por
internacionalizar el conflicto, Israel ha extendido el riesgo de guerra
regional, presente desde un principio. Durante semanas, ha bombardeado las
posiciones de Hezbollah en el sur del Líbano, en parte para favorecer el
regreso de las poblaciones Israelíes del norte evacuadas después del 7 de
octubre, pero también para debilitar al principal agente proiraní en la región.
No ha sido suficiente y ha dado un paso más hacia el abismo.
Esta semana, Israel ha
atacado el consulado iraní en Damasco y matado a altos mandos de la sección de
élite de la Guardia Revolucionaria. De esta forma, el ejército y el Gobierno israelíes no sólo se
libran de enemigos peligrosos: también juegan a la espiral de la provocación.
Teherán ha tratado de evitar un juego mecánico de represalias, consciente de
que puede salir perdedor.
Hay una motivación adicional
de Israel: colocarse en la misma longitud de onda de Estados Unidos en el acoso
de las fuerzas proiraníes. El Pentágono trata de neutralizar la amenaza de los hutíes
yemeníes en el Mar Rojo y reducir la capacidad operativa de las milicias chiíes
en Irak y Siria. Si alejamos la lupa de Gaza, las estrategias norteamericana e
israelí son totalmente coincidentes. Eso es lo que al final importa, y no las
hipócritas manifestaciones de humanidad.
En el interior de Israel, tampoco
hay un espíritu crítico de envergadura. Solo una ínfima minoría se siente
espantada por lo que está ocurriendo, y difícilmente puede hacerse oír. Las
manifestaciones de este fin de semana contra el gobierno reclamaban una
negociación para favorecer la recuperación de los rehenes y, si acaso, una
operación humanitaria condicionada. Otro vector de las protestas giran en torno
a la exención militar de los haredim, los judíos ultraortodoxos de las yeshivas,
las escuelas de la Torah. La polémica hace tambalear a un gobierno que
necesita el apoyo del extremismo religioso convertido al sionismo más
expansionista. El trauma del 7 de octubre ha erosionado profundamente cualquier
sentimiento de solidaridad hacia la población palestina. El martirio de Gaza
importa ahora muy poco.
NOTAS
(1) “War on Gaza: all signs to strategic defeat for
Israel”. DAVID HEARST. MIDDLE EAST EYE, 14 de marzo.
(2) “Israel needs a new strategy”. DENNIS ROSS. FOREIGN
AFFAIRS, 13 marzo.
(3) “Gaza and the end of rules-based order”. AGNÈS
CALLAMARD. FOREIGN AFFAIRS, 15 febrero.
(4) “The IJC delivers a stinging rebuke to Israel over
the war on Gaza”. THE ECONOMIST, 26 enero.
(5) “The U.S. and Israel have a ‘major credibility
problem’”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 25 marzo.
(6) “Why Biden is not pressuring Israel”. DAVID AARON
MILLER. THE NEW YORK TIMES, 14 marzo.
(7) “Destroying Gaza’s Health care system is a war
crimen”. ANNIE SPARROW y KENNETH ROTH
(8) “U.S. signs off on more bombs, warplanes for
Israel”. JOHN HUDSON. THE WASHINGTON POST, 29 marzo.
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