10 de abril de 2024
Esta semana se ha recordado el trigésimo aniversario del genocidio en Ruanda. Los testimonios de los supervivientes, la impunidad de algunos cabecillas de la matanza y la recreación de aquellos días terribles han ocupado la mayor parte del relato. En sordina, las responsabilidades de las potencias europeas y de la ONU por su pasividad, complicidad voluntaria o involuntaria y su desdén disimulado por el sufrimiento evitable de quienes no son blancos.
Estados Unidos salió muy mal
parado de ese episodio vergonzoso, y las élites políticas aún lo lamentan. El
discurso oficial sostiene que después del “fracaso” de Ruanda, la
administración Clinton se convenció de que no podía tolerar la masacre
indiscriminada de poblaciones por su raza o adscripción nacional. Y ese
“arrepentimiento” precipitó las intervenciones militares en Bosnia (1975) y en
Serbia (1999). En realidad, y aparte de los crímenes cometidos por Serbia en
Kosovo y por sus protegidos en Bosnia, lo cierto es que las llamadas
“intervenciones humanitarias” respondieron a intereses geoestratégicos menos cándidos.
Pero, a la larga, la
potencia que resultó más dañada por la matanza de Ruanda fue Francia. En la
rivalidad étnica entre los hutus y los tutsis, París jugó siempre a favor de
los primeros, por ser los aliados naturales en un proyecto de afianzamiento
neocolonial. Los tutsis eran minoría pero ocupaban puestos de responsabilidad
en el Estado. Eran, por lo general, mejor instruidos y sus rasgos físicos eran
más destacados, según la narrativa racial imperante. Eran mayoría en la vecina
Burundi y, lo que resultaba más inquietante para Francia, tenían buenas
relaciones con los países anglosajones y los estados africanos afines (Uganda,
Tanzania...).
UN HORRIBLE BAÑO DE SANGRE
Cuando a comienzos de los
noventa se instala un nuevo gobierno extremista hutu en Kigali, bajo el
liderazgo del Presidente Habyarimana (que se decía moderado), París no
evidencia malestar alguno. A primeros de abril de 1994 se desata la tragedia.
El Presidente fallece en un extraño accidente de avión cuando regresaba de
Burundi en un viaje. Los hutus acusaron a los rebeldes tutsis del Frente
Patriótico de haber derribado el avión con un misil. En el suceso o atentado
perece también el presidente de Burundi y el jefe del ejército ruandés.
Los hutus extremistas
aprovechan el magnicidio para iniciar una furiosa campaña de represalias. Después
de liquidar a los hutus moderados, infectan las ondas de la Radio de las Mil
Colinas con mensajes de odio e instigan a milicianos y gente de a pie a matar a
todo tutsi que encuentren en su camino. La mayoría son acabados a machetazos.
Las imágenes de la masacre se pueden ver en todo el mundo. Pocas veces se había
podido contemplar un despliegue de crueldad semejante. En sólo unas semanas,
son asesinados unos 800.000 tutsis.
Washington es alertado de lo
que ocurre desde los momentos iniciales. Pero se abstiene de intervenir e
incluso de evacuar a los amenazados. Lo mismo hace la ONU, bajo el argumento de
no implicarse en un “conflicto interno” (1). Francia asiste al horror con la
frialdad de la razón de Estado. Mitterrand se da cuenta pronto de que asunto se
la ha ido de las manos, pero cree asegurar a Ruanda entre los estados africanos
“amigos”.
Una de las sospechosas de la
instigación de la matanza es la flamante viuda del Presidente, Agatha
Habyarimana. París consigue evacuarla en los primeros días del espanto, sin que
ello pueda acallar sus encendidas proclamas. Su huida del país es el comienzo
de un periplo de 30 años en los que ha intentado blanquear su imagen. Los
sucesivos gobiernos franceses han intentado desmarcarse de Agatha y de otros
matarifes que encontraron en suelo galo un lugar donde ampararse. Mitterrand,
que favoreció su llegada a Francia, dijo luego de ella “que tenía el demonio en
el cuerpo”. La viuda no ha conseguido el estatus de “refugiado político”. La
Oficina francesa de Protección de refugiados considera que los indicios de
responsabilidad en el genocidio son abrumadores. Pero sus abogados han logrado que
no se la extradite a Ruanda. Hoy, a sus 82 años, vive en un limbo jurídico y
político. Impune, en todo caso (2).
LA REVANCHA DE LOS TUTSIS
Después de la matanza, los
rebeldes del Frente Patriótico (FPR), organizado en el exilio ugandés e integrado
por tutsis y miembros de la oposición hutu, penetraron en territorio ruandés y
consiguieron derribar al gobierno extremista hutu. Comenzó entonces una campaña
de venganza. Milicianos tutsis persiguieron a cientos miles de hutus cuando
huían a la República del Congo (antigua Zaire). El líder del FPR, Paul Kagame,
se convirtió en el nuevo Presidente. Anglófilo y antifrancés, imprimió a Ruanda
un rumbo muy diferente al que Paris deseaba.
En estas tres décadas,
Ruanda ha prosperado económicamente. La pobreza se ha reducido, se ha atraído
capital extranjero y los servicios han mejorado. Pero el gobierno se ha hecho
cada vez más autoritario y la oposición es duras penas consentida. Bajo el argumento
de perseguir a los genocidas hutus huidos al Congo, Ruanda ha intervenido
continuamente en la crisis endémica del vecino, un país mucho más grandes, pero
corroído por las rivalidades étnicas, la corrupción y los señores de la guerra.
En los últimos años, Kagame, para disgusto de París, ha apoyado abiertamente a
la guerrilla del M-23, que quiere derrocar al gobierno de la República
Democrática del Congo (3). En el acto de homenaje a las víctimas del genocidio,
Kagame no ha dejado de dirigir su dedo acusador a Francia por considerar que
sus lamentos son hipócritas, ya que sigue protegiendo a los verdugos (4).
EL ARREPENTIMIENTO ESCÉNICO
DE FRANCIA
El presidente francés ha ido
algo más lejos que sus antecesores en admitir la responsabilidad de Francia en
la matanza, al decir que podía haberlo evitado pero no tuvo la voluntad”. Con
su viaje a Kigali, en mayo de 2021, quiso sellar la “reconciliación”. Se vio
luego que se trataba de una operación de relaciones públicas. No ha admitido la
“culpabilidad” y menos la “complicidad” de Francia y pretextó motivos de agenda
para no acudir a los actos del 30º aniversario en Kigali (5).
Cuando se trata de África,
la carga de conciencia en Francia es muy ligera. Como le ocurre a cualquier
potencia, en casi todas las tragedias que ocurren en las antiguas colonias se
puede rastrear con claridad la huella occidental. Ruanda no es un caso aislado.
La responsabilidad francesa
(y occidental) se prolonga más allá del periodo colonial. En las primeras
décadas de las independencias en África, la mano alargada de París condicionó
el desarrollo de las nuevas naciones. Las élites gobernantes actuaban en no
pocas ocasiones al dictado del Eliseo, incluso cuando desplegaban un lenguaje
africanista y liberador. Los mecanismos de dependencia hacían muy difícil otra
política.
La matanza de Ruanda marca
el inicio de un nuevo ciclo, lento y contradictorio, no por la brutalidad
espantosa de lo ocurrido, sino por el tiempo en que ocurre. El fin de la
rivalidad Este-Oeste desengancha a África de las dinámicas de la guerra fría.
Durante unos años, parece haber una despreocupación occidental por el
continente, aunque los intereses fundamentales como la explotación de las
riquezas fósiles y minerales, las redes de penetración de productos
occidentales y otros factores de la dependencia se mantienen férreamente.
En los años bisagra del
cambio de siglo, surge la “amenaza” islamista.
África se convierte en espacio de retaguardia; luego, en plataforma de
reserva; y, más tarde, con las derrotas parciales de Al Qaeda y el Daesh, en
uno de los núcleos más activos de la insurgencia.
Francia asume el rol de
gendarme occidental frente al islamismo radical en el continente. En sucesivas
operaciones militares (Serval, Barkhane), que pusieron músculo a misiones de la
ONU (MINUSMA), las fuerzas armadas galas extendieron su aparente control sobre
el corazón árido de África conocido como el Sahel. En el pico de su actividad,
el dispositivo militar contó con más de 5.000 soldados.
Pese a tal despliegue de
fuerza (no sólo militar, también diplomática, política y económica), Francia no
consiguió hacerse aceptar. Los gobiernos aliados han ido cayendo, ante la
persistencia de la insurgencia y el empobrecimiento de las poblaciones. En
Burkina Fasso y Mali se abrieron paso Juntas militares hostiles a Francia. En
2022, caía Níger, el principal bastión de Francia en la región. Ya sólo queda
el Chad como plaza segura. ¿Hasta cuándo?
AGITACIÓN EN LA COSTA
OCCIDENTAL
El debilitamiento de las
posiciones políticas francesas no se ha producido sólo en el Sahel. Se detectan
focos de inestabilidad en la costa occidental del continente. El caso más reciente
ha sido el de Senegal, quizás el país más importante para París en su universo
poscolonial.
Tras una crisis prolongada
en el que los equilibrios políticos de la independencia saltaron por los aires,
una opción populista, confusa pero inacostumbradamente crítica hacia Francia ha
triunfado en las recientes elecciones. El anterior Jefe del Estado, Sacky Mall,
ya no podía repetir como candidato, a pesar de haberlo intentado con una
maniobra manipuladora de la Constitución que le salió mal. Eligió a su primer
ministro como opción B, pero nunca lo apoyó decididamente, mientras su partido
se deshacía en querellas internas.
Mall trató entonces de
suspender los comicios, alegando un peligro de desestabilización social. En
realidad, temía el empuje del movimiento populista, a cuyos líderes había
encarcelado alegando motivos oscuros, lo que desencadenó una oleada de
protestas callejeras que se cobró decenas de muertos. El Tribunal Supremo, pese
a su connivencia tradicional con el poder político, discrepó de la medida
extrema del Presidente y lo obligó a restablecer el proceso electoral. Por temor
a una revuelta general o por un cálculo erróneo, Mall decretó una amnistía que
puso a los dos opositores en la calles, diez días antes de las elecciones.
El líder del movimiento populista
PASTEF (Patriotas africanos del Senegal por el Trabajo, la Ética y la
Fraternidad) es Ousman Sonko, un modesto empleado de impuestos. En clave
predicador, arrastró a millones de senegalés en protestas contra una élite
gobernante corrompida y servil. El expresidente Mall quiso acabar
definitivamente con su carrera política al promover su inhabilitación. Sonko
delegó su candidatura presidencial en su “delfín”, Bassirou Diomaye Faye, un
joven sin experiencia política.
Los populistas han
conseguido un apoyo popular inaudito en tan sólo unos pocos años. Con el 56% de
los votos, ha superado en más de doce puntos al partido oficialista (6). Su programa es ambiguo y confuso. Se basa más
en los rechazos (de la corrupción, de la represión, de la servidumbre exterior)
que en las propuestas (7).
Se ignora lo que va a hacer
Faye. De momento, ha puesto a su mentor, Sonko, como primer ministro. En su
discurso de posesión del cargo, el joven presidente ha querido sonar
conciliador, pero sabe que no puede decepcionar a una población que reclama
cambios radicales, y mucho de ellos pasan por renegociar contratos mineros y
petroleros que no han favorecido el bienestar de la población (8).
Macron ha tendido la mano al
nuevo Presidente, pero la credibilidad del Eliseo en África está en horas muy
bajas. Y todo ello mientras China se afianza como gran potencia en el
continente, pese a que sus planes de penetración económica han sido menos
exitosos de lo esperado. Rusia también pisa fuerte, con una estrategia
distinta: como proveedor de seguridad frente al islamismo. El realineamiento
neocolonial en África está en construcción.
NOTAS
(1) “Thirty years after
Rwanda, genocide is still a problem from hell”. THE ECONOMIST, 3 abril.
(2) “Agathe Habyarimana,
poursuivie pour ‘complicité de génocidie’ au Rwanda, 30 ans d’exil et de
soupçons sans justicie”. PIERRE LEPIDI. LE MONDE, 5 abril.
(3) “Rwanda, l’histoire
d’une Renaissance”. COURRIER INTERNATIONAL, 3 abril.
(4) “Rwanda: trente ans
après le génocide des Tutsi, Paul Kagame point du doigt la communauté
internationale”. LE MONDE, 7 abril.
(5) “Entre la France y le
Rwanda, une réconciliation inachevée”. CHRISTOPHE CHÂTELOT. LE MONDE, 5 abril
(6) “Bassirou Diomaye Faye to be Senegal’s next
President”. WASHINGTON POST, 25 marzo; “From village to prison to
Africa’s youngest elected President”. NEW YORK TIMES, 28 marzo.
(7) “Bassirou Diomaye Faye,
un inconnu antisystème, à la tête du Sénégal”. LE MONDE, 4 abril.
(8) “How Will Senegal’s new President govern”. NOSMOT
GBADAMOSI. FOREIGN POLICY, 3 abril.
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