30 de septiembre de 2020
El
estallido de otro episodio de hostilidades entre Armenia y Azerbaiyán en
Nagorno-Karabaj reaviva uno de esos conflictos “congelados” u “olvidados” que
reaparecen de cuando en cuando. Los combates acaecidos el fin de semana pasado
han provocado decenas de muertos, en la escalada más seria desde el alto el
fuego de 1994, aunque desde entonces se hayan producido centenares de
violaciones menores.
Las
potencias internacionales han activado el mecanismo de control de daños. El
Consejo de Seguridad de la ONU ha reclamado “que se detengan de inmediato los
combates, se desactiven las tensiones y se reemprendan negociaciones constructivas”.
Voto unánime, que no oculta, empero, el juego subterráneo de algunos de los
principales actores externos.
UN LARGO CONFLICTO
Nagorno-Karabaj (que significa “jardín negro y montañoso") es un territorio enclavado en Azerbaiyán pero la inmensa mayoría de sus 150.000 habitantes son de origen armenio. La disputa estalló cuando empezaron a surgir las tensiones nacionalistas y étnicas en los años de descomposición de la URSS (1). Desaparecido el régimen soviético, se precipitó la guerra, en 1991. La “nueva Rusia” ejercicio un papel de mediador, basado en su rol de antiguo patrón, y en 1994 se firmó un acuerdo de cese de hostilidades, que no de paz. La guerra había dejado a Armenia con el control del enclave. Azerbaiyán asumió el hecho consumado, pero no aceptó nunca la derrota como definitiva. En los años siguientes se produjeron continuas escaramuzas bélicas. A mediados de la primera década de este siglo se fijaron en Madrid unos “principios” de desescalada. Armenia hizo algunas concesiones sobre el despliegue de tropas en la periferia del territorio y se permitió el regreso de los desplazados a sus hogares. Pero el statu quo, en lo fundamental, se mantuvo.
Con
la explotación de los ricos yacimientos de hidrocarburos, Azerbaiyán se sintió
con recursos para ampliar y modernizar su arsenal bélico. Se ha aprovisionado en
Rusia, pero también en Israel, pese a su filiación musulmana, como ha documentado
el periodista canadiense Neil Hauer, afincado en la capital armenia (2). La élite
del país, dominada por el clan Aliyev desde los tiempos soviéticos, se ha
cuidado mucho de mantener a raya las tentaciones yihadistas en su población sunní
y ha cultivado sus relaciones con Occidente.
Con esos refuerzos, sus
dirigentes creyeron poder revertir la situación sobre el terreno. A pesar de ser
un país más poblado y más rico, la baja competencia de su mando castrense y la escasa
moral de sus tropas le han impedido cosechar los éxitos esperados. Expertos militares
rusos creen que Azerbaiyán necesitaría emplear la mitad de sus efectivos para obligar
a Armenia a claudicar, Además, el desplome de los precios del crudo ha rebajado
sus pretensiones (3).
LA
MANO TURCA
En esta fase del conflicto, Nagorno-Karabaj se perfila como un escenario más de las tensiones en las zonas periféricas de Europa y Asia, es decir, Oriente Medio y el Cáucaso. Las dos potencias con vocación hegemónica regional son Rusia y Turquía. Enemigos históricos desde la época de los zares y los sultanes otomanos, ahora mantienen una contradictoria relación que combina la rivalidad por el dominio de zonas de influencia y la cooperación interesada y puntual, que incluye la compra turca del sofisticado sistema antimisiles rusos S-400 (para escarnio de la OTAN), el nuevo gasoducto TurkStream o la construcción rusa de la primera central nuclear turca.
Turquía se ha posicionado inequívocamente a favor de Azerbaiyán, por razones étnicas y religiosas muy claras. Además, la hostilidad turca hacia Armenia tiene raíces históricas profundas, que se convirtieron en existenciales con el genocidio armenio de 1915, durante la Primera Guerra Mundial, que Turquía se empeña en negar. El apoyo de Ankara a Bakú no es solamente retórico o sentimental. Los militares turcos asesoran a los azeríes y ahora, como en escaladas anteriores, han prometido su respaldo “con todos los medios” (4).
Erdogan parece dispuesto a abrir otro frente de su proyecto de influencia expansiva, tras su presencia activa en Siria y Libia y su despliegue naval hasta cierto punto intimidatorio en el Mediterráneo oriental (pulso por el control de las reservas de gas submarinas). Pero en este caso como en los anteriores, en su empeño hay más propaganda que beneficios reales o sostenibles. En Siria ha conseguido establecer una zona de seguridad y debilitar a los kurdos, pero gracias a la complicidad/pasividad de Trump. En Libia ha conseguido frenar la ofensiva del candidato de Moscú y de sus enemigos árabes y apuntalar al gobierno central, controlado por una coalición de islamistas moderados, pero los acontecimientos más recientes apuntan a una solución menos favorable a sus intereses (5).
A
decir de numerosos analistas, el “nuevo sultán” pretende compensar con acciones
externas de supuesto prestigio el debilitamiento de su proyecto político
interno, debilitado por la crisis económica y la gestión del coronavirus. El
nacional-populismo empieza a hacer aguas, la oposición ha logrado éxitos notables
en las últimas elecciones municipales (conquista de Estambul, la ”cuna”
política del presidente) y sus propias bases sociales comienzan a dejar expresar
su malestar (6).
EL
DOBLE JUEGO DE PUTIN
Además,
en el Cáucaso Erdogan no debe esperar mucha ayuda de sus colega/rival Putin. Rusia
se considera único responsable de la gestión del conflicto, aunque su posición
no haya sido precisamente neutral. Ni en la guerra inicial, ni a lo largo de
estos casi 30 años de conflicto. El Kremlin favorece históricamente a Armenia,
con quien comparte identidad religiosa de Estado (cristianismo ortodoxo, aunque
de distinta rama), le proporciona armas y mantiene bases militares en esa
república, para fortalecer su defensa. Lo que no ha impedido que Moscú haya
aprovisionado de armamento también a los azeríes. Los intereses de la industria
militar rusa mandan.
El
cálculo de Putin es ejercer ese doble juego para controlar a los contendientes
y marcar el ritmo del conflicto. Pero él es el primero en saber que la manipulación
de los sentimientos nacionalistas y religiosos es una práctica peligrosa que
puede escapar, al menos puntualmente, al control de agentes externos, como se
ha visto en otros lugares.
Ankara
y Moscú comparten tácticas en esta proyección de prestigio en Oriente Medio y
Cáucaso: el empleo de fuerzas mercenarias o subcontratadas, con las que evitan
una implicación directa de sus botas y uniformes sobre el terreno (7). Erdogan
ha utilizado estos efectivos en Siria (clave del control que sus proxies
ejercen en la región occidental de Idlib) y en Libia. Putin ha hecho lo propio
con el grupo Wagner y milicias pro-Assad.
Finalmente,
Estados Unidos ha ejercido un papel distante. Pertenece, como Francia y Rusia, al
llamado “grupo de Minsk”, una especie de task force diplomática
encargada de mantener bajo control el conflicto en los últimos años. Sin
embargo, Trump se ha escorado del lado azerí, en parte para compensar la
preferencia rusa por Armenia, pero, sobre todo, por los intereses petroleros.
Compañías norteamericanas participan en la explotación de los recursos.
NOTAS
(1) “Why are
Armenia and Azerbaijan heading to war”. JAMES PALMER. FOREIGN POLICY,
28 de septiembre.
(2) FOREIGN POLICY, 24 de agosto.
(3) “Armenia y Azerbaiyán no han podido resistirse a
desencadenar una guerra gran escala, pero probablemente fugaz” NEZAVISSÏMAYA
GAZETA, 27 de septiembre; “Los
primeros resultados del agravamiento en Nagorno-Karabaj”. GAZETA.RU, 27 de
septiembre (ambos artículos han sido citados en “¿Vers une guerre d’envergadure
entre l’Arménie et l’Azerbaïdjan? COURRIER INTERNATIONAL, 28 de septiembre).
(4) “Affrontaments
dans le Haut-Karabakh: l’Arménie et l’Azerbaïdjan au seuil de la guerre”. LE
MONDE, 27 de septiembre.
(5) “Beyond
the ceasefire in Libya”. ANAS EL-GOMATI y BEN FISHMAN. THE WASHINGTON INSTITUTE, 25 de
agosto.
(6) “Erdogan
faces his biggest test of the pandemic: the economy”. CARLOTA GALL. THE NEW
YORK TIMES, 6 de mayo.
(7) “Turkey
and Russia preside over a new age of mercenary wars”. ISHAAN THAROOR. THE
WASHINGTON POST, 30 de septiembre; “The internationalization of Libya’s post-2011
conflicts from proxis to boots on the ground. FREDERICK WEHREY. CARNEGIE FOR
INTERNATIONAL PEACE, 14 de septiembre; Libya’s proxy sponsors face a dilemma”.
RANJ ALAALDIN y EMADEDDIN BADI. BROOKINGS INSTITUTION, 15 de junio.
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