31 de julio de 2013
El
Presidente Obama ha expresado un alentador compromiso a favor de impulsar el
empleo, mejorar el mercado laboral y reducir la desigualdad. Ha escogido una
entrevista con THE NEW YORK TIMES –un diario que siempre le ha apoyado, pese a
algunas críticas oportunas- para reiterar una posición que ya dibujó tras ganar
la renovación de su mandato en noviembre pasado.
Obama
sostiene que la creciente desigualdad de rentas está quebrando la confianza de
los ciudadanos en América como tierra de oportunidades. En uno de los pasajes
más inspiradores, afirmó que disponía en el despacho oval de una copia de la
convocatoria de la Marcha por el Trabajo y la Libertad, en la que Marthin
Luther King pronunció su archifamoso discurso ‘I have a dream’. Esa iniciativa contribuyó decisivamente a mejorar
las condiciones laborales y sociales en América. Obama subraya en la entrevista
que durante décadas, “el norteamericano que quería un trabajo, lo obtenía y,
aunque fuera duro o difícil, podía comprarse una casa” con salario que obtenía.
El
Presidente reconoce que para invertir la tendencia que ha envilecido el mercado
de trabajo y ensanchado la desigualdad en Estados Unidos es preciso profundizar
en el cambio de la política económica que ha dominado las últimas tres décadas.
Asegura que luchara contra las fuerzas hostiles en el Congreso, “hasta el
límite de su poder”.
Las
palabras de Obama tienen bastante valor, porque no son habituales en un
presidente de Estados Unidos. Cierto es que, hasta ahora, su mandato ha sido un
correlato contradictorio, a veces ambiguo y no pocas veces decepcionante. Pero
ha tenido la honestidad intelectual de denunciar políticas muy lesivas para la
justicia social y la igualdad de oportunidades.
EL DETERIORO DEL TRABAJO
Algunas cifras ilustran la
dimensión del problema que afronta Obama en la entrevista con el NYT. En términos
comparativos con respecto a hace treinta años, los norteamericanos disponen de
menos empleo, tienen menos donde elegir y cobran menos por lo que trabajan. Los salarios medios y bajos no han crecido
por encima de la inflación. La creación activa de empleo en los ochenta y
noventa compensaba en cierto modo la subida de los precios y motivó una relativa
despreocupación por el incremento de la desigualdad, que empezó a originarse en
esos años, precisamente.
Pero desde el 2000, la oferta
laboral se atascó, empeoró y dejó de servir
de amortiguador de las crecientes diferencias sociales. Con la crisis
financiera, se aceleró la destrucción de empleo. El índice de ocupación en el
tramo de población entre 25 y 54 años que no terminaron los estudios secundarios
cayó diez puntos porcentuales entre 2007 y 2010. Estos datos fueron analizados
por el profesor LANE KENWORTHY en un artículo para FOREING AFFAIRS, en vísperas
de las últimas elecciones presidenciales.
Por ese tiempo, otro importante
analista de la macroeconomía, David Leonhardt, ofreció en un completo artículo
sobre el deterioro del nivel de vida de la mayoría de los norteamericanos un
interesante dato sobre la degradación de la oferta de empleo. “El sector
manufacturero norteamericano produce ahora mucho más que en 1979, a pesar de
que emplea casi un 40% menos de trabajadores. Los obreros menos cualificados
han sufrido desproporcionadamente. El desnivel salarial entre los titulados
universitarios y el resto de empleados no ha sido casi nunca tan alto”.
DE LA
DESIGUALDAD A LA POBREZA
Como
consecuencia de estas tendencias negativas en el mercado laboral, la renta
media familiar al comienzo de la presente década fue un 8% más baja que en el
inicio del siglo. Esta depreciación en una década no tiene precedentes. En periodos
de igual duración desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la renta media creció a niveles que rondaban
el 30%.
La erosión de
las rentas está alcanzando ya a la mitad superior de la población. El aumento
creciente de los gastos y el endeudamiento están limitando severamente la
capacidad de ahorro de los hogares: apenas un 20%, según los cálculos
estadísticos más favorables. El nivel medio de la deuda superó los 75.000
dólares al comienzo de la presente década, mientras que las rentas netas medias
apenas superaron los 77.000 dólares.
La
desigualdad es abrumadora, y en alza. La última revisión del Censo indica que
el 15% de los norteamericanos ya son pobres, oficialmente. Casi la mitad se
encuentra en el umbral de la pobreza. La crisis explica sólo en parte la
negativa evolución de la balanza social. Lo más inquietante es que la
desigualdad comenzó enormemente durante los años de expansión y se mantuvo
durante los últimos treinta años. La retribución salarial media de una familia
es de 30.000 dólares anuales y el nivel de renta mínimo para acceder a la
asistencia alimentaria (‘food stamps’)
es de 34.000 dólares anuales. El presupuesto destinado a esta partida de ayuda
social, que alcanza a 47 millones de personas, no supera las ganancias por
inversiones de los 20 norteamericanos más.
Este
es el panorama que Obama se compromete a intentar modificar. Anuncia el fin
definitivo de las políticas de austeridad y el lanzamiento de programas de
obras de infraestructura, educación, energía limpia, ciencia, investigación y
otras áreas de desarrollo. América ha envejecido materialmente hasta límites difíciles
de imaginar en Europa.
Conviene,
no obstante, no ser demasiado optimistas, ni sobre la capacidad del Presidente
de doblegar las tendencias conservadoras que siguen dominando la Cámara de
Representantes, ni sobre su voluntad de promover políticas progresistas sin
contrapesos.
En la misma
pieza en que resume las declaraciones de Obama, THE NEW YORK TIMES apunta que
uno de los favoritos para suceder a Bernanke al frente de la Reserva Federal es
Lawrence Sammers, jefe del Consejo de asesores económicos de Bill Clinton. Por
sus conocidas componendas con Wall Street, su promoción no sería una buena
señal de la declarada voluntad del Presidente de dar un golpe decisivo de timón
a las políticas causantes de las desgracias sociales que él mismo denuncia.
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