24 de abril de 2017
Emmanuel
Macron y Marine Le Pen competirán por la presidencia de Francia. Pero estamos ante
un duelo prácticamente decidido de antemano. El candidato centrista tiene el
triunfo en sus manos. Sólo un cataclismo difícil ahora de anticipar o errores
muy groseros pueden apartarle del Eliseo. La ronda decisiva para el futuro
inmediato de Francia no será la del 7 de mayo, sino el 11 y 18 de junio, cuando
se celebren las elecciones legislativas.
EL
APARENTE DUELO DE MAYO
Macron
obtuvo el 23,9%, un resultado un poco por encima de las expectativas próximas
al final de campaña, pero en sintonía con lo que se le atribuía durante las
semanas anteriores. Es evidente que parte del electorado socialista no ha
esperado a la segunda vuelta para otorgarle la confianza. El apoyo explícito
recibido por ciertos dirigentes del PSF y del actual gobierno han condenado a
la irrelevancia al propio candidato socialista.
Marine
Le Pen se atasca una vez más. No hay que minusvalorar sus resultados. Ha
superado en cuatro puntos sus registros de hace cinco años, pero de nuevo se
pone de manifiesto que su base es tan firme como resistente su techo. El gran
reto para la presidenta del Frente Nacional era haberse cobrado la victoria
psicológica de quedar en cabeza este 23 de abril. No lo ha conseguido. Cada vez
que Le Pen despunta, se dispara la reacción en su contra.
Ésta
es precisamente la clave del sistema electoral francés: la consecución del voto
ajeno y la gestión del rechazo. Y, en ese campo, Macron lleva una ventaja
abrumadora a Le Pen. Seguramente insuperable. Según el fiable Centro de
investigaciones políticas de Sciences Po, Macron ha sido, consistentemente, la
segunda opción preferente de la gran mayoría de los electores: optaban por apoyarlo el 35%
de los votantes de Hamon, el 53% de los de Fillon y el 30% de los de Melenchon.
Aunque no tuviera el respaldo de los seguidores de la izquierda insumisa,
podría alzarse con la presidencia.
Le
Pen, en cambio, sólo contaría, en el mejor de los casos, con el 21% de los
votantes de los que ahora han apoyado a Fillon y los pocos que pueden proceder
de la inicial preferencia por los candidatos marginales de la derecha soberanista
o eurófoba. Insuficiente a todas
luces para alcanza la horquilla de 18-22 millones (según la abstención) que
necesita para ganar en la segunda vuelta.
LOS
PERDEDORES
Los
otros dos candidatos que contaban con posibilidades de pasar el corte han
quedado casi empatados: apenas medio punto entre Fillon y Melenchon. El líder
conservador se ha convertido en una figura trágica de la política francesa.
Sostuvo la presidencia de Sarkozy, dando seriedad y rigor a un mandato errático
y dominado por los escándalos de corrupción y las contradicciones políticas. Fillon
parecía libre de esa plaga y, en cambio, ha terminado destruido por ella. Tenía
mucha razón la noche del 23 de abril al comentar que la derrota histórica del
gaullismo histórico era una derrota personal.
Melenchon
puede estar razonablemente satisfecho. Hace unos meses nadie le hubiera
otorgado estos resultados. Las expectativas algo infladas de los últimos días
habían hecho a sus seguidores concebir esperanzas de un resultado aún mejor.
Pero a Melenchon le pasa, en cierto modo, lo que a Le Pen: tiene un techo de
acero. Más allá de erosionar el electorado del PSF y conquistar el
abstencionismo juvenil, su margen de crecimiento es limitado. El voto obrero
está, hoy por hoy, derivado al nacional-populismo del Frente Nacional.
El
gran perdedor de las elecciones ha sido el PSF. En realidad, los socialistas no
fueron derrotados ayer, con ese escuálido registro apenas del 7% obtenido por
Benoît Hamon. La derrota socialista se ha incubado durante el quinquenato de
Hollande. A fuego lento. La escasa consistencia del liderazgo presidencial, la
torpeza en la gestión de los asuntos claves del mandato (políticas frente a la
crisis, lucha contra el paro, inmigración, identidad o terrorismo) han
hipotecado, quién sabe por cuánto tiempo, a los socialistas. Por no hablar de
la tradición cainita del partido. El
abandono de su propio candidato por parte de pesos pesados (y livianos) del PSF
y del gobierno ha sido el corolario de un periodo lamentable del socialismo
francés.
¿QUÉ
CABE ESPERAR DE MACRON?
Asumiendo
que Macron será presidente, ¿qué debemos esperar? Como alguien ha dicho, una
especie de Giscard 2.0. Pero los años
setenta ha quedado muy atrás. Lo previsible es un mandato moderado, de
compromiso, de ambigüedad, de afirmación del modelo social, que puede resumirse
en los siguientes fundamentos: fiscalidad favorable a las empresas, reducción
del déficit, descarga del sector público, construcción europea sin erosionar
más competencias nacionales, garantía de protección social pero revisada y
controlada, nuevos logros en materia de derechos individuales, ambiguas
invocaciones de renovación política, equilibrio en la
tensión seguridad-libertad y defensa de los valores republicanos para afrontar
la patata caliente de la inmigración sin tentaciones xenófobas pero con más
firmeza que la preconizada desde la izquierda.
Macron
gozará del capital político que supone haber llegado a lo más alto sin el
respaldo inicial de las grandes maquinarias partidarias. Eso, que parecía tan
difícil de conseguir, ha sido, en cambio, la palanca más decisiva. La clave del
ascenso de Macron ha sido justamente presentarse como la superación del actual
esquema político. Y, sin embargo, ahora va a necesitar a los viejos partidos,
incluso al más erosionado por la crisis, para gobernar.
Por
supuesto, Macron aspira a consolidar su nuevo partido, ¡En Marcha! Pero las elecciones legislativas que deben proporcionarle
un sustento imprescindible en la Asamblea Nacional y un gobierno estable son en
junio. Por mucho efecto positivo que arrastre su presumible victoria en mayo,
tendrá que cortejar a conciencia a las mismas grandes formaciones lesionadas
por su ascenso.
El
apoyo más claro de Macron proviene de la dispersa cantera del centrismo, que
François Bayrou, el eterno segundón de la política francesa, sólo congrega parcialmente.
Macron deberá contar con buena parte de
los social-liberales del PSF. El dilema socialista es pavoroso. Si hay una
transferencia masiva de dirigencia y militancia hacia el macronismo, el porvenir del partido puede quedar definitivamente
condenado. La alternativa, un apoyo
crítico de la derecha, puede tener un alto precio para Macron. Pero Los Republicanos también se enfrentan a
una disyuntiva delicada: mantener vivas
sus opciones de regresar al poder sin pactar ni acercarse a la oposición dura
que se espera del Frente Nacional.
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