5 de diciembre de 2012
Enrique
Peña Nieto ha iniciado su sexenio presidencial con un Pacto político destinado
a captar el foco mediático e incierto peso real. Corresponde a su perfil de
cuidar mucho las apariencias y reservarse las políticas reales, no por
desagradables, sino por inmaduras.
El
flamante Presidente se atiene con claridad demasiado obvia a un manual del todo
identificable. Viniendo de donde viene, el PRI, partido supuestamente
desgastado, asimilado a la corrupción, el despilfarro y el autoritarismo
populista, Peña Nieto no tiene más remedio que iniciar su mandato bajo el
impulso que dominó su exitosa campaña: una ilusión renovadora.
El
icono de un 'nuevo PRI' ha sido la divisa de Peña Nieto. No resulta demasiado
original. En realidad, después de doce años de mandato conservador bastante
fracasado y de todo tipo de maniobras para impedir el relevo a la izquierda, el
regreso del PRI a la cúspide -sólo allí, porque no perdió nunca otras palancas
importantes de poder- estaba asumido.
Más
allá de los prejuicios alimentados por las credenciales del Presidente -producto
telegénico casi obsceno y gestión más bien discreta como gobernador del
principal estado de la Federación-, el escepticismo de casi los dos tercios del
electorado que le negó su apoyo responde, entre otras cosas, a las incógnitas
que despierta su programa de gobierno.
Sin
embargo, algunos analistas de credo confesadamente liberal y probada altura
intelectual, como Jorge Castañeda o Héctor Aguilar Camín, conceden cierto crédito
al nuevo Presidente. De forma análoga a los ilustrados del siglo XVIII en
España, parecen tan convencidos de que su país no tiene otra alternativa al
desastre que una verdadera liberalización, que les resulta casi inevitable que
México empiece a cambiar de verdad.
DÉFICIT
DE CREDIBILIDAD
Es
cierto que Peña Nieto ha esbozado un programa reformista y se ha atrevido a
evocar algunos asuntos que hasta ahora eran poco menos que tabúes, como la
entrada de capital extranjero en PEMEX o el intento de crear un sistema de
seguridad social universal. Habrá que ver cómo lo quiere hacer. Es propio de
los liberales atribuir a estos esquemas de privatización y disminución del peso
del Estado propiedades taumatúrgicas. La experiencia demuestra,
desgraciadamente, que estas iniciativas, lejos de representar un avance para
los intereses de la mayoría, terminan convirtiéndose en una pesadilla.
En
México, singular ejemplo de convivencia entre un Estado 'fuerte', de gran peso
corporativo, y unas plutocracias intocables, el neoliberalismo que arrasó
Iberoamérica en los ochenta, no se manifestó de igual modo. O resultó
contaminado con la persistencia de un Estado intervencionista, poderoso y
altamente ineficaz. De alguna manera, puede decirse que México ha sido una
extraña combinación de 'capitalismo de Estado' y 'capitalismo oligopólico', que
ha generado lo peor de cada uno de los dos sistemas. Peña Nieto asegura querer
corregir ese maridaje fallido. Que lo haga en el sentido más conveniente para
los intereses de la mayoría es todavía dudoso. De momento, a imagen de los 'Pactos
de la Moncloa' en la España de la transición, ha escenificado un acuerdo
nacional, con el concurso de sus rivales a derecha e izquierda, tan necesitados
de credibilidad como el propio Presidente y su 'nuevo PRI'.
El
Presidente, en su discurso inaugural, desgranó algunas medidas seminales.
Algunas resultan interesantes y merecen cierto crédito. Pero son meramente
enunciativas. Y, lo que es más importante, necesitan pasar por el contraste de
la realidad. Algo que, en México, suele arruinar los mejores propósitos.
Como
era de esperar, puso énfasis en el desarrollo económico, algo obligado ya que,
a pesar de las riquezas exuberantes del país, la mitad de la población vive en
la pobreza. Asimismo, prometió invertir masivamente en educación, otro
compromiso inevitable, debido al nivel alarmantemente deficiente del nivel
medio de formación de los mejicanos. ¿Se atreverá a desmontar el 'tinglado' de
la poderosa jefa sindical de los maestros, Elba Gordillo?
Lo más destacado por los medios -nacionales,
desde luego, pero sobre todo extranjeros- fue su anunciado propósito de eliminar la
Secretaría de Seguridad Nacional, muy asimilada a la fallida guerra contra los
cárteles del narcotráfico, y devolver sus competencias a Gobernación. Es, de
momento, un puro cambio denominativo. Peña Nieto parece escarmentado por el
sexenio de Calderón, que optó por jugarse su presidencia a la ruleta rusa del
pulso con los narcos, y perdió, al menos en la percepción pública. El nuevo mandatario proclama ciertas
obviedades como que el delito "no se combate sólo con la fuerza"
porque tiene raíces sociales más profundas que la pulsión violenta. Hasta
ahora, el Presidente ha demostrado que construye un discurso sobre lo que
resulta rentable escuchar. Tendrá que tomar decisiones más relevantes para
resultar creíble.
En
otro de los asuntos claves, un acuerdo con Estados Unidos sobre la inmigración,
Peña Nieto se prendió a los eslóganes. Pero tiene la oportunidad de aprovechar
una sensibilidad positiva en Washington. Después de todo, si Obama sigue siendo
Presidente es, en no poca medida, porque le apoyaron siete de cada diez
electores de origen latino. Y de ellos, nueve de cada diez tienen sus raíces en
México.
EL
RETO DE LA IZQUIERDA
La
ceremonia de toma de posesión de Peña Nieto estuvo acompañada de la esperada
protesta callejera. No transcurrió como la de hace seis años, porque la
izquierda política, la electoral, la concurrente en las urnas, prefirió un
perfil moderado de rechazo. Lo cual, dejó el protagonismo a elementos mucho más
radicales, eso que algunos medios llaman 'antisistema'.
Curiosamente,
al producirse en la capital federal, el desagradable corolario de violencia,
destrozos, exageración policial y alboroto mediático no le pasará factura al nuevo
mandatario nacional, sino al Alcalde-Presidente del DF saliente, Marcelo Ebrard,
uno los gestores probablemente más eficaces y honestos de México. Así es este
país: paradójico y excesivo. Ebrard deja
el cargo y se prepara para liderar una izquierda con vocación de gobernar algún
día, algo que parece, hasta la fecha, intrínsecamente imposible. Tendrá que
volver a competir en el empeño con Andrés Manuel López Obrador, quien, después
de su segunda derrota consecutiva en las presidenciales, se ha desvinculado del
PRD (la escisión izquierdista del PRI en los ochenta) y ha revitalizado el
proyecto progresista denominado MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional).
Este proceso de conformación de la izquierda hacia la alternancia real es tan
interesante al menos como el contraste de la retórica de Peña Nieto con las
colosales inercias de la política y el sistema social mejicanos.
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