29 de Noviembre de 2012
UNA
LUCHA SIN RECATO
Los
dos cabezas de cartel son el anterior Primer Ministro, François Fillon, y el
Secretario General de la Unión por una Mayoría Popular (UMP), Jean François
Copé. Desde la derrota de Nicolás
Sarkozy en las elecciones presidenciales de mayo, el pulso entre estas dos
figuras, por lo demás poco sobresalientes, de la derecha francesa estaba
cantado. Durante estos meses, se han ido perfilando, primero, y decantando
después los apoyos de uno y otro, con no pocos silencios y ambigüedades todavía
sin resolver. Empezando (y terminando) por la del propio Sarkozy.
Cuando
finalmente se debía resolver la votación para dirimir el liderazgo del partido
para la 'travesía del desierto' que supone para la derecha francesa pasar a la
oposición, la tensión acumulada durante meses ha estallado con una virulencia notable.
En un primer recuento, se dio ganador a Copé por menos de 100 votos. Fillon
mostró su desacuerdo, presentó unas reclamaciones, que no fueron atendidas, se
desataron gruesas manifestaciones, se pidió la mediación de Alain Juppé,
fundador del partido antecesor de la UMP y compañero de viaje del ex-presidente
Chirac. Tras el fracaso de Juppé, se hizo público un nuevo conteo que tomaba en
cuenta unas agrupaciones no contabilizadas, y la ventaja de Copé se amplió a
casi un millar. Los partidarios de Fillon montaron en cólera y su jefe de
filas, después de una discreta reunión con Sarkozy, pidió repetir las
votaciones y amenazó con una doble medida: una demanda judicial y la formación
de un grupo parlamentario propio.
Copé,
envalentonado por su incrementada ventaja y quizás sintiéndose respaldado por
el propio Sarkozy, con el que también habló a principios de semana, ha decidido
hacer valer el poder del aparato que dirige, ofrece una mano tendida más bien
blanda, a su rival, le promete integrarlo en la nueva dirección y confía en
saldar el culebrón.
LA
SOMBRA DE SARKOZY
La
clave, dicen los analistas franceses, está en Sarkozy. El ex-presidente,
cuentan, no se resigna a desaparecer tan fácil y sobre todo tan rápidamente. No
ha mostrado con claridad por cuál de sus delfines se decanta. Probablemente,
por ninguno. Por una sencilla razón: su candidato es otro. ¿Quién? ¿Él?.
En
su discurso de despedida, la tarde del 21 de mayo, Sarkozy anunciaba una
retirada doliente de la política. Con la boca pequeña, ya dijeron algunos. Después
de estos meses de resaca de la derrota, el ex-presidente hace sus cuentas. La
casualidad ha querido que la crisis en su partido coincida con su comparecencia
en los tribunales por el caso D'Oreal, el supuesto financiamiento ilegal de la
campaña que le propició su triunfo electoral en 2007.
Sea
como quiera, Sarkozy es muy responsable de la fractura actual en la UMP. Como
Presidente, dejó abierta la definición o la identidad ideológica del partido.
Jugó al centro cuando le convino. Se escoró a la derecha cuando advirtió que el
Frente Nacional engordaba con la cantera creciente de votos alimentado por el
desempleo, la manipulación de las pasiones suscitadas por la inmigración y la
frustración social. Uno de sus más cercanos consejeros, Patrick Buisson, no ha
vacilado en afirmar y defender que hay una "homogeneización creciente de
los electorados de la UMP y el FN".
El
llamado 'giro de Grenoble', cuando pareció competir con el partido de los Le
Pen por los votos de la ultraderecha, creó malestar en el sector más moderado
del partido y en su propio Jefe de Gobierno, que hacía equilibrios increíbles
para sostener el apoyo del centro, tanto político como ciudadano.
DOS
ESTILOS, ¿DOS PROYECTOS?
Los
resultados de mayo obligaban a la UMP a superar esa ambigüedad. Copé, joven aún
para la media de una clase política acostumbrada a envejecer y acumular cargos,
creía llegado su momento de forzar una nueva renovación generacional del 'neogaullismo'.
Recordaba, sin duda, el caso de Jacques Chirac, quien, en los años setenta,
destrozó a los dinosaurios criados en su día por el General y dio un vuelco a
la herencia política más duradera de Francia en el último siglo
Sarkozy
situó a Copé al frente de la gestión cotidiana del partido, para que ejerciera
de fuerza de choque que el gestor Fillon no podía ni debía hacer. Que a veces
hubiera cacofonía entre el gobierno y el partido no era algo que a Sarkozy le
preocupara. Todo lo contrario. Puede decirse, sin miedo a especular, que era
eso justamente lo que pretendía: para ir corrigiendo estrategias y preparando
los cambios de rumbo según soplara el viento.
Fillon
es un personaje con cierto aire trágico. La personalidad ambiciosa de Copé ha
contribuido, por contraste, a suavizar la suya. Consiguió pasar, en su momento,
por un hombre de centro, preocupado, alarmado incluso, por las veleidades
populistas-derechistas del su jefe, el Presidente. En realidad, es más
conservador de lo que las circunstancias han hecho creer. Salvando las
diferencias, permítannos que comparar la confrontación Copé-Fillon con la
durante tanto tiempo publicitada Aguirre-Gallardón.
Copé
ha escrito un libro que pretende ser una combinación de ideario político y
propuesta programática. Gira en torno a la idea de una 'derecha sin complejos'.
Es decir, una derecha que no tenga que decir que es el centro, aunque no reniegue
de tal posición, para aspirar a recuperar el timón de Francia. Su intención
primera es desbaratar el discurso de su adversario en la lucha por la herencia.
Entre las dos reservas de voto potencial o prestado, Copé parece decidido a
conquistar primero la situada a su derecha, por considerarla más numerosa y
sustancial. Chirac ya tuvo en su momento alguna tentación. Sarkozy, algo más
que tentación. Copé quiere dejar de amagar y quitarle el plato electoral a
Marine Le Pen. Para ello ha decidido adoptar un temperamento a lo Napoleón,
como sostiene con brillante un diputado socialista que cita en un reciente
comentario Françoise Fresoz, analista política de LE MONDE.
Por
el contrario, Fillon cree que la UMP debe recuperar el espíritu original del
gaullismo, integrador, de firmes convicciones en los valores republicanos
tradicionales, conservadores, o muy conservadores, si se quiere, pero en
absoluto complacientes con los excesos populistas, xenófobos y excluyentes del
Frente Nacional. Es decir, reunificar el centro y la derecha, no necesariamente
en un solo partido, pero si en una gran coalición sólida y sin derramas
frecuentes.
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