18 de septiembre de 2019
Los ataques
del pasado fin de semana contra instalaciones petrolíferas saudíes, cuya
autoría aún está por verificar, las dudas de Trump sobre la respuesta a aplicar
en caso de que Irán sea señalado como responsable, el punto muerto político que
han dejado las elecciones en Israel -las segundas en seis meses-, el atasco en
la culminación de la guerra siria por las operaciones militares inconclusas en
el norte y el problema de difícil absorción de las miles de personas
desplazadas componen un inquietante panorama incluso para una zona ya de por si
preocupante como es Oriente Medio.
RESPUESTA
Y POSTUREO
Arabia
Saudí dice haber reparado los daños ocasionados por los ataques con drones en
sus instalaciones de Abqiq y Kurais, donde se procesa el 6% de la oferta mundial
de crudo. Los precios subieron más de un 20% pero luego bajaron hasta un poco,
aunque no al nivel anterior a la crisis. En todo caso, el perjuicio económico inmediato
no parece el problema mayor. El dilema de la respuesta se plantea en términos
de prestigio.
La
Casa Saud ha señalado automáticamente a Irán como el villano y se niega a
aceptar que hayan sido los protegidos houthis yemeníes de Teherán quienes
pasen por los autores del ataque. El Secretario Pompeo se apresuró a comprar
esta versión. La monarquía petrolera quiere de Washington una respuesta contundente,
un escarmiento que no deje lugar a dudas sobre su compromiso con el suministro
de crudo y la seguridad del Reino (1).
Pero
a Trump no le seduce el riesgo y se ha comportado de modo similar a como lo hizo
en primavera: alarde de músculo y determinación (“locked and loaded”) pero pies
de plomo sobre una represalia militar efectiva. Antes de la crisis, estaba dando
vueltas a una cumbre efectista con el Presidente de Irán, el moderado Rohani, coincidiendo
con las sesiones de la Asamblea General de la ONU en Nueva York. El ataque ha hecho
imposible el evento... por ahora.
Finalmente,
la decisión de endurecer las sanciones económicas, ya de por si severas a día
de hoy, y la posición radicalmente contraria del Guía de la Revolución, el
anciano e intransigente Jameini, ha acabado con el espejismo diplomático (2).
El
presidente norteamericano ya está en precampaña por su reelección, la situación
económica es razonablemente positiva (aunque no espléndida como él pretende) y
en las filas demócratas todavía no se percibe confianza en un triunfo en 2020. No
quiere estropear el presidente hotelero estas perspectivas favorables de la
temporada que viene. Una escalada militar con Irán le complicaría las cosas, fuera
cual fuera el resultado final, e iría en contra de sus promesas e instintos, completamente
opuestos a seguir enfangándose en guerras, cuando el intrincado e incierto
conflicto comercial con China ya supone amenazas mayores. El cese del belicoso
Bolton abona esta impresión de la reticencia de Trump a que se le vayan las
cosas de las manos en una región que Washington lleva decenios tratando de
controlar sin resultado.
Si
hubiera otro incidente, podría ser inevitable una respuesta militar, cosmética
o real, pero reducida y limitada, para salvar la cara u honrar el prestigio,
como señalan algunos analistas estos días (3). Una deriva muy distinta sería
una sorpresa, aunque nunca se pueden hacer pronósticos con el errático inquilino
de la caótica Casa Blanca actual.
EL
OCASO DE NETANYAHU
La
incertidumbre en Israel presenta perfiles dramáticos, pero su gestión puede
resultar de gran importancia para el juego de equilibrios en la región. Las
elecciones no han arrojado una mayoría de gobierno clara. El Likud liderado
por el actual primer ministro ha obtenido uno o dos diputados menos (aún no hay
datos definitivos) que el bloque centrista Kahol Lavan (Azul y Blanco), encabezado
por tres exjefes militares.
Con
respecto a las elecciones de abril, el resultado es ligeramente peor para el
incombustible Netanyahu. La defección de Liebermann, el político derechista de origen
ruso, otrora amigo y ahora encarnizado rival del astuto primer ministro, forzó
la repetición de los comicios (4). Israel Beiteinu (Nuestra casa Israel)
obtendría ocho o nueve diputados en la Knesset (Parlamento), lo que
convierte a su líder en king-maker, en la clave para decidir el rumbo
político inmediato del país. Su propuesta es clara: un gobierno de gran
coalición que acuerde líneas de consenso y, sobre todo, acabe con los
privilegios de los religiosos, un sector social y político y social que ha sido
clave para que Netanyahu se mantenga en el poder.
El
problema es que Benny Gantz y los otros líderes del bloque centrista Azul y
Blanco no quieren gobernar con Netanyahu no sólo por una profunda desconfianza,
sino porque tal opción supondría aceptar un blindaje legal del primer ministro,
que afronta tres procesos judiciales por corrupción. Es sabido que Netanyahu pretende
introducir cambios legislativos que obstaculizarían la acción de la Justicia en
casos como el suyo. Ayudarlo a conseguirlo implicaría complicidad por parte del
actual bloque opositor principal (5).
Gantz
y los generales moderados tampoco pueden gobernar sin el apoyo del político de
origen ruso. No les bastaría el voto favorable de laboristas y socialistas (11
escaños, según los datos provisionales). Ni siquiera el de la formación de los
árabes israelíes, que se han vuelto a presentar unidos en la Lista Conjunta y se
han convertido en la tercera fuerza política de la Knesset con 12 escaños estimados.
Netanyahu,
eso puede darse por seguro, hará todo lo posible por conseguir un “gobierno
sionista fuerte”, como él mismo ha dicho nada más darse a conocer los
resultados provisionales. Tratará de engatusar a Lieberman, a quien promocionó,
manipuló y utilizó hasta que otras urgencias políticas le obligaron a
sacrificarlo y atender preferentemente a los religiosos, cuya deriva extremista
es cada vez más acusada (6).
El
animal político israelí más implacable desde Golda Meier ha demostrado que está
dispuesto a lo que sea para mantenerse en el poder. Ya ha terminado de aplicar
la puntilla al moribundo proceso de paz con los palestinos, al comprometerse a
anexionarse el Valle del Jordán, si continúa al frente del gobierno, lo que
haría inviable un estado palestino independiente. Puede desdecirse o aplazar
este designio, por supuesto, pero en estos momentos padece el mal de la manta
corta: si se tapa la cabeza (acuerdo con Lieberman), se quedaría con los pies
fríos (abandono de los nacionalistas radicales y de los ultraortodoxos).
Conociendo
al personaje, encontrará la manera de intentarlo. No se rendirá así como así,
sabiendo que tampoco sus rivales tienen una solución fácil a su alcance. Ahora
no está luchando por la supervivencia: la batalla en curso es por su libertad,
para evitar la cárcel. Peleará más que nunca. Al cabo, no son descartables unas
terceras elecciones.
Otros
frentes de conflicto en Oriente Medio (Siria, Turquía, Líbano, Yemen) dependen
en cierta medida de lo que ocurra con el pulso en estos dos escenarios
centrales.
NOTAS
(1) “A
credibility test to U.S.-Saudi defense relations and Iran deterrence”. MICHEL
KNIGHTS. THE WASHINGTON INSTITUTE ON THE NEAR EAST, 16 de septiembre;
(2) “This
is the moment that decides the future of the Middle East”. STEVEN COOK. FOREIGN
POLICY, 17 de septiembre.
(3) “Experts
react to the attack on Saudi oil facilities”. SAMANTHA GROSS, SUZANNE MALONEY,
BRUCE RIEDEL y DANIEL BYMAN. BROOKINGS INSTITUTION, 17 de septiembre.
(4) “Israel
elections could turn on ugly breakup of an odd couple”. DAVID HALBFINGER y ISABEL
KESHNER. THE NEW YORK TIMES, 16 de septiembre.
(5) “On the
Eve of Israel’s do-ever: final maneuvers and coalition possibilities”. DAVID
MAKOVSKY. THE WASHINGTON INSTITUTE ON THE NEAR EAST, 16 de septiembre; Israel’s
elections redux: What you need to know. NATHAN SACHS. BROOKINGS INSTITUTION,
13 de septiembre.
(6) “The
increasingly right stuff: religious parties in Israel’s upcoming elections”.
DAVID POLLOCK y TAMAR HERMANN. THE WASHINGTON INSTITUTE ON THE NEAR EAST, 5
de septiembre.
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