18 de noviembre de 2020
La
derrota de Donald Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas ha
suscitado interrogantes sobre el futuro inmediato del nacional-populismo como
fenómeno global. ¿Estamos ante el fin, o al menos el declive de esa orientación
socio-política? En caso afirmativo, ¿será un proceso lento o rápido, parcial o
total, zonal o universal? ¿Desaparecerá? De no ser así, ¿cambiará? ¿Qué formas
adoptará?
Estos
días se han podido escuchar y leer distintas prospecciones al respecto (1). Más
que incurrir en el pronóstico o en la predicción, conviene repasar los fundamentos
de una realidad, que tiene elementos comunes pero también notables diferencias.
La
premisa inicial es que Trump ni inventó ni encarnó ni lideró el
nacional-populismo. Más bien se apuntó a algunos de sus planteamientos,
discursos y políticas cuando ya era una tendencia en auge en casi todo el
mundo. Por tanto, su desaparición del centro de la escena política, si ocurre,
no debería representar un factor determinante sobre otros movimientos de
similar orientación en otros lugares. La respuesta a la pandemia será un factor
más decisivo (2). Repasemos el estado actual del nacional-populismo en países o
regiones con más peso.
EUROPA:
DESIGUAL PANORAMA
Cuando Trump se convierte en influyente (primero
mediático y luego político), el nacional-populismo ya es una realidad asentada
y ascendente en Europa. No por casualidad, después de que el empresario neoyorquino
se siente en el despacho oval, se produce un cierto frenazo del nacional-populismo
en Europa occidental. El ciclo electoral de 2017-2018 arroja un balance desigual.
Fué derrotado, que no eliminado (Frente Nacional), en Francia (3) y Holanda
(Partido de la Libertad). Se consolidó en Alemania (AfD) y España (Vox), donde ha
contaminado el debate en el centro derecha, pero no ha alterado decisivamente el
equilibrio centrista. Sólo alcanzó el gobierno en Italia mediante la convergencia
de sus dos orillas (M5S y Lega), pero esa coalición oportunista fue
de corto vuelo.
En
Gran Bretaña el éxito ha tenido una conexión cronológica sólo relativa con
el auge de Trump. Aunque Boris Johnson pareció emular al magnate norteamericano,
su background y su entorno político son diferentes. El Brexit, su
gran designio, tiene raíces previas al actual nacional-populismo americano, e
incluso europeo. Sin Trump, BoJo no tiene tan claro que pueda lograr un
tratado comercial preferente con EE. UU., factor clave para el futuro de su
proyecto político.
El nacionalpopulismo mantiene su salud más robusta en los antiguos países de la órbita soviética: se mantiene como fuerza política dominante en Hungría y Polonia, conquistó parcialmente el gobierno en la República Checa, adoptó formas más blandas o liberales en Ucrania y penetró o coloniza los discursos de la derecha en otros países de esta amplia y heterogénea zona del este y sureste de Europa. Todo indica que está para quedarse (4).
PERIFERIA: RUMBOS PROPIOS
En
el resto de mundo, el nacionalismo presenta formas y pautas de desarrollo diferentes,
según las realidades socio-culturales de cada zona. Pero en todas ellas (salvo alguna
notable excepción), el fenómeno es anterior a Trump. La forma política sin renunciar por completo al componente
populista, adopta un contenido más autoritario (5), aunque en algunos lugares conserve
formalmente ciertos pilares de las democracias liberales.
En
China, el comunismo no ha dejado oficialmente de ser la ideología de
Estado, pero sólo en el discurso. El contenido de sus políticas es claramente
nacionalista. El igualitarismo colectivista es desmentido en la práctica por
una realidad social cada vez más quebrada, pese a los intentos del poder por
evitar los puntos de fractura. No hay perspectivas de democracia liberal, ni
siquiera en su forma populista. Es un nacionalismo autoritario perdurable.
En
Rusia, el nacionalismo populista/autoritario se convierte en hegemónico con
el albor de nuevo siglo, tras el fracaso del modelo liberal que siguió al derrumbamiento
del comunismo. El proceso ha sido gradual pero en absoluto improvisado. Es un fenómeno
sincrético, que recoge y aglutina parámetros de los tres sistemas precedentes: referencias
religiosas y culturales del zarismo, estatalismo vigilante del comunismo y elitismo
económico y desigualdad social del protoliberalismo de los 90. Trump era
admirador de Putin, no al revés.
En
la India, el nacionalismo religioso es un movimiento histórico de larga
trayectoria que ya había alcanzado el poder a finales de los noventa, aunque no
con el sesgo populista que Modi le ha imprimido. El nacionalismo ha ahogado o
condicionado el liberalismo económico.
En Turquía, país puente entre Europa y Oriente Medio, el AKP de Erdogan es un pionero del nacionalismo de masas. Las ambiciones exteriores, más que una muestra de fortaleza, reflejan los patrones de un declive interior, debido a la crisis económica y a la pérdida de apoyo electoral en las grandes urbes. El final, si llega, puede no ser tranquilo.
En el mundo árabe y Oriente Medio, el nasserismo fue un tipo de nacional-populismo avant la lettre, pero los fracasos bélicos y el autoritarismo lo condenaron. En este tiempo, el movimiento social de cambio (la llamada primavera árabe) fue ahogado en sangre y muerte antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca. La democracia en esta región mundial es pura ficción, en el mejor de los casos. El absolutismo (las monarquías del Golfo) y la teocracia (Irán) continúan en pie, pese a sus fallas estructurales. Lo mismo ocurre con las repúblicas nacional-autoritarias con muy escasas concesiones (Egipto, Argelia), modelos clientelares de larga tradición (Líbano), monarquías pálidamente constitucionales (Marruecos, Jordania, etc) o estados en descomposición (Siria, Libia, Yemen). Irak y Afganistán son entidades pluriétnicas sometidas al influjo determinante de vecinos poderosos, que difícilmente pueden construirse sobre un discurso nacional.
En América latina, Brasil es el único caso en que el nacional-populismo asciende impulsado por Trump. Tal vez por eso, su fortuna se antoje más precaria. Hay factores de proximidad y concomitancia que lo explican, aunque también poderosas diferencias. Con las cautelas exigibles, se puede aventurar que Bolsonaro es un zombi político. Pero no está tan claro si el nacional-populismo quedará pronto sumido en la irrelevancia.
En
el resto del hemisferio, el nacional-populismo también es anterior al trumpismo,
aunque figuras menores o subsidiarias hayan emergido en la segunda mitad de la
década. Los empresarios u hombres de negocios devenidos líderes políticos
(Argentina, Chile) nunca tuvieron el perfil nacional-populista y en todo caso
van desapareciendo de escena.
En
el África subsahariana, no ha habido un nacional-populismo digno de tal
nombre, salvo excepciones menores, debido a razones autóctonas poderosas. Suráfrica,
el país más importante del continente, presenta dinámicas ajenas a ese
nacionalpopulismo global. La autocracia sigue siendo la respuesta africana dominante
en unas estructuras políticas débiles, clientelistas y paternalistas. Los
ensayos democráticos han sido parciales o ficticios, y todos frágiles, como se
está viendo precisamente ahora en Etiopía.
ESTADOS
UNIDOS: ¿TRUMPISMO CON O SIN TRUMP?
Para
cerrar el círculo del análisis, merece que hagamos una consideración sobre el nacional-populismo
precisamente en Estados Unidos. ¿Tiene Trump futuro político? ¿Puede haber un trumpismo
sin Trump? ¿Quizás otra manifestación del nacional-populismo, de parecida
factura o más presentable?
El
futuro político de Trump es muy dudoso (6). En apariencia, espacio tiene:
setenta millones de votos. Las elecciones, pese a la derrota, permiten
especular con el apoyo de una masa social de raza blanca, varones (también
mujeres), de clase media o media baja, sin estudios superiores, con inclinaciones
racistas y sexistas, xenófobos y hostiles a la intervención del Estado en la
economía, a los impuestos y a los servicios sociales (salvo cuando les
beneficien a ellos).
Trump
podría organizar una corriente dentro del Partido Republicano. O impulsar una convergencia,
como ya ocurriera con el tea party, que comenzó como una iniciativa al
margen de los partidos, pero terminó colonizando al GOP. O poner en marcha un tercer
partido o movimiento, personalista, al estilo Ross Perot en los noventa, pero
con sesgo populista, y en todo caso ajeno al Partido Republicano.
En
todo caso, lo anterior es puramente especulativo e improbable. Trump no dispone
de algo esencial en la política americana: el dinero. Los procesos judiciales se
le vienen encima y su imperio empresarial es un castillo de naipes corroído por
las deudas y la insolvencia. Está fuera de su alcance desafiar al bipartidismo.
Lo más probable es que se dedique a lo que está en su naturaleza: la agitación
televisiva.
NOTAS
(1) “Does Trump’s defeat signal the start of
populism’s decline”. MARK LANDLER y MELISSA EDDY. THE NEW YORK TIMES, 10 de
noviembre.
(2) “Will the Coronavirus reshape Democracy and
Governance Globally? FRANCES Z. BROWN, SASKIA BRECHENMACHER y THOMAS CAROTHERS.
CARNEGIE, 6 de abril.
(3) “Le score de Donald Trump est
hors de portée de Marine Le Pen”. Entrevista con JERÔME FOURQUET (IFOP). LE MONDE, 10 de noviembre.
(4) “Why populists understand Eastern Europe”. JAROSLAW
KUISZ y KAROLINA WIGURA. FOREIGN
POLICY, 13 de mayo.
(5) “Why populists want a multipolar world”. ALEXANDER
COOLEY y DANIEL NEXON. FOREIGN POLICY, 25 de abril.
(6) “Trump floats improbable survival scenarios
as he ponders his future”. MAGGIE HABERMAN. THE NEW YORK TIMES, 12 de noviembre.
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