4 de noviembre de 2020
Se han confirmado los augurios de los últimos días en Estados Unidos. Resultado apretado, incógnita sobre el ganador de las elecciones y largo y tenso proceso de recuento de los votos anticipados y de los enviados por correo. Disputas más que probables en las tribunas y en los juzgados.
Todo estaba en el guion de escenarios previsibles, que adelantábamos ayer.
Ante la falta de un ganador claro, Trump se proclama falsamente vencedor, pide que se suspenda el conteo del voto por correo por considerarlo un vivero de trampas y acusa a los demócratas de querer robarle las elecciones.
Biden
se muestra más comedido, más convencional. Asegura que se debe contar hasta el
último voto, que él se encuentra en el camino de la victoria, pero que ese
veredicto no le corresponde emitirlo a los candidatos, sino al pueblo
americano. Una declaración de manual de la corrección política, contrariamente
a la vulneración sistemática de las normas que exhibe su oponente.
Se
discutirá prácticamente por cada voto, sobre todo en los tres estados del Medio
Oeste que se han convertido en decisorios ya desde hace tiempo: Pensilvania, Michigan
y Wisconsin. Allí triunfo Trump en 2016, cuando hasta entonces había sido territorio
propicio de los demócratas. Ahora, el todavía presidente aventaja a Biden considerablemente
en el voto emitido ayer, pero queda por contar el voto anticipado y el enviado
por correo, que debe ser muy favorable al demócrata. El recuento va a ser largo,
pero sobre todo polémico, con cientos o miles de demandas y/o reclamaciones. La
bronca de Florida, en 2020, va a ser superada con creces. Se avecinan semanas
y/o meses de tensión, si no de enfrentamientos y violencia.
Si
la disputa llega al Supremo -y no hay que descartarlo-, Trump habrá conseguido
lo que quería: el secuestro de la democracia por un selecto sanedrín judicial
escogido por el jefe del Ejecutivo y confirmado por el Senado.
Sea
cual sea el resultado final, las elecciones de 2020 han confirmado lo que en
Europa no siempre se acepta o se quiere comprender.
- Que Trump puede ser una anomalía formal y la encarnación de una farsa política vergonzante, pero representa la voluntad de un tercio del país.... o de la mitad del país que vota; de hecho ha aumentado sus votos en las zonas rurales, según datos provisionales.
- Que los más perjudicados por Trump no sienten que haya una alternativa capaz de modificar sus condiciones de vida y rehúsan participar en el teatro electoral.
-
Que los demócratas no recuperarán la Casa Blanca hasta que no ofrezcan un
contrato a esa América que se encoge de hombros ante la liturgia de la democracia.
-
Que las dudas sobre algo tan elemental como contar todos los votos sigue siendo
objeto de manipulación y pasto de trampas de todo tipo, lo que inhabilita a Estados
Unidos para seguir sermoneando al mundo sobre democracia.
En
Estados Unidos, el espectáculo político se parece cada vez más a ese reality
televisivo que ha llevado a uno de sus exponente a la más alta representación
del país.
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