13 de julio de 2016
Theresa
May es la nueva primera ministra británica, como los pronósticos habían
anticipado. La claridad y la rapidez con la que ha obtenido el liderazgo conservador
no son suficientes, no obstante, para despejar las dudas que el Brexit
ha sembrado en Gran Bretaña, en Europa y en el resto del mundo.
Las
apuestas sobre cómo se desarrollará su mandato se articulan en torno a tres
ejes fundamentales: su perfil personal (estilo, condición, bagaje), la gestión del
referéndum europeo y la capacidad para mantener unido al país, tanto social
como territorialmente.
UN
PERFIL PROPIO
La
perspectiva de género tiene una importancia relativa. Desde un principio se ha
querido ver en May una suerte de reedición de Margaret Thatcher. En cierto
modo, lo es, si atendemos a las cuestiones de carácter o personalidad. Como su
antecesora, May es dura, en asuntos específicos, implacable, austera, y
descansa en unos orígenes sociales de clase media alejados de esa élite que ha
ido capturando poco a poco el Partido Conservador.
Sin
embargo, en sus referencias políticas, May no es doctrinaria, sino ecléctica.
Combina un aire de "conservadurismo compasivo" en política social con
una rigidez apenas disimulada en política migratoria. En lo primero, se acercaría
a Merkel; en lo segundo, parecería más afín a Thatcher. Son percepciones
discutibles: Gran Bretaña no es Alemania y el presente momento se parece poco a
los años ochenta.
May
recibe un país en shock. La primera ministra tendrá que definir una
nueva relación con Europa y asegurar el contrato nacional. No son dos procesos
autónomos, sino vinculados. No podrá garantizar la unidad británica si el
encaje con el continente no satisface aspiraciones de territorios insatisfechos
con la separación europea (Escocia,
Ulster).
El
referéndum europeo ha dejado un reguero de paradojas de las que no se ha
librado la nueva jefa del gobierno. Los que ganaron se han batido en vergonzosa
retirada (Johnson, Gove, Farage...), dejando rastros de mentiras, venganzas y
traiciones. May ha demostrado cierta habilidad para emerger de este drama shakespeariano
vivido por los tories con aparente coherencia. Pero no completamente.
Fue una euroescéptica tradicional, pero las circunstancias políticas le
aconsejaron redefinirse como euroresignada, en la línea de Cameron.
Resolvió este dilema apartándose de la primera línea, es decir, no haciendo
campaña activa por la permanencia en la UE, pretextando su trabajo como
Secretaria del Interior. Después del triunfo del Brexit, no le ha
costado mucho recuperar su instinto natural de tomar distancia de Europa. Brexit
means Brexit, ha dicho. Nada de componendas, de rectificaciones por
la puerta de atrás. May se siente a gusto como perdedora formal en el referéndum,
porque el resultado se acomoda a su conciencia. Pero el fantasma del Brexit
le perseguirá, como ha escrito con aguda ironía Ian Birrell, un ex-responsable
de los discursos de Cameron (1).
¿HACIA
UN ENTENDIMIENTO MERKEL-MAY?
Pero
May puede hacer virtud de la necesidad y convertir esta contradicción en una
fortaleza, cuando cruce el Canal para afrontar las negociaciones de divorcio
con sus todavía socios europeos. Todos esperan que su temple le sirva para
soportar las presiones de quienes consideran conveniente una resolución rápida
del entuerto.
May
tratará de conectar con Merkel para templar los ánimos, limar diferencias y, si
resultara necesario, parar el reloj. La canciller alemana, que va a extrañar
mucho a Londres en su política de equilibrios en el Club, no debe tener
problemas para entenderse con su colega británica. No es asunto menor que las
dos sean hijas de religiosos. Como dice
Judy Dempsey, el legado de Merkel se decidirá en gran parte por su gestión del Brexit
(2)
El
gran obstáculo será la política migratoria. No es previsible que se atiendan los
deseos de Londres de seguir vinculado de la manera más ventajosa posible al
mercado único europeo sin aceptar las exigencias de la libertad de movimiento
de las personas. Pero el rechazo a la inmigración ha sido uno de los factores
claves en el éxito del Brexit. May ha sido un adalid de las
restricciones. Ahora tiene una baza a su favor: las presiones internas europeas
por un mayor control migratorio, que Merkel ha intentado inútilmente neutralizar.
LA
DOS FRACTURAS INTERNAS
En
el frente interno, May librará dos desafíos: el que amenaza la unidad
territorial y el que incide en la
fractura social. En el primero, cabe esperar continuismo: tratará a toda costa
neutralizar la tentación de un segundo referéndum independentista en Escocia, no
por vía intimidatoria, sino dialogante, y de prevenir una desintegración de los
equilibrios en el Ulster.
El
segundo desafío presenta un escenario más incierto. May ha tenido mucho interés
en alejarse de una política económica que ha beneficiado a los ricos y
empobrecido a la clase media. En su análisis del referéndum, citó la frustración
social como clave del resultado. Es una obviedad. ¿Cabe esperar una corrección,
un giro social, un tono de "conservadurismo compasivo"?
Quizás. El neoliberalismo que ha dominado el pensamiento tory desde los ochenta
está acabado. Curiosa coincidencia que el vicedirector de estudios del FMI
acaba de de suscribir este diagnóstico (3).
May
no es una fanática de este enfoque fracasado. La nueva primera ministra dice querer
recuperar las bases más modestas del Partido Conservador, reducir la brecha
social, o al menos garantizar ciertas compensaciones a los más perjudicados por
la globalización. El gran problema es que precisamente el Brexit, si se
confirma la recesión, dificultará esta tarea, como están señalando analistas
cercanos al Remain (4) y otros expertos internacionales (5).
Otro
asunto que lastrará la gestión de May es su déficit democrático, es decir, no
haber sido elegido directamente para el cargo, como le ocurrió a Major en su
momento, tras la liquidación de Thatcher por su propio partido. El líder
liberal, Tim Farron, ya le ha espetado que llega a Downing Street con el apoyo
de sólo el "0,0003%" de los británicos, en referencia a los
parlamentarios tories que la han investido (6).
Otras
voces han incidido en este mensaje. Es más que razonable. Asistimos a un
momento excepcional. Un cambio de liderazgo sin la mediación de las urnas tiene
escasa solidez democrática, por mucho que se hayan respetado las reglas. Los
conservadores, que tanto reprochan a Europa ese estilo de decisión y gestión
por arriba, no pueden ignorar ahora esa advertencia.
UN
GOBIERNO SIN OPOSICIÓN FUERTE
Como
le ocurriera también a Thatcher, May inicia su mandato sin una oposición
fuerte. El laborismo, como en los ochenta, se encuentra atrapado en una crisis
paralizante. Pero ahora, si cabe, en un clima de tensión sin precedentes. La
revuelta de la mayoría de los parlamentarios contra Corbyn no ha cuajado. El
líder del partido ha dejado claro que está dispuesto a hacer valer el apoyo de
las bases para derrotar a sus oponentes. La ejecutiva del Partido ha decidido
que no necesita el respaldo de los diputados nacionales y europeo para
confirmar su liderazgo. Entre los potenciales rivales para disputarle la
dirección, dos han dado el paso de la candidatura: Angela Eagle y Owen Smith.
La primera, con mayores posibilidades a priori, pertenece al sector centrista,
mientras el segundo se encuadra en una corriente más progresista, pero
convencida de que Corbyn nunca ganará unas elecciones por su mensaje
izquierdista radical. El proceso laborista, que tendrá eco en otros partidos
socialistas europeos merece un comentario aparte.
(1) THE GUARDIAN, 12 de Julio.
(2) CARNEGIE EUROPE. http://carnegieeurope.eu/2016/07/01/why-brexit-will-be-angela-merkel-s-greatest-test/j2qx
(3) FOREIGN POLICY, 6 de Julio.
(4) THE ECONOMIST, 2 de Julio
(5) "Economic implications of Brexit". BEN
BERNANKE, BROOKING INSTITUTION, 28 de Junio.
(6) THE GUARDIAN, 12 de Julio
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